El que habla con los muertos (8 page)

»¡No ponga esa cara de disgusto, o de escándalo, o lo que quiera que signifique su expresión, Boris! Joven amigo, no somos bárbaros. No estoy sugiriendo un exterminio en masa en Siberia o una lobotomía prefrontal, sino expulsión, inmigración, que les demos una patada en el culo, o que les permitamos que se vayan con sus quejas a otra parte, fuera de Rusia.

»Le dije todas estas cosas y más. Y se las garanticé, estrictamente entre Leónidas y yo, ya me entiende, si tan sólo me dejaba llevar a cabo mi proyecto y me quitaba de encima la KGB. Después de todo, ¿qué eran esos policías de cara de piedra sino espías al servicio de su patrón? ¿Y por qué espiarme a mí, que soy más leal que la mayoría? Pero, lo que es realmente importante ¿cómo mantener el secreto, tan necesario en una organización como la nuestra, con miembros de otra organización que espían por encima de nuestros hombros y comunican a su patrón todo lo que yo hago?

Un patrón que, por otra parte
no puede
entender nada de lo que hago. No harían más que reírse, despreciar lo que no pueden comprender, y nuestros secretos serían públicos hasta en el último rincón. Y nuestros adversarios lograrían ir delante de nosotros también en esta carrera. Porque no nos engañemos, Boris, los americanos y los ingleses —sí, y los franceses y los chinos— también tienen sus espías "mentales".

»Pero déme cuatro años, Leónidas, le dije, cuatro años libre de los gorilas de Yuri Andrópov, y le daré el germen de una organización de espionaje mediante percepción extrasensorial cuyo extraordinario potencial usted no puede siquiera imaginar.

—¡Qué fuerte! —exclamó Dragosani, debidamente impresionado—. ¿Y qué le contestó?

—Me dijo: «Gregor, viejo amigo, viejo combatiente y camarada… de acuerdo. Tendrá sus cuatro años. Yo me sentaré a esperar, me cuidaré de que se paguen todas sus cuentas y de que usted y su organización tengan fondos suficientes como para poner gasolina en sus Volgas y tomar unos vodkas, y luego contemplaré cómo suceden todas esas cosas que ha predicho, o que me ha prometido, y sentiré un enorme agradecimiento hacia usted. Pero si no suceden dentro de cuatro años, le cortaré los cojones».

—Así que usted ha puesto sus esperanzas en las predicciones de Vlady —observó Dragosani—. ¿Tan seguro está de que nuestro vidente es infalible?

—¡Claro que sí! —respondió Borowitz—. Es casi tan bueno prediciendo el futuro como usted cuando olfatea los secretos de los muertos.

—Mmmmm —Dragosani no estaba convencido—. Entonces ¿por qué no predijo lo que sucedió en el
château
? Tendría que haber previsto un desastre de tal magnitud.

—Lo predijo —contestó Borowitz—, aunque de un modo indirecto. Hace dos semanas me dijo que muy pronto perdería a mis dos hombres de confianza. Y así fue. También me dijo que los reemplazaría con otros, pero esta vez los elegiría de entre los soldados rasos.

Dragosani no pudo disimular su interés.

—¿Ya ha pensado en alguien?

Borowitz asintió.

—En usted —dijo—, y quizá Igor Vlady.

—No quiero un competidor —dijo enseguida Dragosani.

—No habrá competencia entre ustedes. Sus talentos son diferentes. Él no pretende ser un nigromante, y usted no puede leer el futuro. Tiene que haber dos personas para asegurar la continuidad del proyecto si algo le sucede a una de ellas. Ésa es la única razón.

—Sí, y nosotros tuvimos dos predecesores —gruñó Dragosani—. ¿Cuáles eran sus dones? ¿Comenzaron también ellos sin rivalidad alguna?

Borowitz suspiró.

—Al comienzo —se dispuso a explicar pacientemente—, cuando decidí organizar la sección, no tenía colaboradores muy valiosos; el primer grupo de agentes aún no había probado su capacidad. Las personas de verdadero talento: como Vlady, que está conmigo desde el principio y mejora día a día, y como usted, que se unió a nosotros después, eran demasiado valiosas como para encargarles trabajos administrativos. Ustinov, que también estaba con nosotros desde el principio, pero sólo como administrador, y más tarde Gerkhov, cumplían ese papel a la perfección. No tenían ningún talento paranormal, pero ambos parecían ser de espíritu amplio, algo difícil de encontrar hoy en Rusia, sobre todo si se pretende que sean políticamente intachables, y yo confiaba en que al menos uno de ellos acabaría tan interesado en nuestra organización, y tan dispuesto a trabajar por ella como lo estoy yo. Cuando comenzaron los celos y la rivalidad, decidí que dirimieran el asunto entre ellos, sin mi intervención. Llamémoslo selección natural. Pero usted y Vlady son algo muy diferente. Yo no dejaré que haya competencia entre ustedes, puede estar seguro.

—Con todo —insistió Dragosani—, uno de nosotros tendrá que coger las riendas cuando usted se vaya.

—No pienso ir a ninguna parte —dijo Borowitz—. Por el contrario, me tendrán un largo tiempo aquí. Después…, lo que deba ser, será.

El general se quedó en silencio, contemplando el lento discurrir del río.

—¿Por qué se volvió Ustinov contra usted? —preguntó por fin el hombre más joven—. ¿Por qué no desembarazarse de Gerkhov? Eso seguramente habría sido más fácil, menos arriesgado.

—Había dos razones para que no se librara de su rival —explicó Borowitz—. La primera, que había sido sobornado por un antiguo enemigo mío: el hombre que usted «examinó», del que yo sospechaba que planeaba desde hacía tiempo mi eliminación. Ese viejo torturador de la MVD y yo nos odiábamos. No había otra salida: o me mataba él, o lo mataba yo. Por eso hice que Vlady lo vigilara, se concentrara en él, tratara de predecir todo lo que le concernía. Vlady leyó traición y muerte en su futuro inmediato. La traición era contra mí; la muerte sería la suya o la mía. Es una pena que Igor no sea más concreto. De todos modos, arreglé las cosas para que muriera él.

»La segunda razón: matar a Gerkhov. Por muy bien que lo hiciera, por mucho cuidado que tuviese en evitar que ligaran su nombre a una «muerte accidental;», no acababa con el problema. Era como arrancar una mala hierba; con el tiempo otra volvería a crecer. Yo, sin duda, pondría a otra persona en el puesto vacante, probablemente a alguien dotado de percepción extrasensorial. Y entonces, ¿qué esperanza le quedaría al pobre Ustinov? Su único problema verdadero era ése, la ambición.

»Pero, como puede ver, yo soy un superviviente. Utilicé a Vlady para prever lo que ese viejo cerdo bolchevique planeaba contra mí, y lo cogí antes de que pudiera hacerme nada. Lo utilicé a usted para leer sus entrañas y ver quién más estaba comprometido en la conspiración. Por desgracia, era Andrei Ustinov. Yo había pensado que tal vez Andrópov y su KGB estuvieran metidos en el asunto. Me tienen tanta simpatía como yo a ellos. Pero ellos no estaban comprometidos. Me alegro, porque esa gente no se da por vencida con tanta facilidad. ¡Qué mundo éste, de guerras intestinas y
vendettas
!, ¿verdad, Boris? ¡Si hace tan sólo dos años le dispararon al mismo Leónidas Brezhnev a las puertas del Kremlin!

Dragosani lo había escuchado con expresión pensativa.

—Dígame algo —dijo por fin—. Aquella noche en el
château
, cuando todo terminó, ¿fue por eso que me preguntó si podía leer en el cadáver de Ustinov, o en lo poco que quedaba de él? ¿Porque usted pensó que podía estar en connivencia con el nuevo hombre que había enviado la KGB, y no solamente con el viejo jerarca retirado de la MVD?

—Sí, algo así —dijo Borowitz con un encogimiento de hombros—. Pero eso ya no tiene importancia. No, porque si ellos hubieran estado comprometidos, se habría notado en el transcurso de la vista; nuestro amigo Yuri Andrópov no habría estado tan cómodo. Yo me habría dado cuenta. Y lo único que pude observar es que estaba un poco molesto de que Leónidas hubiera considerado oportuno acortarle un poco las riendas.

—Lo que significa que ahora intentará conseguir su cabeza.

—No, no lo creo. Al menos, no durante cuatro años. Y cuando quede demostrado que yo estoy en lo cierto, es decir, cuando se cumplan las predicciones de Vlady con respecto a Brezhnev, y éste tenga pruebas de la eficacia de la organización, ya no podrá hacer nada. De modo que, con un poco de suerte, nos habremos librado de esa banda para siempre.

—¡Hmmmmm! Bien, esperemos que así sea. De modo que ha sido muy listo, general. Claro que eso yo ya lo sabía. Y ahora dígame qué otros motivos tenía para hacerme venir hoy a este lugar.

—Tengo que hablarle de otras cosas…, de otros proyectos. Pero podemos hablar mientras cenamos. Natasha está preparando un pescado fresco de río. Trucha. Su pesca está estrictamente prohibida… y eso hace que sepa mucho mejor. —Borowitz se puso de pie e inició el regreso por la orilla del río. Luego volvió la cabeza y le dijo a Dragosani por encima del hombro—: Le aconsejo que venda ese cajón con ruedas que tiene y se compre un coche decente. Un Volga de segunda mano, quizá. Pero que no sea más nuevo que el mío, en cualquier caso. El coche es un premio por su ascenso. Podrá probarlo cuando se vaya de vacaciones.

—¿Vacaciones?

Todo parecía llegar de repente.

—Sí, ¿no se lo había dicho? Tres semanas como mínimo, y pagadas por el Estado. Estoy fortificando el
château
, y mientras duran las obras será imposible trabajar…

—¿He oído bien? ¿Ha dicho que…?

—Sí, estoy fortificando el lugar —continuó Borowitz con tono flemático—. Emplazamientos para metralletas, una verja eléctrica, cosas de ese tipo. Las tienen en el centro espacial de Baikonur, en Kazajstán. ¿Acaso nuestro trabajo es menos importante? Las reformas ya han sido aprobadas, y los trabajos comienzan el viernes. Ahora somos nuestros propios amos, aunque dentro de ciertos límites…, al menos lo somos en el interior del
château
. Cuando terminen los trabajos, todos tendremos salvoconductos para entrar, y nadie podrá acceder al castillo sin ellos. Pero dejemos eso para más tarde. Entre tanto habrá que hacer muchas reformas, algunas de las cuales supervisaré yo personalmente. Quiero ampliar el lugar, hacer nuevas construcciones tanto en la superficie como subterráneas. Necesito espacio para celdas experimentales. Tengo cuatro años, es verdad; pero el tiempo pasa muy rápido. La primera etapa de las reformas llevará casi todo el mes, de modo que…

—Mientras todo eso tiene lugar, ¿yo tendré vacaciones?

Ahora Dragosani estaba entusiasmado; su voz sonaba anhelante.

—Así es; usted y uno o dos de los otros. Para usted es un premio. Estuvo muy bien esa noche. Todo salió muy bien, con la sola excepción de la herida de mi hombro…, ah, y de la muerte del pobre Gerkhov, claro. Lo único que lamento es haber tenido que pedirle a usted que fuera hasta el final. Ya sé lo horrible que eso debe de ser para usted…

—¿Le importa si no hablamos de ese asunto? —Dragosani encontraba excesiva la repentina preocupación de Borowitz por su sensibilidad, y además le parecía que desentonaba con el estilo del general.

—Está bien, no hablaremos de eso —dijo el otro, pero se volvió, y con una sonrisa monstruosa, añadió—: Además, el pescado tiene mejor sabor.

Eso sí estaba más en consonancia.

—¡Usted es un sádico bastardo!

Borowitz lanzó una carcajada.

—Eso es lo que me gusta de usted, Boris. Se parece a mí, es muy poco respetuoso con sus superiores.

El general cambió de tema.

—¿Y dónde pasará sus vacaciones?

—En mi tierra.

—¿Rumania?

—Claro. Regresaré a Dragosani, donde nací.

—¿Nunca va a otra parte?

—¿Y para qué? Conozco el lugar, y amo a sus habitantes… todo lo que soy capaz de amar, en todo caso. Dragosani es ahora una ciudad, pero encontraré alojamiento en los alrededores, en alguna de las aldeas de las colinas.

—Debe de ser muy agradable —asintió Borowitz—. ¿Lo espera allí una chica?

—No.

—¿Y qué lo lleva siempre hacia allí?

Dragosani gruñó, se encogió de hombros, y sus ojos se entrecerraron hasta parecer hendiduras. Su jefe caminaba delante y no vio su rostro cuando él le respondió.

—No lo sé. Algo en la tierra, quizá.

Capítulo dos

Harry Keogh sintió el calor del sol que entraba por la ventana de la clase y le daba en la mejilla. Percibió la solidez del banco escolar en el que estaba sentado, pulido por cientos de posaderas que lo habían utilizado antes que él. Sentía también el agresivo zumbido de una pequeña avispa en su gira de inspección por el tintero, la regla, los lápices y las dalias en el florero que estaba sobre el alféizar de la ventana. Pero todas estas cosas estaban en la periferia de su conciencia, eran poco más que un ruido de fondo. Era consciente de ellas de la misma manera que lo era de los latidos de su corazón, demasiado rápidos y sonoros para una clase de aritmética de un soleado martes del mes de agosto. El mundo real estaba allí, seguro, tan real como la brisa que de vez en cuando entraba por la ventana abierta; y sin embargo, Harry necesitaba aire con la misma desesperación que un hombre ahogándose. O una mujer.

Y el sol no podía calentarlo allí, donde luchaba bajo el hielo, y el zumbido de la avispa era cubierto casi por completo por el ruido del agua helada y el borboteo de las burbujas que escapaban de su nariz y de sus mandíbulas, crispadas en un grito inaudible. Abajo, oscuridad, algas y lodo congelado; y arriba

Una lámina de hielo, de varios centímetros de espesor, y un agujero en algún lugar —el agujero por el que él (¿ella?) haba caído—, pero ¿dónde? ¡Lucha contra la corriente del río! ¡Nada contra ella, nada, nada! Piensa en Harry, el pequeño Harry. Tienes que vivir por él. Harry te necesita

¡Allí! ¡Allí! ¡Gracias a Dios, allí está el agujero!

Se aferra al borde, las aristas de hielo cortantes como cristal. Y manos como enviadas por el cielo se acercan al agua, parecen moverse con tanta, tanta lentitud: casi en cámara lenta con una languidez horrible, monstruosa. Manos fuertes, velludas. Un anillo en el dedo anular de la mano derecha. Una ágata ojo-de-gato engarzada en un grueso aro de oro. Un anillo de hombre
.

Al mirar hacia arriba, una cara borrosa, vista a través del agua revuelta. Y la transparencia del hielo permite ver su silueta, arrodillado junto al borde del agujero. Coge sus manos, esas manos vigorosas, y él te levantará como si fueras un niño de pecho. Y luego te sacudirá hasta que estés seca, como castigo por haberlo asustado
.

Lucha contra la corriente —cógete de las manos—, da patadas contra el agua. ¡Lucha, lucha por Harry!

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