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Authors: Francesc Miralles y Care Santos

Tags: #Drama, Fantástico, Romántico

El mejor lugar del mundo es aquí mismo (4 page)

—Nuestro reglamento interno lo dice bien claro —la advirtió—. Hay que avisar con un mes de antelación.

—Es un caso de fuerza mayor —dijo Iris conteniendo la risa—. Voy a culminar un proceso de adopción.

El tono de voz del encargado pasó del estupor a la curiosidad:

—¿Vas a adoptar como madre soltera? ¿Es niño o niña?

—No lo sé todavía. Sólo sé que es un perro.

Luego colgó sabiendo que lo que acababa de hacer le podía costar el puesto o, como mínimo, una amonestación por parte de la empresa. Pero en aquel momento ese le parecía el menor de los problemas.

Tras tomar el anuncio de la protectora de animales —había anotado su dirección en el reverso—, decidió pasar antes por el café. Sería su tercer día consecutivo en
El mejor lugar del mundo
, pero la primera vez que visitaba el lugar por la mañana.

Aunque lo encontrara abierto a esas horas, se preguntaba si Luca estaría allí. Era de suponer que no, ya que en algún momento debía de trabajar. Recordó que le había dicho que era italiano, pero lo cierto era que todavía no sabía absolutamente nada de él.

Y ella quería saber.

Hacía un día despejado, así que paseó muy lentamente gozando del tibio sol invernal. Al atravesar el puente bajo el que pasaban los trenes, Iris sintió un escalofrío. Sólo tres días antes había estado a punto de acabar con todo allí mismo. En su vida no se había producido un cambio sustancial desde entonces, pero haber resistido la tentación de desaparecer le había permitido conocer el café mágico. Y ahora estaba a punto de adoptar un perro.

«La vida tiene giros extraños», se dijo mientras proseguía su camino sin mirar atrás.

El café estaba abierto y de su interior emanaba un agradable olor a chocolate y pastas recién hechas. Esto despertó el hambre de Iris, que se sentía de muy buen humor.

Empujó la puerta con decisión. En aquel momento el ilusionista abrillantaba la barra con un trapo húmedo.

Reconoció entre la clientela algunas personas que había visto en los días anteriores. Tal como había sucedido en su primera visita, nadie pareció reparar en ella mientras buscaba una mesa a la que sentarse.

Pero la búsqueda duró poco, ya que Luca la estaba esperando en una mesa arrimada a la pared. Iris sintió mariposas revoloteando dentro de su vientre. Hacía décadas que no experimentaba esa sensación.

El italiano levantó la vista y le sonrió mientras hacía girar la cucharita en una taza de chocolate cuyo aroma parecía envolver todo el local. Frente a él, otra taza idéntica y un plato repleto de bizcochos le estaban esperando.

—¿Sabías que iba a venir? —preguntó Iris.

Por toda respuesta, Luca sonrió. En aquel momento sonaba una canción que a ella le gustaba. Por primera vez en mucho tiempo, tuvo la certeza de hallarse en el sitio correcto en el momento oportuno. No deseaba estar en ningún otro lugar más que allí. ¿Sería eso la felicidad? Entender que el mejor lugar del mundo es aquí mismo.

Mientras Iris tomaba asiento, prestó atención a la primera estrofa de la canción de una cantante canadiense muy en boga:

Secret heart

What are you made of?

What are you so afraid of?
[2]

—¿Y bien? —le preguntó ella—. ¿Qué tiene la mesa de hoy?

Antes de responder, Luca se llevó la taza de chocolate a los labios. Mientras apuraba el primer sorbo, Iris admiró su jersey azul marino de cuello alto, del que brotaba una cabeza serena a la que los cabellos grises otorgaban un aire de aristócrata bohemio.

Luego dejó la taza sobre el platito y declaró:

—Esta es la mesa más terapéutica del lugar.

—¿Por qué? —preguntó Iris mientras el propietario le servía ya una taza de chocolate caliente.

—Porque nos enseña a encontrar luz en las sombras. Cuando te sientas en ella, entiendes que lo peor que te ha pasado a veces puede ser lo mejor.

Ella recordó una vez más el puente sobre los trenes, el globo pinchado y su descubrimiento del café. Sin embargo, fingió no entender nada. Le gustaba la paciencia con la que Luca le hablaba: la hacía sentir como cuando era pequeña y su padre le contaba historias para que se durmiera.

—Hace un año leí un artículo sobre este fenómeno —siguió él—. Un escritor japonés explicaba lo que le había sucedido a un oficial de su país durante la guerra de Manchuria. Al parecer, el militar había sido capturado por los soviéticos y fue arrojado al fondo de un pozo, donde sólo podía esperar morir de frío y de sed en la oscuridad. Pero dentro de su desesperación, una vez al día sucedía— algo maravilloso.

—No puedo imaginar nada maravilloso que ocurra en el fondo de un pozo —añadió ella.

—Pues incluso en una situación tan desesperada, este hombre recibía un regalo diario. Cuando el sol se hallaba exactamente encima del pozo, la luz penetraba hasta el fondo durante unos minutos. El oficial lo describía como una explosión de brillante esperanza.

—¿Y qué le sucedió?

—Días más tarde fue rescatado por sus compañeros, que le salvaron la vida contra todo pronóstico. Sin embargo, muchos años después de que terminara la guerra, el oficial aún recordaba aquel episodio con melancolía.

Iris mojó un bizcocho en el chocolate espeso y se lo llevó a la boca antes de decir:

—No entiendo cómo alguien puede sentir melancolía de una vivencia tan terrible.

—¡Has dado en el clavo! —se entusiasmó Luca mientras ponía su mano sobre la de Iris, que deseó que se quedara allí para siempre—. Justamente porque vivía en la más oscura desesperanza, aquel rayo de sol era una inyección de gloria para él. Aunque el oficial logró rehacer su vida tras la guerra, aseguraba que jamás había vuelto a experimentar la felicidad de aquellos minutos radiantes en el fondo del pozo.

—Es una buena historia —dijo Iris sintiendo cómo su corazón latía con fuerza.

—Tan real como la vida misma. Y nos enseña algo sobre la felicidad: sólo la pueden experimentar en toda su intensidad los que han vivido grandes altibajos, porque es un juego de contrastes. Los que nadan siempre por el espectro medio de las emociones nunca conocerán la esencia de la vida. Esa es la enseñanza del pozo: a veces hay que tocar fondo para entender la grandeza del cielo.

—Hablas como un poeta. ¿Lo eres? Aún no sé nada de ti.

—Me limito a decir lo que dijeron otros —repuso con modestia—. Y esta mesa, además, está cargada de esperanza.

Iris sonrió abiertamente a Luca mientras acariciaba su mano con las yemas de los dedos.

—¿Por qué no me cuentas algo de tu vida? No es justo que tú sepas tanto de la mía y yo…

Pero Luca parecía no escucharla. La interrumpió al decir:

—Como veterano de este café, te voy a poner deberes —dijo él de repente—. Quiero que desde esta misma mesa revises los peores episodios de tu vida y pienses lo mejor que surgió de ellos.

—Espero ser una alumna aplicada.

—Ya lo eres, pero antes de empezar debes ir a la barra y pedirle algo al mago.

—¿Al mago?

—Claro. Ya me he enterado de que sois buenos amigos —Luca sonrió mientras Iris se ruborizaba al recordar el número de la tarde anterior—. Me habría gustado ver el truco del reloj. ¿Sabes que eres una privilegiada? Hacía mucho tiempo que el viejo no actuaba.

—Fue muy especial… —balbuceo Iris, buscando el reloj en el bolsillo de su abrigo—. Aunque el reloj que me regaló es muy raro. Creo que funciona y no funciona a la vez. Mira.

Dejó el viejo reloj de bolsillo sobre la mesa. Sus agujas continuaban paradas a las doce en punto, igual que la tarde anterior, pero emitía un tictac casi imperceptible; sólo podía escucharse pegando la oreja a la esfera, lo cual demostraba que algo seguía funcionando en su interior.

—Es curioso —dijo Luca, escuchando con atención—. Tal vez el cometido de este reloj no sea medir el tiempo.

Luego levantó la mirada y recordó:

—El mago te está esperando.

Iris se dio cuenta de que el ilusionista sonreía. Luca concluyó:

—Quiere darte las buenas noticias.

—¿Buenas noticias?

—Ve a verle —se limitó a decir mientras besaba levemente la mano de Iris antes de soltarla.

Ella se dirigió a la barra sintiendo que los pies no tocaban el suelo. Pero antes de pedirle lo que le había dicho Luca, sintió la necesidad de agradecerle lo de la tarde anterior.

—Me gustaría volver a ver uno de sus trucos —dijo—. El de ayer fue maravilloso.

—Eso es imposible —contestó él, mientras sacaba brillo a las copas con mucha parsimonia, como si tuviera todo el tiempo del mundo.

—¿Por qué?

—¿Sabe cuál es el secreto de la magia? —preguntó el mago, deteniéndose de pronto.

—No tengo ni idea.

—La oportunidad. Hay un momento exacto para cada truco. Y presiento que tardará en darse otro como el de ayer. ¿Sabe usted por qué?

Iris se encogió de hombros.

—Un truco en el que no aparezca nada no merece la pena. ¿Lo había pensado? Por cierto, ¿ya ha descubierto qué fue lo que apareció ayer en su bolsillo?

—Un reloj.

—No es correcto.

Iris no sabía si reír. El aire del mago era grave y gracioso al mismo tiempo, en una combinación desconcertante.

—¿Qué, entonces?—preguntó ella.

—Eso deberá descubrirlo usted misma. Ahora, si no me equivoco, debo enseñarle algo, ¿verdad? —el ilusionista descolgó un cuadro de entre las botellas y se lo acercó a Iris para que pudiera contemplarlo de cerca.

Ya en sus manos, vio que dentro de un marco color índigo amarilleaba el recorte de un cuento para niños.

BUENAS NOTICIAS

Nunca olvides esto: todo sentimiento tiene su reverso. Sentirse desgraciado es prueba de que se puede estar contento.

Es una buena noticia. Cuando te encuentras solo te das cuenta de lo bien que estarías acompañado.

Es una buena noticia. Tiene que dolerte algo para que valores la felicidad de que no te duela nada.

Es una buena noticia. Por eso nunca hay que temer a la tristeza, ni a la soledad, ni al dolor. Pues son la prueba de que existe la alegría, el amor y la calma.

Son buenas noticias.

Iris, devolvió el cuadro al mago, muy pensativa. Al regresar a la mesa de la esperanza descubrió que Luca ya se había ido.

Metió la mano en su bolsillo y le tranquilizó sentir que el reloj seguía ahí. No entendía nada, pero había aprendido a no impacientarse. Sólo se dio cuenta de una cosa: en un solo día —el anterior— dos hombres especiales le habían regalado dos relojes.

Cuando el perro de la felicidad te lame la mano

I
ris salió del café anhelando ya el próximo encuentro con Luca. Se estaba enamorando irremisiblemente de él y eso le daba miedo, porque hacía mucho tiempo que no le sucedía nada parecido. Y en otras ocasiones no le había reportado precisamente beneficios.

Para ella el amor había sido hasta entonces algo parecido a subir una escarpada montaña a toda prisa para, una vez en la cumbre, caer al abismo sin que nada ni nadie la sostuviera. No quería volver a pasar por eso. Por otra parte, sentía que con Luca había atravesado ya una especie de límite invisible que no le permitía volver atrás. De repente se le hacía impensable prescindir del café mágico y de las conversaciones con él.

Aun así, se movía en un mar de dudas. ¿Estaba siendo demasiado tímida? ¿Debía insinuarse, ir más allá? Iris había oído decir a sus compañeras de trabajo que, a su edad, los hombres tenían muy poca paciencia. Si la mujer en la que se han fijado no les allana un poco el terreno, simplemente echan el anzuelo en otras aguas.

¿Sería Luca un mero seductor? ¿Por qué nunca hablaba de sí mismo, como hacían la mayoría de hombres?

Mientras Iris pensaba en todo esto llegó a la protectora de animales, en las afueras de la ciudad, donde el perro pequeño buscaba un amor grande.

Un festival de ladridos y golpes metálicos contra las vallas le hizo saber que la colonia de canes abandonados era muy numerosa. Y por lo solitario del lugar, no parecía tener muchas visitas.

Tras llamar al timbre, se preguntó si sería cierto lo que había oído contar sobre las perreras: que sólo alimentaban a los animales por un tiempo limitado —unas semanas, a lo sumo—, y sacrificaban a los que no quería nadie.

Aquel pensamiento terrible se desvaneció cuando tras la puerta hizo acto de presencia la mujer que la había atendido por teléfono. Era una anciana de setenta y muchos años, de expresión jovial.

—¿Eres la del perro pequeño? —preguntó.

Iris asintió y la mujer la condujo, entre jaulas ocupadas por perros enloquecidos, hasta la sección de la perrera que albergaba los ejemplares de menor tamaño. Pasó de largo varios caniches de pelo deslavado y otros de raza mezclada que le parecieron agresivos. Finalmente se detuvo delante de una jaula donde había un perrito de patas cortas. Tenía el pelo blanco con manchas negras. Una le cubría un ojo y le hacía parecer un pirata.

Justamente ese era su nombre, como pudo saber cuando la anciana se agachó a acariciarle el hocico.

—¡Hola
Pirata
!

El perrito empezó a mover la cola vigorosamente, mientras arañaba la reja con sus cortas patitas.

—No es tan diferente al del anuncio —dijo Iris mientras dejaba que
Pirata
le lamiera los dedos a través de la reja.

Mientras se dejaba seducir por aquel chucho desgarbado, recordó una frase que tenía de adolescente en un póster de su habitación:
«A veces el desconocido perro de la felicidad me lame la mano y yo no sé dónde he puesto la correa»
.

—Es casualidad —comentó la anciana—. Ha llegado esta misma mañana. Y el perro del anuncio lo dibujó hace un mes nuestro veterinario. Ahora le conocerás.

Iris decidió adoptar al pequeño
Pirata
y la mujer le pidió que rellenara varios papeles, además de cobrarle un donativo para el mantenimiento de la perrera. Luego le pidió que se sentara mientras iba a buscar al veterinario, el cual le entregaría la cartilla de vacunación del perro y le daría algunas indicaciones.

Iris permaneció un par de minutos en la minúscula oficina, mientras del exterior le llegaba una polifonía de ladridos —agudos y roncos— de los que no habían tenido la suerte de
Pirata
.

Cuando la puerta se abrió, Iris no daba crédito a lo que estaba viendo. El veterinario era alguien que había conocido muchos años atrás. Pese a que se había convertido en un hombre algo grueso y prácticamente calvo, la expresión risueña en su cara ancha no admitía duda: era Olivier.

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