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Authors: Brandon Sanderson

Tags: #Fantástico

El Héroe de las Eras (102 page)

Además, estaban el sol y su calor destructivo, la muerte de las cosechas del mundo, la suciedad del agua y la tierra con varios palmos de ceniza… Incluso los ríos de lava, que ella había detenido, estaban comenzando de nuevo, pues cubrir los montes de ceniza sólo había proporcionado una solución temporal. Incluso una solución mala. Ahora que las montañas no podían entrar en erupción, en la tierra aparecían grandes grietas, y el magma, la sangre hirviente de la tierra, se abría paso por ahí.

¡Llevamos tanto retraso!
, pensó Vin.
Ruina tuvo siglos para planear esto. Aunque creíamos que éramos muy listos, caímos en sus tretas. ¿De qué sirve secuestrar a mi pueblo bajo tierra si van a morir de hambre?

Se volvió hacia Ruina, que contemplaba su ejército koloss, hinchado, girando sobre sí mismo. Sintió un odio que pareció incompatible con el poder que tenía. El odio la asqueó, pero no se desprendió de él.

Esta cosa que tenía delante… destruiría todo lo que ella conocía, todo lo que amaba. No podía comprender el amor. Construía sólo lo que podía destruir. En ese momento, invirtió su decisión anterior. Nunca volvería a considerar un ser vivo a Ruina. Humanizarlo daba demasiado respeto a la criatura.

Hervir de indignación, mirar, no sabía qué otra cosa hacer. Así que atacó.

Ni siquiera estaba segura de cómo lo hizo. Se lanzó contra Ruina, forzando su poder contra el suyo. Hubo fricción entre ambos, un choque de energía, y atormentó su cuerpo divino. Ruina gritó, y, mezclada con Ruina, ella conoció su mente.

Ruina se sorprendió. No esperaba que Conservación pudiera atacar. El movimiento de Vin se parecía demasiado a la destrucción. Ruina no supo cómo responder, pero devolvió su poder contra ella en un reflejo protector. Sus entidades chocaron, amenazando con disolverse. Finalmente, Vin se retiró, lacerada, repelida.

Su poder era demasiado parejo. Opuesto, aunque similar. Como la alomancia.

Oposición
, susurró Ruina.
Equilibrio. Sospecho que aprenderás a odiarlo, aunque Conservación nunca pudo.

—¿Así que esto es el cuerpo de un dios? —preguntó Elend, haciendo rodar en su palma la perla de atium. La comparó con la que le había dado Yomen.

—En efecto, majestad —contestó Sazed. El terrisano parecía ansioso. ¿No comprendía lo peligrosa que era su situación? Los exploradores de Demoux, los que habían regresado, informaban que los koloss estaban sólo a unos minutos de distancia. Elend había ordenado a sus tropas que se apostaran en las puertas de la Tierra Natal, pero su esperanza de que los koloss no supieran encontrarlos era tenue, considerando lo que Sazed le había dicho de Ruina.

—No puede sino venir aquí —explicó Sazed. Se hallaban en la caverna rodeada de metal llamada el Cubil de la Confianza, el lugar donde los kandra habían pasado los últimos mil años reuniendo y guardando el atium—. Este atium es
parte
de él. Es lo que ha estado buscando todo este tiempo.

—Lo que significa que tendremos a un par de cientos de miles de koloss tratando de arrancarnos la garganta, Sazed —dijo Elend, devolviéndole la perla—. Yo digo que se la demos.

Sazed palideció.

—¿Dársela? Majestad, mis disculpas, pero eso significaría el fin del mundo. Instantáneamente. Estoy seguro.

Magnífico
, pensó Elend.

—Todo saldrá bien, Elend —dijo Sazed.

Elend frunció el ceño y miró al terrisano, que parecía tan tranquilo.

—Vin vendrá —explicó Sazed—. Ella es el Héroe de las Eras: llegará para salvar a su pueblo. ¿No ves lo perfecto que es todo esto? Está preparado, planeado. Que tú vinieras aquí, que me encontraras en el momento exacto… Que podrías liderar al pueblo a la seguridad de estas cavernas… Bien, todo encaja. Ella vendrá.

Interesante momento para recuperar la fe
, pensó Elend. Hizo rodar la perla de Yomen entre sus dedos, pensando. Fuera de la sala, pudo oír susurros. La gente (mayordomos de Terris, líderes skaa, incluso unos pocos soldados) estaba escuchando. Elend podía oír la ansiedad en sus voces. Habían oído hablar de la llegada del ejército enemigo. Mientras Elend miraba, Demoux se abrió paso cuidadosamente entre ellos y entró en la sala.

—Soldados en sus puestos, mi señor —dijo el general.

—¿Cuántos tenemos?

Demoux pareció sombrío.

—Los doscientos ochenta que yo traje —precisó—. Más quinientos de la ciudad. Otros cien ciudadanos corrientes que armamos con esos martillos kandra, o con armas de repuesto de mis soldados. Y tenemos cuatro entradas diferentes a este complejo de cavernas que hay que proteger.

Elend cerró los ojos.

—Ella vendrá —dijo Sazed.

—Mi señor —observó Demoux, llevando aparte a Elend—. Esto tiene mal aspecto.

—Lo sé —contestó Elend, resoplando suavemente—. ¿Les diste los metales a los hombres?

—El que pudimos encontrar —respondió Demoux en voz baja—. La gente no pensó en traer metal en polvo consigo cuando huyeron de Luthadel. Hemos encontrado a un par de nobles que eran alománticos, pero sólo eran nubes de cobre o buscadores.

Elend asintió. Había sobornado o forzado a los nobles alománticos útiles a unirse a su ejército ya.

—Les dimos esos metales a mis soldados —dijo Demoux—. Pero ninguno de ellos pudo quemarlos. ¡Aunque tuviéramos alománticos, no podríamos sostener esta posición, mi señor! No con tan pocos soldados, no contra tantos koloss. Los retrasaremos al principio, por la estrechez de las entradas. Pero… bueno…

—Me hago cargo, Demoux —dijo Elend con frustración—. Pero ¿tienes alguna otra opción?

Demoux guardó silencio.

—Esperaba que tú tuvieras alguna, mi señor —dijo.

—Ninguna —repuso Elend.

Demoux apretó los labios:

—Entonces moriremos.

—¿Qué hay de la fe, Demoux? —preguntó Elend.

—Creo en el Superviviente, mi señor. Pero… bueno, esto tiene muy mala pinta. Me siento como el hombre que espera su turno ante el verdugo desde que localizamos a esos koloss. Tal vez el Superviviente no quiere que tengamos éxito aquí. A veces, hay que morir.

Elend se dio la vuelta, frustrado, abriendo y cerrando el puño en torno a la perla de atium. Era el mismo problema de siempre. Había fracasado durante el asedio de Luthadel: fue Vin quien tuvo que proteger la ciudad. Había fracasado en Ciudad Fadrex: sólo la marcha de los koloss lo había salvado allí.

La regla más básica del gobernante era proteger a su pueblo. En este tema, Elend se sentía completamente impotente. Inútil.

¿Por qué no puedo hacerlo?
, pensó Elend lleno de frustración.
Me pasé un año buscando cavernas de almacenaje que proporcionaran comida, sólo para quedar atrapado con mi pueblo muriendo de hambre. Busqué el atium todo ese tiempo, con la esperanza de usarlo para conseguir la seguridad de mi gente… y, cuando por fin lo encuentro, es demasiado tarde para emplearlo en nada.

Demasiado tarde…

Se detuvo, y se volvió para mirar a la placa de metal del suelo.

Años buscando… atium.

Ninguno de los metales que Demoux le había dado a los soldados había funcionado. Elend había supuesto que el grupo de Demoux sería igual que los otros caídos por la bruma de Urteau, que estaría compuesto por todo tipo de brumosos. Sin embargo, había algo distinto en el grupo. Habían estado enfermos más tiempo que los demás.

Elend hizo a un lado a Sazed y agarró un puñado de perlas. Un enorme tesoro, como ningún hombre había poseído jamás. Valioso por su rareza. Valioso por su poder económico. Valioso por su alomancia.

—Demoux —exclamó, levantándose y lanzándole la perla—. Come esto.

Demoux frunció el ceño.

—¿Mi señor?

—Cómetelo.

Demoux hizo lo que le pedían. Vaciló un momento.

Doscientos ochenta hombres
, pensó Elend.
Separados de mi ejército porque fueron los que cayeron enfermos, los que estuvieron más tiempo enfermos. Dieciséis días.

Doscientos ochenta hombres. Una décimo sexta parte de los que cayeron enfermos. Uno de los dieciséis metales alománticos.

Yomen había demostrado que era posible un brumoso de atium. Si Elend no hubiera estado tan distraído, habría hecho la conexión antes. Si uno de cada dieciséis de los que caían enfermos permanecía en cama más tiempo, ¿no implicaría eso que habían ganado la más poderosa de las dieciséis habilidades?

Demoux alzó la cabeza, los ojos muy abiertos.

Y Elend sonrió.

Vin flotaba ante la caverna, viendo con temor cómo aparecían los koloss. Ya estaban sumergidos en el frenesí de sangre: Ruina tenía ese control sobre ellos. Eran miles y miles. La matanza estaba a punto de empezar.

Vin gritó cuando se acercaron, abalanzándose de nuevo contra Ruina, tratando de destruir a la criatura con su poder. Como antes, fue repelida. Se sintió gritar, temblar mientras pensaba en las inminentes muertes de abajo. Sería como las muertes del tsunami en la costa, pero peor.

Pues conocía a esta gente. Los amaba.

Se volvió hacia la entrada. No quería mirar, aunque no podía hacer otra cosa. Su esencia estaba en todas partes. Aunque retirara su nexo, sabía que seguiría sintiendo las muertes, que la harían temblar y sollozar.

Desde dentro de la cabeza, resonando, sintió una voz familiar.

—Hoy, hombres, os pido vuestras vidas.

Vin descendió a escuchar, aunque no podía ver en el interior de la cueva por causa de los metales de la roca. Sin embargo, podía oír. Si hubiera tenido ojos, sabría que se habría echado a llorar.

—Os pido vuestras vidas —dijo Elend con voz resonante—, y vuestro valor. Os pido vuestra fe, y vuestro honor: vuestra fuerza, y vuestra compasión. Pues hoy os llevaré a la muerte. No os pido que agradezcáis este hecho. No os insultaré diciendo que es algo bueno, o incluso glorioso. Pero sí os diré esto.

»Cada momento que luchéis será un regalo para quienes están en esta caverna. Cada segundo que luchemos será un segundo más que miles de personas podrán respirar. ¡Cada golpe de espada, cada koloss abatido, cada aliento ganado es una victoria! ¡Es una persona protegida un momento más, una vida extendida, un enemigo frustrado!

Hubo una breve pausa.

—Al final, nos matarán —dijo Elend, con voz alta que resonaba por toda la caverna—. ¡Pero primero, que nos teman!

Los hombres gritaron ante estas palabras, y la mente amplificada de Vin pudo detectar unas doscientas cincuenta voces distintas. Los oyó dividirse, dirigiéndose a las diferentes entradas de la caverna. Un momento después, alguien apareció en la entrada frontal cerca de ella.

Una figura de blanco salió lentamente a la ceniza, la brillante capa blanca ondulando. Empuñaba una espada en una mano.

¡Elend!
, trató de gritarle.
¡No! ¡Vuelve! ¡Atacarlos es una locura! ¡Te matarán!

Elend contempló las oleadas de koloss mientras se acercaban, pisoteando la negra ceniza, un infinito mar de muerte de piel azul y ojos rojos. Muchos llevaban espadas, los otros sólo rocas y palos. Elend era una diminuta mota blanca ante ellos, un puntito en un interminable lienzo azul.

Alzó la espada y atacó.

¡ELEND!

De repente, Elend estalló con una energía tan brillante que Vin jadeó. Se enfrentó al primer koloss, esquivando su espada y decapitando a la criatura de un golpe. Entonces, en vez de apartarse de un salto, giró al lado, descargando un golpe más. Otro koloss cayó. Tres espadas destellaron a su alrededor, pero todas fallaron por poca distancia. Elend se hizo a un lado, alcanzó a un koloss en el estómago, y luego blandió la espada (su cabeza apenas eludió otro golpe) y cercenó el brazo de un koloss.

Seguía sin apartarse. Vin se quedó inmóvil, viendo como abatía a un koloss más, y luego decapitaba a otro de un solo golpe fluido. Elend se movía con una gracia que nunca había visto en él: Vin siempre había sido mejor guerrero, aunque en este momento Elend la superaba con creces. Se movía entre las espadas koloss como si formara parte de una lucha coreografiada de antemano, y ante su brillante hoja caía un cuerpo tras otro.

Un grupo de soldados con los colores de Elend salió de la caverna, atacando. Como una oleada de luz, sus formas explotaron de poder. También ellos se movieron entre las filas koloss, golpeando con increíble precisión. Ni uno solo de ellos cayó mientras Vin miraba. Luchaban con milagrosa habilidad y fortuna, cada espada de los koloss caía un poco demasiado tarde. Alrededor de la brillante falange de hombres empezaron a apilarse cadáveres azules.

De algún modo, Elend había encontrado un ejército entero que podía quemar atium.

Elend era un dios.

Nunca había quemado atium, y su primera experiencia con el metal lo llenó de asombro. Los koloss a su alrededor emitían todos sombras de atium, imágenes que se movían antes que ellos, mostrándole a Elend exactamente qué iban a hacer. Podía ver el futuro, aunque sólo fuera unos pocos segundos. En una batalla, era suficiente.

Podía sentir que el atium amplificaba su mente, que lo hacía capaz de leer y usar toda la nueva información. Ni siquiera tenía que pararse a pensar. Sus brazos se movían por voluntad propia, blandiendo la espada con asombrosa precisión.

Giró entre una nube de imágenes fantasmales, golpeando la carne, sintiendo como si estuviera de nuevo en las brumas. Ningún koloss podía enfrentarse a él. Se sentía lleno de energía, lleno de sorpresas. Durante un tiempo, fue invencible. Había engullido tantas perlas de atium que casi tenía ganas de vomitar. Durante toda su historia, el atium había sido algo que los hombres habían necesitado para almacenar y guardar. Quemarlo parecía un despilfarro que sólo se usaba de vez en cuando, en casos de gran necesidad.

Elend no tenía que preocuparse por eso. Quemaba tanto como quería. Y eso lo convertía en un desastre para los koloss, un remolino de golpes exactos y fintas imposibles, siempre unos pasos por delante de sus oponentes. Un enemigo tras otro caían ante él. Y, cuando empezó a quedarse sin atium, se empujó sobre una espada caída de vuelta a la entrada. Allí, con suficiente agua para ayudarle a tragar, esperaba Sazed con otra bolsa de atium.

Elend apuró las perlas rápidamente, y luego regresó a la batalla.

Ruina se enrabietaba y giraba, tratando de detener la risa. Sin embargo, esta vez, Vin era la fuerza de equilibrio. Bloqueó todos los intentos de Ruina por destruir a Elend y los demás, conteniéndolo.

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