Harry Potter y el cáliz de fuego (44 page)

Ron tomó aire al llegar con Harry hasta el cercado. Retirado el colacuerno, Harry fue capaz de ver dónde estaban sentados los jueces: justo al otro extremo, en elevados asientos forrados de color oro.

—Cada uno da una puntuación sobre diez—le explicó Ron.

Entornando los ojos, Harry vio a Madame Máxime, la primera del tribunal, levantar la varita, de la que salió lo que parecía una larga cinta de plata que se retorcía formando un ocho.

—¡No está mal! —dijo Ron mientras la multitud aplaudía—. Supongo que te ha bajado algo por lo del hombro...

A continuación le tocó al señor Crouch, que proyectó en el aire un nueve.

—¡Qué bien! —gritó Ron, dándole a Harry un golpecito en la espalda.

Luego le tocaba a Dumbledore. También él proyectó un nueve, y la multitud vitoreó más fuerte que antes.

Ludo Bagman: un diez.

—¿Un diez? —preguntó Harry extrañado—. ¿Y la herida? ¿Por qué me pone un diez?

—¡No te quejes, Harry! —exclamó Ron emocionado.

Y entonces Karkarov levantó la varita. Se detuvo un momento, y luego proyectó en el aire otro número: un cuatro.

—¿Qué? —chilló Ron furioso—. ¿Un cuatro? ¡Cerdo partidista y piojoso, a Krum le diste un diez!

Pero a Harry no le importaba. No le hubiera importado aunque Karkarov le hubiera dado un cero. Para él, la indignación de Ron a su favor valía más que un centenar de puntos. No se lo dijo a Ron, claro, pero al volverse para abandonar el cercado no cabía en sí de felicidad. Y no solamente a causa de Ron: los de Gryffindor no eran los únicos que vitoreaban entre la multitud. A la hora de la verdad, cuando vieron a lo que se enfrentaba, la mayoría del colegio había estado de su parte, tanto como de la de Cedric. En cuanto a los de Slytherin, le daba igual: ya se sentía con fuerza para enfrentarse a ellos.

—¡Estáis empatados en el primer puesto, Harry! ¡Krum y tú! —le dijo Charlie Weasley, precipitándose a su encuentro cuando volvían para el colegio—. Me voy corriendo. Tengo que llegar para enviarle una lechuza a mamá; le prometí que le contaría lo que había sucedido. ¡Pero es que ha sido increíble! Ah, sí... me ordenaron que te dijera que tienes que esperar unos minutos. Bagman os quiere decir algo en la tienda de los campeones.

Ron dijo que lo esperaría, de forma que Harry volvió a entrar en la tienda, que esta vez le pareció completamente distinta: acogedora y agradable. Recordó cómo se había sentido esquivando al colacuerno y lo comparó a la larga espera antes de salir... No había comparación posible: la espera había sido infinitamente peor.

Fleur, Cedric y Krum entraron juntos.

Cedric tenía un lado de la cara cubierto de una pasta espesa de color naranja, que presumiblemente le estaba curando la quemadura. Al verlo, sonrió y le dijo:

—¡Lo has hecho muy bien, Harry!

—Y tú —dijo Harry, devolviéndole la sonrisa.

—¡Muy bien todos! —dijo Ludo Bagman, entrando en la tienda con su andar saltarín y tan encantado como si él mismo hubiera burlado a un dragón—. Ahora, sólo unas palabras. Tenéis un buen período de descanso antes de la segunda prueba, que tendrá lugar a las nueve y media de la mañana del veinticuatro de febrero. ¡Pero mientras tanto os vamos a dar algo en que pensar! Si os fijáis en los huevos que estáis sujetando, veréis que se pueden abrir... ¿Veis las bisagras? Tenéis que resolver el enigma que contiene el huevo porque os indicará en qué consiste la segunda prueba, y de esa forma podréis prepararos para ella. ¿Está claro?, ¿seguro? ¡Bien, entonces podéis iros!

Harry salió de la tienda, se juntó con Ron y se encaminaron al castillo por el borde del bosque, hablando sin parar. Harry quería que le contara con más detalle qué era lo que habían hecho los otros campeones. Luego, al rodear el grupo de árboles detrás del cual Harry había oído por primera vez rugir a los dragones, una bruja apareció de pronto a su espalda.

Era Rita Skeeter. Aquel día llevaba una túnica de color verde amarillento, del mismo tono que la pluma a vuelapluma que tenía en la mano.

—¡Enhorabuena, Harry! —lo felicitó—. Me pregunto si podrías concederme unas palabras. ¿Cómo te sentiste al enfrentarte al dragón? ¿Te ha parecido correcta la puntuación que te han dado?

—No, sólo puedo concederle una palabra —replicó Harry de malas maneras—: ¡adiós!

Y continuó el camino hacia el castillo, al lado de Ron.

CAPÍTULO 21

El Frente de Liberación de los Elfos Domésticos

H
ARRY
, Ron y Hermione fueron aquella noche a buscar a
Pigwidgeon
a la lechucería para que Harry le pudiera enviar una carta a Sirius diciéndole que había logrado burlar al dragón sin recibir ningún daño. Por el camino, Harry puso a Ron al corriente de todo lo que Sirius le había dicho sobre Karkarov. Aunque al principio Ron se mostró impresionado al oír que Karkarov había sido un
mortífago
, para cuando entraban en la lechucería se extrañaba de que no lo hubieran sospechado desde el principio.

—Todo encaja, ¿no? —dijo—. ¿No os acordáis de lo que dijo Malfoy en el tren de que su padre y Karkarov eran amigos? Ahora ya sabemos dónde se conocieron. Seguramente en los Mundiales iban los dos juntitos y bien enmascarados... Pero te diré una cosa, Harry: si fue Karkarov el que puso tu nombre en el cáliz, ahora mismo debe de sentirse como un idiota, ¿a que sí? No le ha funcionado, ¿verdad? ¡Sólo recibiste un rasguño! Ven acá, yo lo haré.

Pigwidgeon
estaba tan emocionado con la idea del reparto, que daba vueltas y más vueltas alrededor de Harry, ululando sin parar. Ron lo atrapó en el aire y lo sujetó mientras Harry le ataba la carta a la patita.

—No es posible que el resto de las pruebas sean tan peligrosas como ésta... ¿Cómo podrían serlo? —siguió Ron, acercando a
Pigwidgeon
a la ventana—. ¿Sabes qué? Creo que podrías ganar el Torneo, Harry, te lo digo en serio.

Harry sabía que Ron sólo se lo decía para compensar de alguna manera su comportamiento de las últimas semanas, pero se lo agradecía de todas formas. Hermione, sin embargo, se apoyó contra el muro de la lechucería, cruzó los brazos y miró a Ron con el entrecejo fruncido.

—A Harry le queda mucho por andar antes de que termine el Torneo —declaró muy seria—. Si esto ha sido la primera prueba, no me atrevo a pensar qué puede venir después.

—Eres la esperanza personificada, Hermione —le reprochó Ron—. Parece que te hayas puesto de acuerdo con la profesora Trelawney.

Arrojó al mochuelo por la ventana.
Pigwidgeon
cayó cuatro metros en picado antes de lograr remontar el vuelo. La carta que llevaba atada a la pata era mucho más grande y pesada de lo habitual: Harry no había podido vencer la tentación de hacerle a Sirius un relato pormenorizado de cómo había burlado y esquivado al colacuerno volando en torno a él.

Contemplaron cómo desaparecía
Pigwidgeon
en la oscuridad, y luego dijo Ron:

—Bueno, será mejor que bajemos para tu fiesta sorpresa, Harry. A estas alturas, Fred y George ya habrán robado suficiente comida de las cocinas del castillo.

Por supuesto, cuando entraron en la sala común de Gryffindor todos prorrumpieron una vez más en gritos y vítores. Había montones de pasteles y de botellas grandes de zumo de calabaza y cerveza de mantequilla en cada mesa. Lee Jordan había encendido algunas bengalas fabulosas del doctor Filibuster, que no necesitaban fuego porque prendían con la humedad, así que el aire estaba cargado de chispas y estrellitas. Dean Thomas, que era muy bueno en dibujo, había colgado unos estandartes nuevos impresionantes, la mayoría de los cuales representaban a Harry volando en torno a la cabeza del colacuerno con su Saeta de Fuego, aunque un par de ellos mostraban a Cedric con la cabeza en llamas.

Harry se sirvió comida (casi había olvidado lo que era sentirse de verdad hambriento) y se sentó con Ron y Hermione. No podía concebir tanta felicidad: tenía de nuevo a Ron de su parte, había pasado la primera prueba y no tendría que afrontar la segunda hasta tres meses después.

—¡Jo, cómo pesa! —dijo Lee Jordan cogiendo el huevo de oro, que Harry había dejado en una mesa, y sopesándolo en una mano—. ¡Vamos, Harry, ábrelo! ¡A ver lo que hay dentro!

—Se supone que tiene que resolver la pista por sí mismo —objetó Hermione—. Son las reglas del Torneo...

—También se suponía que tenía que averiguar por mí mismo cómo burlar al dragón —susurró Harry para que sólo Hermione pudiera oírlo, y ella sonrió sintiéndose un poco culpable.

—¡Sí, vamos, Harry, ábrelo! —repitieron varios.

Lee le pasó el huevo a Harry, que hundió las uñas en la ranura y apalancó para abrirlo.

Estaba hueco y completamente vacío. Pero, en cuanto Harry lo abrió, el más horrible de los ruidos, una especie de lamento chirriante y estrepitoso, llenó la sala. Lo más parecido a aquello que Harry había oído había sido la orquesta fantasma en la fiesta de cumpleaños de muerte de Nick Casi Decapitado, cuyos componentes tocaban sierras musicales.

—¡Ciérralo! —gritó Fred, tapándose los oídos con las manos.

—¿Qué era eso? —preguntó Seamus Finnigan, observando el huevo cuando Harry volvió a cerrarlo—. Sonaba como una
banshee
. ¡A lo mejor te hacen burlar a una de ellas, Harry!

—¡Era como alguien a quien estuvieran torturando! —opinó Neville, que se había puesto muy blanco y había dejado caer los hojaldres rellenos de salchicha—. ¡Vas a tener que luchar contra la maldición
cruciatus
!

—No seas tonto, Neville, eso es ilegal —observó George—. Nunca utilizarían la maldición
cruciatus
contra los campeones. Yo creo que se parecía más bien a Percy cantando... A lo mejor tienes que atacarlo cuando esté en la ducha, Harry.

—¿Quieres un trozo de tarta de mermelada, Hermione? —le ofreció Fred.

Hermione miró con desconfianza la fuente que él le ofrecía. Fred sonrió.

—No te preocupes, no le he hecho nada —le aseguró—. Con las que hay que tener cuidado es con las galletas de crema.

Neville, que precisamente acababa de probar una de esas galletas, se atragantó y la escupió. Fred se rió.

—Sólo es una broma inocente, Neville...

Hermione se sirvió un trozo de tarta de mermelada y preguntó:

—¿Has cogido todo esto de las cocinas, Fred?

—Ajá —contestó Fred muy sonriente. Adoptó un tono muy agudo para imitar la voz de un elfo—: «¡Cualquier cosa que podamos darle, señor, absolutamente cualquier cosa!» Son la mar de atentos... Si les digo que tengo un poquito de hambre son capaces de ofrecerme un buey asado.

—¿Cómo te las arreglas para entrar? —preguntó Hermione, con un tono de voz inocentemente indiferente.

—Es bastante fácil —dijo Fred—. Hay una puerta oculta detrás de un cuadro con un frutero. Cuando uno le hace cosquillas a la pera, se ríe y... —Se detuvo y la miró con recelo—. ¿Por qué lo preguntas?

—Por nada —contestó rápidamente Hermione.

—¿Vas a intentar ahora llevar a los elfos a la huelga? —inquirió George—. ¿Vas a dejar todo eso de la propaganda y sembrar el germen de la revolución?

Algunos se rieron alegremente, pero Hermione no contestó.

—¡No vayas a enfadarlos diciéndoles que tienen que liberarse y cobrar salarios! —le advirtió Fred—. ¡Los distraerás de su trabajo en la cocina!

El que los distrajo en aquel momento fue Neville al convertirse en un canario grande.

—¡Ah, lo siento, Neville! —gritó Fred, por encima de las carcajadas—. Se me había olvidado. Es la galleta de crema que hemos embrujado.

Un minuto después las plumas de Neville empezaron a desprenderse, y, una vez que se hubieron caído todas, su aspecto volvió a ser el de siempre. Hasta él se rió.

—¡Son galletas de canarios! —explicó Fred con entusiasmo—. Las hemos inventado George y yo... Siete
sickles
cada una. ¡Son una ganga!

Era casi la una de la madrugada cuando por fin Harry subió al dormitorio acompañado de Ron, Neville, Seamus y Dean. Antes de cerrar las cortinas de su cama adoselada, Harry colocó la miniatura del colacuerno húngaro en la mesita de noche, donde el pequeño dragón bostezó, se acurrucó y cerró los ojos. En realidad, pensó Harry, echando las cortinas, Hagrid tenía algo de razón: los dragones no estaban tan mal...

El comienzo del mes de diciembre llevó a Hogwarts vientos y tormentas de aguanieve. Aunque el castillo siempre resultaba frío en invierno por las abundantes corrientes de aire, a Harry le alegraba encontrar las chimeneas encendidas y los gruesos muros cada vez que volvía del lago, donde el viento hacía cabecear el barco de Durmstrang e inflaba las velas negras contra la oscuridad del cielo. Imaginó que el carruaje de Beauxbatons también debía de resultar bastante frío. Notó que Hagrid mantenía los caballos de Madame Maxime bien provistos de su bebida preferida: whisky de malta sin rebajar. Los efluvios que emanaban del bebedero, situado en un rincón del potrero, bastaban para que la clase entera de Cuidado de Criaturas Mágicas se mareara. Esto resultaba inconveniente, dado que seguían cuidando de los horribles
escregutos
y necesitaban tener la cabeza despejada.

—No estoy seguro de si hibernan o no —dijo Hagrid a sus alumnos, que temblaban de frío, en la siguiente clase, en la huerta de las calabazas—. Lo que vamos a hacer es probar si les apetece echarse un sueñecito... Los pondremos en estas cajas.

Sólo quedaban diez
escregutos
. Aparentemente, sus deseos de matarse se habían limitado a los de su especie. Para entonces tenían casi dos metros de largo. El grueso caparazón gris, las patas poderosas y rápidas, las colas explosivas, los aguijones y los aparatos succionadores se combinaban para hacer de los
escregutos
las criaturas más repulsivas que Harry hubiera visto nunca. Desalentada, la clase observó las enormes cajas que Harry acababa de llevarles, todas provistas de almohadas y mantas mullidas.

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