Read El bosque de los susurros Online

Authors: Clayton Emery

Tags: #Fantástico, Aventuras

El bosque de los susurros (43 page)

Intentó sentir algo de pena por todas aquellas personas. Las había conocido, había comido con ellas y había hablado de cosas sin importancia. Pero al final le habían traicionado, protegiendo sus cómodas existencias a sueldo del hechicero. Se habían inclinado encima de una hoguera sobre la que se cocinaba la cena y habían ignorado el sacrificio humano que su dueño y señor estaba disponiéndose a ejecutar a menos de cien metros de distancia. Al final, su dueño y señor no había conseguido protegerles.

Gaviota echó un vistazo dentro del carro de Liante, donde todo estaba revuelto. Mantas enredadas habían caído de la cama adornada con tallas, y los libros y artefactos habían llovido de los estantes y huecos de las paredes.

No había ni rastro de los tres guardias, que habrían permanecido cerca de Liante.

«Y, naturalmente —pensó Gaviota con amargura—, no había ni rastro de Liante.» Podía haber perecido, pero el leñador lo dudaba. Un hechicero siempre se protegía a sí mismo por encima de todo y de cualquier otra consideración.

Y, finalmente, no había ni rastro de Lirio.

Entonces oyó un suspiro.

* * *

El ruido surgía de debajo de la cama destrozada.

Rezando y suplicando, Gaviota apartó a un lado tapices y mantas que chorreaban sal.

Sus plegarias fueron respondidas. Era Lirio.

La joven yacía sobre el techo vuelto del revés, y sólo se le veía un brazo y la cabeza. Con el rostro tan pálido como sus maltrechas ropas, la bailarina intentó liberarse.

—¡Lirio! ¡Estaba tan preocupado!

Gaviota la agarró de un brazo para tirar de ella, pero Lirio chilló.

—¡Mi brazo! —Sudorosa y aterida, tanto su cuerpo como su voz temblaban—. ¡Está roto! ¡Sentí cómo los huesos rechinaban y se partían!

Gaviota se limpió la cara y se puso en cuclillas para echar un vistazo al oscuro interior del carro. En la parte delantera, caído entre los restos del equipaje y suministros aplastados, yacía Knoton, el secretario. El leñador, viendo todos aquellos muertos, se preguntó cómo se las había arreglado Lirio para sobrevivir.

Y entonces se acordó de que la bailarina también era una hechicera.

—No te preocupes, cariño. ¡Te sacaremos de aquí! ¡Estate quieta y no te muevas!

Mangas Verdes dejó su cofre de maná en el suelo y ayudó. Los dos hermanos tiraron y aflojaron con suave delicadeza hasta que consiguieron sacar a la bailarina, y entonces descubrieron que también tenía una pierna rota. Lirio soltó un siseo de agonía, pero consiguió decirles que debían buscar unas botellas verdes dentro de la caja de laca roja. Mangas Verdes hurgó en el carro mientras Gaviota consolaba a la bailarina.

—Creía haberte perdido. —El leñador le sostuvo la cabeza en el regazo y alisó su revuelta cabellera—. Creía que te había perdido... Comprendí que no quería perderte. Quiero que estés conmigo para siempre. Quiero que seas mi esposa. Te amo, Lirio.

Torciendo el gesto, llorando y sonriendo al mismo tiempo, la joven le puso un dedo en los labios.

—Calla, Gaviota, por favor. Las cosas han... ¡Oh! Las cosas han cambiado de repente.

—¿Qué quieres decir? —Gaviota frunció el ceño y se limpió los ojos—. ¿Qué problema hay?

—No es que haya ningún problema. No exactamente... Es sólo que... ¿Cómo podré explicarte lo que...? ¡Ah, me duele! Nunca me gusté, Gaviota. Siempre pensé que no valía nada, que era la hija de una ramera. Nunca conocí a mi padre, y estaba condenada a ser una ramera...

—Todo eso no me importa y...

—Calla. Ya lo sé. Eres un hombre maravilloso, bueno y lleno de amor. Pero las cosas han cambiado. De repente me he convertido en una hechicera. No sé qué significa eso.

—No tienes por qué ser una hechicera.

Lirio sonrió, y luego hizo una mueca ante la punzada de dolor que sintió al sonreír. Mangas Verdes iba removiendo cajas detrás de ellos.

—¿Y un pájaro con alas no necesita volar? Gaviota, cuando esa ola gigantesca cayó sobre nosotros, me encogí y recé suplicando no morir. Y algo, un extraño poder cosquilleante... Algo me envolvió igual que los brazos de una madre. Y no morí. Aunque... Ay, ay, ay... No fui capaz de protegerme lo suficientemente bien. Aun así... Oh, te amo tanto que... Pero todavía no puedo casarme contigo. ¿Entiendes por qué?

—No —respondió Gaviota en un tono hosco y malhumorado.

Lirio dejó escapar un suspiro muy femenino, y de repente Gaviota se sintió como un muchacho dirigiéndose a una mujer.

—Necesito tiempo. Para pensar.

—Entonces optarás por la hechicería. —Una gran amargura se adueñó de él—. Y dejarás que los mortales sigamos tirados en el polvo.

Lirio meneó la cabeza y soltó un gruñido cuando el gesto movió su brazo.

—No. Dejaré a Lirio tirada en el polvo, y averiguaré quién soy en realidad.

Esta vez le tocó el turno de suspirar a Gaviota.

—Y la verdadera Lirio no va a ser mi esposa, ¿verdad? Ah, bien. No tendría que haberte dejado colgando de la caña de pescar durante todo este tiempo. Tendría que haber tirado del sedal en cuanto mordiste el anzuelo.

Lirio se rió, se puso un dedo encima de los labios y lo besó, y después lo colocó sobre los labios de Gaviota. El leñador le sonrió.

Mangas Verdes salió a rastras del carro. Con las faldas más manchadas de barro y harapientas que nunca, parecía una niña de seis años que estuviera haciendo pasteles de barro. Pero cuando contempló a los dos enamorados, su mirada reveló la repentina astucia calculadora de una mujer adulta. Mangas Verdes les ofreció un jarrito al que había quitado el tapón.

—Creo que es ex-extracto de semilla de a-amapola y febrilla —dijo—. Aliviará el dolor.

Lirio asintió y se bebió todo el contenido del jarrito. Antes de que hubiera pasado mucho rato ya se estaba adormilando, y no tardó en roncar suavemente.

Mangas Verdes siguió hurgando en el carro, encontró unas cuantas tablillas y utilizó unas tijeras para cortar en tiras una manta. Después se lo pasó todo a Gaviota.

—Ahora que du-duerme, debes en-entablillar...

—Ya lo sé —dijo su hermano. Ser el más fuerte de la familia había hecho que siempre fuese el encargado de poner en su sitio los huesos rotos—. Me ocuparé de ella.

* * *

A última hora de la tarde, Lirio estaba sentada bajo la sombra de un castaño mientras Gaviota y Mangas Verdes iban haciendo el recuento de la comida y los suministros disponibles.

Habían recogido todo lo utilizable, incluidas las herramientas de leñador de Gaviota, y habían acampado a un kilómetro de los carros. No podían enterrar a los cuerpos ese día, por lo que tenían que alejarse antes de que el anochecer trajera consigo a los lobos, los coyotes y las marmotas..., y a los fantasmas.

Gaviota estaba haciendo un círculo de rocas para poder encender una hoguera dentro de ellas y Mangas Verdes aireaba mantas cuando Liko se reunió con ellos. Un rato antes habían oído un tremendo estrépito que les indicó que el gigante acababa de despertar y se había caído de la copa del árbol. La tierra tembló bajo su caminar pesado y tambaleante cuando apareció en el campamento, inclinando el cuerpo hacia el suelo por el lado del brazo que le quedaba y con la enorme camisola hecha de velas convertida en harapos que flotaban detrás de él. Liko se echó de espaldas sin decir ni una palabra y volvió a quedarse dormido. Los humanos tuvieron que hablar levantando la voz para hacerse oír por encima de su doble ronquido.

En cuanto el fuego hubo empezado a desprender humo, espeso y gris debido a que las ramas estaban húmedas, un dúo de voces se anunció a gritos. Los centauros Helki y Holleb llegaron al trote, con sus resplandecientes arreos tintineando y unas sonrisas nada habituales en ellos iluminando sus sombríos rostros. Gaviota se sintió tan complacido al verlos con vida que abrazó a cada uno, y fue alzado en vilo del suelo por el abrazo con que el imponente Holleb correspondió al suyo. Todos hablaron a la vez.

Mangas Verdes incluida, y pasó un buen rato antes de que las respectivas historias quedaran claras.

Pero eran bastante sencillas. Ser más altos que los seres humanos permitió que los centauros pudieran ver cómo iban retrocediendo las aguas, y al haber vivido cerca del mar comprendieron lo que significaba eso. Huyeron a galope tendido tierra adentro, y entraron en el bosque corriendo lo bastante deprisa para que les estallaran los corazones. El agua de mar les había pisado los talones, pero consiguieron subir a lo alto de un risco y no sufrieron ningún daño.

—¡Así que celebramos la victoria! —gruñó Holleb con su áspero acento.

Gaviota meneó la cabeza.

—No hay ninguna victoria..., no con Liante habiendo logrado escapar y con todas esas personas muertas. Hemos sobrevivido, y eso es todo.

—Entendemos. Es cierto —dijo Helki—. Pero ¿dónde hay otros? ¿Dónde están los amigos tuyos que te ayudaron?

Gaviota señaló los árboles con una inclinación de cabeza.

—Stiggur se ha pasado el día entero cavando, intentando llegar hasta los controles de la bestia mecánica para averiguar si todavía funciona. O si todavía está viva... En cuanto a los otros, no hay nadie más.

Los centauros miraron a su alrededor y sólo vieron a Lirio, Liko y Mangas Verdes.

—Oh —dijo Helki.

* * *

Cuando llegó el crepúsculo, Gaviota ya había logrado preparar una cena. Rescató una marmita de hierro y un barrilete de tocino salado que no se había roto de entre los restos, y lo puso a hervir. Encontró un poco de harina, la saló y fue amasando la pasta en tiras alrededor de ramitas verdes para que se tostara. Encontraron varios toneles de cerveza en el carro de las mujeres, así como unos cuantos recipientes llenos de los encurtidos de Felda.

También había provisiones en abundancia para alimentar al gigante. Liko se sentó con las piernas cruzadas y engulló carne de caballo cruda mientras los centauros comían del servicio de plata de Liante e intentaban no mirarle. Mangas Verdes utilizó trozos de pan para ir recogiendo la salsa. Gaviota alimentó a Lirio con dedos torpes y vacilantes. La bailarina utilizó su brazo bueno para ir tomando sorbitos de coñac con los que aliviar el dolor. El otro colgaba de un cabestrillo. Stiggur engulló pepinillos y estuvo a punto de echarse a llorar al recordar la bondad de Felda.

Después de una noche y un día de privaciones, luchas, tristeza y pena, la cena fue un banquete, aunque se trató de un banquete más bien callado y tranquilo. Todo el mundo sentía la ausencia de los amigos.

Cuando estuvieron saciados y se hubieron acabado un barril de cerveza, Gaviota se echó hacia atrás hasta apoyarse en los codos y clavó la mirada en la bailoteante hoguera del campamento.

—Bien, entonces... ¡Eh!

El leñador dejó su jarra en el suelo y rodeó el montón de suministros a la carrera. Manoteando en la oscuridad, agarró algo que empezó a chillar y alzó en vilo al trasgo ladrón, Sorbehuevos.

—¿Qué estás haciendo aquí? ¡Te arrojé por el acantilado!

—¡Cierto, y casi me rompiste la cabeza al hacerlo! —Nuevamente cabeza abajo, la pequeña plaga se frotó la negra franja de pelos que le daba el aspecto de una mofeta—. ¡Pero podéis soltarme, bondadoso y amable señor! ¡No estaba robando! Sólo vi una rata que hurgaba en vuestros sacos, y...

—Oh, cállate. No me cuentes más cuentos. Debería haber dejado que los elfos te emplumaran con sus flechas. Vamos, ven aquí.

Gaviota volvió al círculo de claridad que proyectaba la hoguera, bajó al trasgo ladrón dejándolo con los pies en el suelo y le alargó su jarra de cerveza. La amabilidad del leñador dejó tan confuso a Sorbehuevos que se quedó inmóvil y sólo atinó a sostener la jarra en sus pequeñas manos nudosas y retorcidas como si fuese un barrilete. Gaviota le pasó un trozo de cerdo salado que el trasgo empezó a devorar ávidamente apenas lo tuvo entre los dedos. Pero en cuanto Gaviota se hubo sentado, Sorbehuevos echó a correr y se esfumó en la noche como si estuviera siendo perseguido por una jauría de perros.

Gaviota suspiró, alargó la mano hacia su jarra y se acordó de que había desaparecido.

—Bueno, da igual. ¿Dónde estaba...? Ah, sí. Bien, ¿qué hacemos mañana? Después de haber enterrado a los muertos, quiero decir.

—Tenemos que poner erguida a mi bestia mecánica. Tiré de una palanca y su pata se movió —balbuceó Stiggur con la boca llena de pan—. Voy a llamarla Cabezota, si no te importa —añadió de repente.

—Me parece muy bien —dijo Gaviota, y soltó una risita—. Si tiene un nombre, debe de estar viva.

—Tenemos que encontrar pueblo —dijo Holleb—. No mucha comida aquí.

—Cierto —admitió Gaviota—. Ah, y también hay otra cosa... Mangas Verdes o Lirio, alguien con poderes mágicos, debería averiguar cómo conjurar, invocar, o como quiera que se llame eso, a Tomás, Neith, Varrius y Bardo, el paladín, e incluso a esos miserables orcos, para sacarlos de esa isla tropical. Se merecen una oportunidad de volver a sus hogares, si es que pueden encontrarlos.

Las mujeres estuvieron de acuerdo con él.

—Hogar... —suspiró Helki—. Holleb y yo tenemos que saber dónde está para poder ir allí. Hemos estado lejos mucho tiempo... Lo echamos de menos.

Mangas Verdes se levantó, fue hasta la centauro y puso su manecita llena de callosidades sobre el hombro de Helki.

—No estés tri-triste, Helki. Encontraremos vuestro ho-hogar. Y el tuyo ta-también, Liko. —Los dos rostros apenados del gigante se inclinaron en un lento asentir—. Puede que algo del bo-botín de Liante nos a-ayude.

Registraron el carro y encontraron muchas botellas rotas y artefactos hechos pedazos, pero aun así lograron acumular una pequeña provisión de libros de aspecto mágico y objetos que estudiar.

—Verde tiene razón. Conseguiremos que todos volváis a vuestro hogar... —Gaviota guardó silencio durante unos momentos—. Nosotros hemos perdido el nuestro —añadió después—. Toda una aldea aniquilada... en una disputa entre dos hechiceros que querían robarse el poder el uno al otro. Les daba igual a quien pudieran pisar, como si fuéramos hormigas en su campo de batalla... ¡Así que eso es lo que deberíamos hacer! ¡Deberíamos impedir que los hechiceros puedan ir por ahí pisoteando a las personas corrientes!

Su voz había ido adquiriendo una nueva animación, y se había ido endureciendo al mismo tiempo.

Helki parecía perpleja, al igual que los demás.

—¿Cómo?

—No lo sé. —El leñador clavó la mirada en el fuego—. Pero tiene que haber una forma de detenerlos. Si pudierais... reunir un ejército, y mantenerlo unido... Tendría que ser una fuerza de combatientes voluntarios, claro, no de esclavos... Entonces podríamos seguir la pista de esos hechiceros de alguna manera, y luego dispersaríamos sus ejércitos improvisados y los obligaríamos a rendirse. Y si después pudierais... ¿Qué? ¿Quitarles su poder...? No lo sé. Pero tiene que haber una manera...

Other books

Broke: by Kaye George
Alien Assassin by T. R. Harris
Zombies by Joseph McCullough
Deceptions of the Heart by Moncrief, Denise
Set Me Free by Gray, Eva
The Hunt by Megan Shepherd
Erasing Faith by Julie Johnson
Consider Her Ways by John Wyndham