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Authors: Friedrich Nietzsche

Tags: #Filosofía

Humano demasiado humano (31 page)

413. Los que se enamoran están miopes.

A veces bastan unas gafas de mayor graduación para curar al enamorado: y quien tenga la suficiente imaginación para representarse un rostro o un talle con veinte años más, irá quizás por la vida sin demasiadas complicaciones.

414. Cuando odian las mujeres.

Cuando están llenas de odio, las mujeres son más peligrosas que los hombres; primero, porque una vez excitada su hostilidad no las retiene ninguna apelación a la equidad y, si no encuentran ningún obstáculo, dejan que su odio llegue hasta sus últimas consecuencias; segundo, porque saben descubrir los puntos débiles (todo hombre y todo partido tiene los suyos) y hundir allí el acero, para lo que el afilado puñal de su inteligencia les presta excelentes servicios (mientras que la visión de las heridas retiene a los hombres, inspirándoles a menudo actitudes generosas y conciliadoras).

415. El amor.

La idolatría que profesan las mujeres al amor es en esencia, originariamente, una invención de su astucia, en el sentido de que todas esas idealizaciones del amor les sirven para aumentar su poder y para resultar cada vez más deseables a los ojos de los hombres. Pero el hábito secular de esta valoración exagerada del amor, las ha hecho caer en sus propias redes, porque han olvidado ese origen. Ahora ellas son engarzadas más aún que los hombres, por ello sufren más desilusiones de las que se producen casi fatalmente en la vida de toda mujer, suponiendo, —claro está— que tenga la suficiente imaginación e inteligencia para poder distinguir entre ilusión y desilusión.

416. Sobre la emancipación de la mujer.

¿Pueden ser justas las mujeres en general, estando tan habituadas a amar y a dejarse llevar por sentimientos arbitrarios, a favor o en contra? Por eso difícilmente se sienten atraídas por una causa, sino más bien por personas; con todo, cuando abrazan una causa, se convierten pronto en activistas de ésta, comprometiendo con ello su resplandor puro e inocente. A consecuencia de esto es un peligro nada despreciable confiarles la política y ciertas áreas de la ciencia (por ejemplo, la historia). Efectivamente, ¿hay algo más raro que una mujer que sepa realmente lo que es la ciencia? Las mejores de ellas abrigan incluso un íntimo desdén hacia la ciencia, como si fueran superiores a ella no se sabe en qué aspecto. Tal vez todo esto pueda cambiar; esperémoslo, pero así es.

417. La inspiración en el juicio de las mujeres.

Esas decisiones repentinas a favor o en contra que suelen tomar las mujeres, esos estallidos fulminantes de simpatía y de aversión que iluminan de pronto sus relaciones personales, en suma, las manifestaciones de la injusticia femenina, han sido rodeadas de una aureola de gloria por los hombres enamorados, como si todas las mujeres tuviesen sabias inspiraciones, hasta sin el trípode délfico ni la corona de laurel, y mucho tiempo después se interpretan y se comentan sus sentencias como si fueran oráculos sibilinos. No obstante, si consideramos que en toda persona y en toda causa cabe encontrar algo de valor en favor de ella, al igual que algo rechazable, que no hay nada que no tenga no sólo dos, sino tres y cuatro caras, difícilmente diremos que estas decisiones repentinas están sometidas al error total; podría incluso decirse que la naturaleza de las cosas está dispuesta de tal modo, que las mujeres siempre tienen razón.

418. Dejarse querer.

Como de dos personas que se quieren, una es ordinariamente la que ama y otra la que es amada, se ha acabado creyendo que en toda relación amorosa se da una cantidad constante de amor, y que cuanto más toma de ella uno de los miembros de la pareja, menos le queda al otro. Excepcionalmente, la vanidad persuade a cada uno de ellos de que él es quien debe ser amado, aunque ambos traten igualmente de dejarse querer; ello produce, especialmente en el matrimonio, una serie de escenas en las que lo cómico compite con lo absurdo.

419. Contradicciones en las cabezas femeninas.

Como a las mujeres les interesan mucho más las personas que las cosas, en su círculo de ideas se concilian tendencias que son lógicamente contradictorias entre sí; suelen entusiasmarse alternativamente por los representantes de esas tendencias y adoptar sus sistemas en conjunto; pero de forma que quede siempre un vacío para que pueda ocuparlo otra persona. Es posible que, en la cabeza de una mujer anciana, toda la filosofía se reduzca a vacíos de este tipo.

420. ¿Quién sufre más?

Después de una discusión, de una riña personal entre un hombre y una mujer, a uno de ellos le duele sobre todo pensar que ha hecho daño al otro, mientras que a éste lo atormenta principalmente la idea de no haber hecho sufrir lo bastante al primero, razón por la cual se esfuerza luego en angustiarse el corazón con lágrimas, sollozos y expresiones de desolación.

421. Una oportunidad para la generosidad femenina.

Si por una vez nos situáramos mentalmente más allá de las exigencias de la moral, podríamos sin duda preguntarnos si la naturaleza y la razón no forzarían al hombre a contraer varios matrimonios sucesivos, en el sentido siguiente: A los veintidós años se casaría con una mujer madura, intelectual y moralmente superior, y capaz de ayudarlo a sortear los peligros que lo acechan hasta cumplir los treinta años (ambición, odio, autodesprecio, pasiones de todo tipo). Más tarde, el amor de esa mujer se convertiría totalmente en cariño materno y no sólo toleraría, sino que exigiría, en beneficio de ese hombre, que se casara al llegar a los treinta con una muchacha joven de cuya educación se encargaría él directamente. De los veinte a los treinta años el matrimonio es una institución necesaria; de los treinta a los cuarenta sólo es útil; y el resto de la vida ejerce una acción perniciosa, porque fomenta el retroceso espiritual del hombre.

422. Tragedia de la infancia.

Indudablemente no es raro que los hombres de aspiraciones nobles y grandes hayan tenido que sostener sus luchas más duras durante su infancia, porque para imponer su forma de pensar tendrán quizás que enfrentarse a la miseria espiritual de un padre dado a la falsedad y a la mentira, o, como Lord Byron, vivir en constante conflicto con una madre pueril y sumamente irascible. Cuando se ha pasado por esto, ya no lo consuela a uno saber el resto de su vida quién ha sido realmente su mayor y más peligroso enemigo.

423. Insensatez de los padres.

Los errores básicos de un individuo son los cometidos por sus padres: esto es un hecho; pero ¿cómo explicarlo? ¿Tienen los padres una experiencia demasiado diversa de su hijo y por ello son incapaces de reducirla a la unidad? Cabe observar que quienes visitan países extranjeros sólo captan los rasgos distintivos de sus gentes al principio de su estancia; cuanto más van conociendo a esas gentes, más difícilmente llegan a distinguir sus peculiares características. Cuando sus ojos se acostumbran a verlas de cerca, dejan de percibir las distancias. ¿Juzgarán falsamente los padres a sus hijos porque les ha faltado la perspectiva suficiente? Otra explicación totalmente distinta sería la siguiente: el hábito hace que los hombres se contenten con aceptar su entorno inmediato y dejan de reflexionar sobre él. Esta falta de reflexión debida al hábito ocasiona quizás que los padres, obligados a juzgar a sus hijos, los juzguen tan equivocadamente.

424. Sobre el futuro del matrimonio.

Esas mujeres de espíritu libre y noble que se imponen la tarea de educar y elevar al sexo femenino, no deberían descuidar una cuestión: El matrimonio, en su más alto sentido, como una amistad espiritual entre dos seres de distinto sexo, es decir, contraído, como se espera que lo sea en el futuro, con el único fin de engendrar y educar a una nueva generación; un matrimonio así, digo, que no recurre al sexo sino en raras ocasiones y siempre con la vista puesta en fines más elevados, es de temer que necesite la ayuda natural del
concubinato
; porque si para garantizar la salud del marido, es preciso que la mujer casada se pliegue también a la satisfacción exclusiva de sus necesidades sexuales, el punto de vista que determine la elección de una esposa será falso y opuesto a los fines mencionados; la realización del deseo de tener descendencia será dejado al azar y resultará muy improbable una educación feliz. En general, una buena esposa que fuese a la vez amiga, colaboradora, engendradora de hijos, madre, cabeza de familia y administradora, teniendo quizás que atender sus asuntos y cumplir sus funciones independientemente de su marido, no podría ser también una concubina, porque supondría exigirle demasiado. De este modo, podría ocurrir en el futuro lo contrario de lo que pasaba en Atenas en la época de Pericles: los hombres, que apenas consideraban a sus esposas más que como concubinas, acudían a veces a visitar a mujeres como
Aspasia
*, cuando necesitaban el encanto y el desahogo sentimental e intelectual de ese trato agradable que sólo saben proporcionar la gracia y la versatilidad espiritual del sexo femenino. Todas las instituciones humanas, como el matrimonio, no permiten en la práctica más que un grado moderado de idealización a falta de lo cual pronto se deja sentir la necesidad de recurrir a burdos remedios.

*Aspasia: Célebre griega notable por su talento y cultura, en cuya casa se reunían los filósofos y escritores más conocidos de la época. (N. de T.)

425. El Storm and drang** de las mujeres.

En los tres o cuatro países civilizados de Europa, tras unos siglos de educación, será posible convertir a las mujeres en todo lo que se quiera, incluso en hombres, no en un sentido sexual, por supuesto, pero si en cualquier otro sentido. Sometidas a una influencia educativa tal adquirirán un día todas las fuerzas y las virtudes viriles, necesariamente acompañadas, claro está, de las debilidades y de los vicios correspondientes; como he dicho, esto se puede conseguir. Pero ¿cómo soportaremos el estado de transición que esto implica y que puede abarcar un cierto número de siglos, durante los cuales las locuras e injusticias que nos han estado regalando las mujeres en todas las épocas seguirán predominando sobre todo lo aprendido que hayan sumado a ellas? Será esa una época en que la ira constituirá la pasión propiamente viril, una ira producida por el hecho de ver que todas las artes y las ciencias se encuentran inundadas y encenagadas en un
dilettantismo
inusitado, que la filosofía agoniza con la palabrería enloquecedora de tales charlatanas, que la política se vuelve más arbitraria y partidista que nunca, que la sociedad se halla en plena disolución, todo ello porque las guardianas de los antiguos usos sociales se sentirán ridículas ante sí mismas y tratarán de mantenerse fuera de ellos en todos los aspectos. Si efectivamente las mujeres ostentaban su mayor poder
dentro
de esos usos sociales, ¿a qué tendrán que recurrir para recuperar un poder del mismo calibre una vez que hayan renunciado a esos usos?

**Literalmente significa
Tormenta y Pasión
, título de un drama de F. M. Klinger que sirvió para designar un movimiento cultural que floreció en Alemania entre los años 1765 y 1785; se caracterizó por la impetuosidad del pensamiento y del estilo de la nueva generación; inspirada en las obras de Rousseau, Klopstock y Herder, surgió como reacción contra el iluminismo y concedió más importancia a las fuerzas vitales que a la razón. (N. de T.)

426. Los espíritus libres y el matrimonio.

¿Vivirán con mujeres los espíritus libres? En general, creo que quienes, como los pájaros proféticos de la antigüedad, piensan y anuncian la verdad del presente, preferirán volar solos.

427. La felicidad del matrimonio.

Toda costumbre nos envuelve en una red cada vez más tupida de hilos de araña; pronto nos damos cuenta de que esos hilos se han convertido en lazos y que nos hemos quedado en medio de la tela, como una araña que está allí prisionera, sin más alimento que su propia sangre. Por eso el espíritu libre odia todas las reglas y hábitos, todo lo verdadero y definitivo, porque desgarra una y otra vez con dolor la tela que lo envuelve, aunque haya de sufrir con ello numerosas heridas, grandes y pequeñas, porque esos hilos ha de arrancárselos
de sí mismo
, de su cuerpo, de su alma. Ha de aprender a amar lo que odiaba hasta entonces, y a la inversa. Aún más, debe poder sembrar dientes de dragón en el mismo campo donde antes derramaba los cuernos de la abundancia de su bondad. De esto se podrá deducir si el espíritu libre está hecho para la felicidad del matrimonio.

428. Demasiado cerca.

Al vivir demasiado cerca de alguien, sucede como si estuviéramos tocando continuamente con los dedos un buen grabado: un buen día no tendríamos en las manos más que un papel sucio y sin valor. También el alma humana, a fuerza de tocarla constantemente, acaba desgastándose; al menos, acaba
pareciéndonoslo
, no volvemos a encontrar en ella su dibujo y su belleza originales. Perdemos siempre algo de ellos en nuestro trato demasiado íntimo con mujeres y amigos; y a veces lo que perdemos con eso es la perla de sus vidas.

429. La jaula de oro.

El espíritu libre no respirará a pleno pulmón hasta que decida sacudiese esa solicitud y esa vigilancia maternales con que lo rodean tan tiránicamente las mujeres. ¿Qué daño puede hacerle esa corriente de aire algo fuerte de la que lo protegían con ansiedad? ¿Qué importancia tienen un perjuicio real, una pérdida, un accidente, una enfermedad, una deuda, un extravío más o menos en su vida, en comparación con la servidumbre de esa jaula de oro, de esos espantamoscas de plumas de pavo real y del sentimiento abrumador de tener que estar encima agradecido por ser mimado y cuidado como un niño pequeño? De ahí que esa leche que le sirven con un espíritu tan maternal las mujeres que lo rodean puede convertirse muy fácilmente en hiel.

430. Víctima voluntaria.

Para las mujeres valiosas, el mejor medio de facilitar la vida a sus maridos, cuando son hombres importantes y célebres, es convertirse de alguna manera en el receptáculo de la hostilidad general y en ocasiones de las muestras de malhumor de los demás. Los contemporáneos toleran ordinariamente muchos errores y manías a sus grandes hombres, e incluso actos vulgares de injusticia, si tienen una víctima a quien maltratar e inmolar para descargar su bilis. No es raro que una mujer sienta la ambición de ofrecerse a tal sacrificio, en cuyo caso el hombre puede sentirse muy satisfecho, a condición, claro está, de que sea lo bastante egoísta para aceptar a su lado esa especie de pararrayos y de paraguas voluntarios.

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