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Authors: Arthur C. Clarke

El fin de la infancia (29 page)

»Allá va el río. No hay ningún cambio en el cielo, aunque apenas puedo respirar. Es raro ver la luna, todavía brillante ahí arriba, Me alegro de que la hayan dejado, aunque se sentirá muy sola ahora...

»¡La luz! Bajo mis pies... del interior de la Tierra... nace brillando, a través de las rocas, el piso, todo... cada vez más brillante, cegadora...

En una explosión de luz el centro de la Tierra soltó sus atesoradas energías. Durante un rato las ondas gravitatorias cruzaron una y otra vez el sistema solar, perturbando ligeramente las órbitas de los planetas. Luego los hijos del Sol continuaron sus antiguos caminos, una vez más, como corchos que flotan en un lago sereno, enfrentando las ondas causadas por la caída de una piedra.

No quedaba nada de la Tierra. Los últimos átomos de sustancia habían sido absorbidos por ellos. La Tierra había nutrido los terribles momentos de aquella increíble metamorfosis como el alimento acumulado en la espiga o el grano nutre a la planta joven que crece hacia el sol.

A seis millones de kilómetros, más allá de la órbita de Plutón, Karellen se sentó ante una pantalla repentinamente oscurecida. Nada faltaba en el informe; la misión había terminado. Volvía a su hogar después de tanto tiempo. El peso de los siglos había caído sobre él junto con una tristeza que ninguna lógica podría vencer. No lloraba el destino del hombre: estaba apenado por su propia raza, alejada para siempre de la grandeza por fuerzas insuperables.

A pesar de todas sus hazañas, a pesar de dominar todo el universo físico, el pueblo de Karellen no era mejor que una tribu que se hubiese pasado toda la vida en una llanura chata y polvorienta. Allá lejos estaban las montañas, donde moraban el poder y la belleza, donde el trueno sonaba alegremente por encima de los hielos y el aire era claro y penetrante. Allá, cuando la tierra ya estaba envuelta en sombras, brillaba todavía el sol, transfigurando las cimas. Y ellos sólo podían observar y maravillarse. Nunca escalarían esas alturas.

Sin embargo, Karellen lo sabía, seguirían hasta el fin; esperarían sin desesperación el cumplimiento del destino, cualquiera que fuese. Servirían a la supermente porque no podían hacer otra cosa, pero aún entonces no se perderían del todo.

La gran pantalla del cuarto de navegación se encendió un momento con una luz carmesí y sombría. Sin ningún esfuerzo consciente Karellen leyó el mensaje contenido en aquellas cambiantes figuras. La nave estaba dejando las fronteras del sistema solar. Las energías que movían la nave disminuían rápidamente, pero ya habían hecho su trabajo.

Karellen alzó una mano y la imagen volvió a transformarse. Una estrella solitaria brilló en el centro de la pantalla; nadie hubiese podido decir, desde tan lejos, que el Sol tuviese algún planeta, o que uno de ellos se hubiese perdido. Durante mucho tiempo Karellen miró fijamente aquel abismo que se agrandaba con rapidez, mientras los recuerdos le pasaban en tropel por la vasta mente laberíntica. Con un adiós silencioso saludó a los hombres que había conocido, tanto a los que lo habían ayudado como a quienes habían tratado de impedir su trabajo.

Nadie se atrevió a perturbarlo o a interrumpirlo. Y al fin Karellen volvió la espalda al Sol diminuto.

FIN

ARTHUR C. CLARKE, (1917-2008) fue uno de los grandes maestros de la ciencia ficción, un autor que escribía con una inteligencia sorprendente, a menudo en tono frío pero irónico, y al que debemos algunas de las escenas más célebres del género. Libros como
Las arenas de Marte, Claro de Tierra, El fin de la infancia, Relatos de diez mundos
o
La ciudad y las estrellas
le avalan como el narrador que ha examinado con mayor competencia y lucidez el futuro de los viajes por el espacio, la era de los satélites artificiales y las posibilidades de explorar los planetas del sistema solar, pero no hay duda de que fue
2001: Una odisea en el espacio
la que mayor fama le dio. En 1994 fue nominado al Premio Nobel.

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