Read Come, Reza, Ama Online

Authors: Elizabeth Gilbert

Tags: #GusiX, Novela, Romántica, Humor

Come, Reza, Ama (22 page)

Mi mente
: El mar Mediterráneo. Imagínate que estás en una de esas islas griegas con un templo clásico. No, eso, no, que es demasiado turístico. ¿Sabes qué te digo? Que te olvides del océano. Los océanos son muy peligrosos. Se me ha ocurrido una idea mejor: imagínate que eres una isla en un lago.

Yo
: ¿Y qué tal si nos ponemos a meditar? Anda, venga.
Om Namah Siv...

Mi mente
: ¡Sí! ¡Por supuesto! Pero procura no pensar que el lago está cubierto de... ¿Cómo se llaman esos chismes?

Yo
: ¿Motos acuáticas?

Mi mente
: ¡Eso! ¡Motos acuáticas! ¡No sabes el combustible que consumen esos chismes! Son una auténtica amenaza para el medio ambiente. ¿Sabes qué más consume mucho combustible? Los ventiladores de jardín. Nadie lo diría, pero...

Yo
: Vale, pero ¿podemos MEDITAR ya, por favor?
Om Namah...

Mi mente
: ¡Es verdad! ¡Si yo lo que quiero es ayudarte a meditar! Y por eso nos vamos a olvidar de esa imagen de una isla en un lago o un océano, porque no veo que el tema funcione. Así que vamos a imaginarnos que eres una isla en medio de... ¡un río!

Yo
: Ah, ya. ¿Como la isla de Bannerman en el río Hudson?

Mi mente
: ¡Sí! ¡Exacto! Perfecto. Por lo tanto, finalmente, vamos a meditar sobre esta imagen. Imagínate que eres una isla en un río. Los pensamientos que pasan flotando a tu lado mientras meditas son, sencillamente, las corrientes naturales del río y puedes ignorarlas porque eres una isla.

Yo
: Espera. Me habías dicho que soy un templo.

Mi mente
: Es verdad, perdona. Eres un templo encima de una isla. A decir verdad, eres las dos cosas: el templo y la isla.

Yo
: ¿Y también soy el río?

Mi mente
: No, el río sólo representa los pensamientos.

Yo
: ¡Déjalo! ¡Déjalo, anda ME ESTÁS VOLVIENDO LOCA!

Mi mente
(ofendida)
: Lo siento. Sólo quería ayudarte.

Yo
:
Om Namah Sivaya... Om Namah Sivaya... Om Namah Sivaya...

Aquí se produce una prometedora pausa de ocho segundos en mis pensamientos. Pero después...

Mi mente
: ¿Te has enfadado conmigo?

... entonces, con un enorme suspiro, como si saliera a la superficie de una piscina a tomar aire, abro los ojos y me rindo. Llorando a lágrima viva. Un ashram es un sitio adonde se va a mejorar la técnica de meditación, pero esto es un desastre. El tema me estresa demasiado. No lo resisto. Pero ¿qué puedo hacer? ¿Salir llorando del templo en el minuto catorce todos los días?

Sin embargo, esta mañana, en lugar de enfrentarme al tema, he parado y punto. Me he rendido. Agotada, me he apoyado en la pared de detrás. Me dolía la espalda, estaba sin fuerzas y tenía una especie de temblor en la mente. El cuerpo se me desmoronó como un puente que se viene abajo. Me quité el mantra de encima de la cabeza (donde me presionaba como un yunque invisible) y lo dejé en el suelo a mi lado. Y entonces le dije a Dios: «Lo siento mucho, pero esto es lo más que me he podido acercar a ti hoy».

Los sioux lakota dicen que un niño que no puede quedarse quieto es un niño a medio desarrollar. Un antiguo texto sánscrito dice: «Existe una serie de signos que nos indican cuándo la meditación se está haciendo de forma correcta. Uno de ellos es que se te pose un pájaro en la cabeza, pensando que eres un objeto inerte». Esto aún no me ha sucedido exactamente así. Pero durante los siguientes cuarenta minutos intenté quedarme todo lo quieta que pude, encerrada en la sala de meditación, prisionera de mi vergüenza y mi torpeza, viendo a los devotos que me rodeaban, sentados en sus posturas perfectas, con sus ojos perfectos cerrados, emanando tranquilidad al transportarse a sí mismos a un paraíso perfecto. Yo estaba imbuida de una tristeza tan ardiente como poderosa y estaba deseando abandonarme al consuelo de las lágrimas, pero hice todo lo posible por dominarme, recordando lo que me había dicho mi gurú: no puedes permitirte el lujo de venirte abajo, porque entonces se convertirá en una costumbre que repetirás una y otra vez. En lugar de eso, debes procurar ser fuerte.

Pero yo no me sentía fuerte. El cuerpo entero me dolía de ser tan cobarde. Al pensar en esas conversaciones que tenía con mi mente, no tenía claro quién era «yo» y quién era «mi mente». Pensé en esa implacable máquina procesadora de ideas y devoradora de almas que es mi mente y me planteé cómo demonios iba a poder dominarla. Entonces pensé en esa frase que sale en la película
Tiburón
y no pude evitar sonreír:

—Nos va a hacer falta un barco más grande.

43

Es la hora de cenar. Estoy sentada sola, intentando comer despacio. La gurú siempre nos aconseja ser disciplinados con la comida. Nos recomienda comer con moderación para no tragar aire tontamente y no apagar los fuegos sagrados del cuerpo saturándonos el conducto digestivo de comida. (Estoy casi segura de que la gurú nunca ha estado en Nápoles.) Cuando algún estudiante se le queja de no conseguir meditar bien, ella siempre le pregunta si tiene problemas digestivos. Es razonable que resulte complicado deslizarse sutilmente hacia la trascendencia si tus tripas no consiguen digerir una salchicha
calzone
, medio kilo de alitas de pollo y media tarta de crema de coco. Por eso aquí no se comen ese tipo de cosas. La comida del ashram es vegetariana, ligera y sana. Aun así, está muy rica. Por eso me cuesta no engullirla como una huérfana famélica. Además, la comida es tipo bufé y a mí me cuesta mucho no dar una segunda o tercera vuelta cuando hay comida maravillosa a la vista, y más si huele bien y es gratis.

Así que me siento a la mesa de la cena yo sola, procurando tener controlado el tenedor cuando veo acercarse un hombre con su bandeja de la cena, buscando una silla libre. Le hago un gesto con la cabeza, invitándolo a sentarse conmigo. Es la primera vez que lo veo. Debe de ser un recién llegado. Camina con actitud de no tener ninguna prisa y se mueve con la seguridad de un sheriff de ciudad pequeña, o puede que sea un veterano jugador de póquer de altos vuelos. Parece tener cincuenta y pocos años, pero se mueve como si hubiera vivido un par de siglos. Tiene el pelo y la barba blancos y lleva una camisa de franela a cuadros. Sus hombros anchos y sus manos grandes parecen medio peligrosos, pero la expresión del rostro es totalmente relajada.

Se sienta enfrente de mí y masculla:

—Tía, en este sitio los mosquitos son tan grandes que se lo podrían hacer con una gallina.

Señoras y señores, acaba de entrar en escena Richard el Texano.

44

Entre la ristra de trabajos que ha tenido Richard el Texano en su vida —y sé que estoy pasando muchos por alto— está el de minero de petróleo, conductor de un camión de esos de dieciocho ruedas, el primer distribuidor de calzado Birkenstock de las montañas Dakota, «saquero» en un depósito de residuos del Medio Oeste (lo siento, pero no tengo tiempo para explicar lo que es un «saquero»), obrero constructor de autopistas, vendedor de coches de segunda mano, soldado en Vietnam, «intermediario en operaciones financieras» (normalmente relacionadas con narcóticos mexicanos), yonqui y alcohólico (suponiendo que se pueda considerar una profesión), ex yonqui y ex alcohólico (profesión mucho más respetable), granjero
hippy
en una comuna, actor de doblaje radiofónico y, por último, un exitoso vendedor de material médico de alta gama (hasta que su matrimonio se fue al garete y dejó el negocio a su ex y se quedó «con el culo al aire, con lo blanco que lo tengo»). Ahora se dedica a arreglar casas viejas en Austin.

—Nunca he tenido vocación para las carreras y eso —dice—. Por eso he ido haciendo lo que me iba saliendo.

A Richard el Texano no le preocupan muchas cosas en esta vida. No se puede decir que sea un neurótico. No, señor. Pero yo sí soy un poco neurótica y por eso le acabo teniendo un cariño enorme. La presencia de Richard en este ashram me da una gran seguridad, aparte de divertirme mucho. Tiene una monumental pachorra que me aplaca ese nerviosismo inherente y me recuerda que todo va a salir bien. (Y, si no sale bien, al menos será cómico.) Había una serie de dibujos animados donde salía un gallo chuleta que se llamaba Foghorn Leghorn. El caso es que Richard se le parece, y yo me convierto en su charlatana colega, la gallina Chickenhawk. Como diría Richard en su propio lenguaje: «La Zampa y yo nos pasábamos el día matados de risa».

La Zampa.

Ése es el mote que me ha puesto Richard. Le dio por llamarme así la noche en que nos conocimos, cuando vio lo mucho que era capaz de comer. Intenté defenderme («¡Si estaba concentrada en comer con disciplina y voluntad!»), pero me quedé con el nombrecito.

Puede que Richard el Texano no sea el típico yogui. Aunque, por lo que he visto en India, no está tan claro lo que es «el típico yogui». (No quiero explayarme sobre el granjero de la Irlanda rural al que conocí el otro día, o la ex monja surafricana.) Richard entró en contacto con este tipo de yoga por una ex novia que lo llevó en coche de Texas al ashram de Nueva York para ir a una conferencia de la gurú. Richard lo explica así: «El ashram me parecía el sitio más raro del mundo y estaba seguro de que tenían un cuarto donde te obligaban a darles todo tu dinero y las escrituras de la casa y los papeles del coche, pero no me pasó nada de eso...».

Después de esa experiencia, que fue hace unos diez años, a Richard le dio por rezar. Siempre pedía lo mismo. Le suplicaba a Dios: «Por favor, por favor, ábreme el corazón». Eso era lo único que quería: un «corazón abierto». Cuando acababa la oración para pedírselo a Dios, siempre decía: «Y, por favor, mándame una señal cuando suceda». Ahora, al recordar aquella época, siempre dice: «Ten cuidado con lo que pides, Zampa, porque puede que te lo den». Y después de pasarse varios meses pidiendo un corazón abierto, ¿qué le pasó a Richard? Pues, sí, una operación urgente a corazón abierto. Le abrieron el pecho de arriba abajo, literalmente, separándole las costillas para que le entrase la luz del sol en el corazón, como si Dios le dijera: «Conque una señal, ¿eh? ¡Pues toma señal!». Desde entonces Richard se toma con bastante cautela el asunto de las oraciones, según me cuenta. «Hoy en día, cuando pido algo, siempre acabo diciendo: "Oye, Dios, una cosa más. Trátame con cariño, ¿vale?".»

—¿Y qué hago con el tema de la meditación? —le pregunto a Richard un día mientras me mira fregar el suelo del templo.

(Él ha tenido suerte. Trabaja en la cocina y como pronto tiene que aparecer por allí una hora antes de la cena. Pero le gusta verme fregar el suelo del templo. Le hace gracia.)

—¿Por qué le das tantas vueltas a ese tema, Zampa?

—Porque es un asco lo mal que lo hago.

—No será para tanto.

—No consigo tener la mente quieta.

—Acuérdate de lo que nos dice la gurú. Si te sientas con la intención pura de ponerte a meditar, lo que te pase a partir de ahí no es cosa tuya. Así que ¿por qué te ha dado por juzgar tu experiencia?

—Porque el yoga no puede ser como yo lo experimento.

—Zampa, cielo. No tienes ni la menor idea de lo que está sucediendo aquí.

—Jamás tengo visiones ni experiencias trascendentes.

—¿Quieres ver colores bonitos? ¿O quieres saber la verdad sobre ti misma? ¿Cuál es tu intención?

—Cuando intento meditar, lo único que hago es discutir conmigo misma.

—Eso no es más que tu ego, que quiere mantener el control. Ésa es precisamente la función del ego. Hacerte sentir distinta, darte una sensación de dualidad, intentar convencerte de que eres imperfecta y defectuosa en lugar de un ser completo.

—Pero ¿eso de qué me sirve?

—No te sirve de nada. La función del ego no es servirte a ti. La única función del ego es tener el control. Y en este momento tu ego está aterrorizado, porque estás a punto de bajarlo de rango. Es un chico malo y sabe que como sigas con tu camino espiritual, nena, sus días están contados. Dentro de poco se va a quedar sin trabajo y será tu corazón el que tome todas las decisiones. Y ahora está en plena lucha por su vida; por eso juega con tu mente, para imponer su autoridad, encerrarte en una jaula y alejarte del resto del universo. No lo escuches.

—¿Qué se hace para no escucharlo?

—¿Alguna vez has intentado quitarle un juguete a un niño pequeño? No les gusta nada, ¿verdad? Enseguida se ponen a gritar y patalear. La mejor manera de quitar un juguete a un niño es distraerlo, darle otra cosa con la que jugar. Distraerlo. En lugar de intentar sacar pensamientos de tu mente por las malas, dale un juguete mejor para tenerla distraída. Algo más sano.

—¿Como qué?

—Como amor, Zampa. Amor puro y divino.

45

Se supone que ese momento de comunión divina es nuestra sesión de meditación diaria, pero últimamente entro ahí tan acobardada como mi perra cuando la llevaba a la consulta del veterinario (sabiendo que, por muy amigos que pareciésemos todos, le iban a acabar clavando un instrumento médico). Pero después de mi conversación con Richard el Texano esta mañana intento enfocar las cosas de otra manera. Me siento a meditar y le digo a mi mente: «Escucha. Sé que estás un poco asustada. Pero prometo que no quiero anularte. Sólo quiero darte un sitio para que descanses. Te quiero».

El otro día me dijo un monje: «El lugar de descanso de la mente es el corazón. La mente se pasa el día oyendo campanadas, ruidos y discusiones, cuando lo único que anhela es tranquilidad. El único lugar donde la mente puede hallar la paz es en el silencio del corazón. Ahí es donde tienes que ir».

También estoy usando un mantra distinto. Es uno que ya he probado y me ha funcionado. Es sencillo; sólo tiene dos sílabas:

Hamsa
.

En sánscrito significa: «Yo soy Eso».

Los yoguis dicen que
Hamsa
es el mantra más natural, el que Dios nos da a todos antes de nacer. Es el sonido de nuestra respiración.
Ham
al inhalar,
sa
al exhalar. (
Ham
, por cierto, se pronuncia suavemente, con la hache aspirada,
jammm
. Y la vocal de
sa
es larga:
saaaa
...) A lo largo de toda nuestra vida, cuando inhalamos o exhalamos aire, estamos repitiendo ese mantra. Yo soy Eso. Soy algo divino. Estoy con Dios. Soy una expresión de Dios. No soy distinta. No estoy sola. No soy una ilusión restringida de un individuo.
Hamsa
siempre me ha parecido sencillo y relajante. Es más fácil meditar con él que con
Om Namah Sivaya
, el —por así decirlo— mantra «oficial» de este yoga. Pero el otro día hablé con un monje y me dijo que usara el
Hamsa
si me iba a servir para mejorar la meditación. Me dijo: «Para meditar debes usar aquello que produzca una revolución en tu mente».

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