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Authors: David Moody

Tags: #Terror

Ciudad Zombie (18 page)

El transporte desapareció en la oscuridad. Michael se puso en pie y bajó corriendo por la ladera de la colina, siguiendo al vehículo hasta que lo perdió totalmente de vista. ¿Adónde conducía el camino? Miró en la distancia y pensó en lo que había visto durante un momento antes de recordar el peligro de encontrarse en el exterior; luego volvió corriendo a la autocaravana.

—¿Y bien? —preguntó Emma cuando entró en el vehículo.

—Un transporte militar jodidamente grande. No sé exactamente qué era, pero...

—¿El ejército?

—Eso parece —contestó Michael sin aliento mientras cerraba la puerta con llave y corría las gruesas cortinas que utilizaban para evitar que se filtrase la más mínima luz, que en la noche podría revelar su localización al resto del mundo.

—¿Adonde ha ido?

Michael frunció el ceño. Emma tenía la desquiciante costumbre de plantear preguntas que sabía que él no podía responder.

—Seguía el camino que encontramos antes, de manera que supongo que iban a alguna parte.

—¿Y eso dónde es?

—Maldita sea, Emma, ¿cómo lo voy a saber? Mañana lo investigaremos.

—¿Esta noche no?

—Demasiado peligroso. Casi no hay luz. Tendremos más posibilidades de encontrarlos por la mañana.

24

Cooper sentía cada vez más claustrofobia dentro del traje confeccionado a base de capas de nailon recubierto de caucho y otros materiales no tan fácilmente identificables, además de evitar que penetrase cualquier contaminación también impedía que alguna cosa pudiera salir y era incómodamente caluroso. Había decidido que debería moverse dentro de poco, pero, por el momento, quería descansar y prepararse para el viaje de regreso a la base. No le entusiasmaba la idea de tener que abrirse paso luchando para salir de la ciudad. ¿Y qué ocurriría si no podía tener acceso a la base cuando finalmente consiguiera regresar? ¿Qué pasaría si no le dejaban entrar porque el proceso de descontaminación ya se había iniciado para los demás? ¿Qué ocurriría si ni siquiera habían conseguido volver? ¿Qué pasaría si el proceso de descontaminación no funcionaba? Se imaginaba teniendo que esperar solo en el exterior durante días, incapaz de comer o beber, o incluso de respirar aire fresco.

Dios santo, ¿qué le había pasado al mundo?

Comprensiblemente, había estado preocupándose por su propia situación desde que se había quedado aislado, tanto que el destino del resto del mundo se le había pasado por alto. Los efectos del virus habían sido devastadores más allá de cualquier comparación, eso estaba claro, pero ¿qué había hecho la enfermedad mortal? ¿Por qué habían sobrevivido algunas personas mientras tantas habían muerto? Esas personas, ¿habían sobrevivido? Su piel mostraba los mismos signos de descomposición y putrefacción que los cadáveres en el suelo, y sus movimientos y reacciones eran antinaturalmente lentos y torpes. Se detuvo y reflexionó. ¿Qué estaba diciendo en realidad? Cooper movió la cabeza, rió y reclinó la cabeza contra la pared. Esas personas que lo habían seguido, ¿estaban muertas? Era imposible. ¿Quizá en el aire no circulaba un virus, sino alguna sustancia alucinógena especialmente efectiva que, de alguna manera, había traspasado la protección del traje? ¿Quizá nada de lo que había creído ver había pasado realmente? Por el momento, ésa era una explicación mucho más plausible de los extraños acontecimientos del día.

A esa hora, el mundo exterior estaba totalmente a oscuras (no se había encendido ni una sola luz), y Cooper se preguntó si sería mejor moverse en ese momento, protegido por la oscuridad. Fuera lo que fuesen las personas con las que se había cruzado (supervivientes contaminados o cadáveres reanimados, no estaba demasiado seguro de eso), estaba claro que él era más fuerte y rápido que cualquiera de ellos. También tenía la ventaja de estar entrenado para luchar y sobrevivir en las condiciones más extremas. Estaba convencido de que salir de la ciudad no iba a ser un problema.

El estómago le gruñó enfadado con punzadas de hambre. Había hecho todo lo que había podido para ignorar el creciente dolor durante el último par de horas, pero estaba empeorando. Los suaves rugidos se habían convertido en dolorosos retortijones que hacían que se le formaran nudos en las tripas. Para empeorar la incomodidad, tenía la vejiga al tope de su capacidad, a pesar de que no había bebido nada durante horas y tenía la garganta reseca. Necesitaba una distracción, pero, aparte de abandonar el almacén y arriesgarse con la población enferma, no podía pensar en nada más.

En un intento desesperado por mantener la mente ocupada durante un rato, Cooper empezó a mirar las estanterías metálicas que le rodeaban. Incluso un lápiz y un papel serían suficiente: podía preparar su última voluntad y testamento, escribir una carta final a las personas que le importaban, redactar una lista de todas las cosas que siempre había querido hacer y no había hecho, esbozar un dibujo, jugar al tres en raya o hacer algo que lo distrajera hasta que llegase el momento de salir. Utilizando la luz de una pequeña linterna que llevaba unida al cinturón, miró desanimado hacia el círculo brillante.

En lo alto del lado opuesto de la habitación pudo ver numerosas cajas de cartón cubiertas de polvo. La mayor parte del resto de los estantes estaban cargados de papeles, archivadores, suministros básicos de oficina y papelería, pero desde donde se encontraba no podía distinguir lo que podían contener esas cajas. Una mezcla de curiosidad y simple aburrimiento le llevaron a encaramarse y mirar. Resultó decepcionante que sólo contuvieran cartuchos de impresora usados y cables de ordenador descartados con apariencia de espaguetis.

Cooper bajó el pie para descender, pero perdió el equilibrio cuando la estantería (que no estaba atornillada a la pared con la fuerza que había supuesto) cedió ligeramente. Cayó pesadamente y aterrizó con un fuerte golpe en la espalda encima de una fotocopiadora, produciendo un ruido que, en el silencio de la noche, resonó desmesuradamente alto. Sin resuello y haciendo muecas a causa del dolor y la sorpresa, rodó para bajar de la máquina, se dio contra el suelo con un salto descoordinado, la cara contra más estanterías mientras caía. Atontado por el golpe y respirando pesadamente, permaneció durante un momento tendido donde había caído, escuchando los otros sonidos que, de repente, se habían ido despertando por todo el edificio. El ruido que había producido había provocado de nuevo la reacción de los demás ocupantes de la oficina. Con un esfuerzo, consiguió levantarse lentamente e intentó ajustarse el equipo.

Notó aire en la cara.

Presa de un pánico desesperado, Cooper gateó en la oscuridad buscando la linterna. La encendió e iluminó el cuarto, y bajo la luz vio que el visor de su máscara estaba dañado. Con el corazón golpeándole en el pecho, siguió con los dedos la ruta de la grieta zigzagueante que recorría el visor desde la parte inferior izquierda a la esquina superior derecha, donde vio que el vidrio de protección, perspex o lo que fuera de que estaba fabricada la máscara, se había rajado.

Un helado terror se apoderó del soldado cuando se dio cuenta de las implicaciones de lo ocurrido. Su traje estaba dañado. Había visto la rapidez y la virulencia con la que Thompson se había infectado y muerto. Se dejó llevar por el pánico, cubriendo la zona rajada en el visor con la mano, con la esperanza de evitar que penetrase la enfermedad, mientras revisaba el cinturón en busca de una goma o una cinta o algo que pudiera utilizar para intentar arreglar el daño. Con cada segundo que pasaba aumentaba su miedo. Sabía muy bien que, con toda probabilidad, sus pulmones ya estaban llenos del germen mortal. Todo lo que podía hacer era esperar a que ocurriese lo inevitable.

Cooper cerró los ojos con fuerza y esperó.

Contuvo la respiración todo lo que pudo, con la esperanza de prolongar su vida unos pocos y preciosos segundos, sabiendo que la próxima vez que respirase podría ser la última.

Unos segundo más y se quitó la máscara. Ya estaba contaminado, de eso no cabía la más mínima duda. Así que decidió que podría respirar libremente sus últimas bocanadas, y no a través de los filtros del aparato de respiración del ejército.

Se reclinó contra la ventana, aspirando profundas bocanadas del frío aire otoñal, y esperó.

Y esperó.

Al cabo de cinco minutos se empezó a preguntar por qué no estaba muerto. ¿O lo estaba? ¿Era así como se había visto afectada la gente que aún era capaz de moverse? No se sentía diferente. No dolía. No se estaba ahogando o asfixiando o escupiendo sangre como había hecho antes Thompson.

Unas cuantas horas más tarde, Cooper tuvo que aceptar finalmente que, de alguna manera, no le había afectado lo que fuera que había acabado con el resto del mundo.

25

Deben de estar en algún punto del camino —comentó Michael, mientras se acababa el resto de una taza de café tibio—. Pueden estar a un par de kilómetros o a veinte, pero tienen que estar en algún punto de ese camino.

—Entonces, ¿qué vamos a hacer? —preguntó Emma, inclinándose sobre la mesa de melanina; contempló las sombras que danzaban sobre el rostro de Michael bajo la luz mortecina de la parpadeante lámpara de gas.

Estaba cansada. Llevaban hablando sobre eso desde hacía horas, sin dejar de dar vueltas.

—Encontrarlos —respondió Michael con sencillez.

—Pero ¿es eso lo más inteligente?

—¿Por qué no lo iba a ser?

—Si se trata realmente del ejército o de la fuerza aérea o de lo que sea, ¿queremos vernos envueltos con ellos?

—¿Tenemos alguna alternativa? Estén donde estén, resulta evidente que están bien organizados. Puede haber centenares de ellos. Nunca se sabe, podrían tener un antídoto o algo.

—Pero nosotros no necesitamos un antídoto.

—Lo sé, lo que estoy intentando decir es que la situación puede que no sea tan desesperada como pensamos...

—Y en cualquier caso —continuó Emma, sin prestar atención a todo lo quo Michael acababa de decir— todo el mundo está ya muerto. Tendría que ser un antídoto la hostia de bueno para ayudar a los pobres cabrones de ahí fuera.

—De acuerdo —suspiró Michael, enojado por su falta de interés y su clara reticencia a ver nada bueno en los acontecimientos del día—, ya has expuesto tu argumento.

En el silencio que siguió, Emma se quedó mirando la autocaravana abarrotada en la que había pasado prácticamente todos los minutos de los últimos días. Esperaba de todo corazón que el optimismo de Michael estuviera justificado. Después de semanas de correr desesperadamente y esconderse, con hora tras hora repletas de confusión y miedo, la posibilidad de que algo parecido a la normalidad pudiera estar a punto de volver a sus vidas era algo bienvenido e inesperado. Pero era tan inesperado que no iba a permitirse creer que era cierto hasta que tuviera pruebas concretas.

—¿Estás bien? —preguntó Michael, preocupado porque de repente Emma se habría quedado en silencio y meditabunda.

—Sí.

—¿Estás segura?

Ella negó con la cabeza y se quedó mirando la mesa.

—No —murmuró.

Michael se removió molesto en su asiento, sintiéndose incómodo y tímido. Había pasado varias semanas a solas con Emma, pero con frecuencia seguía existiendo una gran distancia entre ellos. Momentos como ése resultaban incómodos. Eran dos extraños unidos por el desastre y el azar. Ninguno de los dos sabía demasiado sobre el otro excepto lo que había ocurrido desde que el mundo había quedado destruido. Michael no sabía qué decir. No sabía cómo aliviar su dolor.

—¿Qué ocurre?

Ella se limpió los ojos y lo miró.

—Lo siento —sollozó—, no lo puedo evitar. La mayor parte del tiempo estoy bien, pero entonces, a veces, yo...

—¿Qué?

Emma miró alrededor de la caravana, buscando las palabras para expresar lo que sentía.

—Sólo quiero que esto se acabe —explicó—. Me gustaría acostarme esta noche y despertarme por la mañana, y descubrir que todo vuelve a ser como antes. Y si eso no va a ocurrir, entonces despertarme y descubrir que los cuerpos se han ido y que han desaparecido la incertidumbre, el miedo y...

—Calla... —le susurró Michael. Emma iba alzando la voz, y Michael temió que la pudieran oír desde fuera—. Escucha, sabes tan bien como yo que lo único seguro por aquí es que las cosas nunca van a volver a ser normales, ¿no te parece?

Ella asintió.

—Sí, pero...

—Esta es nuestra nueva normalidad, y si esto es todo lo que nos queda, entonces tenemos que aprovecharlo al máximo. Nos acostumbraremos a vivir así y...

—Pero esto no es vivir. Esto es únicamente existir, por el amor de Dios. Míranos, Mike. Mira lo que nos está ocurriendo. Olemos. Estamos sucios. No nos hemos lavado desde hace semanas. Nuestras ropas están mugrientas. Ambos necesitamos un buen corte de pelo, y tú necesitas un afeitado. No comemos bien ni bebemos lo suficiente ni hacemos ejercicio ni...

—Lo estamos haciendo bien y saldremos adelante —la interrumpió—. Y mejoraremos. Cuando podamos, encontraremos algún sitio donde vivir, y nos podremos relajar y cultivar nuestros propios alimentos. Conseguiremos ropa nueva, nos daremos un baño y nos construiremos un maldito palacio en alguna parte, ¿de acuerdo?

Ella se sorbió más lágrimas y casi rió.

—De acuerdo.

—¿Me crees?

—Te creo.

Michael se quedó mirado su cara cubierta de lágrimas. Emma tenía razón, desde luego, pero ¿qué podían hacer? Por lo que sabía no existía una salida inmediata a la situación en la que se encontraban. Debían seguir moviéndose, y prescindir de algunas necesidades básicas con el objetivo de sobrevivir. Creía realmente que las cosas acabarían cambiando. Tenían que hacerlo. Los cuerpos se acabarían pudriendo por completo con el tiempo.

—¿Tienes hambre? —preguntó Michael, intentando encontrar la forma de distraerla.

Emma asintió y se volvió a hundir en el asiento.

—Un poco.

—Te prepararé algo.

Emma contempló cómo él se levantaba y recorría la corta distancia de la autocaravana hasta la abarrotada zona de la cocina. La autocaravana era segura aunque algo agobiante. Podría haber soportado el limitado espacio si se hubiera atrevido a salir fuera de vez en cuando. Pero en las circunstancias actuales se sentía atrapada y cada vez más claustrofóbica.

Michael regresó a la mesa con más café y dos tarros de plástico de platos preparados deshidratados. El vapor se elevaba en el aire desde la parte superior de cada uno de los recipientes.

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