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Authors: Lloyd Alexander

Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y juvenil

El castillo de Llyr (7 page)

Taran sabía que Gwydion era el único hombre capaz de averiguar cuáles eran los planes de Achren. Magg era la clave, pero el gran mayordomo había actuado con tal rapidez que quizá ya estuviera tan lejos que el grupo de búsqueda jamás podría alcanzarle. Taran redobló sus esfuerzos por hallar alguna rama rota o un guijarro fuera de su sitio…, cualquier cosa que pudiera acercarles un poco más a Eilonwy antes de que el anochecer pusiera fin a aquel día de búsqueda.

—¡Cuidado, cuidado! —le gritó Gurgi, que estaba cerca de él—. ¡El noble príncipe se interna demasiado en el bosque! ¡Se perderá, y entonces los alegres holas se volverán gemidos y soplidos!

Taran, que había desmontado para examinar lo que parecía ser una posible huella, levantó la cabeza con el tiempo justo de ver al príncipe Rhun que desaparecía al galope detrás de una colina. Le gritó que se detuviera, pero o Rhun estaba demasiado lejos para oírle o, (y Taran pensó que eso era lo más probable), daba una vez más muestras de su despiste habitual. Montó de un salto en su caballo y trató de alcanzarle. Hasta ahora había logrado mantenerle siempre dentro de su radio visual, pero cuando llegó a lo alto de la colina Rhun se había esfumado ya entre las sombras de un macizo de alisos. Fflewddur trotó hacia él, moviéndose por la pradera que ya empezaba a oscurecerse, y le llamó a gritos. Taran volvió a gritar el nombre de Rhun y les hizo señas al bardo y a Gurgi para que se reunieran inmediatamente con él.

—Esa araña repugnante ha logrado escapársenos por hoy —exclamó Fflewddur, irritado, mientras que su jamelgo se esforzaba por llegar a la cima—. Pero mañana lograremos cogerle y recuperaremos a Eilonwy sana y salva. Si conozco bien a la princesa, Magg ya ha empezado a lamentar el habérsela llevado. ¡Eilonwy vale tanto como una docena de guerreros, aun estando atada de pies y manos! —Pero pese a sus animosas palabras, el rostro del bardo mostraba una gran preocupación—. Vamos —dijo Fflewddur—, el jefe de los establos está llamando a todos los guerreros. Acamparemos con ellos durante la noche.

Y, antes de que Fflewddur hubiera terminado de hablar, Taran oyó las débiles notas de un cuerno de caza.

—No me atrevo a dejar al príncipe Rhun solo en el bosque —dijo, frunciendo el ceño.

—En ese caso —replicó Fflewddur, contemplando el sol poniente—, será mejor que le encontremos ahora mismo. ¡Los ojos de un Fflam son agudos y vivaces! Pero preferiría no andar dando tumbos por el bosque después del anochecer, siempre que sea posible evitarlo.

—¡Sí, sí, de prisa, de prisa con el ir y venir! —exclamó Gurgi—. ¡Todo se vuelve sombrío, y el osado pero cauteloso Gurgi no tiene ni idea de qué cosas feas pueden ocultarse en la oscuridad!

Los compañeros cabalgaron rápidamente hacia el macizo de árboles donde Taran estaba seguro de que iban a encontrar por fin al príncipe. Pero en cuanto hubieron dejado atrás los primeros troncos, y al ver que no había ni rastro de él, Taran empezó a alarmarse. Gritó su nombre, pero fue en vano: sólo el eco le respondió.

—No puede haber ido muy lejos —le dijo al bardo—. Incluso Rhun tendría la cordura suficiente para quedarse quieto en cuanto viera anochecer.

Las tinieblas cayeron sobre el bosquecillo. Los caballos, más acostumbrados a sus tranquilos y cómodos apriscos de Dinas Rhydnant que a los bosques de Mona, empezaron a dar señales de temor, piafando y amenazando con encabritarse ante cada arbusto agitado por el viento. Los compañeros acabaron viéndose obligados a desmontar y seguir avanzando a pie, teniendo que tirar de las riendas para que sus monturas no se escaparan. A esas alturas Taran ya estaba seriamente preocupado. Lo que había empezado siendo un pequeño contratiempo, estaba convirtiéndose en un grave problema.

—Quizá se haya caído del caballo —dijo Taran—. Podría estar tendido en cualquier parte, herido o inconsciente.

—Entonces, sugiero que volvamos a donde están los demás para pedirles ayuda —dijo Fflewddur—. En esta oscuridad, cuanto más ojos seamos, mejor.

—Perderíamos demasiado tiempo —replicó Taran, abriéndose paso por entre la espesura.

Gurgi le siguió, gimoteando en voz baja. El suelo fue subiendo de nivel, indicándole a Taran que estaban ya en las estribaciones de las colinas. No oían nada salvo el silbido de las ramas que se doblaban ante sus cuerpos y el crujir de los cascos de los caballos sobre los guijarros. Y de repente Taran se detuvo, sintiendo que el corazón le había dado un vuelco en el pecho. Había visto moverse algo por el rabillo del ojo. El movimiento duró sólo un instante, una sombra dentro de otra sombra. Taran siguió avanzando a tientas, intentando dominar su miedo. Los caballos estaban todavía más nerviosos que antes, y la montura de Taran echó las orejas hacia atrás y dejó escapar un relincho de temor.

Gurgi también había sentido aquella oscura presencia. El vello de la aterrorizada criatura se puso rígido y empezó a lanzar terribles aullidos.

—¡Oh, cosas malignas y perversas acechan al pobre e inofensivo Gurgi! ¡Oh, buen amo, salva la pobre y tierna cabeza de Gurgi de daños y peligros!

Taran desenvainó su espada y los compañeros siguieron avanzando a toda prisa, volviéndose a mirar varias veces hacia la oscuridad. Los caballos dejaron de querer quedarse rezagados y se lanzaron desesperadamente hacia adelante, casi arrastrando al bardo con ellos.

—¡Gran Belin! —protestó Fflewddur, a quien el impulso había hecho chocar contra un árbol, luchando por liberar su arpa del arbusto en que se había enredado—. ¡Eh, esperad un poco! ¡Puede que dentro de un momento tengamos que estar buscando a nuestras monturas y al príncipe Rhun!

Taran logró calmar a los animales, que ahora se negaban a moverse. Pese a que tiró de sus riendas, les acarició e intentó convencerles, los caballos siguieron con las patas rígidas y los ojos desorbitados. Sus flancos no paraban de temblar. Taran, agotado, acabó dejándose caer al suelo.

—Estamos buscando a ciegas y eso no nos sirve de nada —dijo—. Tenías razón —siguió, volviéndose hacia Fflewddur—. Deberíamos haber regresado al campamento. Hemos perdido dos veces el tiempo que esperaba ahorrar, y cada segundo que nos retrasamos hace aumentar el peligro que corre

Eilonwy. Y, además, hemos perdido al príncipe Rhun…, y por lo que sabemos, también a Kaw.

-Me temo que estás en lo cierto -suspiró Fflewddur-. Y a menos que tú o Gurgi sepáis dónde estamos, tengo la fuerte sospecha de que hemos acabado extraviándonos.

6. Las pociones de Glew

Al oír estas palabras Gurgi dejó escapar un gemido y empezó a mecerse hacia atrás y hacia adelante, llevándose las manos a la cabeza. Taran intentó dominar su desesperación, e hizo un esfuerzo para calmar a la asustada criatura.

—Lo único que podemos hacer es aguardar a que amanezca —dijo Taran—. El jefe de establos no puede estar demasiado lejos. Tendréis que encontrarle tan pronto como os sea posible. Y, por encima de todo, hay que seguir buscando a Eilonwy. Yo me encargaré de encontrar al príncipe Rhun —añadió con amargura—. He jurado protegerle de todo mal y no puedo romper mi juramento. Una vez le haya encontrado ya me las arreglaré para volver a reunirme con vosotros.

Y se quedó callado, con la cabeza gacha. Fflewddur le contempló en silencio.

—No debes dejarte abrumar por la pena —acabó diciéndole en voz baja—. Magg no podrá eludirnos durante mucho tiempo. No creo que tenga intención de hacerle daño a Eilonwy. lo único que quiere es reunirse con Achren, y le cogeremos antes de que pueda conseguirlo. Descansa. Gurgi y yo nos encargaremos de montar guardia.

Taran estaba demasiado exhausto para protestar. Se tumbó en el suelo y se tapó con su capa. Apenas hubo cerrado los ojos, su mente se llenó de imágenes y temores que empezaron a torturarle. Achren, la altiva reina, mataría a cualquier compañero que cayera en sus manos, impulsada por la rabia y el deseo de venganza. ¿Y Eilonwy? Taran no se atrevía a pensar en lo que podía pasarle cuando Achren la tuviera en su poder. Finalmente, logró caer en un inquieto sueño, revolviéndose igual que si estuviera atrapado bajo el peso de una piedra de molino.

El sol acababa de asomar por el horizonte cuando Taran abrió los ojos, sobresaltado. Fflewddur estaba sacudiéndole. La revuelta cabellera amarilla del bardo parecía un amasijo de mechones desordenados y su rostro estaba pálido a causa de la fatiga, pero en sus labios había una gran sonrisa.

—¡Buenas noticias! —exclamó—. Gurgi y yo hemos estado haciendo unas cuantas pesquisas por nuestra cuenta. No nos hemos extraviado tan gravemente como creías al principio. La verdad es que hemos estado caminando en círculos… Mira.

Taran se levantó de un salto y siguió al bardo hasta una pequeña loma.

—Tienes razón. Ahí está el bosquecillo de alisos. ¡Tiene que ser el mismo! Y allí… Recuerdo ese árbol caído, allí fue donde vi por última vez a Rhun. Vamos —añadió—, iremos hasta allí juntos. Después tendréis que seguir adelante y alcanzar al resto del grupo de búsqueda.

Los compañeros montaron a toda prisa en sus caballos y les hicieron galopar hacia el bosquecillo, pero antes de que llegaran a él la montura de Taran se encabritó y se desvió repentinamente hacia la izquierda. Un agudo relincho brotó de los árboles que cubrían la falda de una colina. Asombrado, Taran aflojó las riendas y dejó que el caballo siguiera galopando hacia el punto del que procedía aquel sonido. Unos instantes después divisó una silueta medio oculta por el follaje, y cuando estuvo algo más cerca reconoció a la yegua de Rhun.

—¡Mira! —le gritó a Fflewddur—, Rhun no puede estar lejos. Debemos de haber pasado junto a él durante la noche.

Tiró de las riendas y bajó al suelo de un salto. Pero la yegua estaba sola, y al no ver por parte alguna a su jinete, Taran sintió una nueva oleada de abatimiento. La yegua, que había visto a los otros caballos, alzó la cabeza, haciendo oscilar sus crines, y dejó escapar un nervioso relincho.

Temiendo lo peor, Taran echó a correr y dejó atrás a la yegua mientras que Fflewddur y Gurgi desmontaban y se apresuraban a seguirle. Y lo que vio le hizo detenerse como si le hubieran golpeado. Ante él había un claro y en su centro se alzaba algo que, a primera vista, parecía una inmensa colmena hecha de paja. Fflewddur logró alcanzarle y se detuvo junto a él. Taran alzó la mano en un gesto de advertencia y avanzó cautelosamente hacia la extraña choza.

En cuanto estuvo más cerca de ella pudo ver que el tejado cónico de paja trenzada tenía bastantes agujeros. Junto a la choza había amontonadas unas cuantas piedras que formaban un murete, parte del cual se había derrumbado en un montón de escombros. La choza carecía de ventanas y su gruesa puerta colgaba en un ángulo bastante pronunciado de unas maltrechas bisagras de cuero. Taran se acercó un poco más. Los agujeros del tejado parecían contemplarle igual que unas órbitas vacías.

Fflewddur miró a su alrededor.

—Francamente, no tengo muchas ganas de llamar a esa puerta y preguntarle a quien pueda estar dentro si ha visto o no al príncipe de Mona — murmuró—. No sé por qué, pero creo que éste es el tipo de sitio al que ni tan siquiera Rhun sería capaz de acercarse… Pero supongo que no tenemos ninguna otra forma de averiguar qué le ha pasado, ¿verdad?

Y en ese mismo instante la puerta se abrió bruscamente, empujada desde el interior. Gurgi lanzó un chillido y trepó rápidamente a un árbol, buscando refugio. La mano de Taran voló hacia la empuñadura de su espada.

—¡Hola, hola! —El príncipe Rhun estaba en el umbral, sonriente y jovial. Aparte de que parecía algo dormido, no daba la impresión de haber sufrido daño alguno—. Espero que hayáis traído algo para desayunar —añadió, frotándose las manos con entusiasmo—. Estoy medio muerto de hambre… No sé si lo habréis notado, pero el aire fresco de la mañana despierta el apetito, ¿verdad? ¡Es sorprendente!

«Pasad, pasad —siguió diciendo Rhun, mientras que Taran le contemplaba, enmudecido por la sorpresa—. Ya veréis qué cómodo es por dentro. Sí, este lugar es asombrosamente cómodo… Bueno, ¿dónde habéis pasado la noche? Espero que hayáis dormido tan bien como yo. No podéis ni imaginaros…

Taran fue incapaz de controlar por más tiempo su ira.

—¿Qué has hecho? —gritó—. ¿Por qué te separaste del grupo de búsqueda? ¡Desde luego, puedes considerarte afortunado! Podrían haberte ocurrido cosas mucho peores que el solo hecho de extraviarte…

El príncipe Rhun parpadeó y puso cara de perplejidad.

—¿Separarme del grupo de búsqueda? —preguntó—. Vaya, pero si no me separé de él. Quiero decir que no lo hice a propósito, entiéndeme… Me caí de la yegua y tuve que perseguirla hasta aquí; finalmente logré encontrarla, cerca de esa choza. Ya estaba oscureciendo, así que me fui a dormir. Creo que era lo más lógico, ¿no te parece? Lo que quiero decir es… Bueno, ¿por qué vas a dormir al aire libre cuando puedes tener un techo sobre tu cabeza?

»Y en cuanto a lo de extraviarse —siguió diciendo Rhun—, tengo la impresión de que sois vosotros los que os habéis extraviado. Dado que soy el jefe del grupo, éste tiene que seguirme y allí donde yo esté es donde hay que buscar, ¿no? Después de todo, quien está al mando…

—Sí, estás al mando —le replicó Taran con voz irritada—, y naciste para eso, ya que eres hijo de rey, pero… —Se calló. Un segundo más y habría revelado a gritos la promesa que le había hecho al rey Rhuddlum, y el juramento de proteger a su tonto hijo. Taran apretó la mandíbula—. Príncipe Rhun —le dijo fríamente—, no hace falta que nos recordéis que estamos sometidos a vuestras órdenes. Por vuestra propia seguridad, os pido que no volváis a separaros de nosotros.

—Y os aconsejo que os mantengáis bien alejado de las chozas desconocidas —dijo Fflewddur—. La última vez que entré en una estuve a punto de conseguir que me convirtieran en sapo. —El bardo meneó la cabeza—. Sí, lo mejor es evitar ese tipo de cosas… Me refiero a las chozas —añadió—. Uno nunca sabe en qué tipo de problemas puede meterse… y cuando lo descubres, ya es demasiado tarde.

—¿Convertirse en sapo? —exclamó Rhun, sin dar ni la más mínima muestra de temor—. Vaya, eso podría resultar muy interesante… Debería probarlo algún día. Pero no creo que haya motivos de preocupación. La choza está vacía. Y lleva mucho tiempo sin que nadie viva en ella.

—Bien, pues entonces debemos darnos prisa —dijo Taran, decidido a no perder de vista nunca más al príncipe Rhun—. Debemos reunimos inmediatamente con los otros. Tendremos que cabalgar durante bastante rato antes de alcanzarles.

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