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Authors: Lena Valenti

Tags: #prose_contemporary

Amos y Mazmorras II (13 page)

—Así que los MVP de hoy están haciendo las paces.
Prince se quedó de pie detrás de Cleo y los estudió con interés. La camiseta de tirantes blanca y el pantalón de cuero fino le daban un aspecto típico de ángel del infierno. Sus ojos negros miraban perdonando la vida de todos. Y tiraba de los arneses de dos mujeres que iban a gatas detrás de él.
Cleo miró a uno y a otro y supo que Lion lo había vuelto a hacer: la besaba porque el otro amo amenazador se dirigía a ellos. Y estaba marcando territorio, como los perros.
—Lady Nala —la saludó con una reverencia—. Al final, no me has hecho caso y hoy has luchado por King. Encomiable —repuso dando un profundo sorbo a su copa de vino blanco—. Mistress Pain no ha debido tomárselo nada bien.
—Seguro que no —repuso sabiendo que estaban llamando la atención del resto de los comensales—. ¿Disfrutas de la velada, Prince?
—Disfruto. —Miró a sus dos conquistas—. Pero he pensado que King podría disfrutar también. ¿Te parece bien, Lady Nala?
Cleo apretó los dientes y se relamió los labios. ¿Que Lion jugara con otra delante de ella? Mejor no. Ojos que no ven, corazón que no siente.
—Ups, ¿veo celos en esa caída de ojos? —Prince sonrió.
Cleo percibía la mirada penetrante de Lion en ella. Tenía que reaccionar. ¿Cómo haría una sumisa para responder a eso?
—Si mi señor disfruta de ello, que haga lo que le plazca —contestó recatadamente sin mirar al agente Romano.
—En realidad —Lion tomó uno de los arneses de las dos sumisas. Escogió a la de pelo castaño recogido en una coleta bien alta y estirada. La hizo levantarse y sentarse sobre sus rodillas. La mujer estaba encantada y parecía sentirse en el limbo—, Lady Nala no tiene poder para decidir lo que debo hacer y lo que no. ¿Verdad?
Cleo no quería mirar. Aunque, por otro lado, le estaría bien hacerlo.
Nick bajó la mirada a su plato mientras recibía las atenciones de Thelma.
—Mírame y respóndeme, esclava. —Lion tiró de la cadena de Cleo y le obligó a echar un vistazo. Ahora mismo, estaban en el ojo del huracán. Lion debía representar el papel de amo inflexible lo mejor que supiera. No podía permitir que los Villanos, que miraban hacia abajo con pequeños prismáticos, supieran que él era en realidad el verdadero sometido de esa relación. Los puntos débiles mejor ocultarlos. Además, necesitaba comprobar hasta qué punto Cleo era consciente de lo que estaba haciendo.
—No, señor —contestó Cleo afectada.
—Bien. Mira. —Le ordenó.
Cleo parpadeó y clavó sus ojos verdes de hada en él. El kohl, del mismo color, le hacía parecer magnética, y la sombra más oscura dotaba de profundidad su mirada. Se obligó a hacer de tripas corazón y observar cómo Lion jugaba con otra mujer ante ella.
Lion acercó el rostro de la sumisa al suyo, acariciándole la mejilla. Después, rozó sus labios con el pulgar, y los ojos vidriosos del caballo se cerraron por el placer.
—Abre la boca —le pidió.
Cleo dio un respingo. Esa orden era la misma que le había dicho a ella anteriormente.
La sumisa aceptó; y, cuando lo hizo, Lion coló el pulgar en su interior. Tenía la boca muy húmeda y caliente. Entonces descendió sus labios sobre los de ella y la besó. Le metió la lengua en su interior y degustó su sabor.
Sí, era exactamente lo que él ya sabía.
El
popper
se usaba con inhalador, y el sabor extraño y mentolado persistía en el aliento y en la lengua de la sumisa. Siguió besándola mientras la mujer se frotaba contra él y luchaba por rodearle el cuello con las manos.
Cuando verificó el sabor de la droga, la apartó e hizo que se levantara de su regazo.
Prince sonrió al ver el rostro de Cleo. Esa chica sentía algo por el amo Lion. Las emociones reales no podían ocultarse así como así; y él, que intentaba no expresar sus sentimientos, era un especialista en eso.
Estaba claro que King no era indiferente a Lady Nala. Lo sabía por el modo que tuvo de mostrarla a los demás en la mansión LaLaurie como diciendo: «¿La veis? Pues ni os acerquéis». Algo había sucedido entre ellos para que no acudiesen juntos al torneo; pero, fuera lo que fuese, lo estaban solucionando durante la competición; y esos tiras y aflojas, esas provocaciones abiertas lo único que querían decir era que la llama estaba prendida.
¿Cómo la iban a domar?
Dependería de ellos.
Sharon pasó al lado de Prince como si este no valiera ni para mirarle los zapatos. Prince ni siquiera la observó.
La Reina de las Arañas, que había visto el beso de Lion con la sumisa, se acercó a la mesa de los agentes infiltrados y levantó la barbilla de Cleo.
Cleo parpadeó, todavía molesta y confusa por lo que su jefe de misión había hecho. Sus ojos verdes brillaban entumecidos.
Aquella fue la primera vez que Sharon le dirigió una sonrisa empática e, incluso, cariñosa.
—Siempre puedes sacar las garras, leona —musitó con dulzura.
Era de las pocas veces que Cleo se había quedado sin palabras, sin saber cómo reaccionar. ¿Qué hacía? ¿Le tiraba el vino por encima a Lion? ¿Le insultaba y le decía todo lo que pensaba de él delante de todos?
No. No podía hacer eso. Solo tragarse el orgullo como sumisa y como mujer, y aceptar que, si a Lion le apetecía seguir con su juego y liarse con dos mujeres a la vez solo para molestarla y para demostrar que era tan amo como el que más; entonces, lo haría. Y ella tendría que asumir su situación, por mucho que le hiriera o le pesara.
Porque había aceptado que Lion no la quería, y que ella haría lo posible por seguir en el caso: fingir y actuar como la mejor. Pero ella estaba enamorada de verdad de Lion; y el dolor subyacía bajo la piel. Y podía ocultarlo, pero nunca engañarse a sí misma.
Lion apretó los dientes pero se obligó a sonreír con frialdad.
—¿Qué quieres, Sharon?
La rubia le dirigió una mirada de desdén, como la mayoría que dedicaba al resto de los mortales. Estaba enfadada con él.
—Estoy aquí por el juego —explicó la domina—. Voy haciendo preguntas a las parejas más populares. Y resulta que tú y Lady Nala estáis en boca de todos; y, a tenor de lo que acabas de hacer, insistes en estarlo. Así que, os toca a vosotros.
—¿Qué tipo... —Cleo se aclaró la garganta—. ¿Qué tipo de pregunta es? ¿Y quién se ha inventado este juego?
—Verás, guapa —contestó Sharon mirando a la torre del homenaje—. Los Villanos quieren diversión. Les gustáis —se encogió de hombros mientras le acariciaba el pelo rojo que caía por sus hombros—. El torneo es de ellos; y si les apetece inventarse una nueva regla esta noche, lo harán.
—¿De qué va el juego? —Lion se rascó la barbilla.
Sharon sonrió y arqueó una ceja rubia.
—Solo una pregunta para cada uno. Contestadlas bien y no os pasará nada. Contestadlas mal... Y os pasará lo mismo que a Brutus y a Olivia. —Señaló el escenario en el que había un amo enorme y musculoso, con una cresta de color castaño y un antifaz negro que cubría sus pómulos altos y sus ojos amatistas muy claros. Estaba tatuando al amo y a la sumisa—. Os marcarán como pareja.
Cleo cerró los ojos y suspiró. Mierda.
 
Capítulo 6

 

 

«El amo y la sumisa se graban el uno en la piel del otro. Como un tatuaje».

 

Cleo
se sostenía el interior de la muñeca izquierda mientras el ascensor les subía a la última planta del
resort
.
Lion abrió la puerta de la suite, entró, y Cleo le siguió cerrándola con el talón, de un portazo.
—Has fallado a propósito —le escupió incrédula. Deseaba decírselo desde que entraron en la limusina. Pero por miedo a que hubiera micros allí también y, para no montar un espectáculo delante de Nick y sus dos mujeres, ambos se mordieron la lengua—. Te sabes los nombres de las islas de Fâerun. ¡Te los sabes todos! ¡Y has fallado a propósito! No tienes suficiente con decirme que no debería estar aquí sino que, además, me haces la vida imposible. —Le mostró la muñeca tatuada con una pieza de puzle y un corazón rojo—. Te juro que cuando llegue a Nueva Orleans me voy a borrar esto, aunque me tenga que frotar la piel con estropajo. ¡No lo quiero!
Lion no podía rebatirle, porque la verdad era que no supo qué mosca le picó cuando el Amo del Calabozo, Markus, le preguntó el nombre de la isla que adoptaba Water Island en el torneo. La respuesta correcta era Norland, él la sabía. Pero, entonces, miró a Cleo. Vio la pena que ella tenía por todo lo que pasaba entre ellos, por el beso que él había intercambiado con la sumisa; y pensó que era una oportunidad perfecta para marcar a Cleo con algo suyo.
Dio una contestación errónea.
Cleo le estaba aguando el cerebro. Estar cerca de ella era una tentación que sabía que le iba a afectar; pero no se imaginaba cuánto hasta que la vio aparecer en el desfile de la noche anterior como Lady Nala.
Lo mató. Verla lo mató, así de fácil.
La jugarreta de aquella mañana le había jodido los planes y ya no podría estar tranquilo en la misión. Si ella estaba a su lado, se dividiría entre el amo, el agente y el protector. Con Claudia hubiera sido todo muchísimo más fácil: sin emociones, ni vínculos, ni amor. Las pruebas solo serían sexo y punto. Fáciles de controlar.
Pero con Cleo... Nunca. Por favor, si no podía transigir con el hecho de rodearla de tanta testosterona... ¿Qué pasaría si tocase una prueba en la que debían compartirse? Lion lo tenía claro: lo enviaría todo a la mierda. Si eso llegara a pasar, encontraría el modo de eliminarla. No permitiría que nadie tocara a Cleo. No lo soportaría. Se moriría si, por su culpa, y además estando con él, Cleo tuviera que verse obligada al contacto con otros hombres.
Pero en la prueba de las preguntas de esa noche, sus genes XY posesivos y su mente cavernícola, la de hombre que en realidad se moría por los huesos de su mujer, deseaba que ambos compartieran algo único.
Claudia no significaba nada. La sumisa tampoco.
Ella sí.
Cleo había acertado su pregunta. Pero él no.
Y la pequeña hada tenía razón.
Lo hizo a conciencia. Ahora ambos tenían un tatuaje que era una pequeña pieza de puzle con un corazón; y la una encajaba en la otra con total perfección.
Eso era algo que ya nadie podría borrar. Aunque finalizara la misión, Cleo tendría algo en su cuerpo que le pertenecía solo a él y que complementaba su pieza.
Un tatuaje especial y precioso entre parejas.
—No me he acordado. Me he quedado con la mente en blanco.
—¡No es cierto! ¡Lo has hecho porque querías fastidiarme! ¡Joder, Lion! ¡Es un maldito tatuaje! No es un dibujo con rotulador. ¡¿Sabes lo mucho que me ha dolido?! ¿Sabes el miedo que me dan las agujas?
—Ya tienes un tatuaje en el interior del muslo. No es para tanto —contestó un poco arrepentido.
Cleo levantó los brazos al cielo y se llevó las manos a la cabeza. Salió a la terraza. Necesitaba tomar aire fresco.
Todavía le escocía el tatuaje. Se lo habían envuelto en plástico; y ahora tenía gotitas de sangre que empañaban el dibujo.
Al horizonte, los cruceros atracados entre las islas dotaban al mar nocturno de vida y de luz. El sonido de las olas caribeñas muriendo en la orilla y el olor a sal ascendían hasta su
suite
. Pero nada lograba calmarla.
Maldita sea. Tenía un tatuaje de pareja con Lion. Increíble. Si se cogían de la mano y entrelazaban izquierda y derecha, las piezas se superponían y cuadraban la una con la otra de un modo en el que ellos no podrían llegar a cuadrar jamás; y menos con el océano que los separaba, lleno de diferencias y reproches.
El sonido de su iPhone la apartó de sus pensamientos.
—Es tu madre —Lion salió al balcón y le acercó el teléfono.
Cleo se lo quitó de las manos ipso facto.
—Hola, mamá.
—¡Cariño! ¿Cómo está yendo tu viaje, cielo? ¿Lion se está portando bien?
—Sí. Lion es... un caballero —gruñó entre dientes.
—Recuerda pasarlo muy bien y disfruta de las playas caribeñas. ¿Te pones protección?
Cleo sonrió con ternura. Su madre... Siempre igual.
—Sí, mamá. Protección cien.
—No hay de esas.
—Ya.
—Bueno, escucha: a tu pequeña cría de saurio... Además de que es incapaz de mirar recto cuando lo riñen, le da por cambiar de colores. ¿Está indispuesto?
Cleo se echó a reír y apoyó la frente en la mano.
—Mamá, Ringo es un camaleón. Y es normal que cambie de colores.
—Pues deberías enseñarle a no hacerlo. Hoy se ha mezclado con la ensalada, y tu padre por poco se lo come.
—¡Mamá, no lo puedes soltar! —exclamó con ganas de echarse a llorar de la impotencia—. Ringo no conoce tu casa y podría perderse...
—No te preocupes, cielo. Lo tengo controlado. Y no tenemos gatos ni perros que se lo coman. Aquí está a salvo.
—Lo sé.
—¿Has hablado con tu hermana?
—Sí. Está bien. —Ya estaba tan acostumbrada a mentir y a fingir, que el embuste salió natural de sus labios—. Solo que no puede comunicarse tan abiertamente como tú crees.
—Yo no creo nada. Soy su madre —repuso muy seria—. Quiero oírle la voz. Eso es todo. Pero si no puede... —exhaló rendida—, espero que lo haga pronto, porque me va a oír.
—Me dijo que te echaba de menos.
—Lo sé. Y yo a ella. Y a ti. Solo llevas fuera tres días y ya estoy viendo fotos de cuando erais unas niñas con pañales... ¿Todo bien, Cleo?
—Sí, mamá —repuso a punto de romper en lágrimas—. Sí, todo bien. El sol me ha aplatanado...
—Nada de aplatanarse. Tienes que disfrutar de tus vacaciones, cariño. Haz que se te graben en la piel y las recuerdes siempre, ¿sí?
Cleo se miró el ridículo y a la vez tierno tatuaje y asintió sin pizca de autocontrol.
—Hum. Se me grabarán como un tatuaje, no lo dudes.
—Te llamaré en un par de días. Te quiero, hija mía.
—Te quiero, mamá.
Cleo colgó el teléfono y hundió el rostro entre sus brazos apoyados en la baranda de madera. Empezó a llorar sin ningún control. Pero no era un llanto escandaloso; al contrario. Lloraba en silencio, como las niñas que no querían que nadie descubriera su debilidad.

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