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Authors: Gemma Lienas

Anoche soñé contigo (67 page)

¡El teléfono! Vaya momento más oportuno para una llamada...

Con el pecho dividido entre la rabia, el dolor y la esperanza fue a contestar.

—Diga.

—Mari Loli, soy yo.

—Angelines...

—Mari Loli, hija, que me da mucha pena estar así contigo, que llevamos tanto sin hablar... ¿O vas a decirme que ahora tampoco es el momento, como la última vez?

No lo era. Desde luego que no. Pero no quería ofender a Angelines más de lo que ya lo había hecho. Al fin y al cabo, ninguna culpa había tenido la pobre para merecer sus desplantes y, sin embargo, aún tenía la paciencia de llamar y de interesarse por una.

—¿No piensas llamarme nunca más? ¿Sigues enfadada conmigo y no vas a contarme por qué?

—Angelines, no, hija, que no estoy enfadada contigo...

¡Pues claro que no tenía ningún cabreo con su pobre y paciente amiga de toda la vida! Porque ésa era una amiga como la copa de un pino. Que otra, en su lugar, habría optado por no volver a llamar al cardo de Mari Loli nunca más. ¡Ay, qué suerte haberla recuperado! En el pecho se le juntaron las dos nubes de esperanza y bienestar, la de Luis y la de Angelines. Entre ambas arrinconaron la rabia por Manolo.

—¡Ay!, Mari Loli, qué bien que me vuelvas a hablar en el tono de siempre.

—Pues claro, Angelines. Si lo que ocurre es que tengo montones de problemas...

—Vaya, ¿y para qué estamos las amigas?

—En eso llevas razón.

—Pues, fíjate que yo también tengo algo que contarte. Ocurrió a finales de abril, pero, como estabas tan rara, no había forma de explicártelo.

—Lo siento, Angelines, de verdad.

—¿Te lo cuento y luego tú me explicas tus problemas?

—Venga, cuenta.

—Pues, verás, resulta que conseguí hablar con Carlos Amadeo. Lo que oyes tú. Me fui una noche a un concierto suyo...

Cargado con su maleta, Manolo pasó junto a Mari Loli y, luego, al llegar a la puerta de la salita, antes de perderse en el pasillo, le dijo adiós levantando la mano.

Sin dejar de escuchar a Angelines, Mari Loli pensó que los años de vida en común le cabían a Manolo en una maleta y los podía liquidar diciendo adiós con un gesto de cuatro de sus dedos.

Pudo oír la puerta que se cerraba.

 

 

Aunque seguía el relato de Angelines, que le contaba cómo había burlado la vigilancia de José Antonio para poder asistir al concierto de Carlos Amadeo, una parte de la atención de Mari Loli estaba en un futuro por estrenar en el que Luis jugaba un papel. Manolo bajaba por la escalera pensando en las indecisiones de tanto tiempo, en la inquietud de tantos días —¿debía o no dejar a Mari Loli y a los niños para irse con Pili?— y, total, tan fácil como había resultado. Ni siquiera al entrar y enfrentarse a Mari Loli, pensaba que tendría narices; y, sin embargo, sólo con pincharla un poco, había sido ella quien lo había largado de casa. En el quinto, detrás de la puerta de su piso, Pili aguardaba a Manolo. ¿Bajaría o no?, se preguntaba con ansiedad. A ver si, al final, no habría sido capaz de decírselo a Mari Loli. O, quizás, Mari Loli se había puesto hecha una furia y él no había tenido valor para dejarla. O, tal vez, Mari Loli había sufrido un desmayo... Tantos días había estado Manolo deshojando la margarita... Bueno, ella se lo había puesto claro: o te vienes conmigo o no hay más clavos. ¡Ah!, parecía que oía sus pasos. En ese momento, también, el ascensor subía hasta el séptimo. En él, iban Estrella y su novio, sin dejar de besarse. Estrella quería presentarle a Mari Loli el hombre que le había sorbido el seso. ¡A saber qué diría la pava de su hermana por el hecho de que fuera un hombre casado! Bueno, más que casado, ahora separado, porque, por fin y después de muchos reparos, había optado por irse de casa, dejando a su mujer y a sus hijos. Hasta hoy no había querido contarle nada a su hermana. Primero, porque Estrella era muy suya y prefería no irle con sus cuitas a nadie. Y segundo, porque, con lo inocente que era Mari Loli, igual se escandalizaba. Además, que, a la pobre, con el disgusto que le estaba dando el guaperas de Manolo, quizás no le apetecería saber de otros enamoramientos. Pero ahora, ya sí, iba siendo hora de que conociera a su novio. Un tipo estupendo, por el que estaba dispuesta a arriesgarse a empezar una nueva vida de pareja. Y, ¡caramba!, Mari Loli tenía que saberlo, que ella era su única familia.

Un vehículo de vociferante sirena pasó junto al bloque de pisos de Mari Loli, cuyo corazón sufrió un sobresalto. ¡Qué repelús! Era una ambulancia con los cuerpos de Alberto y de Carlos, camino del hospital, seguida de cerca por el Peugeot 405 gris de Olga y el Audi 3 negro de Teresa. Olga seguía ahogada en esa marea de emociones que, en las últimas veinticuatro horas, había crecido y crecido, hasta inundarla. Y, todavía en estado cercano al hipnotismo, se preguntaba cómo iba a darles la noticia a los niños y a Patricia, qué debía contar y qué callar respecto al accidente. ¿Era conveniente explicar que Alberto y Carlos habían muerto juntos y por qué? ¿Lo habría querido así Alberto? Se secó los ojos y decidió discutirlo con Teresa. Y Teresa encendía otro cigarrillo, mientras pensaba que Carlos había muerto sin conocer su decisión: cuando fuera dada de alta después de ser intervenida, no pensaba regresar a casa con él.

 

Estrasburgo,
2000
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