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Authors: David Lozano Garbala

La puerta oscura. Requiem (11 page)

Ahora se encontraba bastante bien, su agotamiento había desaparecido; incluso notaba sus músculos tonificados, ansiosos de actividad. ¿A qué se debía esa considerable mejoría: al descanso del sueño… o a la llegada de la noche?

El ritmo vital de los depredadores se activaba durante las horas de oscuridad.

Tragó saliva, consciente de lo que eso significaba.

¿Ya se habría ocultado el sol?

Acaso comenzaba entonces el siguiente pulso, puesto que él escuchaba aún su propia voz. Albergaba sentimientos, mantenía su identidad.

Jules Marceaux seguía existiendo. Recordaba a su familia, a sus amigos, su pasado…, y su presente desprovisto de esperanza.

Su humanidad no había claudicado al vampirismo, el proceso le otorgaba unas horas más de gracia. O de agonía, según se mirase.

Horas donde todavía resultaba factible rebelarse contra sus instintos, contener sus ansias. Horas que retrasaban la aparición de víctimas cuyos cadáveres llevarían la inconfundible firma de unos colmillos jóvenes.

Su lengua se deslizó, tímida, por los contornos afilados de aquellos dientes inhumanos. La mente continuaba respondiendo a su nombre, pero su aspecto adoptaba ahora una sutil deformación de bestia.

Jules se levantó del camastro y observó la entrada bloqueada de la cabaña. Aquella amalgama de bultos que había amontonado cubriendo el acceso no dejaba pasar ningún brillo. Se aproximó hasta allí y fue retirándolos hasta lograr una abertura que permitiera ver el exterior.

La noche se había impuesto, solo atenuada por el resplandor de la silueta de París. Fue entonces cuando reparó en la sed que carcomía su boca, su garganta.

Una sed espantosa, que iba haciéndose más torturante conforme transcurrían los minutos. Notaba los labios agrietados y la lengua áspera. Se relamió, intensificando la sensación de sequedad.

La imagen que generaba su cerebro ansioso ante aquella necesidad consistía en suaves cuellos abiertos de los que brotaban humeantes, vivos, torrentes de sangre caliente.

Imágenes que no le daban asco, que no despertaban en él la repugnancia que habría sido razonable, sino un apetito desmedido.

Jules se preguntó, atemorizado, si durante aquella segunda noche conseguiría volver a frenar sus instintos. ¿Se habría alejado lo suficiente ese vagabundo? Rogó por que así fuese. El chico lo habría dado todo por encontrarse en medio del desierto más crudo y aislado del mundo, lejos de cualquier ser humano al que pudiera dañar.

Pero no era así.

El pesimismo empezó a alojarse en su corazón, nunca había sentido tan distante el amanecer.

* * *

Por suerte, durante aquella última etapa de camino a través de los senderos luminosos no surgió ningún nuevo contratiempo, y algo más tarde llegaban a las puertas del cementerio que constituía su primer destino, el de Pere Lachaise. Pascal, aliviado, se apresuró a agradecer al espíritu errante su ayuda. Y es que, al final, la que prometía ser una ruta poco arriesgada les había mostrado una cara mucho más agreste. Pero habían superado los obstáculos.

A continuación, los dos —el Viajero, víctima de un nerviosismo indisimulable— cruzaron los umbrales del recinto sagrado y, despertando la curiosidad de aquellos difuntos con los que se encontraban a su paso, se dirigieron con discreción al emplazamiento de la tumba de Dominique. A los pocos minutos, una silueta familiar vuelta de espaldas detuvo en seco las zancadas de Pascal.

Aquel perfil, aquella inimitable forma de gesticular…

Sí, era él. Tenía que ser él.

El Viajero contuvo la respiración, víctima de una creciente emoción que ascendió por su cuerpo hasta atrapar su voz. Allí estaba Dominique, con sus vaqueros, su sudadera amplia y la gorra calada. Sentado sobre su sepultura, hablaba con una chica muy atractiva que permanecía a su lado.

«Hay cosas que no cambian», se dijo Pascal. «Ni siquiera con la muerte».

Rememoró el peculiar humor de su amigo, sus bromas, su ironía cáustica… y la sufrida deportividad con la que sobrellevaba un sentimiento por Michelle que Pascal intuía como más poderoso de lo que hubiera podido sospechar.

Y allí estaba, intentando conquistar a una chica a la que las circunstancias le habían conducido.

El Viajero recuperó el entrañable recuerdo de la tabla de estrategias para ligar que elaborara Dominique meses atrás. ¿Le haría falta allí? Avanzó unos pasos, medio oculto entre árboles y lápidas, todavía sin delatar su presencia. No se cansaba de volver a ver a su amigo tan… vivo, tan auténtico. Le parecía algo mágico y no quería interrumpir la escena, como si todo dependiese de un precario equilibrio que cualquier intromisión pudiera quebrar.

Pero no era un recuerdo, aquello estaba sucediendo de verdad. Pascal dio unos pasos más, las voces de los dos comenzaron a llegar hasta él hechas un arrullo. Tras el Viajero, numerosos muertos que lo habían reconocido aguardaban siguiéndolo con la vista, intrigados por esa enigmática visita. Alexander, actuando con discreción, se había quedado atrás.

Por un instante, Pascal se atrevió a imaginar que la muerte de su amigo no se había producido en realidad, que todo había sido un mal sueño del que podía despertar en cualquier momento para descubrir que ambos se encontraban compartiendo sus vidas en París.

La siguiente zancada del Viajero aterrizó sobre una rama seca, provocando un chasquido que alertó a su objetivo. La magia de aquel espionaje furtivo se rompió.

Dominique se había girado, y sus ojos azules, sin destello vital, se encontraron con los de su amigo. Se produjo entonces un breve lapso de silencio, de impactante asombro, de pasmado reconocimiento mutuo. En los rostros de ambos se fue dibujando una sonrisa que abarcó por completo sus facciones. Una sonrisa intensa, amplia, honesta. Aún no habían pronunciado una sola palabra, pero no hacía falta.

Dominique se puso en pie. Y se sostuvo. En la Tierra de la Espera solo habitan los espíritus que aguardan, y esa esencia de las personas no arrastra las limitaciones físicas que cada alma debe asumir en el mundo de los vivos. Por ello, la silla de ruedas a la que se había visto condenado Dominique durante su existencia en la dimensión de la vida había pasado a convertirse en un recuerdo.

Ahora era capaz de caminar.

En el fondo, Pascal entraba en contacto con el Dominique más genuino, despojado de todo lo superfluo que se iba adhiriendo con el paso del tiempo en la otra realidad.

La chica que le acompañaba, por su parte, se quedó muda, sin intervenir, intuyendo que aquella misteriosa aparición suponía mucho más que un encuentro accidental. Y acertaba.

Cada uno comenzó a caminar hacia el otro, aunque pronto sus pasos se aceleraron hasta convertirse en una carrera. Los dos se fundieron en un efusivo abrazo —Pascal tuvo que acostumbrarse a la novedosa frialdad de la piel de Dominique—, que se prolongó durante un buen rato. Después se separaron sin dejar de observarse. Había tanto que decir…

—Sabía que vendrías —comunicó Dominique, henchido de satisfacción—. Pero no tan rápido. No me has dado tiempo para prepararte un recibimiento.

El Viajero se echó a reír.

—Siempre fue difícil sorprenderte —reconoció.

—Pues con lo de la Puerta Oscura lo conseguiste, ya lo creo. Por cierto, eres un buen narrador; todo es tal como nos lo contaste.

—Algo tan brutal se te queda grabado en la memoria hasta el mínimo detalle. Aunque quisiera, no podría olvidarlo.

—Supongo.

Pascal bajó la mirada, invadido de repente por una agobiante pesadumbre.

—Dominique… yo… —titubeó—. Quería decirte que lo siento… No pensaba que…

El aludido le cortó con un gesto.

—Ni se te ocurra, Pascal —advirtió, serio—. El pasado ya no existe para mí. Cuido mis recuerdos, eso es todo.

—Pero lo que te pasó…

Pascal no podía evitar sentirse responsable de su muerte. A fin de cuentas, él era quien lo había implicado en todo el asunto de la Puerta. Y por una simple cuestión de egoísmo: necesitaba cómplices, confidentes. Indirectamente, había provocado su muerte al hacerlo partícipe del secreto.

—No es responsabilidad de nadie —sentenció Dominique—. Yo fui el primer imprudente al irme solo hasta allí. Ese capítulo está cerrado, lo único que siento es… el sufrimiento de mi familia. Olvídalo.

Aquellas palabras recuperaron en Pascal la necesidad de una confirmación.

—Porque lo que te ocurrió no fue un accidente, ¿verdad?

Dominique ratificó esa hipótesis con un gesto negativo.

—No lo fue, no. André Verger también estaba allí, en el cementerio. Pero no lo reconocí a tiempo. Me tendió una trampa y caí como un imbécil.

—No podías sospecharlo.

—Me arrancó de mi vida —la queja brotaba con un repentino aire ausente—, sin darme tiempo a despedirme de nadie.

El chico sentía unas enormes ganas de enviar a sus padres un mensaje a través de Pascal. Sin embargo, supo que no debían hacer eso: la Puerta Oscura tenía que continuar siendo una realidad clandestina.

—Lo siento tanto, Dominique.

—De verdad, quítatelo de la cabeza. No tuvisteis nada que ver en eso.

Pascal intentó convencerse, aunque sabía que aquellas palabras no eran completamente ciertas.

—Eres muy generoso… Gracias.

Dominique le quitó importancia.

—Pero ¿qué dices? Ahora puedo andar… No te haces idea de lo que supone eso para mí. Y lo mejor de este mundo es que las chicas jóvenes, aunque no son muchas, están muy aburridas —puso un gesto pícaro—. La coyuntura es muy «interesante», ya me entiendes…

Con aquel comentario, Dominique logró que Pascal volviera a sonreír.

—Y ahora, al grano —el Viajero se percató de que, en solo unos minutos, su amigo se había hecho dueño de la situación, como siempre—. Pascal…

—Dime.

Dominique le puso las manos en los hombros, estudiando su semblante con el ceño fruncido.

—Quiero hacerte una pregunta.

Pascal se encogió de hombros.

—Adelante.

Dominique se aproximó todavía más, sin despegar su mirada de la de Pascal.

—¿Has venido a despedirte… o a buscarme?

Los ojos azules de Dominique, con el toque vidrioso de los cadáveres, enfocaban a los menos vigorosos de Pascal. De repente, el Viajero entendió el alcance de aquel interrogante que le obligaba a enfrentarse consigo mismo.

La mente ágil de su amigo no había perdido ni un ápice de agudeza en esa otra dimensión. Había calado en el interior de Pascal con mayor precisión de la que el Viajero había logrado en su intimidad.

Pascal se vio forzado a reconocer que, inconscientemente, desde el primer momento, aquel trayecto hasta Pere Lachaise ocultaba otro motivo además de la despedida. ¿Para qué negarlo? Su corazón había aspirado, en realidad, a que Dominique lo acompañara en su nueva misión.

Aunque no hubiera sido capaz de darse cuenta hasta ese mismo instante, y solo gracias a que su amigo lo acorralaba con su acostumbrada audacia.

«Hay cosas que no cambian», se repitió el Viajero para sus adentros.

Agarrándose como pudo a aquel único atisbo de iniciativa, decidió responder.

—He venido a… transmitirte la despedida de los demás —comenzó titubeante—. Y… y a buscarte, Dominique —Pascal no reconocía su propia voz mientras respondía a la imprevista pregunta—. A buscarte.

* * *

Con la llegada de Daphne y Michelle al palacio, tras la intensa jornada de búsqueda, se halló reunido el grupo al completo. Marcel Laville, que había terminado parte de su labor en el Instituto Anatómico Forense hacía un rato, se había encontrado con Edouard y Mathieu minutos antes, en el vestíbulo.

Costó muy poco compartir las inexistentes novedades.

—Nosotros seguimos sin noticias de Pascal —confirmó Edouard, de pie junto al arcón—. Supongo que, al menos, no es mala señal. Todo debe de estar yendo allí según lo previsto.

El joven médium, apoyado por un mudo asentimiento de Mathieu, procuraba brindarles un poco de optimismo tras el preocupante panorama que Michelle y Daphne habían traído consigo. El hecho de que Jules siguiera en paradero desconocido con la llegada de la noche no auguraba, desde luego, nada bueno. «¿Y ahora qué?», parecían interpelar a la pitonisa las miradas de todos los presentes.

—Es lógico que no sepamos nada de él —terció Marcel aludiendo a la interpretación positiva de Edouard—. Llegar a la Colmena de Kronos no es tan sencillo. El Viajero aún estará de camino.

—Pero incluso en el trayecto pueden surgir problemas —recordó Michelle—. Tiene que moverse por la Tierra de la Oscuridad, ¿no? Por muy bien que recuerde el camino…

—Eso es cierto —asumió Daphne—. Claro que hay riesgos, sería absurdo negarlo. Pero Pascal ya no es el aprendiz de Viajero que recorrió aquella ruta por primera vez. Las terribles circunstancias que han rodeado la apertura de la Puerta Oscura desde el principio han acelerado su aprendizaje, lo han curtido como solo las pérdidas y el dolor pueden hacerlo —suspiró—. A pesar del poco tiempo que lleva ostentando su rango, Pascal camina ahora con una convicción, una fuerza interior, que constituye su mejor arma.

Los demás habían asentido. Sentados en aquel sótano, tras ese intercambio de impresiones, tocaba decidir nuevas iniciativas. La importancia de cada minuto hacía demasiado arriesgada la inactividad.

—No podemos quedarnos a esperar —comunicó por fin Michelle, con tono grave—. No mientras Jules continúe vagando por ahí.

Ella veía en esa alternativa la posibilidad de escapar a una insoportable noche de vigilia pasiva. Necesitaba acción, se encontraba demasiado nerviosa como para limitarse a aguardar noticias de uno u otro mundo.

«De uno u otro mundo», se repitió. Michelle rastreó en su interior, confusa ante sus pensamientos. Su impaciencia nacía de la preocupación por su amigo gótico, claro. Pero… tampoco lograba apartar su mente de Pascal, que colapsaba sus pensamientos con inadmisible fijación. ¿Era porque, en definitiva, solo de su éxito dependía la salvación de Jules, o por el contrario había algo más en aquella obsesión? ¿Le preocupaba la suerte del Viajero más de lo que estaba dispuesta a reconocer?

Con excesiva rapidez, su despecho iba atenuándose, permitiendo distinguir dentro de ese resentimiento otro tipo de sensaciones que ella, frente a lo que creía, no había perdido en ningún momento.

Le molestaba aceptarlo, pero Pascal continuaba ocupando un lugar dentro de ella, dentro de su… maltratado corazón.

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