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Authors: Francesc Miralles y Care Santos

Tags: #Drama, Fantástico, Romántico

El mejor lugar del mundo es aquí mismo (10 page)

—Yo también estoy en el paro —le dijo— y te aseguro que tiene sus ventajas. Por ejemplo, ¿cuánto hace que no duermes hasta tarde un lunes de finales de enero?

—Diría que no lo he hecho nunca —reconoció Ángela—. Y tampoco he salido nunca un miércoles hasta la hora que yo quiera. Esa es otra ventaja, ¿verdad?

—Yo diría que sí.

—¿Tienes algo que hacer esta noche?

La pregunta agarró a Iris por sorpresa, pero no quiso ponerle excusas a Ángela como había hecho con Olivier.

—Nada, además de buscarle algún sentido a todo lo que me está ocurriendo.

—Entonces podemos hacerlo juntas. Yo le busco sentido a tu vida y tú a la mía. ¿Qué te parece?

—Me parece un buen trato —repuso Iris.

—Perfecto, entonces, ¿a las nueve en tu portal?

—Estupendo. Oye…

—¿Sí?

—No sé si tiene que ver con tu nombre, pero has sido un ángel para mí. ¿Sabes lo que es un ángel?

Y antes de que pudiera contestar, Ángela se adelantó:

—Un ángel es quien te salva de caer enseñándote a volar. ¡Nos vemos luego!

Pirata
la miraba, impaciente. Pensó que había llegado el momento de complacer a su amigo de cuatro patas y le llevó a dar un largo paseo.

Premeditadamente, se acercó hasta el puente por donde pasaban los trenes de cercanías. Se detuvo un momento a mirar hacia abajo, recordando la última vez que estuvo allí. No hacía tanto de aquella tarde de domingo y, sin embargo, se sentía muy distinta, casi otra persona.
Pirata
lanzó un ladrido enfadado, antes de comenzar a tirar de la correa con todas sus fuerzas.

«Un ángel es quien te salva de caer enseñándote a volar», recordó Iris.

Y de inmediato pensó:

«Este lugar está lleno de ángeles». Acto seguido, echó a andar de vuelta a casa. Se sentía preparada para la primera gran noche de amistad de su vida.

La noche de los cuatro deseos cumplidos

M
ientras caminaban sin rumbo fijo, Ángela le fue contando a Iris los capítulos más dramáticos de su existencia, que eran también los últimos:

—Siempre he sido una romántica empedernida, soy incapaz de controlar mis sentimientos. Sólo llevaba un mes trabajando en la inmobiliaria y ya me había enamorado de mi jefe. ¡Menudo desastre! El empezó enseguida a lanzarme indirectas, miradas de esas cargadas de significado y a favorecer que nos viéramos a solas con cualquier excusa de trabajo. Una inmobiliaria es un buen lugar para mantener citas clandestinas con un compañero: hay pisos disponibles por todas partes. Un sábado por la mañana me citó en una casa maravillosa de las afueras y, una vez allí, me confesó que no estábamos esperando a ningún posible comprador, que me había pedido que le acompañara porque estaba loco por mí, y no podía soportar ni una hora más sin decírmelo. ¡Y yo mordí el anzuelo y caí en sus brazos como una idiota!

Enfilaron una calle estrecha iluminada sólo por algunas farolas amarillentas.

—Por supuesto, no se me ocurrió pensar que podía estar mintiendo. O que tal vez estaba casado. Me pareció tan sincero, tan romántico… ¡Todo aquello era tan imprevisto! Yo nunca me había enamorado de una manera así de arrolladora. Ni siquiera sospechaba que podía ser tan horrible y maravilloso al mismo tiempo. Me tomó por sorpresa. Pero lo viví al máximo, al menos de esto no me arrepiento. Fueron dos meses preciosos, de citas a todas horas, de muchos detalles por su parte.

»El final también fue imprevisto y demoledor. Creo que tuvo que ver con nuestra última cita, cuando se me escapó decirle que le iba amar toda mi vida, que deseaba construir un futuro a su lado. Hay hombres que no soportan conjugar los verbos en futuro. Estoy segura de que aquello le asustó. Claro, era lógico: él está casado, aunque nunca me hubiera hablado de ello. Y tiene dos hijos. ¡Ellos sí son su futuro, aunque no quiera!

»De pronto llegó un día a la oficina convertido en otra persona. En apariencia era el mismo, igual de encantador, igual de guapo, pero ahora se mostraba frío como el hielo. Comenzó a tratarme como a otra empleada más, ¡después de lo que habíamos compartido! Durante quince días he intentado soportarlo, y al principio pensaba que podría. Me propuse no perseguirle, no montarle una escena. Al fin y al cabo, somos adultos, y él no tenía ningún compromiso conmigo. Fue problema mío no darme cuenta antes…

»Pero esta tarde he perdido los nervios. Le he visto tontear con una chica nueva y no he podido soportarlo. He entrado en su despacho y he hecho lo que me prometí no hacer: le he ofrecido un buen espectáculo, con lágrimas incluidas. Creo que se ha sentido muy incómodo, tanto que sin esperar me ha dicho que se veía obligado a replantearse mi continuidad en la empresa, puesto que en los tres meses que llevo allí no he vendido ni un solo piso. Y lo peor es que tiene razón. El trabajo no me interesa lo más mínimo, lo único que me interesaba era él. De modo que he aceptado el despido, el finiquito y su palmadita en la espalda cuando me ha dicho: «Estoy seguro de que encontrarás un empleo que te llenará más que éste. Te deseo toda la suerte del mundo».

Ángela hizo una pausa —estaba a punto de llorar— antes de decir:

—Seguro que nunca has conocido a nadie más idiota que yo.

Iris se detuvo frente a ella y la abrazó. Sin previo aviso, sólo porque creía que su amiga lo necesitaba. Ante aquella caricia inesperada, Ángela comenzó a sentirse un poco mejor y consiguió no echarse a llorar de nuevo.

El frío parecía ahora más intenso que antes.

Frente a ellas, al otro lado de la calle, la luz cálida de un local brillaba como un reclamo. Las puertas estaban cerradas, pero en el interior se veía mucha gente, como si se celebrara una fiesta.

—¿Entramos a curiosear? —preguntó Ángela en cuanto se sintió más tranquila.

No lo pensaron dos veces. Nada más atravesar el umbral, se alegraron de haberlo hecho. El local acogía una actuación en directo. Un grupo formado por un pianista, un guitarra y dos cantantes —un chico y una chica— ocupaba un pequeño escenario al fondo. Caminaron entre la gente en busca de un lugar para seguir el concierto, y lo encontraron en un rincón junto a la barra, donde Ángela pidió dos cervezas.

Iris cerró los ojos. Le encantaba aquella sensación de sentir la música en vivo. La llevaba muy lejos.

Se concentró en la canción:

Forget the past.

Forget what's next.

You are nowhere and

everywhere now.
[8]

Disfrutaron de casi una hora de concierto. Bebieron varios botellines de cerveza, bailaron, incluso se atrevieron a corear algunos estribillos a petición del teclista. Cuando todo terminó, aplaudieron a rabiar. Se lo habían pasado en grande.

Afuera llovía con fuerza y hacía mucho frío. Decidieron quedarse allí y pedir otra ronda. Se sentaron a una mesa mientras los músicos recogían sus instrumentos.

—Es curioso, hasta hace poco apenas había entrado en ningún bar —dijo Iris— y ahora las cosas más importantes de mi vida parece que ocurren en ellos.

Ángela la escuchaba mientras bebía pequeños sorbos de cerveza directamente del gollete de la botella.

—Yo también estoy en época de cambios —continuó Iris— pero me da miedo desaprovecharla por culpa de mis miedos absurdos. Vivir me da pánico, pero seguir como hasta ahora me resulta insoportable. Además, no sé cómo librarme de todos los recuerdos dolorosos que conservo. Creo que me estoy convirtiendo en una amargada de treinta años.

Hablaron durante un buen rato más. Antes de que el local cerrara sus puertas, el encargado les dejó sobre la mesa dos tazas de café recién hecho. Sobre el plato reposaban dos envoltorios plateados.

—Son galletas del porvenir. Debéis leer con atención el mensaje del envoltorio.

Les divirtió el juego, así que desenvolvieron sus galletas y leyeron los mensajes que estaban impresos en el reverso del papel.

—Creo que el mío es en realidad para ti —dijo Iris.

—Yo estaba pensando lo mismo —repuso Ángela, leyendo su mensaje, que ya había oído alguna vez—:
La vida se entiende mirando al pasado, pero sólo puede vivirse mirando al futuro
. Aquí tienes la respuesta a lo que te ocurre. En una galleta.

—Pues yo también tengo la solución a tus problemas —dijo Iris, y leyó el envoltorio—:
No llores porque las cosas han terminado; sonríe porque han existido
.

—Hemos intercambiado nuestros destinos —rió Ángela—, ¡exactamente lo que dijimos que íbamos a hacer!

—Yo de ti no cambiaría tu vida por la mía. Créeme: es un asco —le advirtió Iris.

—¡Yo opino lo mismo de la mía!

Las dos se echaron a reír a carcajadas. Era el efecto del alcohol, y las dos lo sabían, pero a pesar de todo no podían evitar reír y reír, como si de pronto se hubieran vuelto locas.

El encargado del local trató de llamarlas al orden, pero fue inútil. Como cuando se intenta evitar que un par de adolescentes rían en mitad de un acto serio, sólo consiguió espolear sus ganas de reír más fuerte.

—Vamos, chicas, calmaos —les dijo—. En unos minutos tendremos que cerrar. Además, está nevando, por si no os habíais dado cuenta.

Por los altavoces del bar había comenzado a sonar una canción que ninguna de las dos estaba en condiciones de escuchar:

Dreaming with open eyes

is an art to be learnt

in the secret school of twilight.
[9]

Nadie come helados en un día de nieve

L
a de ayer fue una noche mágica —dijo Iris a Olivier nada más responder al teléfono.

—¿Lo dices por la nieve?

—Entre otras cosas. Creo que ayer los ángeles estaban por todas partes, dedicados a enseñar a la gente a volar, o a hacer realidad sus deseos. ¿Sabías que hay gente que cree en estas cosas?

—Me gusta escucharte tan contenta. Es estupendo, porque quería proponerte ir a dar una vuelta. ¿Te animas? Después de todo, la nieve siempre nos ha traído buena suerte. Ya sé que prometí no insistir, pero una nevada como esta no cae todos los días.

—Completamente de acuerdo, pero esta mañana no puedo, tengo algo que hacer.

Sintió que su respuesta desilusionaba al insistente Olivier, así que se apresuró a decirle:

—Pero tal vez podríamos almorzar juntos en algún lugar incomunicado y lleno de estalactitas.

Sus palabras causaron el efecto deseado. Olivier soltó una risotada nerviosa, como de alguien poco acostumbrado a las proposiciones de ningún tipo. Su voz sonó eufórica cuando aceptó el plan y se despidió hasta unas horas más tarde.

A pesar de que estaba de mucho mejor humor —los últimos días habían llegado cargados de acontecimientos—, Iris aún tenía pendiente la visita a la heladería
El Centauro
. Además, sentía que no podía retrasarla por más tiempo, como si lo que tuviera que ocurrir allí fuera a cambiar las cosas. En aquel momento no podía imaginar lo acertado de sus presentimientos.

Se abrigó bien, se calzó las botas de suela de goma y no olvidó la bufanda y los guantes antes de lanzarse a las frías calles cubiertas de blanco. La ciudad estaba bella y desconocida, como si se hubiera arreglado para una ocasión especial.

Iris decidió caminar, disfrutando del frío y del ambiente exaltado por la novedad de la nieve. La dirección que buscaba no estaba muy cerca, pero tenía ganas de dar un paseo sin prisas.

Más extraño aún que caminar por la ciudad mediterránea convertida en un paisaje polar era dirigirse a una heladería en un día tan gélido como aquel.

El Centauro
se hallaba en un callejón estrecho cerrado al tráfico. En un cartelón de madera, grandes letras rojas anunciaban que había llegado al lugar que andaba buscando. La persiana estaba a medio bajar, pero en el interior se veía luz.

A pesar de todo, Iris se acercó a la puerta de metal y la golpeó tres veces con los nudillos. Su llamada sonó como el gong que anuncia el principio o el final de algo.

Escuchó unos pasos enérgicos que se acercaban. Un instante después, la persiana se alzó gracias a un mecanismo eléctrico y apareció ante Iris una mujer de complexión fuerte y mejillas sonrosadas.

—¿En qué te puedo ayudar? Está cerrado.

—Estoy buscando al propietario.

—Soy yo, Paula.

—Encantada, soy Iris.

Se estrecharon las manos. La mujer la miró entrecerrando un poco los ojos, como si quisiera estudiarla antes de confiar en ella. Se hizo a un lado y la invitó a pasar.

—Pasa, no te quedes ahí, con el frío que hace.

Iris entró y, tras sacudirse la nieve de las botas, se quitó el abrigo. A sus espaldas, la mujer volvió a bajar la persiana y se dirigió a la parte de atrás de la barra.

La heladería era un local amplio, pintado de colores muy alegres. En el mostrador se alineaban las cubetas con los helados de distintos colores, y en las estanterías había galletas, dulces y chocolates de distintas formas. Todo parecía muy nuevo. En un bote junto a la caja, Iris descubrió docenas de corazones de chocolate blanco como el que la había guiado hasta allí.

—Íbamos a inaugurar hoy, pero con este tiempo no creo que sea muy buena idea —le explicó Paula.

—Es un lugar muy bonito —dijo Iris, mientras empezaba a preguntarse qué estaba haciendo allí.

—Me alegro de que te guste, porque acabas de convertirte en la primera clienta. ¿Qué te apetece tomar? Invita la casa.

—Por favor, no quiero causarte ninguna molestia.

Paula sonrió y negó con la cabeza.

—No es ninguna molestia, de verdad. Vamos, dime, imagino que no te apetece un helado. ¿Mejor un café? ¿O un chocolate calentito? Con este frío, es la mejor opción.

Iris no pudo negarse. Mientras preparaba el inesperado desayuno, Paula se interesó por saber cómo había encontrado el local.

—Podríamos decir que fue una recomendación de alguien que me conoce muy bien. Me regaló esto —dijo mostrándole el corazón de chocolate blanco que había encontrado en el almacén.

—Vaya. Debe de ser una persona muy dulce. Seguro que le conozco. No ha pasado tanta gente por aquí mientras duraban las interminables obras.

Iris iba a preguntarle por las personas que podían haber conseguido uno de aquellos corazones cuando Paula dijo:

—No puedes imaginar cómo estaba este lugar. El incendio lo arrasó todo.

—¿El incendio? —se extrañó Iris.

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