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Authors: Patrick O'Brian

Tags: #Aventuras, Historico

El mar oscuro como el oporto (9 page)

—Ya sabe usted, señor —dijo Grainger a Dutourd con palabras que había preparado de antemano—, que quienes no tengan la suerte de ser súbditos del rey no tienen que brindar por él.

—Es usted muy amable, señor Grainger —replicó Dutourd—, pero deseo brindar a la salud del caballero. Que Dios le bendiga.

Poco después, la mesa quedó vacía y Stephen y Martin subieron a dar un paseo por el alcázar hasta que sonaran las seis campanadas, cuando estaban invitados a tomar café con el capitán, que, según la costumbre, independientemente de lo hambriento que estuviera, tenía que comer más tarde que los demás. Después de estar en la sombría cámara de oficiales, el brillo de la luz del día era casi intolerable. El cielo era azul, las blancas nubes pasaban por él empujadas por la cálida brisa, se formaban pequeñas olas jaspeadas de blanco y había un cabeceo y un balanceo no muy fuertes. Caminaron de un lado al otro con los ojos entrecerrados hasta que se acostumbraron al brillo, y entonces Martin dijo:

—Esta mañana me ocurrió una cosa muy extraña y desconcertante. Regresaba del
Franklin
, cuando Johnson señaló un pájaro, un pequeño pájaro de color claro que se nos acercó, dio varias vueltas alrededor de la lancha y después se fue. Sin duda, era un petrel, probablemente de la especie Hahnemann. Aunque observarlo me produjo satisfacción, de repente me di cuenta de que no me interesaba realmente, de que no me importaba cómo se llamaba.

—Nunca hemos visto un petrel de la especie Hahnemann.

—No, y eso es lo que me preocupa. No voy a comparar las cosas grandes con las pequeñas, pero uno oye hablar de los hombres que pierden la fe, que despiertan una mañana y descubren que no creen en lo que dice el credo que tienen que rezar delante de los fieles dentro de pocas horas.

—Así es. Y considerando un nivel infinitamente menos importante, pero donde también produciría angustia, le contaré que un primo mío de County Down descubrió una mañana, exactamente como usted dice, que ya no amaba a la joven a quien había propuesto matrimonio. Ella seguía siendo la misma joven, con las mismas cualidades físicas y los mismos méritos, no había hecho nada censurable, pero él ya no la amaba.

—¿Qué hizo el pobre hombre?

—Se casó con ella.

—¿Fue un matrimonio feliz?

—Cuando usted busca entre sus amistades, ¿encuentra muchos matrimonios felices?

Martin se quedó pensativo.

—No —respondió—. No. Pero el mío es muy feliz, y con eso —añadió, señalando la presa con la cabeza—, es probable que sea más feliz todavía. Además, todos los marineros que han navegado por el estrecho de Nootka dicen que está lleno de riquezas. A veces me pregunto si con una esposa como la mía, una parroquia y la promesa de un ascenso, mi vida errante tiene justificación, aunque en días como éste sea tan agradable.

Sonaron las seis campanadas y ambos bajaron rápidamente por la escala de toldilla.

—Pasen, caballeros, pasen —dijo Jack.

Siempre se excedía un poco en la cordialidad con que trataba a Martin, con quien no simpatizaba mucho y a quien no invitaba con tanta frecuencia como le parecía que debía. La llegada de Killick con el café, seguido de su ayudante, que traía finas tostadas hechas con fruta del árbol del pan seca, ocultaron su ligera, ligerísima turbación. Cuando todos estaban sentados cómodamente, con las tazas en la mano y mirando por la hilera de ventanas que formaban la pared trasera de la gran cabina, Jack preguntó:

—¿Qué noticias tiene acerca de su instrumento, señor Martin?

El instrumento en cuestión era una viola que ahora estaba rota y que Martin tocaba regular, porque no tenía muy buen oído ni mucho sentido del ritmo. Nadie esperaba volver a oírla durante este viaje, o, al menos, no hasta que hicieran escala en Callao, pero por los avatares de la guerra, había llegado en el
Franklin
un francés que reparaba instrumentos, un artesano a quien habían enviado a Luisiana por diversos delitos y que se había escapado cuando estaba en libertad bajo fianza.

—Gourin dice que el señor Bentley le ha prometido un pedazo de
lignum vitae
tan pronto como tenga un momento libre. Luego bastará medio día para que realice el trabajo y se seque la cola.

—Me alegro mucho —dijo Jack—. Debemos tocar más música uno de estos días. También quería preguntarle otra cosa, pues, según creo, sabe mucho de sectas religiosas.

—Sí, señor, porque en la época en que sólo era un clérigo sin beneficio —dijo Martin, haciendo una inclinación de cabeza a su patrón—, traduje el gran libro de Muller entero, escribí mi versión en un fidedigno ejemplar, lo mandé a la imprenta y corregí dos galeradas. Leía cada palabra cinco veces, y encontré sectas muy curiosas. Por ejemplo, una era la de los ascitantes, que suelen danzar alrededor de un odre hinchado.

—Me gustaría conocer detalles de los seguidores de Knipperdolling.

—¿De los seguidores de Knipperdolling de aquí?

—De los seguidores de Knipperdolling en general. No es nada personal.

—Bueno, señor, en origen eran seguidores de Bernhard Knipperdolling, uno de los anabaptistas de Munster que llegó hasta límites insospechados para establecer la igualdad y la comunidad de bienes, y luego el asunto de la poligamia… Por ejemplo, John de Leiden tenía cuatro esposas a la vez, una de ellas hija de Knipperdolling. Y me temo que después provocó alteraciones aún peores. Pero creo que en materia de doctrina dejaron muy poco para la posteridad, salvo lo que aún sobrevive en la de los socinianos y los menonitas y que muy pocos aceptarían. Los que llevan su nombre actualmente son descendientes de los
levellers
, que, como usted recordará, señor, eran un grupo de ideas profundamente republicanas que se formó durante la guerra civil. Querían eliminar las diferencias de clase y llevar el país a la igualdad, y algunos querían que la tierra fuera una propiedad común, que nadie fuera propietario de la tierra. Causaron muchos problemas en el Ejército y en el país, por lo que adquirieron mala reputación, y finalmente fueron desmantelados, a excepción de algunas comunidades dispersas. Creo que los
levellers
constituían un grupo que carecía de unidad religiosa, a diferencia de unidad social y política, aunque no recuerdo si alguno de ellos pertenecía a la Iglesia como institución. Algunas de las comunidades dispersas que quedaban formaron una secta con extrañas ideas sobre la Trinidad y rechazo al bautismo de niños, y para evitar el odio asociado al nombre
levellers
y, sobre todo, la persecución, se llamaron a sí mismos seguidores de Knipperdolling pensando que era un nombre más respetable o menos conocido. Supongo que sabían muy poco de la doctrina de los seguidores de Knipperdolling, pero recordaban sus ideas sobre justicia social, y pensaron que ese nombre era apropiado.

—Es asombroso —intervino Stephen—, que aunque en la
Surprise
hay muchas sectas, haya tanta paz. Es verdad que hubo una pequeña falta de armonía entre los seguidores de Seth y los de Knipperdolling en Botany Bay… Ya propósito de eso, señor, quisiera señalar que si en esta fragata se sirviera la comida a la tripulación en platos redondos en vez de cuadrados, las diferencias serían aún menos, porque debe tener en cuenta que un plato cuadrado tiene cuatro esquinas y cada una le convierte en algo más que un objeto contundente.

Por la inclinación de cabeza del capitán Aubrey y su expresión grave, Stephen supo que los platos cuadrados que le dieron a la
Surprise
cuando fue rescatada de manos francesas en 1796 se quedarían con sus esquinas letales hasta que él o cualquier otro oficial de principios estuviera al mando, pues la tradición de la Armada no se debía romper por una o dos cabezas rotas.

—Pero, en general, no hay desacuerdo —continuó Stephen—, a pesar de que la más mínima diferencia de opinión a menudo conduce al odio mortal.

—Eso podría deberse a que tienden a dejar sus ritos en tierra —dijo Martin—. Los traskitas forman un grupo judaizante, y retrocederían al ver un jamón en Shelmerston; sin embargo, aquí, siempre que pueden, comen carne de cerdo salada, y fresca también. Y cuando hacemos el servicio religioso los domingos, tanto ellos como los demás cantan los salmos y los himnos de la ceremonia anglicana con entusiasmo.

—Por lo que a mí respecta, no tengo aversión a nadie por sus creencias, sobre todo si ha nacido con ellas. Creo que me puedo llevar bien con los judíos o incluso…

La pe de papistas ya se había formado, y la palabra tuvo que salir forzosamente, pero como «paganos».

Apenas Stephen la escuchó, se oyó un estrépito y un ruido de cristales que produjeron desconcierto. Arthur Wedell, un rehén de la edad de Reade que se alojaba y comía en la camareta de guardiamarinas, cayó en la cabina por la claraboya.

A Reade le faltaba la compañía de alguien joven desde hacía mucho tiempo, y aunque a menudo le invitaban a la cámara de oficiales y a la cabina, la echaba mucho de menos. Al principio, Norton, un joven muy corpulento para su edad, no era un buen compañero porque era demasiado tímido, pero desde que Arthur había llegado a la camareta de guardiamarinas, había perdido la timidez, y los tres hacían ruido por treinta, riendo y gritando hasta bien entrada la noche, jugando al críquet en la entrecubierta cuando los coyes estaban recogidos, o al fútbol en la camareta vacía de babor, pero ésa era la primera vez que habían arrojado a uno de ellos a la cabina.

—Señor Grainger —dijo Jack cuando el teniente llegó de la proa y después de que comprobaran que Wedell no estaba herido—, el señor Wedell subirá al tope del palo mesana inmediatamente, el señor Norton, al del trinquete, y el señor Reade, con su ayuda, al del palo mayor. Los tres permanecerán en esos lugares hasta que yo les ordene bajar. Y diga al carpintero o al ebanista que vengan, si el señor Bentley no lo impide.

* * *

—Rara vez he visto un tiempo tan agradable en una zona que podríamos llamar tórrida —dijo Stephen cuando comía en la cabina, como era habitual—. Suaves céfiros, un plácido océano, dos petreles Hahnemann y posiblemente un tercero.

—Sería estupendo para ir de excursión a un lago acompañado de damas, especialmente si ellas compartieran tu pasión por las aves. Pero te digo una cosa, Stephen: en los últimos cuatro días, estos suaves céfiros de que hablas apenas han hecho avanzar la fragata setenta millas de un mediodía al del día siguiente. Es cierto que podríamos avanzar un poco más rápido, pero, obviamente, no podemos dejar el
Franklin
detrás; y con la jarcia que tiene ahora, se mueve con torpeza.

—He notado que has pasado atrás la elegante vela latina.

—Sí. Ahora que estamos avanzando con los palos machos, no podemos permitirnos usar la larga verga latina porque la necesitamos como mastelerillo. Dentro de poco verás que reemplazan la bandola que está en el lugar del palo mayor por algo menos feo que el señor Bentley, con ayuda del imponderable carpintero que rescatamos, hizo con todo lo que puedas imaginar: baos superiores y laterales, piezas de la quilla, jimelgas, chapuces… Las empalmaron, las aseguraron con pernos, las unieron y las prensaron a martillazos. Cuando hayan terminado el palo, será más fuerte que el Arca de Noé, será un magnífico espectáculo. Y cuando esté en su lugar, con los respetables palos trinquete y mesana que ya tiene, podremos colocar los masteleros y los mastelerillos de que te hablé. Y así podrá aprovechar la mayor parte del viento que haya. ¡Cuánto deseo ver las sobrejuanetes colocadas! He jurado no tocar el violín hasta entonces.

—Veo que tienes mucha prisa por llegar a Perú.

—Naturalmente que la tengo. Y tú también la tendrías si vieras los pañoles del pan y del ron, y si calcularas la cantidad de agua y contaras los barriles de carne de vaca y de cerdo, dada la cantidad de marineros nuevos que hay a bordo. No tuvimos tiempo de llenar los toneles en Moahu, porque el
Franklin
podría haber escapado. Además, como los tripulantes tiraron la del
Franklin
por la borda, ahora estamos en una horrible situación. Sólo podemos hacer una cosa: no permitir que usen agua para lavar la ropa ni para ninguna otra cosa, y dar una pequeña ración para beber en vez de dejar barriles abiertos por todas partes. Además, se usará una cantidad de agua mínima para remojar la carne de vaca y de cerdo, sólo la necesaria para quitarle la sal que le haya quedado después de arrastrarla por el mar en una red colgada del costado.

—Pero si la fragata puede avanzar mucho más rápido, ¿no podrías dar una pequeña cantidad al
Franklin
, y navegar a toda vela y dejar que el barco nos siguiera? Tom encontró la ruta para venir hasta aquí, así que podrá encontrarla para regresar también.

—¡Cómo eres, Stephen! Mi plan es armarlo con nuestras carronadas y navegar juntos para capturar todos los barcos que aparezcan en la ruta de China, tanto mercantes, especialmente los que comercian en pieles, como balleneros. Luego mandar la
Surprise
con una o dos presas a Callao para dejarlas allí y para que bajes a tierra. Tom estará al mando, pues ya le conocen en Callao porque capturó algunas presas cuando vino, y la fragata demostrará su utilidad como barco corsario. Y mientras Tom se ocupa de cargar las provisiones, el agua y los pertrechos, yo seguiré cruzando la zona solo, y de vez en cuando mandaré los barcos que capture o, al menos, una lancha. Pero si no desplegamos más velamen, no llegaremos allí antes de morirnos de sed o de hambre, por eso tengo tantos deseos de ver el
Franklin
con todos los mástiles, de que parezca un barco cristiano, no una maldita cosa rara.

—Yo también —dijo Stephen, pensando en las hojas de coca—. Tengo muchos deseos.

—Ten paciencia, y dentro de uno o dos días verás colocar las sobrejuanetes. Esa noche tendremos un concierto, e incluso podremos cantar.

* * *

Stephen se preguntó por qué Jack había hablado con tanta ligereza, desafiando al destino, que siempre solía aplacar diciendo «quizá» o «si tenemos suerte o si la marea y el tiempo lo permiten», y como ya se había convertido en un auténtico marino, al menos por el respeto a las supersticiones, le causó más pena que sorpresa que al señor Bentley le cayera una maza en el pie la mañana siguiente. La herida no era grave, pero obligó al carpintero a quedarse en el coy durante un tiempo, y, desgraciadamente, mientras tanto sus ayudantes tuvieron que trabajar a las órdenes del carpintero del
Franklin
. Le habían sacado de un ballenero de Hull y hablaba un dialecto de Yorkshire casi incomprensible para los habitantes del oeste del país, como los marineros de Shelmerston, que le miraban casi con tanto desagrado y desconfianza como a un cerdo francés, un turco o cualquier otro extranjero.

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