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Authors: Frank García

Cruising (33 page)

¿Disfrutaría tanto en la vida real con el rol de pasivo como de activo? Esperaba que sí. Me gustaba penetrar y gozaba siendo penetrado. El sexo en toda su plenitud. Las pasiones desbordándose mientras la mente perdía su control y la vista se nublaba. Éxtasis, esa era la palabra mágica.

Me incorporé pensando en el columpio y en aquella pradera. Imaginé un maravilloso parque de atracciones con tiovivos, montañas rusas de agua, columpios desafiando el espacio, coches de choque, casas del terror, sustituidas estas últimas por casas del placer, casetas de tiro al blanco con chicos desnudos como premio, puestos de algodón dulce y otras chucherías. El silencio fue sustituido por las voces, gritos y risas de quienes disfrutaban del lugar. Óscar se incorporó y me miró sonriendo.

—¡Estás loco! Lo sabes, ¿verdad?

—Sí, pero no me digas que no es una hermosa locura.

—No has recreado ni una sola mujer, ni un solo niño.

—No. Si las atracciones son para disfrutar, los visitantes también.

Había para todos los gustos: Los osos en su más amplia variedad, los delgados, los culturistas, los fibrosos, blancos, negros, asiáticos, altos, bajos, rubios, morenos, pelirrojos.

Todo el amplio abanico de hombres dispuestos a disfrutar de aquellas atracciones de metal… y de carne.

—Me apetece un algodón de azúcar —comentó sonriendo mientras se levantaba.

—A mí también.

Me ofreció su mano y de la mano caminamos hacia el mundo mágico de la diversión. Mientras nos internábamos en el lugar, el sol dejó paso a la gran luna y todas aquellas atracciones se iluminaron con miles de bombillas de colores. La noche concedía otra dimensión para explorar. Óscar se detuvo ante uno de aquellos puestos y tomó dos algodones dulces y me ofreció uno. Comí de él y luego viendo como Óscar se llevaba un trozo a su boca quedando una parte fuera, me lancé hacia su boca fundiéndonos en un beso dulce y deseado. Nos abrazamos y otros también lo hacían.

Los caballitos del tiovivo estaban ocupados de dos en dos, algunos abrazados, otros acariciándose y los más atrevidos se penetraban mientras aquellos caballos de madera subían y bajaban. Decidimos entrar en una de aquellas casas del placer y nos encontramos con cientos de espejos donde cientos de cuerpos desnudos de hombres se reflejaban. La mayoría con sus rabos erectos y entrando en el juego entre dos, tres, cuatro…

Cerré los ojos deseando que desapareciera la caseta quedando todo aquel laberinto de espejos al aire libre. Sería la escena de cruising más inimaginable que alguien pudiera pensar.

—Eres un vicioso.

—En este sueño sí, en la vida real soy más comedido.

—No me lo creo —aseveró sonriendo—. Alguien que sueña así…

—Deja de hablar. Mira los espejos. Es la orgía más sexual y sensual que se me ha ocurrido.

—¿Quieres que follemos con ellos? —preguntó.

—No, dejémoslo para el final. Entre esos espejos deseo lanzar mi leche como un estallido mientras me penetras.

—Recuerda que es a ti al que quiero sentir. Quiero que me poseas como el animal que puede imaginar este despropósito.

No le respondí. En ese momento me sentía insultantemente sexual y tomando su mano, comenzamos a caminar de nuevo. Nos montamos en la montaña rusa que se internaba en una laguna, saliendo luego al exterior y subiendo una nueva pendiente hasta detenerse. Todos terminábamos empapados en agua y aquellas pieles húmedas me despertaban mis instintos más primarios.

—Entremos al paraíso de los osos. Quiero verlos. Algunos desprenden mucha sensualidad y hoy quiero absorberlo todo.

—Me das miedo.

—Piensa que cuanto más me caliente, mejor te follaré.

—Entonces… entremos. Quiero que estés a cien.

Al traspasar el umbral nos encontramos con lo más parecido a una cueva prehistórica. Las estalactitas y estalagmitas creaban recodos por los que se vislumbraban cuerpos entre las sombras que recreaban las antorchas adosadas en lugares estratégicos. La temperatura era perfecta y pronto nuestros ojos se habituaron a la penumbra, las sombras y los claro oscuros. Todo allí dentro era en blanco y negro con ciertos matices de grises. Aquellos cuerpos de mayor o menor volumen, pero muy velludos, gozaban del frenesí que despertaba su sexualidad. Apunto estuvimos de pisar un grupo de cuatro que se encontraban en una felación múltiple. Dos de ellos comenzaron a lamer nuestros pies desnudos y con sus manos acariciaban nuestras piernas. Sentí que se me ponía muy dura y al mirar a Oscar, comprobé que él también estaba excitado. Nos miramos y besamos, mientras aquellos dos tíos seguían lamiéndonos, subiendo por las piernas hasta detenerse en nuestras vergas, que mamaron a su antojo. Cuando lo creyeron oportuno, nos ofrecieron sus culos, colocándose a cuatro patas. Óscar y yo nos arrodillamos y dejamos que nuestras pollas fueran entrando suavemente. Estaban bien dilatados. No eran las primeras pollas que entraban aquel día. Cogí aquellas nalgas y lo follé con ganas, Óscar se excitó al verme embestir y siguió mi ritmo. Sacábamos la polla entera y de golpe la introducíamos y así varias veces hasta volver a la carga. Mi oso no era muy corpulento pero su pecho era un felpudo. Desde el cuello hasta su pubis no existía una parte de piel visible. Al girarlo y tras colocar sus piernas sobre mis hombres, acaricié aquella mata de pelo. Resultaba atractivo. Cogió mi cabeza con sus potentes brazos y me lanzó hacia él. Mi piel se pegó a su pelo abundante y mi boca recibió el beso de aquel animal en celo, que levantando sus piernas me ofrecía el orificio del placer. Miré a Óscar y éste sacó la polla lanzando toda su leche encima de aquella espalda. Me gustaba ver como se corría. Sus abundantes chorros me ponían a cien y la cara de vicio que presentaba cuando lo hacía. Me miró y sonrió. Penetré aquel oso y Óscar se colocó detrás de mí. La metió, la sentí húmeda y caliente. Me abrazó y me pegó a su pecho susurrándome:

—Te tocaba a ti, pero este culo pide guerra y quiero complacerlo.

—Fóllame y calla. Sigue mi ritmo y córrete dentro de mí.

—A ti no se te ocurra eyacular. Aún queda mucha noche.

—No —contesté mientras penetraba el culo de aquel hermoso ejemplar de oso.

Follé con rapidez, deseaba sentir el líquido de Óscar dentro de mí. Me estaba acostumbrando a su semen en el culo, en la boca, en el cuerpo. En la vida real… Bueno, en la vida real tomaríamos nuestras precauciones en determinados momentos, pero aquí no pensaríamos en eso. Aquí era hora de disfrutar y gozar.

Los osos siempre me han dado morbo. Tan grandes, tan machos con ese vello corporal y luego, tan putas en la cama. Bueno, algunos más que otros. Ya me entendéis. La masculinidad personificada en todo un hombre y como antaño se decía: "El hombre, de pelo en pecho". Sí, pelo en mayor o menor abundancia. El pelo que personifica al macho hispano y luego en la cama se revuelca y pide a gritos ser follado o follar con desesperación. Esa era la imagen que en esta osera estaba contemplando y con aquel oso disfrutando. Un
chubby
se puso frente a nosotros y ofreció su polla al oso. Éste la tomó y la devoró. Las carnes flácidas de aquel tipo se movían como si de un gran bloque de gelatina se tratara. Se agarraba los senos con las manos y los magreaba. Se pellizcaba los pezones y luego atrapaba la cabeza del oso buscando una mamada más intensa, más profunda. En realidad, follando su boca.

—¿Puedo follármelo? —me preguntó.

Miré a Óscar y éste sacó la polla de mi culo. Yo hice lo propio con el oso y se lo ofrecí al
chubby.
Éste se puso por detrás, lo penetró y entonces toda aquella masa de carne se movió como si estuviera siendo rebullida por un terremoto. Disfruté del panorama mientras me levantaba. Óscar me agarró de la polla:

—Vamos. Deja que los osos disfruten. La primavera y el verano son sus épocas.

—Para estos osos, cualquier día del año es bueno. Míralos… Es todo un espectáculo de carne y pelo en exaltación sexual.

—Continuemos nuestro paseo.

Salimos de la osera. Las luces de las barracas nos deslumbraron por breves instantes. Nos acercamos a un puesto donde cinco chicos musculosos se encontraban de pie o sentados sobre plataformas. Desde una línea imaginaría otros lanzaban pelotas hacia una diana. La idea era acertar y que aquellos cuerpos perfectos anatómicamente, cayesen a un estanque de agua. El ganador, además de disfrutar viendo como el ejemplar elegido se zambullía, se lo llevaba como premio durante el tiempo que durase un buen polvo. Uno de aquellos chicos señaló a Óscar y luego a su diana.

—Quiere ser tuyo.

—Sí —me abrazó y besó en los labios. El chico entonces sonrió y nos señaló a los dos y luego de nuevo a la diana—. Ahora sí. Ahora voy a jugar, nos lo follaremos los dos.

Óscar tomó una de aquellas pelotas y la lanzó con fuerza. No acertó y el chico se cruzó de brazos con gesto consternado. Se encogió de hombros y el chico de nuevo separó sus brazos y me miró invitándome a que lo intentara. Tomé una de aquellas pelotas y la lancé con fuerza. Deseaba gozar con un hombre como aquel. Acerté y cayó de pie en el agua. Salió del estanque moviendo su media melena y me abrazó.

—Gracias tío. Me habéis gustado y deseo disfrutar con vosotros de un buen rato —me apretó el rabo y luego el de Óscar—. Me follaréis los dos y si queréis, yo a vosotros. Como veis, tengo un buen pollón.

Era cierto, tenía una buena tranca para gozar con ella. Nos abrazó a los dos y caminamos entre la multitud que llenaba, en aquellas horas, casi por completo la feria. Óscar y yo colocamos una de nuestras manos sobre las nalgas del chico y éste nos sonrió. Tenía una gran sonrisa y unos glúteos que hicieron que nuestras pollas mirasen al cielo.

Eso me gusta. Que se pongan duras como la piedra — comentó mientras dejaba de abrazarnos para agarrarlas con fuerza—. Buenos rabos para mí.

Tenía que pensar rápido. Buscar un lugar distinto para los tres y en eso vi un pequeño descampado e imaginé una gran cama de aire con dosel, donde las telas blancas y livianas bailaban al son de la brisa. Nos tiramos sobre la cama. El peso de nuestros cuerpos y los movimientos que ejecutábamos provocaban una especie de oleaje en aquella superficie. Jugamos durante un rato. Nos reímos a carcajadas. Nos manoseábamos, hasta que los cuerpos estuvieron muy pegados los unos a los otros. Buscamos aquella posición donde Óscar me la mamaba a mí, aquel chico a Óscar y yo al chico que, sinceramente, me costaba tragar aquel rabaco grueso y grande. Al poco rato se giró ofreciéndome sus musculosas nalgas mientras continuaba degustando el rabo de Óscar. Me arrodillé detrás de él y separé sus glúteos introduciendo la lengua en su interior. ¡Exquisito manjar! Su rosetón se abría y contraía. Me estaba poniendo a mil e incorporándome se la metí hasta el fondo. Sacó su boca de la polla de Óscar y levantó la cabeza lanzando un gemido de placer. Me miró y sonrió:

—Fóllame a saco. Quiero sentir bien dentro ese rabo.

—Le embestí con fuerza agarrándome a su cintura, mientras aquella cama nos balanceaba a su antojo. Le agarré la polla, lubricaba mucho y me provocaba aún más. Seguí follándolo mientras continuaba masturbándolo. Óscar se incorporó. Su polla estaba más hinchada de lo que nunca había visto. Saqué mi rabo y el chico se dio la vuelta. Óscar le traspasó y el chaval apretó mi rabo con sus manos, luego se lo llevó a la boca. El hijo de puta la mamaba muy bien. Cerré los ojos por unos instantes y al abrirlos el rostro de Óscar me pareció más erótico, sensual y excitado. Apretaba fuerte los dientes mientras le follaba a saco y me miraba con ojos de deseo. La sacó. El chico se tumbó boca arriba, le separé las piernas y las coloqué encima de mis hombros y volví a penetrarlo. Óscar se colocó por detrás de mí y me la metió de golpe.

—¡Cabrón!

—Calla y goza. ¡Goza como el cabrón que eres!

Aquella expresión no me gustó, pero no le dije nada. La excitación que tenía era demasiado salvaje como podía experimentar dentro de mí. Me estaba follando como nunca lo hiciera y el culo ardía de gozo. Follé también a saco al chaval y tomando su polla le volví a masturbar. Hizo un gesto con el vientre que intuí que su momento estaba a punto y en efecto: los chorros saltaron al espacio como fuegos de artificio. Sentí su semen entre mis dedos y me lo llevé a la boca. El sabor era dulce. Óscar también me llenó el culo con su abundante líquido y se desplomó encima de mí. El rabo del chico aún estaba duro. Me coloqué encima de él. Dispuse su glande contra mi ano y la metí poco a poco. Era gruesa, era grande, pero yo estaba bien lubricado. Situé mis manos en su fuerte pectoral y me follé a saco. El chaval gemía y yo disfrutaba de aquel pedazo de tronco que entraba y salía con los movimientos que provocaba. Sentí su leche llenarme y lancé un fuerte gemido dejándome caer sobre él. Acarició mi rostro, besó mi boca y susurrando me pidió que le follásemos los dos a la vez. Me incorporé. Óscar estaba tumbado, el chico se colocó encima de él y se penetró, después me situé por detrás y la metí. Sentir la piel y el calor de la polla de Óscar y el interior del chico me excitó de tal manera que sabía que en cualquier momento me correría. Entonces cerré los ojos y deseé estar rodeados en aquella cama por todo tipo de ejemplares que en aquellas horas disfrutaban de sus cuerpos. Todos alrededor de los tres, mientras Óscar y yo hacíamos una doble penetración al cuerpo más musculoso de la feria. El chico profería grandes gemidos y nosotros le acompañamos en ellos. Sentí el calor de la leche de Óscar y todos aquellos machos: altos, bajos, osos, musculosos, delgados, blancos, negros, rubios, morenos, pelirrojos… todos lanzaron su leche contra nosotros y en aquel aluvión de lluvia blanca, estallé. Estallé como nunca lo había hecho y mi grito rasgó el espacio. Un grito de placer, de gozo eterno, de delirio que me devolvió a la realidad. A una realidad no deseada, pues me sacó del sueño más húmedo, que jamás volví a tener. Me desperté sofocado. Me faltaba el aire, el cuerpo se encontraba empapado de mi ser y en aquel momento, añoré el líquido de todos los machos de mi sueño, de mi fantasía, de mi gran delirio en esa dimensión en la que entramos al llegar la noche.

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