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Authors: Mónica G. Álvarez

Tags: #Histórico, #Drama

Guardianas nazis (31 page)

Juana o Johanna Bormann, nació en la ciudad de Birkenfelde en el estado de Thuringia, una región en el centro del país que pertenecía por aquel entonces a la Prusia Oriental. Parece ser que la fecha de su nacimiento no está muy clara. Se debe a que cuando la capturaron y también durante el juicio, ella alegó tener 42 años de edad, cifra que no concordaba con la supuesta fecha real de su nacimiento, el 10 de septiembre de 1893, y que entonces retrasaría tal acontecimiento hasta el año 1903. Sea como fuere, se cree que la supervisora nazi llevó a cabo dicha treta con el fin de que la ayudase a evitar el castigo por los crímenes cometidos. Como veremos, se equivocó pasmosamente. Aquel despiste no la salvó de la horca. De hecho, su aspecto —tal y como recojo en fotografías a través de este libro— no es propio de su edad, se la ve muy mayor y con arrugas, por lo que simular juventud no fue el mejor papel a representar durante la vista.

A la hora de investigar la vida que Juana Bormann tuvo previamente a su incorporación en las
Waffen-SS
, me sorprende la poca información que existe sobre su circunstancia personal. Esta es casi nula y tan solo se pueden vislumbrar ciertos datos inconexos, aunque sorprendentemente llamativos.

La que sería con los años una asesina aventajada de crueldad excesiva y soberbia inaudita es descrita como un ser mediocre, que no tuvo apenas educación o, mejor dicho, que tuvo muy mala instrucción y de la que se desconoce absolutamente su vínculo familiar o emocional. No hay documentos que revelen —o si los hay desgraciadamente yo no he dado aún con ellos— cómo creció Juana, si tuvo hermanos, novios, amigos cercanos o compañeros de clase que pudieran testimoniar quién era esta mujer antes de transformarse en el peor de los monstruos. Podemos aventurarnos a decir que, si los había, la tenían tanto miedo que prefirieron callar y permanecer en el anonimato.

Con relación a la documentación recopilada, sabemos que hay fuentes que apuntan a que Bormann fue una mujer profundamente religiosa y que incluso trabajó como misionera en algún país antes de unirse a las SS y ejercer como guardiana de un campamento de internamiento. Aunque si este apunte fuese cierto, me costaría mucho de creer. ¿Alguien con una fe profunda en el hombre es capaz de comportarse como Lucifer?

Dicho esto, añadir que Juana tenía un problema grande de autoestima, le faltaba confianza en sí misma. Imagino que de ahí viene su salvaje conducta e imposición hacia sus súbditas e inferiores. Aplastar al prójimo era una manera de no dar señal alguna de debilidad.

No tenía una profesión concreta ni siquiera un oficio apropiado con un buen sueldo, lo único que llegó a tener fue un trabajo en un manicomio donde recibía un salario mensual bastante bajo. Fue ese motivo, el económico, lo que supuestamente —y así se lo hizo saber al tribunal durante la vista judicial— la llevó a unirse a las auxiliares de las SS como trabajadora civil en el campo de concentración de Lichtenburg en 1938. Allí comenzó a ganar tres o cuatros veces más dinero que en el psiquiátrico.

LICHTENBURG Y LOS SUCESIVOS DESTINOS

El campo de concentración nazi de Lichtenburg estaba ubicado en un castillo renacentista en Prettin, cerca de Wittenberg —a orillas del río Elba—, en Alemania del Este. Dicho campamento junto con el de Sachsenburg, fue uno de los primeros en ser construido por los nazis tras el nombramiento de Hitler como canciller en enero de 1933. Fue en aquella época cuando las autoridades alemanas levantaron centros de internamiento en todo el país para retener a las miles de personas apresadas por sus acciones subversivas contra el régimen.

En junio de 1933 las
Waffen-SS
iniciaron su actividad en el
Konzentrationslager
de Lichtenburg, manteniéndose activo hasta el final del Tercer Reich. Y aunque se desconoce el total de víctimas que pasaron por sus estancias, se cree que entre 1933 y 1937 llegó a albergar hasta 2000 cautivos entre hombres y mujeres. En efecto, este recinto comprendido entre lo que denominaban «campos salvajes», fue un punto de apoyo importante para el gobierno nacionalsocialista. El 15 de mayo de 1939 se convierte en un subcampo del campamento de Ravensbrück, lugar destinado primeramente para presos políticos y después como cárcel femenina.

Actualmente el castillo alberga un museo regional y la exposición sobre el uso de Lichtenburg durante la etapa nazi.

Después de este breve y crucial inciso sobre el campamento de Lichtenburg, la historia de Juana Bormann hace referencia al trabajo que inicialmente llevó a cabo para las SS. Parece ser que la que fuera
Aufseherin
de Ravensbrück y Auschwitz se estrenó en las cocinas del campamento junto con otra auxiliar de nombre Jane Bernigau.

A pesar de su reducida estatura, esta aventajada asesina siempre negó cualquier implicación con crímenes, selecciones y cualquier tipo de maltrato o sacrificios a los confinados. Su vida en Lichtenburg pasó casi sin pena ni gloria. Al poco tiempo de llegar, Bormann fue informada acerca de su nueva ocupación que no era otra que el de supervisar a las mujeres del grupo de trabajo que estaban construyendo el novedoso y emergente campo de concentración de Ravensbrück. Efectivamente, en mayo de 1939 casi todo el personal de Lichtenburg ya había sido trasladado allí para ayudar a concluir la edificación del famoso «Puente de los Cuervos». Bormann persistió en aquel lugar hasta 1942.

«Major
Munro:
¿A dónde fue por primera vez cuando se unió a las SS?

Juana Bormann: A Lichtenburg, Sajonia, donde trabajé en la cocina. Permanecí allí desde 1938 hasta mayo de 1939, cuando todo el campamento fue evacuado a Ravensbrück y estuve en Ravensbrück hasta 1943, donde trabajé un año en la cocina, un año en los comandos externos, y luego en la finca del
Obergruppenführer
(general) Pohl»
[49]
.

Por otro lado, hay que recalcar que su actividad criminal la ejerció no como
Aufseherin
(supervisora) de Ravensbrück, sino más adelante en los campos de concentración de Auschwitz-Birkenau y de Bergen-Belsen, donde compartiría toda clase de hazañas con una de sus camaradas más terribles, Irma Grese,
el Ángel
.

Verdaderamente, no se tienen datos extensos sobre la estadía de Juana Bormann en Lichtenburg y Ravensbrück, tan solo su palabra durante la vista judicial y algunos documentos que acreditaban que formó parte del personal de aquellos campamentos. En vista de la documentación cosechada al respecto, puedo evidenciar que esta mujer (que nada tiene que ver con Martin Bormann, secretario personal de Adolf Hitler y Jefe de la Cancillería) atesoró múltiples destinos laborales dentro de las SS para dar apoyo a las
Oberaufseherinnen
de cada centro. Ni siquiera permaneció más de un año en cada uno de ellos, algo asombroso a la vista de los acontecimientos leídos en las biografías del resto de sus compañeras de filas.

Si bien en primera instancia, Juana fue transferida de Lichtenburg a Ravensbrück, donde aquí sí estuvo unos cuantos años para ayudar en la puesta apunto del campamento, en verdad una vez ultimada su faena fue llevada a Auschwitz a modo de «parche». En marzo de 1942 Bormann fue una de las seleccionadas para prestar su servicio a este campamento de Polonia y siete meses después al de Birkenau. Allí dio apoyo a supervisoras de la talla de María Mandel, Margot Dreschsel e Irma Grese.

EL HORROR DE AUSCHWITZ-BIRNKENAU

Juana Bormann y la jovencísima Irma Grese tuvieron mucho en común durante su estancia en este centro de internamiento. Si bien la primera era mucho mayor que la segunda, ambas compartían un especial interés por el masoquismo y toda muestra de aberraciones físicas. Pese a que el
Ángel
usaba sus propias manos para desarrollar sus quehaceres delictivos, la
Wiesel
(comadreja) —así denominada por las reas a su cargo— instruyó y educó a perros para contribuir a sus feroces crímenes.

A lo largo de su alegato delante del tribunal Bormann arguyó que adquirió un pastor alemán en junio de 1942, cuando trabajaba en la residencia de Oswald Pohl, militar alemán que alcanzó el rango de
Obergruppenführer
(general) durante el Holocausto. Pero más adelante, negó tajantemente que utilizase al canino para perpetrar cualquier canallada.

Aun así, los testimonios acerca de la brutalidad con la que actuaba la Bormann quedaron recogidos en el proceso de Bergen Belsen de 1945, donde numerosas supervivientes declararon sus terribles vivencias a cargo de la vigilante nazi. Una de ellas fue la judía polaca Ada Bimko, doctora en Medicina, que el 4 de agosto de 1943 fue detenida y enviada de Sosnowitz a Auschwitz junto con otros 5.000 judíos. La joven cuenta que cuando el tren los dejó en la estación del cuartel, tuvieron que formar filas separando a los hombres de las mujeres y los niños. Después, un médico de las SS empezó a señalarles diciendo: «derecha» e «izquierda». Ella salvó su vida porque debido a su juventud fue enviada al campamento. Al resto los cargaron en camiones y fueron asignados directamente al crematorio para ser gaseados. Unas 4.500 personas murieron durante aquella selección. Bimko también afirmó que fue testigo de más selecciones de este tipo ya que estuvo trabajando como doctora en el hospital del campo. Una de las más terribles se produjo durante la celebración de lo que los judíos denominaban como el «Día de la Expiación».

«Había tres métodos de selección. El primero de ellos inmediatamente después de la llegada de los prisioneros; el segundo en el campo entre los presos sanos; y la tercera en el hospital entre los enfermos. El médico del campo siempre estuvo presente y otros hombres y mujeres de las SS. (…) Los doctores de las SS que tomaron parte en las selecciones fueron el Dr. Rohde, el Dr. Tilot, el Dr. Klein, el Dr. Koning y el Dr. Mengele».

Cuando el coronel Backhouse le preguntó acerca de la acusada número 6, Juana Bormann, la antigua reclusa afirmó reconocerla porque tenía un perro muy grande en Auschwitz.

«La idea era que el perro debía vigilar a los prisioneros que estaban fuera de los grupos de trabajo, pero observamos sobre todo en el hospital que muchos de los que participaron en los grupos de trabajo fueron mordidos por el perro, especialmente en las piernas».

Pese a sus palabras, la antigua interna no pudo confirmar haber visto a un perro atacar a un preso, pero sí apunta que atendió a numerosos enfermos en el hospital víctimas de mordiscos. Y aunque tampoco logró dar una descripción real del animal que acompañaba en todo momento a la guardiana Bormann, sí pudo ratificar que ambos «eran inseparables».

Anni Jonas, una judía de Breslau, declaró bajo juramento que fue detenida el 17 de junio de 1943 y enviada a Auschwitz, donde permaneció hasta el 25 de noviembre de 1944. Durante el interrogatorio identificó a varios de los acusados que se encontraban en la sala, una de ellas fue precisamente Juana Bormann, de quien dijo que la vio estar presente durante las selecciones del Kommando y decir al Dr. Mengele: «Este se ve muy débil».

La judía de 22 años Dora Szafran, fue otra de las testigos más relevantes por inculpar de forma clara a la
Aufseherin
de haber asesinado impunemente a sus confinadas. La joven procedente de Varsovia había sido detenida el 9 de mayo de 1943 y enviada en un primer momento a Majdanek. Estuvo siete semanas y el 25 de junio de ese mismo año acabó en Auschwitz. Seis mil personas estaban encerradas en aquel gigantesco terreno donde nada más llegar las iban tatuando. El primer contacto que Dora tuvo con aquella realidad fue el gran golpe que uno de los Kapos le dio en un brazo. Simplemente la atizó por ser judía. En su turno de preguntas el coronel Backhouse indagó acerca de las actividades que había visto hacer a Juana Bormann. La testigo replicó:

«En 1943, cuando estábamos en el Bloque 15 de Auschwitz, volvíamos de trabajar y una del Kommando tenía una pierna hinchada y no podía seguirnos el ritmo. Bormann puso su perro sobre ella. Creo que era un pastor alemán. Primero ella incitó al perro y este se tiró a las ropas de la mujer; entonces ella que no estaba satisfecha con eso, hizo que el perro fuese a la garganta.

Tuve que volver la cara, y entonces Bormann señaló con orgullo su trabajo a un
Oberscharführer
(brigada o sargento mayor). Vi que traían una camilla, y creo que aún seguía con vida. Bormann también participó en las selecciones».

Aquella despiadada imagen se le quedó grabada a Dora Szafran para el resto de su vida. Los gritos y chillidos de terror y angustia que se oían en los diferentes barracones, pronosticaban que la muerte en forma de diablo estaba llamando a las puertas de los miles de prisioneros que se encontraban por entonces en Auschwitz-Birkenau. El hospital del campamento donde trabajaba la joven judía estaba infectado día y noche de cientos de pacientes-reclusos que estaban sufriendo toda clase de miserias. El hambre era la mínima de sus preocupaciones y afecciones. La iniquidad podía respirarse en todos los barracones que conformaban el recinto.

Las terribles selecciones practicadas en base a la debilidad, la enfermedad o las taras físicas o mentales, se convirtieron en algo más que habitual durante los años que duró la dictadura del
Führer
. La selección pasó a ser un nuevo sistema de aniquilación. Aquí me gustaría recordar uno de los terribles pasajes que Hitler escribió en su
Mein Kampf
y que magníficamente explica el libro Hitler, los alemanes y la solución final:

«expresaba su creencia de que "el sacrificio de millones de hombres en el frente" no habría sido necesario si "doce o quince mil de estos judíos corruptores del pueblo hubiesen sido sometidos a los gases tóxicos"».

Sobre la cuestión de la Solución Final, el Canciller alemán no pudo por menos que elucidar a sus subordinados —tras una cena el 10 de octubre de 1941— que «la ley de vida prescribe la muerte selectiva, de manera que queden vivos los mejores». Así de jactancioso se mostraba un líder que transmitió a sus secuaces toda la ira y el odio impensables hacia lo que ellos designaban como una «raza inferior».

Una de las peores y más palpables realidades sobre el asunto de la Solución Final fue la construcción de instalaciones de reclusión, inhumanidad y muerte por doquier, siendo el campo de Auschwitz uno de sus abanderados y, si cabe, el más sangriento. Tras sus paredes se cometió uno de los mayores exterminios en masa de convictas donde se asesinaron entre 1,5 y 2,5 millones de personas.

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