Read Alice Online

Authors: Milena Agus

Tags: #Romántico

Alice (10 page)

—¿Eran muy ricos?

—Ha pasado tanto tiempo desde que fuimos muy ricos que ni siquiera me acuerdo bien de cómo es. Cuando terminamos de venderlo todo, nos vinimos aquí, a esta casa. Llevamos juntos cincuenta años. A veces hasta hemos sido felices. Ahora pienso que he amado a un alienígena. Cuando mis familiares se encontraron delante de aquel muchacho americano también preguntaron, como hace todo el mundo, si era uno de los Johnson de la empresa Johnson & Johnson. No lo era. Se llevaron un disgusto y dijeron que para eso más valía que me hubiese buscado un sardo. Pero yo estaba enamorada y sabían que tenía carácter fuerte y que no había nada que hacer. Casi nunca íbamos juntos a Estados Unidos, él se iba a ver a su familia, a un lugar que está en el quinto pino y donde no había nada del auténtico Estados Unidos, y allí tenían cuatro granjas que olían a mierda de vaca. En las estaciones intermedias vivíamos en París y París era realmente París. Pero no desde el principio. Primero se trasladó él. Tenías que haber visto la casa que eligió, una especie de cochera para caballerías y carruajes en un edificio del siglo
XVIII
, transformada después en portería. A Levi no le gusta poseer, se encariña únicamente con las cosas que los demás desechan. Sus coches han estado siempre para el desguace, os habréis dado cuenta, los muebles que él elige han sido siempre desvencijados. En fin, cuando llegué, al lado de nuestro tugurio oscuro y húmedo vi el vestíbulo del edificio, con espejos y escalinata de pizarra y pasamanos de hierro con sus hojas de vid y sus sarmientos decorativos, que empezaba ancha por abajo e iba estrechándose a medida que subía. Un solo apartamento por planta. Aquella era la casa donde tendríamos que haber vivido nosotros. Por teléfono me había hablado de la caballeriza como si fuera un paraíso. Primer
arrondissement
. Les Tuileries Louvre. Sí, pero seguía siendo una caballeriza remodelada. Y ni te cuento la de discusiones, la de esfuerzos que tuve que hacer para convencerlo de que dejáramos la caballeriza y subiéramos al tercer piso, a las estrellas. Pero él la echaba de menos y cada vez que salíamos por el portón y veíamos la vieja caballeriza—portería, nunca dejaba de decir que, en el fondo, allí vivíamos mejor.

»La cuestión es que mi marido y mi hijo son dichosos por naturaleza y con muy poco ya son felices. También tu amiga, la señora de abajo, debe de ser como ellos, una alienígena. Aunque te digo una cosa, si por casualidad, aunque no creo, fuese su amante, me pregunto cómo han podido enredarse de este modo en las turbulencias de la vida. La verdad, no los envidio. Pero no quiero seguir molestando, ni hablar mal de tu Anna; además, no sé si es realmente la amante de mi marido.

Se levantó del sofá, la acompañé a la puerta, me abrazó, se echó a llorar otra vez y se limpió los mocos con la punta de la bata.

Johnson júnior me contó que el día en que ella regresó, entró en la casa con sus llaves, se puso a recorrer todas las habitaciones, pasando delante del marido, del hijo y del ama de llaves como si fueran muebles. Sin dignarse siquiera a saludarlos. Y a Giovannino, que no lo conocía, lo observó fijamente con su mirada negra y firme. Después, con las manos juntas, volvió los ojos al cielo, como rezando, y con aire de desprecio se fue a su dormitorio y cerró la puerta con llave.

Le pregunté por qué su madre dijo que él hacía cosas contrarias a la naturaleza.

Me contestó que la vida nos llena el corazón y no siempre podemos echarla. No lo entendí, de todos modos tengo miedo de que en esta historia alguien acabe suicidándose, por ejemplo la señora de arriba. Tengo miedo de que vuelva a aprovisionarse de pastillas. Desde que mi padre lo hizo, siempre tengo miedo de que las personas tristes se quiten la vida. Incluso ahora, si una persona triste me pide que la llame por teléfono, y yo la llamo y no la encuentro, enseguida pienso en sus pies y los veo metidos en un par de zapatos lustrados que cuelgan del techo, y después, esos mismos zapatos los veo vacíos. Para mí la muerte es un par de zapatos vacíos.

Una noche ya no aguantaba más y llamé a la puerta de Anna.

—Tengo mucho miedo a la muerte —le dije.


Mischinedda!
—me contestó y desplegó una sábana sobre el sofá, en Buckingham Palace.

Natascia tuvo un mal sueño con eso de los celos, y para que a su madre no le diera también una pesadilla, se trasladó a Buckingham Palace, donde ocupó otro sofá. Con la luz apagada me contó el mal sueño.

—Estábamos en la playa con mi novio y un grupo de gente que no habíamos visto nunca, pero que en el sueño conocía bien. Mi novio se quedaba rezagado con una chica y yo me decía: «No puedo controlarlo de este modo. No puedo ir donde están ellos. ¿Qué puede ocurrir si caminan un trecho juntos?». Pero resulta que esos dos no llegaban nunca. Desesperada, ya me disponía a ir a buscarlos cuando la chica apareció sola y me dijo: «Nos hemos enamorado». Y yo le preguntaba: «¿Dónde está él?». Y ella me contestaba: «Se ha quedado allá atrás. No ha tenido el valor de decírtelo. Y yo ahora tengo prisa y no te lo puedo explicar. Te doy mi número. Llámame un día de éstos».

Natascia lloraba a moco tendido.

—Si llega a ocurrir, me mato.

Me fui a sentar en su sofá.

—No digas esas cosas, no tienes ni idea de lo que es un suicidio para los que se quedan.

—Me gustaría conseguir un poco de cianuro, por seguridad. Me obsesiona el hecho de que, llegado el momento, podría no tenerlo y verme obligada a soportar que mi novio se enamore de otra.

—De acuerdo. Pero mañana se lo comentamos a Johnson júnior y ya verás cómo te convence.

—Johnson júnior nunca ha tenido problemas y no puede entenderlo.

Capítulo 14

Las señoras de abajo y de arriba han vuelto cada una a su sitio.

Annina ha tenido que buscarse corriendo otro trabajo de asistenta y volver a ponerse la pastillita para el corazón debajo de la lengua. Por la mañana sale tempranísimo y por la noche regresa con las bolsas de la compra.

Johnson sénior tiene un aire atormentado y, si es posible, está todavía más
fuliau de sa maretta
[9]
. En vista de que las cortinas de Buckingham Palace están siempre echadas, para ver a Anna se pone en la escalera de servicio a la hora en que ella regresa del trabajo y quiere quitarle de las manos las bolsas pesadas con la compra, pero ella las sujeta con firmeza porque no quiere su ayuda. Dice que no es una
destrozahogares
, así que se retira en buen orden.

Mr. Johnson se pone también en la parada donde sabe que Anna espera el autobús, finge que pasa por casualidad, en su chatarra de coche, y le pregunta si puede llevarla al trabajo.

—No se moleste —contesta Anna, que le habla otra vez de usted, y le vuelve la cara.

Después se queda sentada en el murete, con las piernas colgando, esperando el autobús, y, cansada y melancólica, lo ve desaparecer en su chatarra de coche, y entonces se echa a llorar.

O si no él pasa y vuelve a pasar por las tiendas de alimentación donde sabe que ella hace la compra y, si la ve, entra y le ruega que lo deje explicarse.

—No hay nada que explicar —contesta Anna—, está todo en orden.

Anna y Natascia descorren las cortinas sólo por la mañana temprano y las veo mientras desayunan. Se nota que están calladas, la madre echa trocitos de pan en la leche, acercando mucho la cara a la taza. Se coloca la servilleta alrededor del cuello antes de ponerse a comer, y después, en cuanto empieza, se la quita, como hace Johnson sénior, la única costumbre que le ha quedado del piso de arriba. Entonces, cuando se da cuenta, se echa a llorar.

—Yo hablaría con Levi —me confesó—, pero Natascia no quiere. Me ha amenazado: «Si sigues haciéndole caso a ese hombre, nunca más volverás a verme».

—¿Por qué tú lo querrías incluso con su mujer en casa? ¿No dices siempre que no quieres ser una
destrozahogares
?

—Lo querría incluso por una o dos horas, incluso un par de minutos. Pero ¿adónde podemos ir? Podría venir al piso de abajo, pero Natascia me controla y es capaz de pedir permiso en el trabajo para presentarse de repente.

—Creía que ante todo te interesaba el piso de arriba.

—Con él sería feliz incluso en el tugurio donde vivía con mi madre, aquí en la Marina.

—Annina, entonces eres tú quien manda. Debes decirle a Natascia que no son asuntos suyos. ¿De qué te acusa? ¿Qué quiere de ti?

—Querría una madre normal.

—¿Y cómo es una madre normal?

—Una que a mi edad ya no piense en el amor ni en ser feliz. Me acusa de tener la cabeza llena de cuentos de hadas, de haber intentado llenársela también a ella, pero no se ha dejado engañar.

—Mis padres me contaban muchísimos cuentos de hadas y rimas infantiles. Los cuentos de hadas me gustaban porque terminaban bien, las rimas porque el mundo era al revés, pero todos estaban contentos. ¿Qué sería la niñez sin cuentos ni rimas?

—Cierto. Mi madre nunca me contaba nada, pero las mujeres de la Marina, ellas sí que me contaban cuentos. Las pocas señoras ricas que había hasta me compraban libros. Hermosísimos. Los guardo en el arcón.

—Creía que allí guardabas la cubertería de plata.

—¡La plata!
Gioja!
¿Me tomas el pelo?

—¿Me dejas verlos? —hice ademán de ir a abrir el arcón.

—No. No. El arcón no se abre.

—¿Y Natascia los leyó?

—Claro, pero a ella no le gustaban, decía que eran cosas que no podían ocurrir y me miraba con desconfianza, siempre con ese aire acusador tan suyo. La tiene tomada conmigo porque no he sabido darle una familia normal, quedándome con mi marido.

—Pero si el que te dejó fue él.

—Aunque era pequeña, a lo mejor se dio cuenta de que yo a su padre no lo quería.

—¿Lo maltratabas?

—¡No, qué dices! Era amable con él y hacía todo lo posible por entrar en aquel zapato apretado que era mi matrimonio. Hasta me corté los dedos, como las hermanastras de Cenicienta, para que el pie me cupiera en el zapatito y así poder casarme con el príncipe. Pero no hubo nada que hacer. Antes de casarme yo tuve muchos novios, y siempre llegaba un momento en que me dejaban sin darme ninguna explicación. El único que me tomó en serio fue el único que no me gustaba para nada, pero yo tenía treinta y cinco años y ya era tarde para una vida normal. Natascia siempre intuyó la verdad, aunque nadie se la haya dicho nunca.

—Johnson júnior dice que debemos comprender quiénes somos, en qué zapatos podemos meter los pies.

Desde mis ventanas que dan al patio los veo, a Annina y a Johnson júnior cuando se confiesan. Se encuentran a solas y se sientan a una de las mesas de Buckingham Palace; cuando está él Annina deja las cortinas descorridas, porque se siente a salvo de cualquier posible ataque de su hija. Saca el florero de cristal de Bohemia, uno de los manteles bordados en malla, la porcelana y pone la mesa. Los veo sentados uno frente al otro, hablando sin parar.

A veces Anna se queda mirando fijamente los objetos de
s’aposentu bonu
.

—¿No es ridícula esta habitación? —me pregunta—. ¿No parece una
bidduncula
[10]
vestida de fiesta?
De fai morri de s’arrisu!
[11]

—Es muy bonita y elegante —miento.

—¿Has visto?, ahora en el piso de arriba vuelven a tener criada de uniforme, y para su nieto, Mrs. Johnson ha contratado a una tata que lleva delantal azul y cofia blanca. Pero Giovannino no necesita a esa tata, justo él que se ha educado solo.

—Se oyeron unos gritos descomunales entre Johnson júnior y su madre y después a la tata esa no se le vio más el pelo.

Sigue la época difícil también para Natascia. Su novio ha encontrado un nuevo trabajo en el que está en contacto con muchas mujeres.

Una noche que fui a la cocina a beber un vaso de agua vi que en Buckingham Palace la luz estaba encendida. Eran las tres de la mañana. Esperé un rato, pero no la apagaban y me pareció oír un llanto, unos sollozos. Entonces pensé en el corazón de Anna y salí a llamar a la puerta. Pero era Natascia que había tenido otro mal sueño de celos, una pesadilla horrible. Su novio y una colega estaban en una habitación, él se agarraba la cabeza con las manos, como desesperado. Natascia entraba en la habitación y él la miraba con desprecio, se metía el dedo en la nariz y le lanzaba unos mocos que se le estampaban en la camiseta, entonces ella salía corriendo y en ese momento se despertó y sus sollozos desesperados asustaron a su madre.

Me dio pena, me parece que Natascia se está volviendo loca, como mi madre, y encima por algo que no existe. Le propuse que llamáramos a Johnson júnior, aunque fuesen las tres de la mañana, estaba segura de que iba a decir lo correcto. Pero Natascia no quiso saber nada y dijo que Johnson júnior es una persona que nunca ha tenido problemas, alguien con la vida resuelta, un camino en la llanura sin una sola piedra, y no lo puede entender.

Capítulo 15

La señora de arriba no está segura, porque le parece increíble la forma en que han ido realmente las cosas entre su marido y la señora de abajo. Y quizá, para disipar todas sus dudas, o tener una confirmación, busca cada vez con más frecuencia a Anna, pero Anna no le abre y, si las cortinas están descorridas, porque no se puede estar siempre con las luces encendidas, se esconde detrás de un mueble.

Entonces, Mrs. Johnson viene a mi casa y yo tengo cuidado de que no entre en la cocina, desde donde se ve a la perfección si Anna, creyéndose fuera de peligro, está o no.

Mrs. Johnson habla siempre de París. De lo maravillosa que fue la época en que vivieron allí, de la suerte que habría tenido su marido si se hubiesen quedado, pero él había querido regresar a Cerdeña, que está bien, pero sólo en las vacaciones.

En cierta ocasión en que yo estaba en casa de Anna, precisamente al lado de la gran puerta ventana de Buckingham Palace, Mrs. Johnson nos vio y Anna no pudo escapar. Naturalmente la conversación giró en torno a la fea vida de ahora y lo hermosa que era la vida en París. Anna se sentía tan inferior a la señora de arriba que habría querido no escuchar. Pero escuchaba, porque París es París y a ella también le habría gustado decirle a Mrs. Johnson que había visto las chimeneas y los tejados que absorbían el color pizarra del cielo, pero no quería herirla, porque también ella,
mischinedda
, ¿qué culpa tenía de ser tan distinta a su marido? Y así París se quedó completamente encerrada en las sílabas de las palabras misteriosas de Mrs. Johnson, que para la cena prepara a menudo
soupe à l’oignon
, una sopa de cebolla normal.

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