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Authors: Friedrich Nietzsche

Tags: #Filosofía

Aurora (20 page)

168. Un modelo.

¿Qué es lo que me gusta de Tucídides y hace que le aprecie más que a Platón? Goza de una forma más intensa y desinteresada con los hombres y los acontecimientos que responden a un tipo, y descubre que en cada tipo se encuentra una cierta cantidad de sentido común; ese sentido común es lo que trata de descubrir. Tiene una gran justicia práctica, mayor que la de Platón; no calumnia ni desvaloriza a los hombres que no le agradan o que le han hecho daño en la vida. Por el contrario, añade e introduce algo grande en todas las cosas y en todas las personas, al no ver en ellas más que tipos. Lo mismo habría de hacer la posteridad, a la que dedica su obra, con lo que
no
responde a un tipo. De este modo,
la cultura del conocimiento desinteresado
logra en él —el tipo humano del pensador— una floración maravillosa. Esa cultura, que tuvo su poeta en Sófocles, su médico en Hipócrates, su sabio naturalista en Demócrito, merece ser designada con el nombre de sus maestros, los
sofistas
. Pero, lamentablemente, desde el momento que le damos ese nombre, empieza empalidecer y a hacérsenos incomprensible, ya que, en ese mismo instante, sospechamos que esa cultura, combatida por Platón y por todas las escuelas socráticas, debía ser muy inmoral. La verdad es, en este caso, tan complicada y tan enmarañada que resulta difícil desenredarla. Por consiguiente, que el viejo error («el error es más simple que la verdad») siga su antiguo camino.

169. El genio griego nos es ajeno.

Lo oriental o lo moderno, lo aristocrático o lo europeo, todo, en suma, en comparación con lo griego, se caracteriza por la enormidad y por el goce de las grandes masas, como forma de expresión de lo sublime. Por el contrario, en Pesto, en Pompeya y en Atenas, causan asombro las construcciones arquitectónicas griegas, al observar
con qué masas tan pequeñas
sabían los griegos expresar lo sublime y cómo disfrutaban haciéndolo así. ¡Qué sencillos eran también los griegos en la idea
que tenían de sí mismos
! ¡Qué atrás les dejamos en el conocimiento de los hombres! ¡Qué laberínticas resultan nuestras almas y nuestras representaciones del alma, en relación con las suyas! Si quisiéramos crear una arquitectura tomando a
nuestra
alma de modelo (aunque somos demasiado cobardes para hacerlo), nuestro arquetipo sería el laberinto. En la música que nos corresponde y que expresa verdaderamente lo que somos, se adivina ya el laberinto (pues en música los hombres se muestran con espontaneidad, creyendo que nadie es capaz de verles, ni siquiera
por debajo de
su música).

170. Otras perspectivas del sentimiento.

¿Qué significa nuestra charlatanería sobre los griegos? ¿Qué entendemos de ese arte suyo, cuyo espíritu es la pasión por la belleza
masculina
desnuda? Sólo partiendo de ésta, sentían la belleza femenina. Respecto a ésta última, tenían, pues, un punto de vista distinto al nuestro. Y lo mismo sucedía con su amor a la mujer; veneraban de otro modo, despreciaban de otro modo.

171. La alimentación del hombre moderno.

El hombre moderno es capaz de digerir muchas cosas, prácticamente todo, y se enorgullece de ello. Sin embargo, pertenecería a una categoría superior, si no tuviera esta capacidad. El hombre que come de todo no es precisamente un ser distinguido. Vivimos entre un pasado que tenía un gusto más obstinado y terco que nosotros, y un futuro que tendrá tal vez un gusto más selecto. Nosotros estamos demasiado en medio.

172. Tragedia y música.

Los hombres que se encuentran en una disposición de ánimo guerrera, como los griegos de la época de Esquilo, son
difíciles de conmover
, y cuando alguna vez la compasión se impone a su dureza, a la manera de una fuerza
demoníaca
, se apodera de ellos una especie de vértigo, y se sienten sacudidos y arrastrados por una emoción religiosa. Luego, mantienen sus reservas respecto a este estado, pero mientras se encuentran dominados por él, gozan del encanto que les proporciona la embriaguez de lo maravilloso, mezclada con el amargo ajenjo del dolor. Se trata, ciertamente, de una bebida para guerreros, de algo raro y peligroso, dulce y amargo a la vez, que no está al alcance de todos.

La tragedia va dirigida a las almas que sienten así la compasión, a las almas duras y guerreras a las que difícilmente abaten el miedo y la piedad, pero a las que les es útil
ablandarse
de cuando en cuando. Pero ¿qué puede ofrecer la tragedia a quienes se encuentran expuestos a las
afecciones simpáticas
, como velas desplegadas al viento? Cuando, en tiempos de Platón, los atenienses se volvieron más suaves y sensibles (aunque ¡qué lejos estaban aún de la sensiblería que muestran los habitantes de nuestros pueblos y ciudades!), los filósofos empezaron a quejarse del carácter
nocivo
de la tragedia. Una época llena de peligros, como la que empieza en estos momentos, en la que suben de precio la valentía y la virilidad, endurecerá lo suficiente a las almas, aunque sea lentamente, para que sean necesarios los poetas trágicos. Hasta este instante eran un tanto
superfluos
, por emplear el término más benigno. Tal vez la música conozca también, en este sentido, una época mejor, una época en la que los músicos tendrán que dirigirse a hombres estrictamente personales, duros de suyo, dominados por la sombría seriedad de sus propias pasiones. Pero ¿de qué sirve la música a estas almitas contemporáneas de una época que se acaba, a unas almas demasiado volubles, imperfectamente desarrolladas, tan poco personales, tan curiosas y tan deseosas de todo?

173. Los defensores del trabajo.

En la glorificación del
trabajo
, en los infatigables discursos sobre los
beneficios del trabajo
, descubro la misma intención oculta que en los elogios de los actos impersonales y del interés general: el miedo íntimo a todo lo que es individualidad. A la vista que ofrece el trabajo (me refiero a esa dura actividad que se realiza de la mañana a la noche), podemos comprender perfectamente que éste es el mejor policía, pues frena a todo el mundo y sirve para impedir el desarrollo de la razón, de los apetitos y de las ansias de independencia. Y es que el trabajo desgasta la fuerza nerviosa en proporciones extraordinarias y quita esa fuerza a la reflexión, a la meditación, a los ensueños, al amor y al odio; nos pone siempre ante los ojos un fin nimio, y concede satisfacciones fáciles y regulares… De este modo, una sociedad en la que se trabaja duramente y sin cesar, gozará de la mayor seguridad, y ésta es la seguridad a la que hoy se adora como divinidad suprema. Pero resulta (¡qué horror!) que el
trabajador
es quien se ha vuelto peligroso. Proliferan los
individuos peligrosos
, y detrás de ellos se encuentra el peligro de los peligros: el
individuum
.

174. La característica moral de una sociedad de comerciantes.

Tras el principio de la moral característica de hoy que dice que «los actos morales son los que se hacen por simpatía hacia los demás», entreveo el instinto social del miedo, que adopta así un disfraz intelectual. Este instinto considera que el principio más elevado, importante e inmediato es que hay que despojar a la vida del carácter
peligroso
que tuvo en otros tiempos, y que todos debemos contribuir a ello en la medida de nuestras fuerzas. Esta es la razón de que sólo merezcan el calificativo de
buenos
aquellos actos que tiendan a la seguridad general y a robustecer la sensación de seguridad de la sociedad. ¡Qué pocos placeres deben procurarse los hombres a sí mismos, si semejante tiranía del miedo les prescribe la ley moral superior y se dejan convencer de que deben prescindir de ellos mismos, pasar de largo de ellos mismos, teniendo en cambio unos ojos de lince para percibir todo dolor ajeno! Con esta intención nuestra que llega al absurdo de extirpar de los contornos de la vida todo lo áspero y todos los rincones, ¿no estamos en trance de reducir la humanidad a arena, a arena fina, blanda, granulada, infinita? ¿Es éste vuestro ideal, héroes de los afectos simpáticos? Por otra parte, queda por resolver si servimos mejor al prójimo corriendo siempre e inmediatamente en su ayuda y socorriéndole (cosa que sólo se puede hacer muy superficialmente, a menos de caer en la tiranía), o haciendo para uno mismo algo que el prójimo vea con placer (por ejemplo, un bello jardín tranquilo y reservado, con altos muros que le defiendan de la tempestad y del polvo de los caminos, pero que tenga también una puerta hospitalaria).

175. Idea fundamental de una cultura de comerciantes.

Actualmente estamos viendo aparecer, de diferentes modos, una sociedad cuya alma es el comercio, como la lucha singular lo era de la cultura de los antiguos griegos, y la guerra, la victoria y el derecho, la de los romanos. Quien se entrega al comercio sabe tasarlo todo sin producirlo, de acuerdo con las necesidades del consumidor y no con las suyas propias. Para él, la cuestión fundamental consiste en saber
cuántas y qué personas consumen tal artículo
. En consecuencia, aplica a todo de un modo instintivo y constante el criterio de la tasación, incluyendo, lógicamente, las obras artísticas y científicas, lo que producen los pensadores, los sabios, los artistas, los hombres de Estado, los pueblos, los partidos y hasta las épocas enteras. Se informa de la relación existente entre la oferta y la demanda respecto a todo lo que se produce, con vistas a poder
fijar por sí mismo el valor de una cosa
. Esto, elevado a la categoría de principio de toda cultura, estudiado en todas sus infinitas aplicaciones, hasta los más leves detalles, impuesto a todo tipo de voluntades y de saberes, constituirá vuestro motivo de orgullo, hombres del siglo que viene, si es que los profetas de la clase comerciante logran transmitirlo a vosotros. Pero yo tengo poca fe en estos profetas. Por decirlo con palabras de Horacio:
Credat Judaeus Apella
.

176. La crítica de los padres.

¿Por qué no soportamos ya la verdad sobre el pasado más reciente? Porque siempre aparece una nueva generación que no está de acuerdo con ese pasado y que, al criticarlo, goza de las primicias del sentimiento de poder. Por el contrario, en otros tiempos, la generación nueva quería apoyarse en la antigua y comenzaba a tener conciencia de sí misma, no sólo aceptando las opiniones de los padres, sino defendiéndolas, si podían, más severamente aún. Antaño se pensaba que criticar la autoridad de los padres constituye un vicio; ahora, los jóvenes idealistas
empiezan
por ahí.

177. Aprender a estar solo.

¡Pobre parias, los que vivís en las grandes ciudades de la política mundana, jóvenes de talento, martirizados por la vanidad! Consideráis que tenéis la obligación de dar vuestra opinión respecto a todo lo que sucede (pues siempre sucede algo). Cuando habéis levantado una polvareda y armado mucho escándalo, creéis que sois el carro de la historia. Estáis constantemente escuchando, a la espera de poder dirigir la palabra al público, y por eso perdéis toda verdadera fecundidad. Por muy ardiente que sea vuestro deseo de realizar grandes obras, no llega a vosotros el profundo silencio de la incubación. El suceso del día os arrastra como una brizna de paja, aunque sois tan pobres diablos que os hacéis la ilusión de que impulsáis al acontecimiento. Cuando se quiere representar en escena el papel de héroe, no hay que ser uno del coro, ni siquiera hay que saber corear.

178. Los que se desgastan a diario.

Hay jóvenes que no carecen de carácter, de disposición ni de celo, pero a los que no se les ha dado tiempo para que se marquen una directriz, habida cuenta de que se han acostumbrado desde niños a recibir directrices. En el momento en que estaban maduros para
ser enviados al desierto
, se procedió con ellos de distinta forma: se les utilizó, se les separó de ellos mismos, se les enseñó a
desgastarse a diario
, haciendo de esto un deber y un principio, y ahora ya no pueden prescindir de ello ni quieren obrar de otra manera. Pero a estas pobres bestias de carga no se les puede privar de
vacaciones
(como llaman a ese ideal de ocio obligado, propio de un siglo tan cargado de trabajo), en las que pueden holgazanear y comportarse de un modo estúpido y pueril.

179. La menor cantidad de «Estado». posible.

Todo el conjunto de condiciones políticas y sociales no valen lo suficiente para que las inteligencias más capacitadas se vean obligadas y tengan la necesidad de ocuparse de ellas. Semejante despilfarro de inteligencia es mucho más grave que un estado de miseria. La política es el campo de acción de cerebros mediocres, y este campo no debería estar abierto a los espíritus más elevados, aunque la máquina se haga pedazos. Pero, tal como están hoy las cosas, cuando todos no sólo se creen con derecho a estar informados diariamente de los asuntos políticos, sino que quieren intervenir activamente en ellos y abandonan por esto su trabajo, la locura no puede ser mayor ni más ridícula. A este precio, pagamos muy cara la
seguridad pública
; y lo más absurdo es que, por este medio, se consigue precisamente lo contrario, como lo está demostrando nuestro excelente siglo, de una forma desconocida hasta ahora. Proteger a la sociedad contra los ladrones e incendiarios, hacerla lo más cómoda posible para toda clase de comercio y de relaciones, y convertir al Estado en la Providencia (en el bueno o en el mal sentido), son fines inferiores, secundarios y en absoluto indispensables, a cuyo servicios no deberían estar los fines e instrumentos más elevados de que
se dispongan
, los cuales habrán de reservarse para los fines superiores y más extraordinarios. Aunque nuestra época habla mucho de economía, es bastante pródiga. Despilfarra lo más preciado: la inteligencia.

180. Las guerras.

Las grandes guerras contemporáneas son consecuencia de los estudios históricos.

181. Gobernar.

Unos gobiernan por el placer de gobernar; otros, para que no les gobiernen. Entre estos dos males, es menor el segundo.

182. La lógica vulgar.

Se dice, con mucho respeto, de un hombre que es todo un carácter, si muestra una lógica vulgar, que salta a la vista hasta de los menos avisados. Pero cuando se trata de un espíritu más perspicaz y más profundo, que es consecuente a su modo (es decir, de un modo superior), los espectadores niegan que sea un carácter. Esta es la razón de que los hombres de Estado que son astutos representen siempre su comedia con la máscara de una lógica vulgar.

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