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Authors: Francesc Miralles y Care Santos

Tags: #Drama, Fantástico, Romántico

El mejor lugar del mundo es aquí mismo (3 page)

—Deja de hacer el ganso —protestó ella—. ¿No te han dicho nunca que te comportas como un crío?

—La oscuridad nos vuelve a todos niños pequeños. Incluso los más valientes cuando se encuentran a oscuras buscan inconscientemente la mano de su madre. Por favor, escucha ese reloj.

Desconcertada, Iris prestó atención al tictac de la segundera, mientras su misterioso acompañante permanecía ahora en silencio.

—Parece un reloj normal, pero no lo es —prosiguió Luca.

—¿Por qué lo dices?

—Va hacia atrás en busca de momentos olvidados. Es mágico.

—Claro, como todo lo que hay aquí —repuso Iris con un poco de sorna— Y supongo que estamos en una de las mesas encantadas por el mago. ¿Cuál es el truco? Porque te advierto que un truco a oscuras no tiene ninguna gracia.

—Al contrario —dijo Luca—. Es el grado máximo de maestría para un mago, porque la oscuridad todo lo revela.

—Pues yo no veo nada —protestó ella.

—Es lo que sucede con el pasado: está por todas partes, pero no lo vemos. Por eso no logramos deshacernos de él fácilmente. Somos como una nave inmovilizada por un ancla que se aferra a las profundidades. Lo que no significa que no seamos capaces de arrancarla y proseguir nuestro rumbo.

—Yo no tengo rumbo. No sé por dónde navego ni qué me ata —confesó Iris—. Ni siquiera sé decirte de dónde vengo. ¿Cómo voy a desanclar mi nave?

—Tal vez esta mesa te enseñe cómo hacerlo.

—¿Es la mesa del pasado?

—Puedes llamarla así. Te ayudará a rescatar episodios que creías haber olvidado. Si tiras de ellos llegarás al ancla. De hecho, ni siquiera la necesitarás. Sólo debes cortar la cuerda que te une al pasado: el viento de la vida hará el resto.

—Basta ya de hablar de barcos. ¿Quieres saber algo curioso? —explicó Iris sintiéndose repentinamente cómoda en la oscuridad—. Justamente hoy he recuperado una vieja historia. Nada importante, pero me ha hecho muy feliz revivirla.

—Si te ha hecho feliz, entonces es importante. Cuando enterramos los momentos de felicidad renunciamos a lo mejor de nosotros mismos. Uno puede echar por la borda muchas cosas, pero nunca esos momentos.

—Dicen que la memoria tiene que liberarse de los recuerdos para poder almacenar nueva información —comentó ella—. Pero no hablemos más de teorías. Quiero una prueba de que esta mesa es capaz de hacer aflorar recuerdos olvidados. ¡Sorpréndeme!

Tras decir esto, Iris sintió cómo algo o alguien rozaba suavemente su nuca. Se quedó unos momentos sin saber qué decir. Sospechando de su invisible acompañante, le preguntó:

—¿Has sido tú?

Luca no contestó. Detrás de ella oyó el movimiento de una silla, seguido de una tos lejana y un murmullo casi imperceptible.

—¿Por qué no respondes?

Justo entonces volvió la luz.

Iris se sorprendió al comprobar que el café estaba lleno de gente. Como si hasta entonces la oscuridad les hubiera obligado a actuar con secretismo, la electricidad hizo que las conversaciones subieran de tono. También regresó el sonido de tazas y platos. El mago volvía a estar detrás de la barra, donde trabajaba afanosamente sirviendo bebidas.

En cambio Luca se había esfumado. Antes de levantarse, había dejado en el centro de la mesa un pequeño paquete vertical cuidadosamente envuelto. Llevaba pegada una etiqueta con la siguiente inscripción en letra de imprenta:

PSICOANALISTA DE BOLSILLO

Iris sonrió ante aquel extraño regalo. Sin duda, debía de tratarse de una broma. ¿Cómo podía ser un psicoanalista de diez centímetros de alto por cuatro centímetros de ancho?

Iba a desenvolver el paquete para desentrañar el misterio, cuando vio que un grupo de ancianos vestidos con frac y pajarita no le sacaban el ojo de encima. Echó un vistazo al resto del café y comprobó, para su asombro, que todos los clientes llevaban ropa de época y se comportaban con una ceremonia propia de otros tiempos.

Entonces recordó lo que le había dicho Luca antes de desvanecerse en la oscuridad: «El pasado está en todas partes, pero no lo vemos».

Tras observar con disimulo, llegó a la conclusión de que no conocía a nadie de los que ocupaban las mesas del café.

Iris se levantó, deseosa de abrir aquel insólito regalo en la intimidad. Tras guardar el paquete en el bolsillo de su abrigo, agitó la mano para despedirse del mago, que andaba muy atareado sirviendo a aquella trasnochada clientela.

Pero antes de que pudiera abrir la puerta para salir, el dueño del local había avanzado hasta la salida y se había detenido frente a ella para preguntarle:

—¿No piensa tomar nada? Hoy hay precios más bajos que de costumbre, en honor a nuestros clientes —informó con su voz grave.

—Sí, pero no aquí —se atrevió a decir Iris—. Voy a casa a tomar un trago de pasado.

—Eso está bien —repuso el hombre—. Del pasado al futuro sólo hay un paso. Digan lo que digan los maestros de zen, lo que no existe es el presente.

—¿Por qué dice eso?

—Le pondré un ejemplo fácil: la pregunta que acaba de hacerme es ya pasado. Y la respuesta que voy a darle está todavía en el futuro. Cuando usted la tenga, será pasado, y el futuro estará en otra cosa. No hay tiempo para el presente. Vamos del pasado al futuro, que nuevamente se vuelve pasado: ¡así es la vida!

—Entonces, según usted… —musitó ella—. ¿No hay nada que suceda en el presente?

El mago reflexionó unos segundos antes de responder enigmáticamente:

—Bueno, de hecho sí. Existen algunas cosas que pertenecen sobre todo al presente.

—¿Y cuáles son?

El mago pareció meditar un segundo, mientras se mesaba una barba inexistente. De pronto, todos los clientes habían dejado de conversar y les observaban en silencio. Hasta la luz parecía distinta, como si fuera un poco más intensa allí donde se encontraban ellos dos. Era como si el café se hubiera convertido de pronto en un pequeño salón de espectáculos donde un mago y su ayudante fueran a realizar un impresionante truco.

—La magia sucede en el presente —dijo el hombre, con un brillo de intensidad en la mirada.

—Yo no creo en la magia —repuso Iris.

—Entiendo… —hizo una larga pausa antes de continuar—. Me he fijado en que su chaqueta tiene bolsillos.

Iris asintió, desconcertada.

—¿Recuerda si llevaba algo en ellos?

Iris frunció un poco el ceño.

—Acabo de guardar en el bolsillo un regalo que me ha hecho un amigo, pero…

El mago la interrumpió:

—¿Le importaría decirle a estos señores qué cosas llevaba en los bolsillos cuando llegó aquí?

En ese momento, Iris se dio cuenta de que era observada por la numerosa clientela. Sintió un poco de vergüenza, pero encontró fuerzas para superar la timidez y participar en el juego.

—Llevaba las llaves de casa, unas monedas y algunos caramelos —dijo.

—¿Nada más? Piénselo bien.

Iris asintió: estaba segura.

—¿Podría comprobar qué hay ahora en sus bolsillos? Comience por el derecho.

A un gesto del mago, Iris extrajo las llaves y las mostró al público. Como había dicho, también llevaba cuatro caramelos envueltos en papeles de colores y un par de monedas, junto con la caja con el psicoanalista que le acababa de regalar Luca.

—¿Qué me contestaría si le digo que su otro bolsillo contiene las horas más importantes de su vida?

Iris no supo qué decir a algo tan extraño. Con enorme sorpresa, metió la mano en su otro bolsillo y descubrió que no estaba vacío. Había en él un objeto pesado y duro, que jamás había visto. Era un antiguo reloj de bolsillo, de caja dorada y esfera de marfil. Marcaba las doce en punto. Algunos años antes habría sido una pieza de enorme valor. Ahora sus agujas estaban roídas por la corrosión y habían dejado de funcionar.

El público lanzó una expresión asombrada al ver el artilugio.

—¿Pertenece este reloj a alguno de los presentes? —preguntó el mago, dirigiéndose a los espectadores.

Nadie contestó.

—Entonces, está claro que quien lo necesita es usted —añadió, y bajó la voz para decir—: Tengo entendido que hoy se ha sentado a la mesa del pasado.

—¡Pero aún no he recordado nada que hubiera olvidado!

—Es lo que tiene esa mesa—explicó, sonriente, el mago—. Funciona con efectos retardados. ¡Nos vemos en el futuro! ¡No deje de consultar el reloj! Le ayudará a comprender el tiempo.

Tras decir esto, el mago se volvió hacia los atentos espectadores y levantó la voz de nuevo para decir:

—Les ruego despidamos con un aplauso a mi ayudante de hoy.

Iris sonrió, incómoda, mientras recibía la entusiasta ovación, y se apresuró a salir de allí.

Aquel lugar era todavía más extraño de lo que había supuesto.

Un psicoanalista de bolsillo

A
l llegar a casa, Iris puso una pizza en el horno mientras miraba con nuevos ojos lo que había sido su hogar desde pequeña. Tal como le había dicho Luca, estaba lleno de objetos que evocaban un pasado que se había roto con la muerte de sus padres. Además de las fotografías familiares, los objetos hablaban de momentos y lugares que ya nunca regresarían.

Mientras se quitaba el abrigo, se preguntó si no sería más sencillo arrancar el ancla y mudarse a un apartamento libre de toda aquella carga emocional. Un lugar donde pudiera elegir los recuerdos que debían acompañarla.

Eso la llevó a pensar en el curioso anuncio de periódico que había recortado:

PERRO PEQUEÑO BUSCA AMOR GRANDE

Sonrió ante ese mensaje y volvió a mirar la ilustración de aquel perrito que tanto se parecía a
Pilof
. De repente sintió el impulso de marcar el número.

El teléfono sonó tres veces antes de que al otro lado surgiera la voz reposada de una mujer. Le informó de que aquello era una protectora de animales situada en las afueras de la ciudad.

—¿Desea adoptar un perro o quiere visitar nuestra residencia? —preguntó la amable señora.

Iris empezó a sentirse avergonzada por haber llamado.

—La verdad es que el perro del anuncio es idéntico a uno que conocí de muy joven. Me gustaría llevármelo a casa —dijo sorprendiéndose de sus propias palabras.

Al oír esto, la anciana dejó escapar una risita antes de responder:

—Me temo que será imposible. No tenemos ningún perro que se le parezca. Es sólo una ilustración para el anuncio.

—Entiendo —repuso decepcionada.

—Pero tenemos otros perros pequeños que buscan un gran amor. Si nos visita, se los presentaré con mucho gusto.

—Lo pensaré —prometió Iris al despedirse.

Luego sacó la pizza del horno y la troceó antes de llevarla a la mesa. Mientras daba el primer bocado, se dio cuenta de que el asunto del perro la había hecho olvidar el regalo de Luca. Sacó el «psicoanalista de bolsillo» de su bolsa y regresó al salón, emocionada. Aquello, cualquier cosa que fuera, era la demostración de que Luca existía y había pensado en ella.

Al desenvolver el paquete vio, aturdida, que contenía un minúsculo sillón de goma con un reloj de arena disfrazado de terapeuta. En la caja rezaba:
«Psicoanalista de bolsillo. ¡No se marcha en agosto!»

Luego leyó en el reverso de la caja:

«Todo el mundo ha pensado alguna vez en empezar una terapia. Pero, ¿por qué invertir una fortuna en un psicoanalista cuando lo podemos tener en casa, listo para escucharnos en silencio siempre que queramos?»

Pensando que Luca se había propuesto tomarle el pelo, sacó de la caja una ilustración que indicaba cómo había que colocar el terapeuta de bolsillo para la minivisita de cinco minutos, el tiempo que tardaba en caer toda la arena de una parte a otra del reloj.

—Vamos a escarbar en el pasado —le dijo Iris antes de dar la vuelta al reloj—. Pero sólo quiero rescatar momentos bonitos. El resto puede descansar para siempre en el olvido.

Dicho esto, tomó un bocado más de pizza y fue en busca de un folio y un bolígrafo. Entonces dio la vuelta al reloj con cara de terapeuta. Se había propuesto anotar en ese tiempo todos los recuerdos inolvidables que, sin embargo, había sepultado la arena de la rutina.

COSAS QUE NUNCA DEBÍ HABER OLVIDADO

• Las noches de insomnio en la vigilia de Reyes (y cómo corría al comedor a las siete de la mañana para desenvolver los regalos).

• Primer paseo en bicicleta sin caerme.

• Un viaje a Túnez con papá y mamá. Me dijeron que de vuelta al aeropuerto berreaba porque me quería quedar a vivir allí.

• El beso que me robó en un pasillo de la escuela el chico más feo de la clase.

• Olivier y Pilof.

• Una película dramática que a mí me hizo llorar de risa.

• Aquel amante del camping que sabía abrazar tan bien (lástima que no duró).

• Cuando brotó el tulipán de la cebolla que me regaló alguien que había estado en Holanda.

Al llegar aquí el psicoanalista de bolsillo dio por terminada la visita, ya que la arena ocupaba ahora la cápsula inferior. Había sido una terapia corta pero intensa. Iris tenía los ojos húmedos.

—Hasta mañana, doctor —se despidió.

Lo peor es también lo mejor

A
quel martes Iris decidió tomarse un día libre a cuenta de las vacaciones. No había dejado de acudir al trabajo desde la muerte de sus padres, así que se dijo que estaría bien vagar por las calles por el solo placer de hacerlo. Sin embargo, el jefe de turno no era de la misma opinión.

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