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Authors: Alejandro Riveiro

Tags: #Ciencia ficción

Ecos de un futuro distante: Rebelión (12 page)

—Querido, no deberías culparte —dijo mientras lo rodeaba con sus brazos— aunque lo hubieras sabido, no hubieras podido evitarlo… no te culpes. Sólo conseguirás sufrir todavía más…

—Quizá tengas razón. Pero…

—Pero no puedes evitar acordarte de lo que pasó hace treinta años. —Dijo Alha—. No puedes vivir eternamente a la sombra de ese dolor. Ayer, por momentos eras un hombre entero, fuerte, y hoy sin embargo te escondes otra vez tras esa fachada… Tienes que entender, que aparte de emperador, eres un hombre. Y hasta donde yo sé, la Historia nos dice que la Humanidad siempre ha asociado la omnisciencia a los dioses… —Hans sonrió levemente al escuchar las palabras de su mujer.

En el fondo tenía razón, no podía pretender controlar todas y cada una de las cosas que pasaban en el universo. Era imposible, para él y para cualquier persona.

—Deberíamos irnos, el transporte sale en un par de horas. —Dijo él.

—Vale, querido.

Ambos salieron en silencio, después de dar un par de instrucciones concisas a los empleados del Palacio, y de especificar claramente a la siempre leal Dirhel que Miyana debía recibir toda la atención que necesitase, fuese para lo que fuese. Alha se había despedido de ella la noche anterior, y prefirió no despertar a su nueva amiga para no hacer más dolorosa su partida.

El viaje al almacén desde el que partirían en el transporte comercial transcurrió sin novedades. No había nadie en el edificio que no estuviera al tanto de la llegada del emperador, por lo que su llegada fue muy discreta, sin grandes sobresaltos. Apenas había unos pocos hombres trabajando, los necesarios para mantener en funcionamiento las instalaciones, todos los demás tenían el día libre por todo lo que había acontecido.

Habría transcurrido algo menos de una hora cuando llegó Magdrot. Saludó a Hans y Alha, y excusándose, se internó en la nave. Todavía faltaba media hora para partir, pero para la esposa del emperador la espera se estaba haciendo interminablemente larga. No había apenas conversaciones de interés, sólo una pequeña charla intrascendente sobre la cada vez más copiosa nevada que caía en la ciudad. Era como si, colectivamente, lo sucedido en la jornada anterior hubiese sido olvidado.

Khanam y Nahia llegaron en silencio al almacén. La ventaja de aprovechar un transporte comercial era que, al margen de ahorrar costes, en tiempos de guerra nadie atacaría una nave de esas características esperando encontrar científicos o emperadores. Desde luego, la ocasión, en cierto modo, podía calificarse de bélica, aunque no se había tenido noticias de nuevos incidentes en la red comercial.

Nahia no pudo ocultar su sorpresa cuando al aproximarse a la nave, ella y su padre vieron a los emperadores de Ilstram, cerca de la misma:

—Pero, ¿qué hacen ellos aquí? —dijo ella.

—No tengo ni la más remota idea.

—¿Vienen a Ghadea?

—Nadie me ha comentado nada al respecto. Además, lo hubiera dicho el emperador. —Dijo Khanam, pensativo—. ¿Por qué motivo no lo diría ayer?, no tiene sentido…

—Sí lo tiene. —Replicó su hija—. Por el mismo motivo que vosotros viajáis en transportes comerciales.

—Tal vez…

La conversación terminó a los pocos minutos. El Navegante de las Estrellas era una de las naves comerciales más grandes y seguras del Imperio. En su interior había varios compartimentos para pasajeros, pues era frecuente que siempre se desplazase alguien, ya fuesen científicos, o los propios empleados del sistema comercial que aprovechaban los frecuentes trayectos para visitar a sus familias en los planetas más lejanos.

—Bueno —le dijo Hans a su esposa, justo después de que uno de los pilotos le hiciera un gesto con la mano indicando que la nave iba a partir— tenemos que irnos cariño. Vamos.

—Espera —dijo Alha, cogiendo la mano de su marido cuando éste ya comenzaba a moverse—. Antes de que subamos a la nave, quiero decirte algo mientras todavía estamos en Antaria…

—¿De qué se trata? —preguntó su marido con extrañeza.

—Estoy embarazada. —Dijo exhibiendo una gran sonrisa al tiempo que le abrazaba.

—¿Embarazada?

Hans no cabía en si mismo de alegría. Aquella noticia le había cogido por sorpresa, llevaban mucho tiempo deseando tener un hijo, y ahora parecía haberse tornado realidad. Parecía que, en medio de tanta oscuridad, al menos quedaba un resquicio para que la luz se asomase en forma de buena nueva:

—Quería que lo supieras antes de que saliésemos de Antaria. —Dijo Alha.

—Pero, querida —dijo su marido, mientras acariciaba su rostro con una de sus manos— volveremos pronto a la ciudad.

Alha bajó la mirada, intentando ocultar su súbito rostro de preocupación, y con voz casi ininteligible, dijo:

—Hay algo que me dice que no es así, que vamos a estar fuera mucho más tiempo de lo que pensamos. No sé, no he podido evitar decírtelo antes de salir. Es como si sintiese que nunca volveremos. —Terminó de susurrar al tiempo que la nave comenzaba a rugir.

—Confía en mi, cariño, todo saldrá bien.

En realidad, Hans intentaba autoconvencerse. Él tampoco tenía la más remota idea de cuánto tiempo estarían fuera de la capital.

—Tenemos que subir —dijo.

—Sí, tienes razón. Vamos, querido.

En cuanto ambos subieron, el Navegante de las Estrellas inició el despegue para abandonar la superficie del planeta, en el que nevaba de una forma suave. La pareja permaneció junto a la puerta de la nave, presenciando como abandonaban primero la ciudad, después la superficie, y posteriormente, unos minutos más tarde, como dejaban atrás el planeta y su luna. Alha era abrazada por Hans, que la sostenía por su cintura, con su barbilla apoyada en el cabello de su mujer. Los dos miraban el mar de estrellas que se extendía ante ellos, así como el ir y venir de naves de transporte y carga en las cercanías comunicando las redes de comercio y turismo de los imperios cercanos.

En el interior, Khanam y Nahia se habían reunido con Magdrot. Tras las inevitables presentaciones, todo lo sucedido el día anterior se convirtió en un tema ideal para charlar. Con el paso de los minutos, la conversación fue derivando inevitablemente en las responsabilidades del emperador. El científico no podía evitar la oportunidad de discutir ante un miembro de las fuerzas armadas.

Por su parte, Nahia miraba a través de la ventana, con la vista perdida en el espacio infinito. Imaginaba los días venideros en Ghadea. Apenas estaba segura de qué era lo que le deparaba el futuro, pero tenía intención de disfrutar de los días de relajación que le aguardaban allí, aún sabiendo que el día anterior había estado expuesta a un enorme sufrimiento. No hizo mucho caso a la discusión que Khanam y Magdrot mantenían, cada vez más exacerbada:

—El Imperio ya no es el mismo desde que su padre abandonó el cargo —decía Khanam, visiblemente contrariado—. Incluso nuestras investigaciones son más lentas ahora. Y se supone que el tiempo te hace progresar, no retrasarte. Eso sin contar con lo de ayer. Atacan la ciudad y hoy parte a Ghadea, ¿es que está asustado?

—El emperador quiere viajar por motivos estratégicos, es información que no puedo desvelarte. —Replicó un Magdrot más sereno.

—No me creo nada. Huye acobardado, no es que tenga un carácter precisamente fuerte. Ni siquiera dijo al pueblo a dónde iba.

—Ni lo dirá, ¿de qué serviría? Sólo haría que pensasen lo mismo que estás pensando tú. Y eso no ayuda en tiempos de crisis. —Sentenció Magdrot con tono firme.

En aquel momento, Nahia decidió interrumpir la conversación. Para la joven, era evidente que a no muy tardar, Alha y su marido harían acto de presencia. No quería que su padre quedase abochornado por criticar al emperador delante de sus propias narices:

—No estaría de más que dejaseis esta discusión para un momento más apropiado.

—No, está bien así.

La voz de Hans sobresaltó a todos. Khanam y Magdrot ni siquiera se habían dado cuenta de que les estaba escuchando. A su lado, Alha estaba apoyada en su hombro. Tenía la mirada perdida, mientras pensaba en su futuro con su hijo.

—Así… —prosiguió Hans, dirigiéndose al científico— que eres otra de esas personas que cree que no he heredado la garra de mi padre, y que el Imperio está en decadencia.

Khanam guardó silencio durante unos momentos, buscando una frase para poder salir airoso del mal trago en el que involuntariamente él mismo se había metido:

—No tuve el placer de conocer en persona al emperador Borghent, pero si por algo se caracterizó, fue por su defensa encarnizada de Ilstram, y por impulsar ampliamente las investigaciones científicas del Imperio. Cosa de la que, con todo respeto, no puedes vanagloriarte —sentenció Khanam.

—Claro. Olvidemos el detalle de que mi padre no tuvo que lidiar con las consecuencias de una batalla sucedida treinta años atrás. Es muy injusto juzgarnos por igual. Especialmente, cuando los momentos en los que ambos gobernamos son muy diferentes. Lo de ayer marcará un punto de inflexión en la historia de nuestro imperio. ¿Cuántas razas se habrán estremecido hoy al saber la violencia y desgracia que nuestros ciudadanos han tenido que soportar? No se trata de la grandeza de Ilstram. Eso nos sobrevivirá a todos los que estamos presentes en esta nave. Prefiero pensar que he dedicado mi vida a cosas más útiles que vanagloriar y adorar el Imperio que mi padre y mis antepasados llevaron hasta lo más alto. Prefiero demostrar al pueblo que su emperador es una persona de carne y hueso.

—Y un cobarde… no nos andemos por las ramas —continuó el científico.—. En tu comparecencia de ayer ni siquiera anunciaste que hoy te ibas a Ghadea. Eso sólo puede interpretarse de una forma: estás huyendo.

—Lamento defraudarte —dijo Hans— pero, por desgracia, no huyo…

Alha ya no escuchaba las palabras de su marido. A medida que la discusión continuaba, la pareja se había sentado justo al lado de Nahia, enfrente de Khanam y Magdrot. Las dos mujeres habían comenzado a intercambiar algunas frases:

—Me llamo Nahia. Soy la hija de Khanam —dijo señalando levemente con la cabeza a su padre— lamento el espectáculo que está dando…

—No te preocupes, querida. —Dijo Alha—. Los hombres siempre son así… La política les pierde. En el pasado era así, en el presente es así, y en el futuro será así. Mi padre no es muy diferente a ellos… Aunque sea una presentación un tanto redundante, yo soy la Emperatriz de Ilstram, pero puedes llamarme Alha.

—¿Puedo… preguntarte por qué vas a Ghadea?

—Me lo pidió mi marido. Vamos a pasar un tiempo fuera. Quiere realizar algunas averiguaciones, y no quería dejarme sola. Pero por mí misma, no tengo ningún motivo para ir. ¿Y tú?

—Qué curioso… A mi me lo pidió mi padre, y más o menos por motivos parecidos. El laboratorio va a comenzar una investigación bastante importante en la colonia, o al menos eso dice, y quería que fuera con él porque estaba inquieto después de los ataques.

—Es comprensible… se preocupa por ti —dijo Alha.

Miró por un momento a los tres hombres que continuaban enzarzados en la airada discusión. Al girarse de nuevo, se dio cuenta de que Nahia observaba las estrellas a través de la pequeña ventana que tenían a su lado:

—¿Te gustan? Las estrellas quiero decir, —dijo mientras ella misma miraba también por la ventana cercana— desde pequeña siempre me ha fascinado el Universo.

—Sí… siempre había querido salir al espacio. Es mi primera vez, y está siendo tan… fastidiosamente frívola. Esperaba algo más especial, pensaba que quizá mi padre pudiera explicarme curiosidades del universo…

—Bueno, tal vez eso lo pueda hacer yo. Si así lo deseas.

—Para mí sería un honor. —Dijo sorprendida Nahia, que desconocía la existencia de esa faceta tan humana de Alha.

—Sígueme.

Sin decir nada, las dos mujeres se levantaron y se acercaron de nuevo a la puerta en la que un rato antes Hans y ella habían estado observando la infinidad del espacio.

—La verdad es que no sé muy bien por dónde comenzar… Supongo que sabes reconocer cada planeta de una manera aproximada.

—No, realmente no… Nunca se me dio demasiado bien observar el cielo de Antaria. —Confesó tímidamente.

—Fíjate, ¿ves ese planeta?

Señalaba con el dedo a un lejano planeta, visible con bastante facilidad. En la distancia parecía tener el tamaño de una luna pequeña.

Nahia asintió con la cabeza:

—Es Kur-ukhan, —dijo Alha.—. Es uno de los planetas del imperio Grodey. Siempre me ha fascinado, a pesar de que no tienen un gran mestizaje de razas. Son firmes defensores de la tecnocracia. Ilstram se compone prácticamente sólo de humanos, pero en el caso de los grodianos es todavía más exagerado… Y aun así, no deja de ser un planeta lleno de vida:

—Desde aquí parece tan apagado… —interrumpió Nahia— cuesta creer que allá a lo lejos haya vida. Seres vivos como nosotras haciendo sus labores de cada día. Quizá deseando ver el espacio como yo, o planeando los avances del imperio.

—La vida tiene formas muy silenciosas de expresarse. Mira el Universo. Siempre lo verás vacío, lleno de estrellas y planetas que por sí mismos son incapaces de decir nada, pero el tráfico de naves. —Alha señaló intencionadamente una nave olveriana que se intuía a lo lejos— te dirá que hay vida aquí y allá.

—A veces puede haberla hasta en los lugares más insospechados… ¿verdad?

—Sí… Hoy en día el universo respira vida, hay pocos planetas que no hayan podido ser colonizados dentro de las regiones que conocemos. Aunque se sabe que más allá la mayoría de planetas siguen estando inhabitados.

—Y pensar que hace muchos miles de años vivíamos en un sólo planeta… la Tierra.

—¿A ti también te gusta la Historia Espacial? —preguntó Alha.

Su sorpresa era cada vez mayor. No sólo ella deseaba ver la Tierra, sino que Miyana se había mostrado interesada. Y ahora aquella agradable joven que estaba enfrente de ella también estaba mostrando su interés. Quizá la búsqueda del planeta Madre no era un sueño tan irracional como hubiera pensado tan sólo unos días antes:

—Sí… Bueno no soy muy ducha en Historia de la Humanidad y Astronomía —dijo Nahia—. Pese a que lo segundo sobre todo es un eje fundamental de nuestra sociedad. Pero siempre he deseado saber cómo fueron los últimos días en la Tierra. Aquellas personas que luego comenzaron a colonizar otros mundos… ¿Qué le dijeron a las personas que dejaban atrás en su planeta natal?, ¿de dónde sacarían fuerzas para adentrarse en el espacio profundo, sin ni siquiera saber si volverían a ver a sus seres queridos?

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