Read Espejismos Online

Authors: Alyson Noel

Tags: #Infantil y juvenil, Romántico

Espejismos (7 page)

Se mira la blusa y se la frota con los dedos mientras lo piensa; luego hace un gesto negativo con la cabeza, se encoge de hombros y dice:

—Me he chocado con alguien. —Y por la manera en que lo dice, tan casual, tan indiferente, tan despreocupada, resulta obvio que ella no está ni de cerca tan impresionada por ese encuentro como parece estarlo Muñoz—. Bueno, ¿sigue en pie lo de la cena del sábado? Pegunta.

Trago saliva con fuerza mientras insto telepáticamente a Damen a que asienta, sonría y responda que sí, aunque en realidad no tiene ni la más remota idea de lo que está hablando mi tía, ya que he olvidado mencionárselo.

—He reservado mesa a las ocho —agrega Sabine.

Contengo la respiración mientras observo cómo Damen asiente y sonríe, tal y como le he pedido que haga. Incluso da un paso más allá y añade:

—No me lo perdería por nada de] mundo.

Estrecha la mano de Sabine y se dirige hacia la puerta sin soltarme. Sus dedos están entrelazados con los míos y me provocan un maravilloso y cálido hormigueo en todo el cuerpo.

—Siento todo este asunto de la cena —le digo al tiempo que alzo la vista para mirarlo a los ojos—. Supongo que esperaba que estuviera demasiado ocupada con el trabaja como para acordarse.

Aprieta con fuerza los labios contra mi mejilla antes de meterse en el coche.

—Se preocupa por ti. Quiere asegurarse de que soy lo bastante bueno para ti, de que soy sincero y de que no voy a hacerte daño. Créeme, ya he pasado por esto antes. Y, aunque puede que haya estado cerca una o dos veces, no recuerdo ninguna ocasión en la que no haya superado una inspección. —Sonríe.

—Ah, sí, el estricto padre puritano… —le digo mientras me imagino a la encarnación perfecta de un padre despótico.

—Te sorprenderías… —dice Damen con una sonrisa—. La verdad es que el terrateniente rico imponía mucho más. Y, aun así, conseguí metérmelo en el bolsillo.

—Quizá algún día estés dispuesto a mostrarme «tu» pasado —le digo—. Ya sabes, cómo era tu vida antes de conocerme. Tu hogar, tus padres, cómo te convertiste en lo que eres… —Mi voz se apaga al ver el dolor que relampaguea en sus ojos. Sé que todavía no está preparado para hablar de eso. Siempre se cierra en banda, se niega a compartirlo conmigo, y lo único que consigue es que sienta aún más curiosidad.

—Nada de eso tiene importancia —replica al tiempo que me suelta la mano y juguetea con los espejos retrovisores para no tener que mirarme—. Lo único que importa es el presente.

—Ya, claro… Pero, Damen… —empiezo a decir, deseando explicarle que no se trata de satisfacer mi curiosidad, sino de establecer un vínculo íntimo. Quiero que me confíe esos secretos que ha guardado tanto tiempo. Sin embargo, cuando lo miro de nuevo, sé que es mejor no presionarlo. Además, puede que haya llegado la hora de que yo también confíe un poco más en él—. He estado pensando… —le digo mientras enredo los dedos en el dobladillo de mi camiseta. El me mira con la mano en la palanca de cambios, listo para meter la marcha atrás—. ¿Por qué no haces esa reserva? —Asiento con la cabeza y aprieto los labios mientras lo miro a los ojos—. Ya sabes, en el Montage o en el Ritz —añado.

Contengo el aliento cuando sus hermosos ojos recorren mi rostro de arriba abajo.

—¿Estás segura?

Hago un gesto afirmativo con la cabeza. Sé que lo estoy. Hemos esperado este momento durante cientos de años, así que ¿por qué demorarlo más?

—Más que segura —le digo sin apartar la mirada de la suya

Damen sonríe y su rostro se ilumina por primera vez en todo el día. Me siento muy aliviada al ver que parece normal de nuevo después de su extraño comportamiento previo (su distanciamiento en el instituto, su incapacidad para hacer aparecer el portal, su malestar), impropio del Damen que conozco. Siempre es tan fuerte, tan sexy, tan guapo, tan invencible… tan inmune a los momentos de debilidad y a los días malos, que verlo tan vulnerable me ha dejado mucho más preocupada de lo que estoy dispuesta a admitir.

—Considéralo hecho —replica al tiempo que llena mis brazos con docenas de tulipanes rojos antes de marcharse a toda velocidad.

Capítulo ocho

L
a mañana siguiente, cuando me encuentro a Damen en el aparcamiento, todas mis preocupaciones desaparecen. Porque en el momento en que abre la puerta para ayudarme a salir del coche, noto lo saludable que parece y lo increíblemente guapo que es; y cuando lo miro a los ojos, todas las cosas extrañas que pensé ayer quedan atrás. Estamos más enamorados que nunca.

En serio. Apenas puede mantener las manos alejadas de mí durante la clase de lengua. Se inclina constantemente sobre mi mesa y me susurra cosas al oído, para fastidio del señor Robins, de Stacia y de Honor. Y cuando bajamos al comedor, no para de acariciarme la mejilla y de mirarme a los ojos, solo deteniéndose para dar un trago de su bebida, para luego continuar donde lo había dejado y murmurarme palabras dulces al oído.

Por lo general, cuando actúa así lo hace en parte para demostrarme su amor y en parte para aplacar los ruidos y la energía circundantes: todas las visiones aleatorias, sonidos y colores que me bombardean sin cesar. Desde que rompí el escudo psíquico que creé hace unos cuantos meses, un escudo que mantenía todo a raya y me dejaba tan ajena a esas cosas como antes de morir y adquirir poderes psíquicos, aún no he encontrado nada que lo reemplace y me permita canalizar las energías que quiero y bloquear las que no quiero. Y, puesto que Damen jamás ha tenido que lidiar con algo así, no sabe muy bien cómo enseñarme.

Sin embargo, ahora que ha vuelto de nuevo a mi vida, eso ya no parece tan urgente, ya que el sonido de su voz puede silenciar el mundo y el roce de su piel hace que mi cuerpo se estremezca. Y cuando lo miro a los ojos… Bueno, digamos solo que me quedo abrumada por su cálido, maravilloso y magnético carisma, como si solo estuviéramos él y yo, como si todo lo demás hubiese dejado de existir. Damen es el escudo psíquico perfecto. Mi otra mitad. Y cuando no podemos estar juntos, las imágenes y los pensamientos telepáticos que me envía me producen el mismo efecto calmante.

No obstante, hoy todos esos dulces susurros no están destinados solo a protegerme… se deben sobre todo a los planes que tenemos. A que ha alquilado una suite en el Montage Resort. Y a lo mucho que lleva deseando que llegue por fin esta noche.

—¿Te haces la más mínima idea de lo que es esperar algo durante cuatrocientos años? —murmura mientras mordisquea con los labios el lóbulo de mi oreja.

—¿Cuatrocientos? Creí que llevabas seiscientos vagando por el mundo —replico al tiempo que me aparto un poco para verle mejor la cara.

—Por desgracia, pasaron un par de siglos hasta que di contigo —susurra mientras desliza la boca desde mi cuello hasta mi orejad—. Dos siglos muy solitarios, debo añadir.

Trago saliva con fuerza. Porque sé que la «soledad» de la que habla no implica que estuviera «solo». Más bien lo contrario. Con todo, no le digo nada al respecto. De hecho, no pronuncio ni una palabra. Estoy decidida a dejar todo eso atrás, a olvidar mis inseguridades y a dar el siguiente paso. Tal y como prometí que haría.

Me niego a pensar en cómo pasó esos doscientos años sin mí.

O en cómo pasó los siguientes cuatrocientos mientras se recuperaba del hecho de haberme perdido.

Y tampoco voy a pensar siquiera en los seiscientos años que han pasado desde que comenzó a estudiar y practicar las… las «artes amatorias».

Y, desde luego, con toda seguridad, no voy a preocuparme por las hermosas, elegantes y experimentadas mujeres que ha conocido durante todos esos siglos.

De ninguna manera.

Yo no.

Me niego incluso a pensarlo siquiera.

—¿Te paso a buscar a las seis? —pregunta al tiempo que recoge el cabello de mi nuca y lo retuerce para convertirlo en un largo cordón dorado—. Podemos ir primero a cenar.

—Aunque en realidad ninguno de los dos comemos —le recuerdo.

—Ah, es verdad. Buena observación. —Sonríe mientras me suelta el pelo, que cae sobre mis hombros, y me coge por la cintura—. No obstante, estoy seguro de que podremos encontrar otra cosa en que ocupar nuestro tiempo, ¿no crees?

Le devuelvo la sonrisa. Ya le he dicho a Sabine que me quedaré a pasar la noche en casa de Haven y espero que ella no intente comprobarlo. Solía creer en lo que yo le decía, pero desde que me pillaron bebiendo, me expulsaron y casi dejé de comer, tiene cierta tendencia a investigar las cosas más a fondo.

—¿Estás segura de que esto no te supone ningún problema? —pregunta Damen, que ha interpretado la expresión de mi cara como indecisión, cuando solo son nervios.

Sonrío y me inclino para besarlo, impaciente por disipar todas las dudas (las mías más que las suyas), justo en el momento en el que Miles arroja su mochila sobre la mesa y dice:

—¡Ay, mira, Haven! ¡Han vuelto a las andadas! ¡Los tortolitos han regresado!

Me aparto de Damen con la cara roja de vergüenza. Haven se echa a reír y se sienta al lado de Miles mientras examina la mesa.

—¿Dónde está Roman? —pregunta—. ¿Alguien lo ha visto?

—Estaba en clase de tutoría. —Miles se encoge de hombros mientras quita la tapa de su yogur y se inclina sobre el guión.

«Y antes estaba en historia», pienso al recordar cómo lo he ignorado durante toda la clase a pesar de sus numerosos intentos por llamar mi atención, y cómo, cuando ha sonado el timbre, me he quedado atrás fingiendo buscar algo en mi mochila. Prefería enfrentarme con la mirada del señor Muñoz y sus conflictivas ideas sobre mí (mis buenas notas frente a mi innegable rareza) que a la de Roman.

Haven se encoge de hombros, abre la caja de su magdalena y suspira antes de decir:

—Vale, fue bonito mientras duró.

—¿De qué estás hablando? —Miles levanta la mirada mientras ella, con los labios fruncidos y la mirada abatida, señala más adelante. Cuando todos seguimos con la mirada la dirección que indica su dedo, vemos que Roman no deja de hablar y de reírse con Stacia, Honor, Craig y el resto de la tropa «guay»—. Bah. —Se encoge de hombros—. Ya verás como vuelve…

—Eso no lo sabes —dice Haven, que quita el papel de su magdalena roja sin apartar la mirada de Roman.

—Por favor… Lo hemos visto mil veces antes. Todos los chicos nuevos con la más mínima posibilidad de ser guays han pasado por esa mesa en algún momento. Pero los que son guays de verdad nunca duran mucho allí… porque los que son guays de verdad acaban aquí. —Se echa a reír mientras da unos golpecitos en la mesa amarilla de fibra de vidrio con sus brillantes uñas de color rosa.

—Yo no —digo, ansiosa por apartar el tema de conversación de Roman, consciente de que soy la única a la que le hace feliz ver que nos ha abandonado por una panda mucho más chic—. Empecé aquí desde el primer día —les recuerdo.

—Sí, claro… —Miles se echa a reír—. Pero yo me refería a Damen. ¿Recuerdas que permaneció durante un tiempo en el otro bando? Pero al final recuperó el buen juicio y regresó; y lo mismo hará Roman.

Bajo la vista hasta mi bebida y empiezo a darle vueltas a la bote-en la mano. Porque, aunque sé que Damen jamás fue sincero durante su breve coqueteo con Stacia, que solo lo hizo para llegar hasta mí y para descubrir si a mí me importaba, las imágenes de ellos dos juntitos están grabadas a fuego en mi cerebro.

—Sí, es cierto —dice Damen al tiempo que me da un apretón en la mano y me besa en la mejilla; percibe lo que pienso, aunque no siempre pueda leerme el pensamiento—. Está claro que recuperé el buen juicio.

—¿Lo veis? Lo único que nos queda es tener fe en que Roman haga lo mismo. —Miles asiente—. Y, si no lo hace, es que en realidad nunca ha sido guay de verdad, ¿no creéis?

Haven se encoge de hombros y pone los ojos en blanco mientras se lame la pizca de glaseado que se le ha quedado pegada al pulgar.

—Lo que tú digas —murmura.

—De todas formas, ¿por qué te importa tanto? —Miles la mira con los ojos entornados—. Creía que estabas colada por Josh.

—Estoy colada por Josh —replica ella, que evita la mirada de mi amigo mientras se sacude unas migas inexistentes del regazo.

Sin embargo, cuando la miro y veo que su aura fluctúa y destella en un engañoso tono verde, sé que no dice la verdad. Está colada por Roman, está claro. Y, si Roman se fija en ella, pasará algo así como «Adiós, Josh; hola escalofriante chico nuevo».

Le quito el envoltorio a mi almuerzo y finjo que solo me interesa la comida cuando escucho:

—Oye, colega, ¿a qué hora es el estreno?

—La obra empieza a las ocho. ¿Por qué? ¿Vas a venir? —pregunta Miles. Sus ojos se iluminan y su aura adquiere un resplandor que demuestra sin lugar a dudas que espera que lo haga.

—No me lo perdería por nada del mundo —asegura Roman, que se sienta junto a Haven y le da un golpe en el hombro de una forma muy falsa y zalamera. Es evidente que sabe muy bien el efecto que causa en ella y que no le incomoda explotarlo.

—Bueno, ¿qué tal la vida con la banda guay? ¿Ha sido todo lo que soñabas que sería? —pregunta ella con una voz que, si no viera su aura, consideraría juguetona. Pero sé que lo pregunta en serio porque su aura no miente.

Roman se inclina hacia ella y le aparta el flequillo de la cara delicadeza. Un gesto tan íntimo que Haven se sonroja.

—¿De qué hablas? —pregunta Roman con la mirada clavada en la de mi amiga.

—Ya sabes, la mesa A, esa en la que estabas sentado… —murmura ella, esforzándose por mantener la compostura bajo los efectos el hechizo del chico nuevo.

—El sistema de castas de la hora del almuerzo —dice Miles, que rompe el encantamiento y aparta a un lado el yogur a medio terminar—. Pasa lo mismo en todos los institutos. Todo el mundo se divide en grupos diseñados para dejar a los demás fuera. La gente no puede evitarlo; lo hace sin más. ¿Y esos con los que estabas? Son el grupo que está ariba, lo que, dentro del sistema de castas del instituto, los convierte en los Gobernantes. A diferencia de la gente con la que estás sentado ahora… —se señala a sí mismo con el dedo—, también conocida como los Intocables.

—¡Menuda gilipollez! —exclama Roman al tiempo que se aparta de Haven y le quita el tapón a su refresco—. Eso no son más que tonterías. No me lo trago.

—Da igual que lo creas o no. Las cosas son como son. —Miles se encoge de hombros antes de echar una mirada anhelante a la mesa A. Porque, a pesar de que no deja de decir que nuestra mesa es la guay de verdad, lo cierto es que es muy consciente de que a ojos del gtueso de los estudiantes de Bay View no tiene nada de guay.

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