Read LA PALABRA CLAVE y otros misterios Online

Authors: Isaac Asimov

Tags: #Infantil y juvenil, Policíaco

LA PALABRA CLAVE y otros misterios (2 page)

—No sé… —dijo papá.

—¡Pero si no puede ser más sencillo! Es muy fácil de recordar y lo único que hay que saber hacer es rellenar crucigramas. Además, se pueden obtener toda clase de palabras, largas o cortas, incluso frases y palabras extranjeras.

Mamá dijo:

—¿Y qué ocurriría si un día el crucigrama fuera más difícil y no se consiguiera resolver la palabra clave?

Sólo entonces papá empezó a reaccionar:

—Pueden utilizar el crucigrama de un día para el día siguiente y comprobarlo con las soluciones para no equivocarse…

Ya se había puesto el abrigo.

—…excepto los domingos, puesto que la solución no aparece hasta el domingo siguiente… Espero que el lápiz que usas haya dejado un trazo diferente al suyo, Lorenzo.

—El individuo utilizaba bolígrafo —señalé.

Los crucigramas no les resolvieron totalmente el caso, pero les permitieron descifrar el código. A papá le concedieron un premio y lo ingresó en el banco para pagar mis estudios. Dijo que era lo justo.

La moneda de papá Noel

Mi padre no acostumbraba a traerse trabajo a casa, sin embargo estábamos a 22 de Diciembre, se acercaba Navidad y su trabajo lo estaba echando todo a perder. No hay nada peor que un caso sin resolver para impedir a un detective disfrutar de sus vacaciones.

Se trataba de un caso de poca importancia, no era ni un asesinato ni una bomba, nada espectacular, pero se trataba de una de esas pequeñas cosas que no puedes quitarte de la cabeza.

—¿Qué os parece? —dijo mi padre aquella noche, después de cenar—. Hemos encontrado una de las monedas robadas en una hucha de Papá Noel. Y, además, fue un niño el que la echó allí.

Sabíamos de qué hablaba. Los periódicos lo titulaban «El Misterio de la Moneda de Navidad». El Museo había notado la sustracción de monedas muy valiosas desde que empezaron las vacaciones de Navidad. Parecía que debía ser obra de algún empleado, pero en el Museo trabajaban por lo menos cien personas y no se tenía ninguna pista.

—¿Un niño? —pregunté yo.

—Sí, un chico que debe tener más o menos tu edad, Lorenzo, puesto que está en un curso inferior al tuyo —explicó papá—. El chico echó una de las monedas robadas a una de esas huchas que Papá Noel presenta a los transeúntes mientras está agitando una campanilla. Papá Noel se dio cuenta de que no se trataba de una moneda corriente y como estaba delante del Museo, pensó que podía tratarse de una de las monedas robadas. Es una persona honesta y la devolvió; además, también pudo identificar al muchacho. Lo veía con frecuencia porque el muchacho vive en la misma calle. Es una pena que sucedan esas cosas en Navidad.

Mamá le miró angustiada.

—¿Estás diciendo que ese niño era el ladrón?

—No —la tranquilizó papá—, pero tuvimos que interrogarle y sus padres estaban muy disgustados. Estoy seguro de que les estropeamos las vacaciones.

—¿Qué pasó, papá? —pregunté—. ¿De dónde había sacado la moneda, el niño?

—Se la dio un hombre dentro del Museo y le pidió que la echara a la hucha de Papá Noel. Para ello le regaló cinco duros.

—¿Puede el niño identificar al hombre que le dio la moneda?

—No —dijo mi padre, negando con la cabeza—. En realidad, ni se fijó. Ya sabes como son los críos.

Esto me molestó un poco. Dije:

—No, papá; yo no sé cómo son los niños.

Papá se aclaró la garganta.

—Era la quinta moneda robada y el museo había reforzado la vigilancia. No sabemos qué sistema utilizó el ladrón para sacar las monedas del Museo, pero cada vez le debió resultar más difícil. Esta vez debió de pensar que si salía él con la moneda podían cogerle, por eso se la entregó al niño, para que se la sacara de allí.

—¿Y, por qué debía echarla a la hucha de Papá Noel? —pregunté—. Me parece una estupidez.

Papá se encogió de hombros.

—Tal vez tuviera miedo. Ese debió ser el primer sitio que se le ocurrió. Seguramente pensó que más tarde podría recuperarla.

Durante todo el rato, incluso mientras estábamos terminando el postre, (teníamos manzanas asadas) yo no dejaba de pensar en el caso. De pronto fui a consultar una curiosidad en el diccionario, y cuando regresé, al cabo de uno o dos minutos, dije:

—Papá, ¿hay algún belén cerca del sitio en que se hallaba Papá Noel? Ya sabes, con pequeñas figuritas, el establo de Belén, el niño Jesús, la Virgen, San José, el asno y el buey.

—Ya sé qué es un belén —dijo—, así que no te esfuerces en enseñarme. La respuesta es
no.

Tuve una gran decepción porque había llegado a pensar que podría demostrar que yo también era un gran detective. Pero luego mamá intervino:

—Hay uno en la parte sur del Museo, en la puerta de una iglesia. Lo veo cuando voy a la compra.

—¿Está muy lejos del Museo, mamá?

—A menos de una manzana de su parte sur.

—Papá Noel obtuvo la moneda en la parte norte —aclaró papá.

—Papá: ¿podría ver a ese niño? Tal vez no le importe hablar con otro niño y me gustaría preguntarle algo.

—¿Qué te gustaría preguntarle, Lorenzo? —pero yo negué con la cabeza:

—Ya sabes cómo son los niños, papá. Primero quiero estar seguro.

—Muy bien.

Supongo que estaba algo turbado por haberse burlado de los niños, y por eso cedió.

—Pero sé amable y no te pongas pesado con ese pobre muchacho —añadió, a modo de consejo.

Ya era de noche cuando llegamos a la casa, un piso muy pequeño.

El hombre que abrió la puerta pareció molestarse al ver a papá.

—¿Ocurre algo? —preguntó con voz enojada.

—No —dijo papá—, pero mi hijo quiere hablar con el suyo, si está en casa.

Estaba, en seguida lo reconocí e incluso sabía su nombre. No es que fuera exactamente amigo mío, pero lo había visto por el patio de la escuela.

Nos fuimos hacia un rincón y le pregunté:

—¿Nacho, ese hombre te dijo que echaras la moneda en la hucha de Papá Noel?

—Sí, eso me dijo.

—¿Te dijo que la echaras exactamente en
la hucha de Papá Noel?

—No. El no dijo exactamente
la hucha,
dijo
la cajita,
pero es lo mismo ¿verdad? La cajita que lleva Papá Noel es una hucha. Es lo mismo.

—Tal vez te dijera también algo parecido a Papá Noel. ¿O fue exactamente
Papá Noel?

Nacho me miró confuso. Luego se rió y me dijo:

—No, él no dijo Papá Noel. El me dijo
el viejo de la campana de Navidad,
¿pero quiere decir lo mismo, verdad?

Me hubiera gustado poder gritar y saltar, pero me esforcé en parecer tranquilo.

—El viejo de la campana de Navidad puede ser Papá Noel, claro. Así que él te dijo que echaras la moneda en la cajita del Viejo. No en
la hucha de Papá Noel,
sino en
la cajita del Viejo de la campana de Navidad.


Sí, me preguntó si sabía dónde estaba y le dije que sí y me fui corriendo. Imagínate que veo al viejo Papá Noel tocando la campanilla todos los días, desde hace dos semanas.

—Muchas gracias. Nacho —le agradecí. Papá parecía algo perplejo, pero no quise decirle ni una palabra hasta encontrar el belén del que mamá había hablado. Todavía podía equivocarme.

Pero cuando estuvimos delante, ya no me quedó ninguna duda. El belén tenía muchas luces y cerca del Niño Jesús había una cajita con un cartelito que decía
«Para la campaña de Navidad de los Viejos».

—Aquí, papá —dije señalando con el dedo la cajita—. Aquí están las monedas, si es que todavía nadie la ha abierto.

Papá habló con el sacristán de la Iglesia y éste nos abrió la caja de los pobres. Dentro había calderilla y billetes y también las cuatro monedas del Museo. Iban a abrirla el día de Navidad y yo supuse que el ladrón debía saberlo.

—Sabes, papá —expliqué más tarde—, pensé que echar la moneda en la hucha de Papá Noel sólo tenía sentido si Papá Noel era un miembro de la banda que huía con la moneda. Cuando dijiste que Papá Noel era un tipo honrado que había devuelto la moneda, empecé a pensar en qué otra cosa podía haber dicho el hombre, que pudiera ser tomado por Papá Noel. Como la figura de Papá Noel se representa siempre por un viejo de barba blanca, imaginé que podía tratarse de otro anciano y consulté un Diccionario de Costumbres Populares y vi que hay muchos símbolos de Navidad representados por viejos y que es costumbre en estas fechas instalar cajitas o huchas en los belenes para recaudar fondos para aliviar a los enfermos, pobres, viejos…, y que esa forma de caridad se llama «Campaña» como si fuera una lucha contra la pobreza. La cajita de ese belén era un buen lugar para esconder las monedas si se sabe que no iba a abrirse hasta el día de Navidad. El ladrón debió planear abrirla la noche antes y sacar las monedas. Pienso que no quería sacar el resto del dinero. Eso hubiera sido una canallada.

Papá me dijo:

—Lo has hecho muy bien, hijo. No podemos atrapar al ladrón, pero por lo menos hemos recuperado las monedas.

—Sí que podéis atrapar al ladrón, papá. Es alguien que no leyó bien el cartel de la cajita de los viejos. El cartel ponía
viejos,
en plural, y
campaña
con eñe, pero como estaba escrito a mano la humedad había borrado la ese final y el ladrón leyó
viejo,
donde ponía
viejos
y además no vio la tilde de la ñ de campaña o ni siquiera sabía qué significaba esa palabra que él transformó en
campana.
Pero si hubiera sido un buen lector, él mismo habría suplido la ese y la tilde de la eñe casi borrada, puesto que el artículo
los
indicaba la concordancia en plural del nombre,
viejos,
que le seguía, y aquí la palabra
campana
no significaba nada. Repito, se trata de una persona con poco hábito de lectura, casi analfabeta o que es extranjera y no conoce bien nuestro idioma. Todo lo que tienes que hacer es buscar a alguien del museo que sea extranjero o que lea muy mal y tenga un vocabulario muy pobre. Esto reducirá mucho el número de personas sospechosas entre los empleados.

Así fue. Capturaron al ladrón antes del día de Navidad y el Museo entregó a Nacho diez mil pesetas de recompensa por su ayuda y otras tantas a Papá Noel por entregar la moneda. Esto alegró las Navidades de ambos.

Yo no quise aceptar ninguna recompensa, porque no hice más que realizar mi trabajo de detective, pero también tuve unas felices Navidades.

Other books

Unreasonable Doubt by Vicki Delany
The Survivors Club by Lisa Gardner
Shadows Linger by Cook, Glen
Shepherd's Crook by Sheila Webster Boneham
Shiverton Hall, the Creeper by Emerald Fennell
Sick by Brett Battles
The Sister and the Sinner by Carolyn Faulkner