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Authors: David Lozano

Tags: #Terror, Fantástico, Infantil y Juvenil

El viajero (44 page)

Cuando Pascal logró desenfundar el arma, el monstruo ya tiraba de sus dos piernas con sendos tentáculos, provocándole un terrible dolor en el vientre por el estiramiento muscular. Casi le había arrancado los pantalones. Pascal, agarrado con una sola mano a las rocas, sintió agradecido el calor inconfundible de la daga oscura al empuñarla, una energía que recorrió sus venas en décimas de segundo. Se dejó llevar, lanzando una primera estocada hacia sus pies que cortó de cuajo, con sorprendente facilidad, los dos tentáculos de la fiera. Aquella maniobra le permitió no solo frenar el dolor que sentía, sino recuperar su posición erguida sobre la tierra firme del paso. Las circunstancias empezaban a cambiar. Unos segundos más y habría sido demasiado tarde.

La criatura bramaba de dolor, con una intensidad tan descomunal que hacía vibrar el suelo. Sus extremidades mutiladas supuraban una sustancia grumosa, mientras el resto de los tentáculos golpeaban con fiereza la superficie contaminada de la ciénaga, provocando una lluvia de salpicaduras. Algunos de los tentáculos caían sobre Pascal con rabia, pero este los repelía blandiendo la daga, que dibujaba en el aire expertas trayectorias. Paso a paso, el Viajero se estaba aproximando a Beatrice, fuera del alcance de aquella bestia que seguía rugiendo con sus mandíbulas abiertas mientras volvía, por fin, a sumergirse. Cuando se reunieron, iniciaron una alocada carrera hasta superar aquella última zona de ciénagas. Solo entonces se dejaron caer al suelo, exhaustos, con la fatiga propia de la calma que sucede a los momentos demasiado intensos.

Pero todavía no debían detenerse, el territorio continuaba siendo muy peligroso.

—Hasta ahora todo coincide con las indicaciones de Polignac —señaló Beatrice consultando un papel anotado que había sacado de un bolsillo—. Tenemos que aguantar y seguir caminando, Pascal. Nos quedan varias horas antes de que podamos descansar. Hacerlo aquí es demasiado arriesgado.

Haciendo un esfuerzo para levantarse, el Viajero resopló.

—Vale, pues sigamos —aceptó—. Prefiero agotar mis energías a encontrarme con más criaturas.

CAPITULO XXXV

COLUMNAS, la corchera, el tabique acristalado de recepción, un amplio recibidor del que partían varios corredores vacíos a aquella hora en la que todo el mundo estaba en las aulas. El
lycée
Marie Curie. Daphne se sentó en un banco, de mal humor, acompañada por Dominique. La ventaja de la compañía adulta de la bruja era que el chico no levantaba sospechas entre el profesorado, cuando tendría que estar en clase. A pesar de ello, Dominique prefería no exhibirse mucho. Lo que a esas alturas sí resultaba evidente era que la petición a su amiga había funcionado; en caso contrario, su madre ya le habría llamado al móvil.

De momento no habían conseguido averiguar nada. La bruja disfrutaba, no obstante, de una relajación inconcebible teniendo en cuenta que el vampiro había estado merodeando horas antes por aquellos pasillos repletos de estudiantes —y volvería a hacerlo en cuanto llegara la noche—, una relajación solo posible gracias al sol que brillaba en la calle, traspasando con su resplandor los generosos ventanales de aquel centro. Aunque ni siquiera aquella luminosidad podía hacerles olvidar que la mañana iba transcurriendo sin ningún avance en la búsqueda. Habían fingido que necesitaban contactar con el profesor sustituto de Delaveau, identificado como Varney, pero nadie parecía saber nada de él salvo que trabajaba allí en horario nocturno. En el poco tiempo que llevaba como suplente, no había tenido ocasión de confraternizar con sus compañeros docentes ni había puesto el más mínimo empeño en ello.

«Viene y se va», había señalado el conserje. «Aunque, eso sí, es muy educado. Siempre saluda.»

—Vamos a ver —recapitulaba Daphne—. Seguimos sin ninguna información acerca de ese señor Varney, ¿no?

—El director tuvo que hacerle una entrevista para contratarlo —supuso Dominique, desde su silla de ruedas—. Él lo sabrá todo.

—Claro, pero no podemos recurrir a él.

—No, pero en algún sitio guardará los datos de todos los empleados, ¿no?

Daphne asintió.

—Eso suele ser labor de secretaría. Pero tampoco nos dejarán acceder a esos expedientes.

Dominique se distrajo observando a varias chicas que salían en grupo de un aula.

—Esa es una J5, seguro —murmuró recordando su tabla, mientras evocaba el recuerdo repentino de Marie. Había prometido llamarla tras aquella primera cita de final tan desagradable, y aún no lo había hecho. Su vida se había vuelto tan intensa en los últimos días...

Jamás pensó que desperdiciaría una posible cita. «Qué falta de profesionalidad», se dijo antes de abandonar aquellas reflexiones.

—¿Y no puedes hacer uso de tus intuiciones? —planteó el chico buscando diferentes alternativas para escapar de aquel punto que no conducía a ninguna parte.

—Para eso necesitaría algo de él —reconoció Daphne—. Como la escena del crimen de Delaveau se ha limpiado tras la intervención de la policía, y hay tanta gente... No puedo emplear mis facultades aquí.

—Pues qué pena.

—Déjame el móvil —la vidente lo miraba con una determinación nueva—. A grandes males, grandes remedios.

Dominique puso gesto de interrogación mientras le alargaba el aparato.

—¿Qué se te ha ocurrido? Me queda poco saldo...

—Ven, apartémonos un poco.

Los dos entraron en una de las pequeñas salas que se utilizaban para las reuniones con padres. Una vez allí, la bruja cerró la puerta.

—¿Cuál es el teléfono de este instituto?

Dominique se lo facilitó, intrigado. Daphne pulsó entonces las teclas oportunas y aguardó.

—Por favor —empezó, con una voz muy seria, cuando le contestó alguien al otro lado de la línea, a pocos metros de allí—, necesito hablar urgentemente con el profesor Varney.

—Lo lamento, señora. No vendrá a trabajar hasta la noche.

—Es que es muy urgente... —insistió ella—. ¿Sabe dónde puedo localizarlo?

—Lo siento, pero no puedo ayudarle. Lo único que se me ocurre es que llame a partir de las ocho.

Silencio. Daphne se dispuso a lanzar su mentira con el mayor tono de verosimilitud posible.

—Verá... —comenzó con acento compungido—, se trata de su padre... Ha fallecido esta mañana. Tenemos que decírselo antes de que se entere por terceros... Compréndalo... es un tema muy delicado...

La voz que escuchaba a la vidente cambió de registro, adoptando ahora uno mucho más respetuoso.

—Lo siento mucho, señora. Yo... —se notaba que aquella persona estaba planteándose infringir las normas, dada la excepcionalidad de las circunstancias—. Es que no podemos... A ver, espere un momento.

Daphne, tapando el móvil, se dirigió a Dominique, que atendía divertido ante aquella estrategia que mostraba tan pocos escrúpulos.

—Dominique, asómate a ver qué están haciendo en conserjería.

El chico se asomó con discreción y volvió en seguida.

—El portero está hablando con la administradora del centro, en la zona de secretaría.

—La cosa tiene buena pinta.

—¿Oiga?

La vidente se apresuró a responder.

—Sí, dígame.

—En teoría no podemos facilitar ese tipo de información sobre los empleados, pero en vista de la situación...

—No sabe cuánto se lo agradezco, de verdad. Si no fuera un asunto tan grave, no les molestaría, desde luego.

A los ojos de Dominique se ofrecía una escena surrealista, viendo a aquella pitonisa estrafalaria de voz chillona interpretando con tal fidelidad aquel inusitado papel. Parecía de verdad que estuviese de luto, aunque eso no impidió que hiciera un gesto a Dominique para que tomara nota. El muchacho sacó de su mochila papel y boli.

—Vale, rué Camille Peletan 24, primero derecha —repitió ella en voz alta—. Muchas gracias, de verdad.

También le acababan de comunicar a Daphne que no disponían de ningún teléfono de contacto del profesor Varney, pero eso daba igual. Si sus suposiciones eran ciertas, nadie habría respondido a ninguna llamada durante el día. En realidad, ni siquiera durante la noche, tiempo de caza.

—Vamos para allá, Dominique —dijo la bruja tras colgar el auricular—. Es preciso que demos con Varney antes de que llegue la oscuridad. Cada noche que transcurre lo aproxima a nosotros, acabará localizando el desván si no lo detenemos antes —calló, para recuperar la respiración—. Aunque ese demonio tuvo que llegar muy débil y desorientado al mundo de los vivos a través de la Puerta Oscura, la zona le resultará familiar. No tardará en encontrarnos.

—Sobre todo si presiente que Pascal continúa en el Más Allá —terminó Dominique.

—Cierto. Lo que no me explico —comentó la bruja minutos después, mientras salían del edificio— es cómo ese vampiro pudo generar una identidad falsa tan pronto. ¡Ha engañado a todo el mundo!

—Supongo que el director estaba muy agobiado con la muerte de Delaveau —dedujo el chico—, y así es muy fácil que una mentira funcione. No debió de tener tiempo para comprobaciones.

Daphne ya no le oía, había desaparecido. Dominique hizo girar su silla de ruedas, asombrado. ¿Dónde se había metido? Si hacía un momento estaba a su lado...

Al terminar su giro se encontró cara a cara con las facciones magulladas de Marguerite Betancourt, que lo miraba con curiosidad a dos metros de distancia. El chico entendió en décimas de segundo la fuga de Daphne, quien debía de haberla visto a tiempo de escabullirse. Qué suerte.

—¿Has perdido algo? —le preguntó sonriendo la detective.

Dominique era consciente de que no podía fiarse de aquel gesto en apariencia inofensivo. Ella estaba trabajando, aunque no fuera de las que llevaban uniforme. Y seguro que era buena con las averiguaciones. Tenía toda la pinta.

—Buscaba... buscaba a un amigo, señora —improvisó una vez más.

Por la cara que puso la enorme mujer, los titubeos de la gente le abrían el apetito policial. Así que los tartamudeos de Dominique tenían que estimular mucho su instinto investigador.

Al chico le contrarió su propia falta de reflejos, pues siempre había sido un experto en generar tapaderas; lo malo era que en las últimas ocasiones siempre lo pillaban sin tiempo para pensar. Y así ni siquiera su ágil mente reaccionaba tan rápido como para resultar creíble en sus afirmaciones.

—Ya veo —añadía la mujer, prolongando con toda la intención sus palabras—. Un poco pronto para irse del instituto, ¿no? Me está pareciendo que faltas mucho a clase...

«¿Y a usted qué le importa?», le habría dicho de buena gana Dominique. Sin embargo, prefirió optar por una vía más diplomática y contraatacar con otro interrogante; mejor no seguir arriesgándose a cometer una equivocación.

—¿Ha venido a seguir indagando sobre la muerte de Delaveau?

Marguerite frunció el ceño. Era ella la que formulaba las preguntas, aunque se dio cuenta de que en aquel contexto de simple conversación no tenía ningún derecho a exigirlo. En un encuentro fortuito como ese, la diferencia de edad era el único factor que le otorgaba cierta autoridad.

—Ya hablaremos —terminó ella consultando su reloj—. Tengo contigo una conversación pendiente. Que pases una buena mañana.

—Adiós, señora.

La detective se introdujo en el instituto sin volver la vista atrás.

Daphne observaba todo, oculta entre unos coches aparcados. En unos minutos, el teléfono móvil de Dominique recibiría —algo tarde— un mensaje de Jules advirtiéndoles de que una detective había estado en su casa haciendo preguntas incómodas.

La vidente, a pesar de la molestia que suponía la insistente intromisión de aquella mujer, la admiró por su valentía e intuición, al afrontar un caso que no podía ganar con el único recurso de una tenacidad sin grietas.

Daphne deseó que no le ocurriera nada, pero sabía que nadie podría proteger a Marguerite Betancourt si continuaba metiendo las narices cerca de la Puerta Oscura. La propia vidente tampoco; su exclusiva prioridad era el Viajero. Imaginó que Marguerite Betancourt asumía que con cada movimiento se estaba jugando la vida —era su trabajo—, pero sin saber a ciencia cierta a qué se enfrentaba.

En eso consistía el auténtico valor.

* * *

Tras cuatro horas de camino, los dos se tumbaron en una zona resguardada junto a unas rocas. Pascal fue cayendo de nuevo presa del sueño, sin darse cuenta. El comienzo de aquel desafío estaba resultando muy duro para él, que ya arrastraba agotamiento desde su propio mundo.

Beatrice no quiso despertarlo, pues se podían permitir aquella pausa. La ruta que habían elegido les estaba acortando mucho el camino. Mientras tanto, ella se dedicó a contemplar el rostro sucio de Pascal, sus ojos cerrados, recordando con nostalgia aquellos tiempos en los que Beatrice también sentía esa necesidad de dormir que únicamente los vivos experimentan. Vigiló su descanso, salpicado de pesadillas. Quedaba muy poco para acceder al siguiente nivel del Infierno, y Pascal tenía que llegar a él con todas sus fuerzas.

El chico despertó a las dos horas, con el cuerpo dolorido. Las manchas en su ropa atestiguaban el impactante episodio de las ciénagas.

—Me duele todo —se quejó incorporándose.

Beatrice, erguida como una efigie, sonrió.

—Disfruta de eso. El dolor es una sensación maravillosa, confirma que estás vivo.

Ella y sus comentarios enigmáticos.

—¿Vosotros no sentís dolor? —quiso saber el chico, abriendo su mochila para alcanzar sus provisiones y la cantimplora.

—No de la misma forma.

Pascal frunció el ceño. No siguió preguntando, abrumado por la conmovedora mirada de aquel hermoso espíritu errante. Beatrice, al admitir de forma velada que podían sufrir daño, abría las puertas a otro tipo de sensaciones, y aquel turbador detalle no se le escapó al chico. Meditabundo, comenzó a devorar un bocadillo.

—Gracias por vigilar mientras dormía —dijo—. No me he dado ni cuenta, he caído redondo.

—No hay por qué darlas —Beatrice volvió a mostrar sus dientes blanquísimos—. Para eso te acompaño, para ayudarte. Y necesitabas descansar. Estamos a punto de llegar a la Colmena del Tiempo.

Pascal no disimuló su impaciencia:

—Pues vamos allá, no conviene que Michelle se siga alejando.

Beatrice rebuscó en sus recuerdos las instrucciones del conde de Polignac, y luego observó el cielo negro con detenimiento.

—Tranquilo, hemos de esperar —concluyó—. El paso que conduce a ese nivel se abrirá más tarde.

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