Read El Héroe de las Eras Online

Authors: Brandon Sanderson

Tags: #Fantástico

El Héroe de las Eras (57 page)

—Vamos —dijo, incorporándose—. Cuando lleguemos a la fiesta, no tendremos que preocuparnos por él.

Elend asintió, y los dos continuaron su camino hacia el Cantón de Recursos.

El plan es sencillo
, había dicho Elend apenas unas horas antes.
Me enfrentaré a Yomen, y la nobleza no podrá evitar acercarse a mirar. En ese momento, tú te escabulles y miras a ver si puedes encontrar el camino a la cámara de almacenamiento.

En efecto, era un plan muy sencillo: los mejores solían serlo. Si Elend se enfrentaba a Yomen, atraería sobre sí la atención de los guardias, y era de esperar que eso permitiera a Vin escabullirse. Tendría que actuar con rapidez y sigilo, y probablemente habría que eliminar a algunos guardias… todo sin levantar sospechas. Sin embargo, ése parecía ser el único modo. La fortaleza de Yomen no sólo estaba bien iluminada y enormemente bien protegida: su nacido de la bruma era bueno. El hombre la había detectado todas las demás veces que había intentando introducirse en la ciudad; se quedaba siempre a lo lejos, y su mera presencia la advertía de que podía dar la voz de alarma en un segundo.

Su mejor posibilidad era el baile. Las defensas de Yomen, y su nacido de la bruma, estarían concentrados en su amo, en mantenerlo a salvo.

Aterrizaron en el patio, haciendo que los carruajes se detuvieran y los guardias se volvieran, aturdidos. Vin miró a Elend en medio de la brumosa oscuridad.

—Elend —dijo en voz baja—, necesito que me prometas una cosa.

Elend frunció el ceño:

—¿Qué?

—Tarde o temprano, me localizarán —dijo Vin—. Me escaparé lo mejor que pueda, pero dudo que podamos salir de aquí sin crear problemas. Cuando suceda, quiero que te largues.

—Vin, no puedo hacerlo. Tengo que…

—¡No! —protestó Vin bruscamente—. Elend, no tienes que ayudarme. No puedes hacerlo. Te amo, pero no eres tan bueno en esto como yo. Puedo cuidar de mí misma, y necesito saber que no tendré que cuidar también de ti. Si algo sale mal (o si las cosas salen bien, pero dan la alerta en el edificio), quiero que te marches. Me reuniré contigo en el campamento.

—¿Y si te metes en problemas?

Vin sonrió:

—Confía en mí.

Él vaciló, pero luego asintió. Confiar en ella era algo que podía hacer: siempre lo había hecho.

Los dos echaron a caminar. Parecía muy extraño asistir a un baile en el edificio del Ministerio. Vin estaba acostumbrada a las vidrieras y los adornos, pero las sedes del Cantón generalmente eran austeras, y ésta no era ninguna excepción. Sólo tenía un piso de altura, con paredes planas y afiladas de muy pocas ventanas. Ninguna candileja iluminaba el exterior, y aunque un par de grandes estandartes aleteaban contra la piedra, la única indicación de que esta noche era especial era el puñado de carruajes y nobles del patio. Los soldados de la zona habían reparado en Vin y Elend, pero no hicieron ningún amago de acercárseles ni detenerlos.

Los nobles y soldados que los vieron se mostraron interesados, aunque pocos parecían sorprendidos. Estaban esperándolos. La corazonada de Vin al respecto se confirmó cuando subió las escalinatas y nadie se dispuso a interceptarla. Los guardias de la puerta los miraron con recelo, pero los dejaron pasar.

Dentro, encontraron un gran salón de entrada, iluminado por lámparas. La gente que entraba era desviada hacia la izquierda, así que Vin y Elend los siguieron, recorriendo unos cuantos pasillos laberínticos hasta llegar a un salón de reuniones más grande.

—No es exactamente el lugar más impresionante para un baile, ¿eh? —dijo Elend mientras esperaban a ser anunciados.

Vin asintió. La mayoría de las fortalezas de los nobles tenían entradas exteriores que daban directamente a sus salones de baile. Por lo visto, la sala que tenían delante había sido adaptada a partir de una sala de reuniones normal y corriente del Ministerio. Remaches cubrían el suelo donde antes había bancos, y había un estrado al fondo de la sala, desde donde los obligadores probablemente daban antaño las órdenes a sus subordinados. Allí habían emplazado la mesa de Yomen.

Era demasiado pequeño para ser un salón de baile lo bastante práctico. La gente que lo ocupaba no se apretujaba, exactamente, pero tampoco tenía el espacio que la nobleza prefería para formar corrillos separados donde poder chismorrear.

—Parece que hay otras salas —dijo Elend, señalando con la cabeza varios pasillos que salían del «salón de baile». La gente entraba y salía de ellos.

—Lugares para que la gente vaya si se sienten demasiado incómodos —puntualizó Vin—. Va a ser difícil escapar de aquí, Elend. No te dejes acorralar. Allá a la izquierda parece que hay una salida.

Elend siguió su mirada mientras entraban en el salón principal. El aleteo de las antorchas y los rastros de bruma indicaban la existencia de un patio o un atrio.

—Me quedaré cerca. Y evitaré entrar en una de las salas laterales más pequeñas.

—Bien —dijo Vin. También había advertido algo más: durante el recorrido por los pasillos hasta el salón de baile, había visto escaleras de bajada dos veces. Eso implicaba un sótano grande, algo que no era corriente en Luthadel.
El Cantón construye hacia abajo, en vez de hacia arriba
, decidió. Tenía sentido, suponiendo que hubiera realmente un depósito debajo.

El heraldo de la puerta los anunció sin que hiciera falta leer ninguna tarjeta de visita, y los dos entraron en la sala. La fiesta no era tan lujosa como la de la Fortaleza Orielle. Había refrigerios, pero no cena, probablemente porque no había sitio para mesas. Había música y baile, pero la sala no estaba adornada con bellos tapices. Yomen había decidido no cubrir las simples y peladas paredes del Ministerio.

—Me pregunto por qué se molesta siquiera en celebrar bailes —susurró Vin.

—Probablemente tuvo que iniciarlos —contestó Elend—. Para animar a los otros nobles. Ahora él forma parte de la rotación. Es una medida inteligente. Eso le permite atraer la nobleza a su casa y ser su anfitrión.

Vin asintió, luego observó la pista.

—¿Un baile antes de separarnos? —preguntó.

Elend vaciló:

—A decir verdad, estoy un poco nervioso.

Vin sonrió y le dio un beso ligero, rompiendo por completo el protocolo noble.

—Dame una hora antes de la distracción. Quiero palpar la fiesta antes de escabullirme.

Él asintió y se separaron. Elend se dirigió a un grupo de hombres que Vin no reconoció. Ella no se detuvo. No quería enzarzarse en conversación, así que evitó a las mujeres que reconoció de la Fortaleza Orielle. Sabía que probablemente debería trabajar para reforzar sus contactos, pero la verdad es que se sentía igual que Elend. Más que nerviosa, deseosa de evitar las típicas actividades de los bailes. No había venido aquí a relacionarse. Tenía tareas más importantes de las que preocuparse.

Así, deambuló por el salón, bebiendo a sorbos una copa de vino y estudiando a los guardias. Había muchos, lo cual era probablemente bueno. Cuantos más guardias hubiera en el salón de baile, menos habría en el resto del edificio. Teóricamente.

Vin siguió moviéndose, saludando a la gente, pero retirándose cada vez que alguien intentaba entablar conversación con ella. Si hubiera sido Yomen, habría ordenado que unos cuantos soldados la vigilaran, sólo para asegurarse de que no se perdía por ningún lugar importante. Sin embargo, ninguno de los hombres parecía demasiado centrado en ella. A medida que fue pasando la hora, se sintió cada vez más frustrada. ¿En verdad Yomen era tan incompetente que no vigilaba a una conocida nacida de la bruma que entraba en su casa?

Molesta, Vin quemó bronce. Tal vez había alománticos cerca. Casi dio un respingo de sorpresa cuando sintió pulsos alománticos justo a su lado.

Había dos. Muñecas cortesanas, mujeres cuyos nombres no sabía, pero que parecían claramente inútiles. Probablemente ésa era la idea. Charlaban con otro par de mujeres a poca distancia de Vin. Una quemaba cobre; la otra, estaño. Vin nunca las habría detectado si no tuviera la habilidad de penetrar nubes de cobre.

Mientras Vin deambulaba por el salón, las dos la siguieron, moviéndose con increíble habilidad mientras participaban y se retiraban de conversaciones. Siempre estaban lo bastante cerca de Vin para poder ser oídas con la ampliación del estaño, pero lo bastante lejos en la sala relativamente abarrotada para que Vin no las detectara sin ayuda alomántica.

Interesante
, pensó Vin, dirigiéndose al perímetro de la sala. Al menos Yomen no la subestimaba. Pero ahora, ¿cómo dar esquinazo a las mujeres? No se dejarían distraer por la maniobra de Elend, y desde luego no dejarían que Vin se escabullera sin dar la voz de alarma.

Mientras deambulaba, pensando en el problema, advirtió una figura familiar sentada al fondo del salón de baile. Lentoveloz, con su traje de siempre, fumaba su pipa mientras se relajaba en uno de los sillones allí colocados para los mayores o los que se cansaban bailando. Se acercó a él.

—Creí que no venías a estas cosas —dijo Vin, sonriendo. Detrás, sus dos sombras se introdujeron hábilmente en una conversación cercana.

—Sólo vengo cuando las celebra mi rey —respondió Lentoveloz.

—¡Ah! —repuso Vin, y se marchó. Por el rabillo del ojo, advirtió que Lentoveloz fruncía el ceño. Obviamente, esperaba que siguiera hablando con él, pero Vin no podía arriesgarse a decir nada incriminatorio. Al menos, no de momento. Sus seguidoras se libraron de la conversación, obligadas a hacerlo con torpeza por la velocidad de la despedida de Vin. Después de caminar un poco, Vin se detuvo, dando a las mujeres la oportunidad de introducirse en otra conversación más.

Entonces, Vin se dio media vuelta y se acercó rápidamente a Lentoveloz, tratando de hacer como si acabara de recordar algo. Sus seguidoras, procurando fingir naturalidad, tuvieron problemas para seguirla. Vacilaron, y Vin ganó unos breves segundos de libertad.

Se inclinó hacia Lentoveloz al pasar.

—Necesito dos hombres —susurró—. De confianza. Que se reúnan conmigo en una parte de la fiesta que esté más apartada, un lugar donde la gente pueda sentarse a charlar.

—El patio —respondió Lentoveloz—. Sigue por el pasillo izquierdo, y luego sal.

—Bien —dijo Vin—. Di a tus hombres que vayan allí, pero que esperen a que yo los aborde. Envía también un mensajero a Elend. Hazle saber que necesito otra media hora.

Lentoveloz asintió ante tan críptico comentario, y Vin sonrió mientras sus sombras se acercaban.

—Espero que te mejores pronto —disimuló ella, con una sonrisa de afecto.

—Gracias, querida —respondió Lentoveloz, tosiendo ligeramente.

Vin se marchó de nuevo. Lentamente, se encaminó hacia la dirección que le había indicado Lentoveloz, la salida que había detectado antes. En efecto, momentos más tarde notó la bruma.
La bruma se desvanece dentro de los edificios
, pensó.
Todo el mundo asume que tiene que ver con el calor, o tal vez con la falta de corrientes de aire…

En unos segundos, se encontró en un patio jardín iluminado por faroles. Aunque habían colocado mesas para que la gente se relajara, el patio estaba casi vacío. Los sirvientes no se atrevían a salir con las brumas; y la mayoría de los nobles, por mucho que les costara admitirlo, las consideraban desconcertantes. Vin se acercó a una ornada barandilla de metal, se apoyó contra ella, miró al cielo y sintió las brumas a su alrededor mientras acariciaba ociosamente su colgante.

Pronto aparecieron sus dos sombras, charlando tranquilamente, y el estaño de Vin le permitió oír que hablaban de lo repleta que estaba la otra sala. Vin sonrió, manteniendo la postura mientras las dos mujeres se sentaban cerca, sin dejar de charlar. Después de eso, dos jóvenes entraron y se sentaron a otra mesa. No disimulaban tan bien como las mujeres, pero Vin esperó que no fueran lo bastante sospechosos para llamar la atención.

Entonces, esperó.

La vida de ladrona (una vida pasada preparando golpes, espiando, y eligiendo con cuidado la oportunidad adecuada para robar un bolsillo) le había enseñado el arte de la paciencia. Era un atributo callejero que no había perdido. Permaneció de pie, contemplando el cielo, sin dar ninguna indicación de que pretendiera marcharse. Ahora, sólo tenía que esperar la distracción.

No tendrías que haber confiado en él para la distracción
, susurró Reen en su mente.
Fracasará. Nunca dejes que tu vida dependa de la competencia de alguien cuya vida no esté también en juego.

Era uno de los dichos favoritos de Reen. Ya no pensaba mucho en él, ni en nadie de su anterior vida. Aquélla había sido una vida de pena y dolor. Un hermano que la golpeaba para mantenerla a salvo, una madre loca que inexplicablemente había asesinado a su hijita pequeña.

Sin embargo, ahora aquella vida no era más que un leve eco. Sonrió para sí, divertida por el largo camino recorrido. Reen podría llamarla idiota, pero confiaba en Elend: confiaba en que tendría éxito, le confiaba su propia vida. Eso era algo que nunca podría haber hecho durante sus primeros años.

Al cabo de unos diez minutos, alguien salió de la fiesta y se acercó a la pareja de mujeres. Habló con ellas brevemente y luego regresó al salón. Otro hombre vino veinte minutos después, e hizo lo mismo. Era de esperar que las mujeres estuvieran transmitiendo la información deseada: que al parecer Vin había decidido pasar un rato indeterminado fuera, contemplando las brumas. Los del interior no esperaban que regresara pronto.

Unos instantes después de que el segundo mensajero regresara a la fiesta, un hombre salió corriendo y se acercó a una de las mesas.

—¡Tenéis que venir a oír esto! —susurró a la gente de la mesa, los únicos que había en el patio que no tenían nada que ver con Vin. El grupo se marchó. Vin sonrió. La distracción de Elend había llegado.

Vin saltó al aire, y luego empujó contra la barandilla, lanzándose a través del patio.

Las mujeres habían acabado por aburrirse, y charlaban ociosas entre sí. Tardaron unos instantes en advertir el movimiento de Vin. En esos instantes, Vin cruzó el patio ahora vacío, el vestido agitándose mientras volaba. Una de las mujeres abrió la boca para gritar.

Vin apagó sus metales, entonces quemó duralumín y latón, empujando las emociones de ambas mujeres.

Había hecho esto antes sólo una vez, a Straff Venture. Un empujón de latón impulsado por duralumín era algo terrible: aplastaba las emociones de una persona haciendo que ésta se sintiera vacía, completamente carente de todo sentimiento. Ambas mujeres boquearon, y la que estaba de pie se desplomó en el suelo, cayendo en silencio.

Other books

I Married a Communist by Philip Roth
A Distant Melody by Sundin, Sarah
The Ledge by Jim Davidson
Set Free by Anthony Bidulka
Settled Blood by Mari Hannah