Read La sal de la vida Online

Authors: Anna Gavalda

Tags: #Novela

La sal de la vida (10 page)

—¡El que para enfrente de la panadería Pidoule! —grité yo por encima de su hombro.

Cuando desapareció por completo en el retrovisor, Simon dijo:

—¿Garance?

—¿Qué?

—Pi-dou-ne, no Pidoule.

—Ah, sí, perdón. Anda, mira quién está ahí, el obseso ese... ¡Atropéllalo!

Queríamos esperar a estar en la autopista para escuchar el regalo de Vincent.

Lola se decidió por fin a preguntarle a Simon si era feliz.

—¿Lo dices por Carine?

—Un poco...

—Bueno... En casa es mucho más maja, ¿sabéis?.. . Sólo se pone tan pesada cuando estáis vosotras. Me imagino que es porque está celosa... Os tiene miedo. Cree que os quiero más que a ella y... y además vosotras sois todo lo que ella no es. Le desconcierta que estéis medio locas. Esa forma de ser vuestra tan divertida, tan libre... Creo que está como acomplejada. Le parece que, para vosotras, la vida es un gran patio de recreo y que seguís siendo esas alumnas tan populares que se burlaban de ella en el instituto porque era la primera de la clase. Esas chicas guapas, inseparables, divertidas y admiradas en secreto.

—Si ella supiera... —dijo Lola, apoyando la cabeza contra la ventanilla.

—Pero no sabe, de eso se trata precisamente. Comparada con vosotras, se siente como si no diera la talla. Es verdad que a veces es muy pesada, pero menos mal que está en mi vida... Carine me anima, tira de mí hacia delante, me obliga a espabilarme. Sin ella, no habría salido de mis curvas y mis ecuaciones, estoy seguro. ¡Sin ella, seguiría en un apartamento cutre de soltero repasando para el examen de mecánica cuántica!

Calló.

—Y además me ha dado dos regalos bien bonitos, al fin y al cabo...

Nada más pasar la garita del peaje, conecté el artilugio en la radio del coche.

A ver, chavalín... ¿qué nos has preparado aquí?

Sonrisas confiadas. Simon se aflojó el cinturón para hacerles sitio a los músicos. Lola bajó el respaldo de su asiento, y yo aproveché para acurrucarme en su hombro.

Marvin en plan jefe de pista:
Here my dear... This album is dedicated to you...
Una versión desenfrenada del
Pata Pata
de Miriam Makeba para ir entrando en calor,
Hungry Heart
del Boss, porque hace quince años que el Boss nos hace mover el esqueleto, y, más adelante en la lista,
The River
, para alimentar ese
corazón hambriento
.
Beat It
, del difunto Michael Jackson, a todo volumen para dar volantazos en la carretera,
Friday I'm in love
, de los Cure, para —perdonad un momento que bajo el volumen— celebrar el fantástico fin de semana que acabábamos de pasar,
Common People
de Pulp, canción con la que habíamos aprendido más inglés que con todos nuestros profes juntos.
Amado mío
, la que canta Rita Hayworth en la película Gilda, que nos da subidón a todos...
Amado mío, love me forever, and let forever begin tonight...
Y ya que estábamos en plan romántico, le seguía una bellísima versión de
Bésame mucho
interpretada por Cesária Evora,
Bésame, bésame mucho, como si fuera esta noche la última vez...
Una versión sublime de
I Will Survive
, de Musica Nuda, y otra de
My funny valentine
, de Angela McCluskey, con la voz rota. De ella también, un
Don't explain
que podría emocionar al picaflor más cabronazo... Aznavour, con esa voz suya tan cálida, recordándonos cómo era la vida de los artistas sin gloria y sin blanca en
La Bohême
... El violín de Yo-Yo Ma para Ennio Morricone y sus jesuítas de
La misión
, Jacques Brel evocando el puerto de
Amsterdam
y Dylan repitiendo sin tregua
I want you
a dos hermanas casi vírgenes, un par de joyas de Nick Drake, fabulosas odas a la melancolía,
Day is done
y
Cello song
, qué talento este chico, lástima que muriera tan joven...
Love me or leave me
, implora Nina Simone mientras sorprendo a Lola frotándose la nariz...
Hey, hey, hey,
a Simon no le gusta ver a su hermana triste, así que rápidamente cambia las tornas y le pone a las Weather Girls con su
It's raining men,
para animarla... Yves Montand en recuerdo de Paulette y Simon & Garfunkel porque sí, porque emocionan con su canción
For Emily
,
whenever I may find her...
ese final apoteósico que te pone la carne de gallina,
Oh, I love you...
Eu sei que vou te amar,
cantada por Toquinho, y Comptine d'un autre été de Yann Tiersen, Björk que grita i
t's oh so quiet
, el
Nisi Dominus
de Vivaldi para complacer a Camille y la canción de Neil Hannon que tanto le gustaba a Mathilde. Kathleen Ferrier para Mahler, Glenn Gould para Bach y Rostropovich para la paz. Una canción dulce,
Une chanson douce,
de Henri Salvador, la misma que nos cantaba nuestra madre y que, chupándonos el dedo, escuchábamos hasta que nos quedábamos dormidos. Lucio Dalla con su
Caruso... ti voglio bene assai, ma tanto tanto bene sai...
La banda sonora de
En la boca no
, esa peli que me salvó la vida en un momento en que yo ya no quería seguir viviendo. Y otra banda sonora, la de
Juegos prohibidos
, con ese Romance anónimo no tan anónimo... Seguimos con el mítico Luis Mariano, que alaba a golpe de gorgorito el sol de
México
, Pyeng Threadgill repite
Close to me
y yo me digo que eso sí que es el no va más... La elegancia de Cole Porter sublimada por la de Ella Fitzgerald, y a esto le añadimos Cindy Lauper porque los contrastes son buenos,
Oh, daddy, the girls just wanna have fun!
, grito, sacudiendo a mi perro como si fuera el pompón de una animadora, para que todas sus pulgas bailen a gusto
La Macarena
.

Y muchas más... Montones de megaoctetos de felicidad.

Guiños, recuerdos, lentas fallidas en memoria de fiestas aburridas,
music was my first love
(For Connoisseurs only), Vincent había puesto un poquito de klezmer, la música alegre y festiva de los judíos del este de Europa, música de la Motown, música tradicional francesa, la que se tocaba con acordeón en los merenderos, canto gregoriano, fanfarrias o grandes órganos, y, de pronto, cuando el coche se estaba bebiendo toda la gasofa hasta la reserva, Ferré y Aragon cantaron su asombro:
Est-ce ainsi que les hommes vivent?
, ¿así es como viven los hombres?

Cuantas más canciones escuchábamos, más me costaba contener las lágrimas. Vale, ya lo he dicho antes, estaba cansada, pero sentía una bola en la garganta cada vez más gorda, cada vez más gorda...

Eran demasiadas emociones a la vez. Mi Simon, mi Lola, mi Vincent, mi Yo-alucino en mi regazo y toda esa música que me ayudaba a vivir desde hacía tanto tiempo...

Tenía que sonarme la nariz.

Cuando la máquina calló, creí que me sentiría mejor, pero entonces el desgraciado de Vincent empezó a hablar por los altavoces:

«Y ya está, se acabó, hermanita. Bueno, espero que no se me haya olvidado nada... Ah, sí, espera, aquí va la última...»

Era la versión de
Hallellujah
de Leonard Cohen que había hecho Jeff Buckley.

Con los primeros acordes de guitarra me tuve que morder los labios y me quedé mirando fijamente la lamparita del techo para contener las lágrimas.

Simon movió el retrovisor para que no tuviera escapatoria:

—¿Qué? ¿Estás triste?

—No —contesté, resquebrajándome por todas partes—, estoy sup... super feliz.

Nos tiramos hasta el final del trayecto sin pronunciar una sola palabra. Rebobinando la peli en nuestras cabezas y pensando en el día siguiente.

Fin del recreo. Estaba a punto de sonar el timbre. De vuelta a clase todos en fila.

Silencio, por favor.

¡He dicho silencio!

Dejamos a Lola en la Puerta de Orleans, y Simon me acompañó hasta mi casa.

Cuando ya se iba, lo cogí del brazo:

—Espera, no tardo nada... Y corrí a la tienda de los chinos.

—Toma —le dije, tendiéndole un paquete de arroz—, no olvides tus encargos, hombre... Sonrió.

Siguió agitando el brazo mucho tiempo, en un gesto de despedida, y cuando desapareció al doblar la esquina, volví a mi colmado favorito a comprar comida para perros.

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