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Authors: Nalini Singh

Tags: #Fantástico, #Erótico, #Romántico

Susurro de pecado

 

San Francisco, año 2072, Emmet, un cambiante y su clan de leopardos rescatan a Ria Wembley de las garras de un violador. Ria está bajo la protección del clan mientras luchan contra un mal que está destruyendo su amada ciudad. Emmett sabe que Ria es su compañera.

Nalini Singh

Susurro de pecado

PSI/Cambiantes, 1.5

ePUB v1.0

theonika
21.04.13

Título original:
Whisper of a sin

Nalini Singh, 2012

Traducción: Nieves Calvino

Borrador: Laurie

Editor original: theonika (v1.0)

ePub base v2.1

San Francisco Gazette

2 agosto, 2072

Noticias locales

¿Problemas en Chinatown?

Las fuerzas del orden se niegan a confirmar o negar los rumores sobre una nueva familia del crimen organizado en la ciudad. Lo que se rumorea en la calle es que esta banda, conocida por la «V» negra que garabatean en las ubicaciones de sus crímenes, tiene intención de tomar el control de todas las operaciones ilegales de San Francisco.

Hasta ahora, los V han concentrado sus esfuerzos en Chinatown, pero nuestras fuentes dicen que planean expandirse al área más grande de la Bahía.

Smith Jenson, el telépata que actúa como director de relaciones públicas para la administración municipal, ha indicado públicamente que la amenaza de los V es insignificante. Lamentamos discrepar. Mientras los psi como el señor Jenson y sus colegas permanecen seguros en sus torres de apartamentos, los humanos y cambiantes sobre el terreno comienzan a sentir los efectos de esta nueva amenaza.

No ha habido muertes todavía, pero es sólo cuestión de tiempo.

Este periodista cree que la administración municipal debe dar un paso hacia adelante. Si no lo hacen, San Francisco podría escaparse de sus manos.

Capítulo 1

Su manga estaba destrozada, pensó Ria, mirando fijamente sin entender a sus pies. ¿Dónde estaban sus zapatos? Perdidos en algún lugar del callejón donde ese bastardo había tratado de violarla como «desembolso inicial» por el dinero de protección que su familia se negaba a pagar.

Algo revoloteó sobre sus hombros y fue remetido alrededor de ella, tibio y grueso.

Una manta. La agarró con fuerza, luego respingó cuando las palmas manchadas de sangre hicieron contacto con la lana. Se abrieron en un acto reflejo. Suelta, la manta comenzó a deslizarse al suelo de la gran furgoneta de los paramédicos.

—Te tengo —siguiendo la voz profunda, ella parpadeó ante una cara que no conocía. El cambiante que había lanzado a su agresor contra la pared era un tipo rubio y de ojos azules, recordándole al pequeño cocker de su hermano menor, Ken.

Este hombre… estaba tallado del material más duro, la mandíbula ensombrecida, los ojos del rico tono de un whisky añejo, su cabello espeso y oscuro, cientos de matices de castaño y dorado entremezclados.

—Vamos, cariño, háblame.

Ella tragó, trató de encontrar las palabras pero perdieron el rumbo en el caos de su cerebro, dejándola muda. Su mente se llenó con el terror del momento que había pasado en el callejón a sólo unos minutos de la casa familiar, en una de las calles que rodeaban el bullicioso Chinatown. Todo había cambiado en escasos segundos. Un momento estaba sonriendo y al siguiente la excitación por terminar sus clases nocturnas había cedido al dolor y al shock cuando él golpeó y la manoseó…

Una suave explosión de mandarín, tan inesperada, tan bienvenida que se abrió camino entre la neblina de dolor y temor. Alzó la mirada otra vez, asombrada. Este hombre, este extraño, hablaba con ella en el idioma de su abuela, preguntándole si estaba bien. Asintió y encontró las palabras para decir:

—Hablo inglés.

Rara vez tenía que decir eso. A diferencia de su madre medio-caucásica, Ria había heredado poco de su abuela a excepción de los huesos. El pelo era liso, pero de un oscuro castaño en vez de negro azabache. Los ojos eran ligeramente almendrados, pero sólo si alguien miraba de verdad. Había obtenido la mayor parte de sus rasgos de su padre, americano al cien por cien, cabello castaño y ojos marrones.

—¿Cómo te llamas, preciosa? —una mano le acunó la mejilla.

Ella se estremeció, pero esta mano, aunque grande, era amable. Y paciente. Se relajó con el calor después de unos minutos, tranquilizada por los callos que hablaban de un hombre acostumbrado a trabajar con las manos.

—Ria. ¿Quién es usted?

—Emmett —dijo, su voz no contenía nada de risa—. Y estoy aquí para encargarme de ti.

Ria frunció las cejas, mientras la verdadera Ria luchaba por salir de la niebla de la conmoción.

—¿Quién es usted para encargarse de mí?

—Soy grande, soy fuerte y estoy condenadamente cabreado porque alguien se haya atrevido a tocar a una mujer en mi vigilancia.

Ella parpadeó.

—¿Su vigilancia?

—Dorian es parte de mi equipo —dijo, señalando con la cabeza al hombre rubio que había convertido a su agresor en un saco de huesos rotos—. Ojalá no hubiera hecho un trabajo tan bueno, me habría gustado golpear al pedazo de mierda yo mismo.

Ria no estaba acostumbrada a la violencia, pero supo sin ninguna duda que este hombre era un cambiante, que podría convertirse en leopardo con un solo pensamiento y que el leopardo no tenía problemas con la clase más brutal de justicia.

Cuando le miró a los ojos, vio rabia… y los parpadeos de algo que no era exactamente humano.

—Él ya no puede hacerme daño —de algún modo, se encontró tratando de consolarlo.

—Pero lo hizo —una declaración implacable—. Y voy a husmear el nido de donde salió esta pequeña víbora sin importar nada.

Ella miró al cuerpo inconsciente del agresor. Apenas estaba vivo. Pero no hablaría durante un tiempo.

—¿No trabajaba solo?

—Las indicaciones son que está con una nueva banda —Emmett le metió la manta suavemente alrededor de los pies cuando se aflojó—. Los DarkRiver han trabajado mucho para limpiar la ciudad de esta clase de escoria, pero a veces, resurgen.

Ria conocía a los DarkRiver. ¿Quién no? El clan de leopardos, con base en el bosque de Yosemite, había reclamado San Francisco como parte de su territorio cuando Ria era niña, ningún otro cambiante depredador podía entrar en la ciudad sin su permiso.

Pero en los años pasados, habían ido más lejos y comenzado a aniquilar a depredadores humanos también.

—Puedo decirle poco sobre él —dijo, su voz ganaba fuerza como una ola de ira.

Vino a la tienda de mi madre, dejó un número de cuenta donde se suponía que tenía que enviar el dinero para «protección». Pensamos que era otro maleante.

—Mañana me darás el número. En este momento, necesitas que te vean.

Deslizando un brazo musculoso bajo sus piernas, curvó el otro alrededor de su espalda, justo por debajo de los hombros, y la levantó antes de que ella supiera lo que estaba sucediendo.

Dio un grito asustado.

—No te dejaré caer —un murmullo calmante mientras la metía en la furgoneta.

Sólo te aparto del viento.

Ella debería haber protestado, pero estaba cansada y dolorida, y él era tan cálido.

Descansó la cabeza contra su corazón y cuando se sentó con ella en brazos, respiró hondo. Su cuerpo suspiró. Olía bien. Todo calor, masculino y real, su aftershave era algo limpio y fresco. Aunque claramente necesitaba afeitarse más de una vez al día.

La mandíbula raspaba contra su pelo cuando la acomodó más firmemente sobre el regazo. No es que le importara, pensó, cerrando los ojos.

Emmett pasó la mano sobre el cabello que le caía sobre los brazos. Era una cosita diminuta y ahora mismo, estaba al límite de sus fuerzas. Enfurecido ante el pensamiento de que alguien se hubiera atrevido a hacerle daño, la sostuvo con gentileza hasta que la sintió comenzar a relajarse. Cuando suspiró y se acurrucó más cerca, el leopardo en él dio un gruñido complacido, justo cuando Dorian miró dentro de la furgoneta.

El soldado rubio cabeceó hacia Ria.

—¿Está bien?

—¿Dónde coño están los paramédicos? —gruñó Emmett.

—Con el pedazo de mierda —Dorian se encogió de hombros—. Debería haberle matado.

La parte fiera de Emmett quería decirle al hombre que saliera y acabara el trabajo, pero se forzó a pensar más allá de la necesidad del leopardo de destrozar y desgarrar.

—Necesitamos cualquier información que pueda darnos sobre los Crew así que esperemos que pueda hablar más tarde.

—Ahora es cuando un psi sería útil —murmuró Dorian, refiriéndose a la raza psíquica que era la tercera parte del triunvirato que formaba su mundo—. Uno de los telépatas podría arrancar la información de la cabeza del bastardo.

—Vosotros tíos sois horripilantes —dijo una voz femenina soñolienta.

Emmett bajó la mirada para encontrar los ojos de Ria cerrados.

—Sí, lo somos —pero tuvo la sensación de que ya estaba dormida, sus pestañas eran como oscuras medialunas contra una piel tan cremosa que quería saborearla.

Volviendo su atención a Dorian por pura fuerza de voluntad, dijo—: ¿Encontraste algún contacto de emergencia en su cartera? —había dejado que el joven soldado se hiciera cargo mientras él cuidaba de Ria.

—Sí, sus padres están de camino —la sonrisa de Dorian fue afilada—. Su padre sonaba como si tuviera ganas de pelea, así que quizá no deberías mirarla así.

—Ocúpate de tus jodidos asuntos —estrechó su agarre.

Levantando las manos, Dorian retrocedió, riéndose.

—Oye, es tu funeral.

—Ve y trae un paramédico aquí.

—Creo que ha llegado Tammy, puede coser a tu chica.

La sanadora de los DarkRiver entró en la furgoneta en cuanto Dorian acabó de hablar.

—Déjame echarle un vistazo —dijo con voz suave, poniendo su equipo en el suelo.

Ria abrió los ojos de golpe ante el primer toque de la mujer. Emmett le pasó la mano por la espalda para tranquilizarla.

—Ria, esta es Tamsyn, nuestra sanadora. Puedes confiar en ella —para deleite de su leopardo, sintió que su cuerpo se relajaba casi inmediatamente.

—Llámame Tammy —sonrió Tamsyn—. Todos lo hacen.

—Te conozco —dijo Ria un instante más tarde—. Compraste un pedazo de jade en la tienda de mi madre.

—¿Alex es tu madre? —Tammy sonrió ante el asentimiento de Ria—. Le dije que necesitaba algo con que amenazar a mi compañero cuando se comporta como si tuviera una piedra bloque por cabeza y dijo, ¿por qué no una roca para una piedra?

—Eso suena más parecido a mi abuela.

Tammy sonrió.

—Todas las mujeres suenan como sus madres después de cierta edad —un guiño.

Ria se encontró sonriendo a pesar de sí misma.

—Entonces estoy condenada —le tendió las manos para que Tammy las limpiara—. Ya no me duelen.

—Humm, deja que las vea. ¿Te caíste sobre las manos? —Tammy limpiaba la tierra y la basura de las heridas mientras hablaba.

Ria asintió y respingó ante la escocedura del antiséptico.

—Sí.

La sanadora miró las palmas ahora limpias.

—Ningún corte necesita puntos —murmuró la hermosa morena.— Déjame mirarte la cara, cariño —las manos fueron increíblemente competentes y cuidadosas, pero toda ella parecía una modelo, con su altura y huesos elegantes.

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