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Authors: Brian Selznick

Tags: #Infantil y Juvenil

La invención de Hugo Cabret (17 page)

Hugo pasó las páginas del libro. Había fotografías de hombres que jugaban a las cartas y de trabajadores que salían de una fábrica.

Todas eran escenas de películas antiguas. Hugo siguió hojeando el libro, y de pronto vio lo que había ido a buscar a la biblioteca.

La película que tanto había entusiasmado a su padre de niño se titulaba
El viaje a la luna
.

En sus comienzos, el cineasta Georges Méliès ejercía de mago y regentaba un teatro dedicado a la magia en París. Esta relación con el mundo de la magia le permitió captar de inmediato las posibilidades del cine como nuevo medio de expresión. Méliès fue uno de los primeros cineastas en darse cuenta de que las películas no tenían por qué ser realistas; de hecho, fue pionero en el empeño de retratar el mundo de los sueños en el cine. Se atribuye a Méliès el perfeccionamiento del truco de sustitución, mediante el cual se podía hacer que los objetos aparecieran y desaparecieran de la pantalla como por arte de magia. Estas técnicas modificaron para siempre el aspecto visual del cine.

«El viaje a la luna», la película más famosa de Méliès, narraba cómo unos exploradores viajaban a la luna, luchaban contra los selenitas y volvían a la Tierra acompañados de un adversario cautivo, entre las aclamaciones de todos los terrícolas. Si en el futuro lejano la humanidad logra realmente llegar a la luna, deberemos agradecer a Georges Méliès —y al arte cinematográfico en general— el que nos haya demostrado que, si dejamos volar nuestros sueños, podemos ser capaces de todo. Por desgracia, Georges Méliès falleció tras la Gran Guerra, y la mayor parte de sus películas —por no decir todas— ha desaparecido.

—¿Cómo que falleció? ¡Pero si está vivo! —exclamó Hugo.

—¿Quién está vivo? —repuso Etienne, que leía sobre el hombro de Hugo.

—Georges Méliès. No está muerto, tiene una juguetería en la estación de tren.

Etienne se echó a reír.

—¡De verdad! —insistió Hugo—. Es el padrino de Isabelle.

5

Papá Georges hacía películas

A
QUEL MISMO DÍA
, H
UGO REGRESÓ
a su apartamento de la estación con el libro de la biblioteca bajo el brazo. Etienne lo había arreglado todo para que le permitieran llevárselo prestado. Hugo lo leyó y releyó incansablemente, sobre todo la parte que trataba de Georges Méliès, y examinó con atención la cara de la luna que aparecía en una de las fotografías. En cierto momento alguien llamó a la puerta.

—Hugo, ¿estás ahí? Soy yo, Isabelle.

Hugo se puso en pie de un salto, abrió la puerta y vio a Isabelle, que llevaba una linterna para alumbrarse por los oscuros corredores. Tenía el pie vendado y se apoyaba en dos muletas.

—¿Para qué has venido? —le preguntó Hugo—. ¿Y cómo te las has arreglado para llegar a la pata coja?

—Todos creen que estoy en la cama. He tardado siglos en salir por la ventana de mi cuarto y llegar hasta aquí.

Los dos se sentaron en el camastro e Isabelle empezó a llorar.

—¿Qué te pasa?—dijo Hugo.

—Siento mucho haberte pillado los dedos con la puerta, y también siento haber ocultado que fui yo quien robó el cuaderno. Estaba furiosa contigo por haberme quitado la llave.

—Sí, la llave que le habías robado a tu madrina…

Isabelle no hizo caso del acre comentario de Hugo y siguió hablando:

—Y ahora, papá Georges se ha puesto muy enfermo. Tiene muchísima fiebre, delira todo el tiempo. No para de mascullar cosas raras: «un pájaro sin alas, una casa quemada, una esquirla, una mosca, un grano de arena…». Estoy muy preocupada por él; nunca lo había visto enfermo hasta ahora. ¿Qué vamos a hacer si se muere?

—No se va a morir —respondió Hugo.

—¿Y tú qué sabes? ¡Papá Georges es el que trae dinero a casa! ¿Qué haremos si falta? Mamá Jeanne llamó a un médico que me vendó el pie y le recetó una medicina a papá Georges. Pero, con la juguetería cerrada, no tenemos dinero para comprar la medicina.

—Ya verás cómo todo sale bien, Isabelle. Pero antes de ponernos en marcha, espera. Tengo que enseñarte una cosa.

Hugo abrió el libro de la biblioteca por la página que mostraba el fotograma de la luna y el cohete y se lo mostró a Isabelle. La niña se quedó mirando la imagen con expresión de asombro.

—Pero si es lo que el hombre mecánico…

—Lee lo que pone.

Isabelle se concentró en la lectura de aquellos párrarfos que hablaban de su padrino.

—¿Papá Georges hacía películas? ¡No me lo puedo creer! ¡Si ni siquiera me deja ir al cine!

—Mi padre vio esta película cuando era pequeño —dijo Hugo señalando la imagen de
Viaje a la luna
—. Me habló de esta escena, ¿sabes? La reconocí cuando vi el dibujo del autómata.

Hugo le contó a su amiga cómo había ido a la Academia de Artes Cinematográficas, y cómo había encontrado a Etienne allí. Al fin, Isabelle posó el libro sobre su regazo.

—¿Por qué dejaría de hacer películas papá Georges? —se preguntó, estirando la pierna vendada—. Me pregunto qué le pasaría para acabar vendiendo juguetes en la estación… ¿Por qué no habrán querido hablarme nunca de estas cosas?

—Antes de marcharme de la Académia, le conté a Etienne todo lo que nos había pasado. Él me presentó al autor de este libro, que es profesor suyo. Me dio la impresión de que no creían del todo lo que yo les había contado, así que los… los…

—¿Los qué? —preguntó Isabelle con impaciencia.

—… los invité a que fueran a tu casa.

—¿Quééé?

—Etienne y René Tabard irán de visita a tu casa la semana que viene. El señor Tabard quiere ver personalmente a tu padrino.

—Mamá Jeanne no va a consentirlo, estoy segura.

—Pues no se lo digas. Espera sin decir nada a que aparezcan, y ya está.

—No me parece buena idea, Hugo.

—Bueno, siempre puedo decirles que no vayan. Pero no creo que debamos hacerlo; tal vez sea nuestra única oportunidad de averiguarlo todo. No le digas nada a tu madrina todavía, no le cuentes lo del libro ni le preguntes demasiadas cosas. Si logramos que mamá Jeanne conozca a Etienne y el señor Tabard, se dará cuenta de que hay gente que se alegra de que su marido esté vivo, gente que aún se acuerda de él. Y entonces contestará a todas las preguntas que le hagamos, estoy seguro.

Isabelle meneó la cabeza, dudosa.

—Ni siquiera has llegado a decirme de dónde sacaste el hombre mecánico —dijo.

Hugo nunca le había contado a nadie aquella historia. La mantenía en secreto desde hacía tanto tiempo que ni siquiera estaba seguro de encontrar las palabras adecuadas para contarla. Sin embargo, cuando miró a Isabelle sintió que las ruedas y engranajes de su cabeza empezaban a girar, y de pronto las palabras se colocaron en su sitio y Hugo le reveló a su amiga todo lo que le había pasado, desde el día en que su padre había descubierto el autómata en el desván del museo, hasta el incendio, la llegada y la desaparición de su tío Claude. Le contó cómo había descubierto que los juguetes de la tienda de su padrino podían servirle para reparar el autómata, y cómo había logrado arreglarlo con sus piezas. No dejó nada sin contar.

Cuando Hugo terminó su narración, Isabelle se quedó callada un rato.

—Gracias —dijo luego.

—¿Por qué?

—Por contármelo.

—Ven a la juguetería mañana, cuando salgas del colegio —dijo Hugo—. Tengo una idea.

—¡Pero si está cerrada!

—Mañana no lo estará.

6

Un propósito

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