Read 13,99 euros Online

Authors: Frédéric Beigbeder

13,99 euros (20 page)

Esta vez, tenéis la impresión de que estáis en una película de David Lynch: detrás de una apariencia refinada y risueña se esconde una dimensión oscura, una violencia secreta, una locura destructora que os obliga a sonreír todavía más.

4

Y ahora poneos en la piel del comisario Sánchez Ferlosio, cincuenta y tres años, en su estrecho despacho de Cannes. La jornada termina, veis cómo se acerca plácidamente el fin de semana y las cigarras que cantan y una copita de vino blanco en la barra del Bar de la Estación cuando, de pronto, zafarrancho de combate: recibís por email una orden internacional de busca y captura con un documento adjunto en RealVideo. Clicáis un par de veces sobre el icono y ya estáis viendo a tres franceses en blanco y negro saliendo de una mansión vociferando: «¿Crees que el vídeo estará grabando?» «No, sólo es un interfono.» «De todos modos, aunque hubiera alguna huella, aquí nadie nos conoce», antes de acercarse al objetivo con un enorme pedrusco en la mano.

Con dificultad, conseguís descifrar un mensaje en inglés titulado «First Degree Murder Prosecution» (poca broma), no sabéis demasiado inglés pero, grosso modo, parece tratarse de una investigación de la policía de Florida requiriendo al Ayuntamiento de Miami información a propósito de los permisos de rodaje al aire libre durante el mes de febrero. Los nombres de los tres sospechosos franceses desfilan entonces ante vuestra mirada y, al leer su profesión, en- seguida comprendéis por qué han venido a importunaros, a vosotros, en pleno Festival de la Publicidad en Cannes. Echáis de menos los tiempos en que vuestro trabajo era lento y difícil; y descolgáis el teléfono para conseguir la relación de inscritos en los palacios de La Croisette.

Tamara y tú os despertáis cuando anochece: las cortinas del Carlton son muy gruesas y basta colocar el «Do not disturb» en la manecilla de la puerta para que el servicio de habitaciones os deje en paz. Habéis estado bebiendo toda la noche pero todavía no has vuelto a la coca: has preferido probar los hongos traídos de una smartshop de Amsterdam. Gracias a ellos, hacia las cuatro de la madrugada se te ha ocurrido una idea para el concurso Humex Fournier (unas pastillas contra el resfriado):

«
Una rubia de peinado enlacado está sentada en la parte de atrás de un enorme Mercedes en compañía de un millonario árabe. El chofer está muy resfriado. De repente, se dispone a estornudar: «att… att…» justo en el momento en que el coche se precipita por el túnel del Alma. Pantalla en negro. Se oye un chirrido de neumáticos y el terrible ruido de un choque muy violento. El logo "Humex Fournier" aparece acompañado del siguiente lema: "Humex Fournier. Acaba con tu resfriado antes de que tu resfriado acabe contigo."
»

No está mal, piensas mientras relees el trozo de mantel sobre el que has garabateado este concepto, que será facturado por un millón de euros. Pero se puede mejorar.

«
John-John Kennedy pilota una avioneta sobre Long Island. Está muy acatarrado, tose y estornuda sin parar. Su esposa, Caroline, se muestra un poco inquieta, que casi rima con su apellido de soltera, Bessette. Le ofrece una pastilla de Humex Fournier pero John la rechaza porque llegan con mucho retraso a la boda de su prima. De pronto, estornuda de nuevo violentamente, lo que hace desviar la trayectoria del aeroplano. El logo "Humex Fournier" aparece en pantalla acompañado del siguiente lema: "Humex Fournier. Para no darse de narices."
»

Anoche hicisteis el amor por primera vez y resultó ser una maravilla lógica y con sabor a frutas. Octave, te tienes bien merecida tu fama de especialista en niveles de penetración. En la MTV, el grupo REM cantaba «Es el fin del mundo y me siento bien». Tamara se acercó a ti; tú buscabas una servilleta para limpiarte los dedos pringosos después de haber devorado un buñuelo de albaricoque; fue ella la que empezó a lamerte la mano; y luego lo demás. Tú te dejaste liar, o ambos os liasteis, qué más da. Ella tenía los labios dulces (el buñuelo de albaricoque): Te acarició con sus lentos cabellos. Tamara tenía la piel tan lustrosa que uno podía verse reflejado en ella. Volviste a experimentar una erección justo después de haberte corrido. Es algo que no te ocurría desde hacía mucho tiempo. Cuando uno vive con alguien, deja de tener segundas erecciones. Uno no repite dos veces del mismo plato. Y, sin embargo, resulta tan agradable: acabáis de correros, os miráis, bebéis un poco de agua, fumáis un pitillo, bromeáis y, de repente, paf, basta una mirada, el deseo vuelve a la carga, volvéis a tener el coño empapado y la polla dolorida de tan dura. Lema: un golpe de tranca, Tamara, y la cosa de nuevo arranca.

Mientras duerme, unas gotitas de sudor se adhieren a sus hombros y a su frente como si fuera rocío. Tiene, como dice Paul-Jean Toulet en
Mon amie Nanie
(Mi amiga Nanie), «la gracia durmiente de los criollos, tan cansados de no haber hecho nunca nada». No te puedes creer que hayas tardado tanto en despojarla de su top blanco. Si hubieras sabido que resultaría tan dulce… Se ha teñido el pelo pero no lo tiene blondo, no, lo tiene oblongo. Anoche Tamara comía tarama en la piscina del Majestic cuando de pronto te dijo:

—¿Te apetece un revolcón?

—¡Eh! ¡Tus pezones me están apuntando!

—Sí, en general primero apunto y luego disparo.

Cuando se daba la vuelta, a los tíos les daba vueltas la cabeza. Tenía un perfil contorneado (no tiene el pelo blondo, sino oblongo; su perfil no es torneado sino contorneado; sus ojos no son dorados sino adoradados: todo se alarga cuando la miras, incluso las palabras para calificarla). Su pelo oblongo lleva retraso respecto a ella, tenía dificultades para seguirla, flotaba sobre su espalda y exhalaba hacia el humo un perfume que te resultaba familiar: Obsession… El perfume de Sophie, al principio, cuando ponía a prueba su poder sobre ti entreabriendo la boca como en un anuncio de prensa de Carolina Herrera. Esto te recuerda que habéis follado sin condón.

—Ten cuidado, Tamara, soy extremadamente fecundo.

—Me importa un bledo: hace diez años que tomo la pildora. ¿No estarás enfermo, por lo menos?

Los dos fingís estar durmiendo ante el televisor por cable. Os despierta Charlie, que berrea por teléfono:

—¡Tenemos el sida! ¡Tenemos el sida!

—¿Qué?

—Ya está en el bote: el Ministerio de Sanidad acaba de confiarnos la campaña para la prevención contra el sida, ¿no es fantástico? ¡Diez millones de euros sin competencia!

Tamara se da la vuelta hacia ti:

—¿Qué le ocurre?

—Oh, nada… Era Charlie… Tenemos el sida.

El día anterior, por la mañana, engullísteis los hongos alucinógenos traídos de Amsterdam, unos psilocybes (4 cabezas y 3 tallos cada uno), y vuestras conversaciones tomaron un nuevo rumbo:

—Tienes dos cabezas.

—El armario está a punto de estallar.

—Estoy más colgada que una estrella.

—Quiero ver una película, pero por qué, ¿es normal?

—Tardo tanto en comprender lo que me preguntas que ya es demasiado tarde para contestarte.

—En mi cabeza, no dejo de trabajar.

—Me he peleado con el minibar.

—Las bavas de la blanca paloma no alcanzan al viejo sapo.

—Vuelvo a ser yo mismo.

—No me apetece nada ver porno. Aunque, bueno, de todos modos veámoslo.

—A vosotras, las chicas, hay que daros motivos para que no nos dejéis.

—Odio las frases que empiezan por «odio».

—Tú me relajas.

—Siempre me estás engañando.

—Sí, pero podría hacer algo peor: casarme contigo. ¿Sabéis cuál es la diferencia entre los ricos y los pobres?

Los pobres venden droga para comprarse unas Nike mientras que los ricos venden Nikes para comprar droga.

A lo largo del oscuro golfo, el mar bailaba. Carecía de reflejos cambiantes, el mar. No fue hasta la mañana siguiente cuando Tamara te anunció que se marchaba para siempre.

—¿Con quién?

—¡Alfred Duler, tu cliente de Madone! Está loco por mí. Me deja veinte mensajes diarios en el buzón de voz. Nos acostamos la semana pasada, me llevó al Trianon Palace, no se lo podía creer, estaba cagado de miedo, una monada. ¿Sabes?, es bastante amable y me hizo un montón de grandes declaraciones; creo que de verdad quiere dejar a su mujer, su vida le aburre.

—Oh, ésa no es ninguna noticia bomba: él también aburre a millones de personas. Pero ¿qué vas a hacer con tu hija, la dejarás en Marruecos?

—Pues no, Alfred está de acuerdo en repatriarla a Francia, quiere que vivamos juntos, va a pedir el divorcio, quiere que nos casemos, el lote completo, vaya… Sabes, es increíble hasta qué punto puedes poner patas arriba la vida de un quincuagenario cuando tienes la cintura estrecha y una lengua ágil…

—Y veinte años menos que su mujer.

—Oye, no pongas esa cara, sabes perfectamente que una ocasión así no se presenta todos los días. ¡Es la oportunidad de mi vida! Voy a poder casarme, convertirme en una señora. Por primera vez tendré una casa que será mía. Podré decorarla, y me llamaré señora Duler, y mi hija señorita Duler, y tendremos un coche y vacaciones en la Provenza. Me sentiré segura, ¡por fin voy a poder engordar! Pero no te olvidaré, vendrás a la boda, ¿verdad? Incluso quería que fueras mi testigo, pero Alfred dice que no, está muy celoso de mi pasado.

—¿Se lo has contado todo? Ten cuidado, al fin y al cabo sigue siendo mi principal anunciante.

—Bueno… No, no todos los detalles, de hecho él tampoco insiste en saberlo todo, pero, en fin, claro que sospecha que nos hemos dado un revolcón.

—Lo cual hasta ayer noche era falso.

—Sí, ésa fue la razón por la que te violé, me ponía nerviosa que no lo hubiéramos hecho. Por cierto, estabas en forma, estuvo bien, ¿te gustó? No quería dejarte sin que pudieras probar la mercancía. Todo lo que me está ocurriendo es gracias a ti… —Al decir esto, señala con el dedo la portada de
Elle
, una fotografía de Jean-Marie Périer, en la que se la ve sonriendo bajo los titulares: «Tamara: la tostada de Delgadín».

—¿Pero no quieres venir a la ceremonia de los Leones?

—Mira, Alfred prefiere que no, es muy posesivo, prefiero no contrariarlo. Además, tiene razón: dice que si quiero hacer carrera en el cine,
tengo
que dejar de prostituirme con la publicidad.

—¿Así que todo se acaba así? ¡Y yo que empezaba a quererte!

—Déjalo: la última vez que me lo dijiste era demasiado pronto, y ahora es demasiado tarde.

Y ya está, te besa por última vez y tú dejas escapar su grácil muñeca. Dejas que se vaya porque tú dejas que todo el mundo se vaya. La dejas escapar hacia la carrera de superstar que todos conocéis. Te sientes cada vez más tuberculoso. Un segundo después de que haya cerrado la puerta, empieza la nostalgia de todos los segundos precedentes.

El cielo se funde con el mar: a eso se le llama horizonte. «En los albores del tercer milenio…» Hace tanto tiempo que nos hablan de eso que resulta extraño verlo por fin, «los albores del tercer milenio»… Tampoco había para tanto… Unos petroleros cruzan la bahía, dejando una estela de mar irisada (o sea, contaminada). Miras la ecografía de Sophie, que cada vez va siendo más borrosa, pero no pestañeas, abres los ojos de par en par hasta que tus mejillas están empapadas.

Conocéis a seres que llegan para transformar vuestra existencia pero que no lo saben y que luego os traicionan suavemente, veis cómo pactan con el enemigo y, más tarde, véis cómo se alejan igual que un ejército después del saqueo, entre un decorado de escombros y sol poniente.

5

Sois el producto de una época. No. Echarle la culpa a la época es demasiado fácil. Sois productos. Y punto. Ya que a la globalización no le interesaban las personas, teníais que convertiros en productos para que la sociedad se interesase por vosotros. El capitalismo convierte a las personas en yogures con fecha de caducidad, drogadas a base de espectáculo, es decir, amaestradas para machacar a su prójimo. Para despediros, será suficiente desplazar vuestro nombre por la pantalla hasta el icono de la papelera y luego seleccionar «vaciar papelera» en la barra de menú «especial»; entonces el ordenador preguntará: «¿Está seguro de que desea borrar este documento? Cancelar. Ok.» Para quitaros de en medio, bastará clicar OK. Hace unos años, un anuncio decía «Un pequeño clic vale más que un gran crac», pero actualmente este pequeño clic puede producir un gran crac.

Puestos a ser productos, os gustaría llevar un nombre impronunciable, complicado, difícil de memorizar, un nombre de droga dura, color caca, ser un ácido muy potente, capaz de disolver un diente en una hora, un líquido excesivamente azucarado, de gusto extraño, y, pese a todos estos evidentes defectos, seguir siendo la marca más conocida de la Tierra. Os gustaría ser un botellín de Coca-Cola envenenada.

Mientras tanto, si fuerais Charlie Nagoud en la habitación de su hotel, estaríais haciendo surf por diferentes portales de sexo, y estaríais satisfechos de descargar un vídeo «entretenido» (como siempre decís), en el que una joven asiática se la chupa a un caballo antes de vomitar un litro de su semen, y eso os recordaría que ya va siendo hora de arreglaros para estar presentables en la ceremonia de entrega de los Leones mundiales. Sólo que: Odile, que ya no sería becaria sino AD sénior recién ascendida, ocuparía el cuarto de baño desde hace aproximadamente tres cuartos de hora.

Y si fuerais Octave Parango, estaríais delante de la gran sala del Palacio de Festivales, ya sabéis, el enorme bunker de inspiración neonazi que hay al final de La Croisette, allí donde las estrellas ascienden las escalinatas de Cannes entre el tiroteo de los fotógrafos. Estaríais esperando en medio de una multitud de fauna publicitaria de todos los países del mundo, enfundados en sus esmoqúines de alquiler, preparándose para asistir a la entrega de premios y encantados de haberse conocido. Escucharíais la algarabía, oleríais los embriagadores perfumes y las espantosas sudoraciones. Contemplaríais la playa, su arena fina, sus blancos yates. Por más que os volvieseis, no contemplaríais dos mil años a vuestras espaldas, sino a un estúpido holandés. Volveríais a mirar la arena que tiene cincuenta mil años y se ríe de vosotros. ¿Qué son dos milenios comparados con la arena? Que hayáis nacido unos años antes de un cambio de calendario no significa que tengáis que presumir de ello.

Sabéis que siempre saldréis adelante. Basta tener una idea. Siempre se os ocurrirá alguna estupidez para seguir estando en la onda: vender a la gente películas porno en las que harán el amor con sus padres reconstituidos en imágenes virtuales, lanzar en paracaídas cargamentos de yogures bajos en calorías Delgadín sobre un país hambriento, lanzar al mercado una droga en supositorio, o un supositorio en forma de vibrador, proponer a la empresa Coca-Cola que tiña su bebida de color rojo para ahorrarse gastos de etiquetaje, aconsejarle al presidente de los Estados Unidos que bombardee Irak cada vez que tenga problemas de política interior, proponer a Calvin Klein que lance al mercado alimentos transgénicos, a Madone que diseñe ropa bio, a Bill Gates que compre todos los países pobres, a Nutella que fabrique un jabón al praliné, a Lacoste que comercialice carne de cocodrilo envasada al vacío, a Pepsi-Cola que cree su propio canal de televisión azul, al grupo Total-Fina-Elf que abra bares de alterne en todas sus gasolineras, a Gilette que lance una maquinilla de afeitar con 8 cuchillas… Siempre saldréis adelante, ¿verdad?

Other books

Unknown by Unknown
The Zombie Game by Glenn Shepard
Home Before Midnight by Virginia Kantra
The Last Twilight by Marjorie M. Liu
Best Gay Romance 2013 by Richard Labonte
Doomstalker by Glen Cook
Of All the Stupid Things by Alexandra Diaz
The Prophet's Camel Bell by Margaret Laurence
Mash by Richard Hooker