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Authors: Lucía Solaz Frasquet

Tags: #Infantil y juvenil

Entre sombras (25 page)

—Creo que el rector ha perdido la cabeza —musitó—. Quiere invocar a un espíritu Tau, eso es lo que ha estado buscando todos estos años con desesperación. Sabe que no se trata de una leyenda, aunque jamás ha contemplado a uno, y está convencido de que dominar a un espíritu de tal categoría es lo que necesita para hacerse con el control total de la Orden y… ¿del mundo?

Iris cerró los ojos durante unos segundos y se frotó la frente.

—Si no lo conociera, y si no supiera lo peligroso que puede ser, me reiría de la ridiculez de semejante empresa. Es como un niño pequeño que quiere poseer todos los juguetes que ve.

—No creo que sea buena idea subestimarlo —dijo Eric con tono sombrío.

—No, desde luego que no.

—Ha estado intentando arrancarle el secreto de cómo traerlo al mundo físico a docenas de personas —prosiguió Acacia—, tanto pertenecientes a la Orden como fuera de ella. Cuando no consigue sus propósitos, los manda asesinar. Y cuenta con mucha ayuda.

—¿Dentro y fuera de la Orden?

Acacia asintió.

—Me temo que solo he percibido la idea, sin ver rostros ni nombres. ¿Qué vamos a hacer?

Iris se levantó y paseó inquieta por la habitación.

—El fin jamás justifica los medios —pronunció con voz clara deteniéndose para observarlos con su profunda mirada gris—. Ese ha sido el error de algunos de los miembros de la Orden. No se puede obtener conocimiento y poder a cualquier precio. Es evidente que debemos hacer algo y, sin embargo, combatir con sus propias armas nos convertiría en aquello que estamos tratando de erradicar.

—¡Pero no podemos dejar que se salgan con la suya! —protestó Acacia.

—La venganza nos pondría a su nivel —señaló Eric con amabilidad—. Los sentimientos de odio, miedo, victimismo o autocompasión hacen que nuestra frecuencia energética descienda y permitirles eso sí que es dejar que se salgan con la suya.

Acacia lo miró pensativa.

—No se puede combatir el odio con odio, ni la oscuridad con más oscuridad —continuó el joven—. Una de nuestras misiones en la vida es traer la luz y arrojarla por igual sobre todos aquellos que la necesiten, sin juicios ni discriminaciones.

—Ha llegado la hora de cambiar nuestros antiguos paradigmas y modos de comportamiento —apuntó Iris con voz suave—. No existe, en realidad, nada externo a nosotros. No se trata de una lucha de ellos contra nosotros. Debemos superar la visión dualista del mundo, dejar atrás la ilusión de la separación y sustituirla por la realidad de la unidad.

Leyendo todavía una sombra de duda en su rostro, Eric tomó las manos de Acacia entre las suyas y le acarició los dedos con suavidad.

—Tú ya eres consciente de que cuando dañamos a otra persona o al planeta, en realidad nos estamos dañando a nosotros mismos, de que cuando somos amables con nosotros mismos o con otros, eso tiene un efecto en el resto de la humanidad y del universo. Recuerda el mensaje que repite el
Evangelio según Tomás
, instándonos a reunir los opuestos, a terminar con la diferencia entre las cosas, que es la marca de este mundo, a experimentar la unidad.

—Mira en tu corazón —le pidió Iris con cariño—. Este es el momento de reclamar nuestro poder y nuestra sabiduría como seres divinos.

Acacia asintió despacio. A pesar de su reacción inicial, debía reconocer que lo que decían Iris y Eric tenía sentido. Se giró hacia Enstel, quien le devolvió una mirada serena. Quizás no lo hubiera entendido con tanta facilidad sin él. Al fusionarse con el espíritu había constatado, sin lugar a dudas, que unos hilos infinitos nos interconectan con todo lo que existe y que no solo nuestras acciones, sino también nuestros pensamientos, tienen repercusiones difíciles de controlar o predecir.

Rememoró la increíble belleza de los seres humanos cuando, unida a Enstel, le era posible contemplarlos vibrar en su esencia energética.

—Somos tan poderosos… —murmuró con mirada sobrecogida— y ni siquiera lo sospechamos, creyendo que somos tan solo este cuerpo, esta mente.

Recordó las palabras de Jesucristo que tanto le habían intrigado desde niña, cuando había hablado de
estar
en el mundo pero sin
ser
del mundo.

—Nuestra verdadera naturaleza es mucho más compleja de lo que jamás habríamos soñado —comprendió—. Lo que aquí vemos se trata apenas de una pequeña parte de lo que somos. En realidad, nuestro poder es tan grande que nos da miedo.

«Vosotros sois dioses», había asegurado Jesús. Era una declaración, Acacia se dio cuenta, destinada a recordarle a la humanidad algo que había olvidado, que más allá de las diferencias de raza, género, estatus, cultura o afiliación religiosa, su origen era divino. No trataba de promover la arrogancia o la superioridad, sino de desvanecer el victimismo, guiando al pueblo en la recuperación del poder que durante siglos le había cedido, casi sin darse cuenta, a otras personas e instituciones.

Enstel les sonrió con dulzura infinita.

Si pudierais veros como yo os veo, jamás dudaríais de vuestra luz
.

Iris los llevó a Truro, donde habían de tomar el tren de regreso a Oxford, un pesado viaje de seis horas con cambio de tren en Reading. Acacia abrazó a Iris, sintiéndose inesperadamente afectada por la despedida. A pesar de conocerse desde hacía tan poco tiempo, había sido mucho lo que habían compartido. Enstel no se veía por ningún lado.

—Moveos con precaución y no hagáis nada hasta que vuelva de Estados Unidos —les volvió a pedir.

Una vez instalados en sus asientos, Acacia y Eric permanecieron en silencio, las manos entrelazadas. Acacia dejó vagar la mirada por el verde paisaje, sintiéndose melancólica sin saber por qué. A pesar de todo, había disfrutado mucho en las últimas semanas. Los paseos y el contacto directo con la naturaleza la habían revitalizado y una parte de ella se resistía a volver a Oxford. Intentó indagar más en ese sentimiento. No es que se sintiera atrapada, pues allí había suficientes parques y zonas verdes. También seguía muy interesada en sus estudios. ¿Qué era, pues, lo que la inquietaba? Mientras contemplaba los árboles y las nubes esponjosas, la respuesta llegó a ella.

—Este empeño de la Orden en recoger y mantener a salvo el conocimiento no creo que sea tan inocente como parece —dijo volviéndose hacia Eric—. También conlleva secretismo y elitismo.

—¿Qué quieres decir?

—Incluso antes de que me contaras lo que ocurre con la Orden, ya sentía recelo. Siempre me han causado rechazo las instituciones o sistemas de creencias que se creen superiores al resto de los mortales, que se imaginan con la autoridad de decirnos cómo comportarnos y qué pensar. Creo que todo debe pasar por el filtro de nuestra conciencia y sentido común. Muchos de estos grupos creen estar en posesión de la verdad y, por lo tanto, con derecho a combatir a los que no están de acuerdo con ellos. Piensa en cuántos crímenes se han cometido en nombre de Dios y de causas que consideraban justas aunque no lo fueran.

—Permíteme que te cuente lo que aprendí hace un tiempo, cuando estuve en un curso de primeros auxilios y prevención de accidentes. El jefe de bomberos nos explicó el comportamiento del fuego y nos mostró el vídeo de un incendio en un estadio de fútbol que se saldó con cincuenta y seis personas muertas y más de doscientos sesenta heridos. En las imágenes vimos que, a pesar del humo y de las llamas, muchos no se movieron de sus asientos. Luego nos mostró una situación similar en un incendio en un supermercado. El jefe de bomberos nos dijo que, en estos casos, la mayoría de la gente aguarda a que les digan qué hacer y son muy pocos los que se atreven a tomar la iniciativa, incluso cuando se trata de salvar sus propias vidas. Esto vino a demostrar algo que ya había sospechado, que la inmensa mayoría de las personas son seguidoras y esperan a un líder que les guíe, que les diga qué hacer, qué pensar, cómo vivir.

—Incluso si eso fuera cierto, que no lo creo, no justificaría el que estas asociaciones secretas mantengan para ellas un conocimiento que pertenece a la humanidad. Tú mismo has admitido que la versión de la historia que aprendemos en el colegio y en la universidad no tiene nada que ver con lo que pasó realmente. Estas organizaciones, incluida la Orden, parecen querer preservarse a sí mismas, no trabajan por el bien general, sino por el suyo propio. Es posible que nacieran con el propósito de proteger las enseñanzas sagradas de aquellos que pretendían aniquilarlas o emplearlas de modo erróneo, pero con el tiempo se han convertido en entidades egoístas, retrógradas, dogmáticas y conservadoras. Ni siquiera voy a comentar la indignante consideración que reciben las mujeres en gran parte de ellas.

—Cuando las personas no están preparadas para recibir y entender esa información, forzarlo genera una gran cantidad de miedo y rechazo. Es muy peligroso. De ahí que seamos cuidadosos. No queremos provocar conflictos innecesarios.

—¿De verdad crees eso o solo estás repitiendo lo que te han enseñado? ¿Acaso no tenemos capacidad de pensar por nosotros mismos y decidir qué reglas tienen todavía sentido? No estoy defendiendo que seamos subversivos sin más. Aquellos que rechazan cualquier norma por principio no son libres. No interactúan, sino que reaccionan automáticamente contra cualquier autoridad y eso tampoco es libertad.

—Lo que nos lleva al viejo debate entre determinismo y libre albedrío.

—Estoy convencida de que más allá de las circunstancias biológicas, culturales, sociales o económicas, siempre somos libres de elegir cómo respondemos a lo que nos ocurre. Incluso Lucifer se podría haber negado a jugar el papel de demonio para nosotros, pero quizás decidió ser generoso y mostrarnos, como Caín, que la subversión y el inconformismo son necesarios motores de cambio.

—¿Estás proponiendo una revolución?

—Tienes que admitir que, a pesar del caos que producen, nos conducen también a grandes avances. Piensa en las mayores revoluciones de la historia, la Revolución Neolítica y la Revolución Industrial. O en el cambio en la estructura social, política, cultural y económica al que llevaron la Revolución Francesa o la Rusa. No creo que sea correcto que actuemos como filtros, decidiendo lo que la humanidad está o no preparada para saber. Tenemos derecho a decidir por nosotros mismos y todo el mundo se merece la oportunidad de ejercitar su libre albedrío con el apoyo que proporciona el conocimiento. ¿Quiénes somos nosotros para elegir por ellos? La arrogancia de pensar que debemos protegerlos de la verdad… Criticamos a la iglesia por manipular al pueblo, por ocultar información, y nos comportamos como ella.

Eric la contempló pensativo.

—Si una de nuestras misiones en la vida es despertar, recordar quiénes somos de verdad y ver más allá de los velos de la ilusión —continuó Acacia con pasión—, no puedo creer que nadie haya venido al mundo con el fin de ser un mero seguidor, sino para experimentar y crear. Dime, ¿es cierto que en la Orden existen treinta y tres niveles de iniciación? ¿En qué nivel estás tú?

—Hay niveles, sí, pero no sé cuántos —admitió Eric con voz cansada.

—Y cada nivel revela un poco más de información que el anterior. Los niveles más altos reciben el conocimiento secreto mientras los niveles más bajos no tienen ni idea de lo que ocurre ni cuál es la auténtica naturaleza de la organización. Incluso si hablamos de una sociedad que no está corrupta, ¿hasta qué punto opera con transparencia? ¿Cómo sabes que no te están manteniendo en la oscuridad?

Permanecieron en silencio durante un rato, reflexionando sobre su conversación. Enstel, a quien no habían percibido hasta ese momento, los besó con suaves labios invisibles.

La mayoría de las personas no están preparadas para la libertad y buscan la seguridad en que les digan qué hacer o cómo ser. Es así como los autócratas y las instituciones obtienen su poder. Uno de nuestros mayores retos es aprender a ser libres y reclamar el poder que nos pertenece
.

27

Al día siguiente por la noche, mientras estaba inmersa en una de sus lecturas obligatorias, Acacia escuchó un suave golpe en la puerta de su habitación. La mayoría de los estudiantes no había regresado todavía y St. Swithuns se encontraba inusualmente tranquilo.

—¿Desde cuándo llamas a la puerta? —gritó sin moverse de la cama.

La puerta se abrió y apareció una mano con un ramo de flores silvestres.

—¿De dónde las has sacado? —exclamó Acacia divertida.

—Shhh —respondió Eric en voz baja entrando en el cuarto—. Las he robado del parque.

—¡Señor Mumford!

—Nada puede ya detenerme a la hora de declarar mi amor —declamó con voz afectada—, ni siquiera los más peligrosos actos criminales.

Acacia se rió y dejó el libro a un lado.

—Entonces será mejor que les busquemos un poco de agua —dijo levantándose.

En cuanto depositó el jarrón sobre la mesa, Eric se giró para abrazarla, sosteniéndola contra su pecho como si temiera que fuera a desvanecerse en cualquier momento.

—Veo que me has echado de menos —comentó Acacia con una sonrisa—. ¿Qué han sido, tres horas sin vernos?

—Una eternidad —respondió Eric besándola con ardor.

Llegaron a trompicones hasta la cama, donde cayeron sin dejar de besarse. Acacia deslizó las manos por debajo de su camiseta.

—¿Está Enstel aquí? —murmuró Eric mientras le desabrochaba la camisa del pijama.

—No. ¿Quieres que lo llame?

—Ahora mismo no —respondió contra la suave piel de su estómago.

Acacia se recostó contra el hombro de Eric, apoyando un brazo sobre su pecho. El joven giró la cabeza para besarla en la frente.

—Cuando tenía dieciséis años y estaba totalmente perdida —murmuró Acacia—, la señorita White me dijo que incluso aquellos que buscan los placeres de la carne están buscando en realidad la profundidad del alma. Siempre recordé sus palabras, aunque entonces no las comprendí por completo.

Eric la contempló sin saber muy bien adónde quería ir. Aunque la mayor parte del tiempo era capaz de obtener impresiones de sus pensamientos y emociones sin ni siquiera intentarlo, la comunicación entre ellos no siempre resultaba tan directa.

—Ahora he encontrado mi alma —prosiguió Acacia mirándolo con seriedad— y no estoy interesada en nadie más.

Eric la estrechó entre sus brazos, considerando sus palabras, disfrutando de la sensación de sus corazones latiendo al unísono.

—Mi naturaleza es más bien monógama —respondió al fin, separándose lo suficiente para poder contemplar sus límpidos ojos verdes—, pero no es mi intención obligarte a nada o cambiarte en modo alguno.

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