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Authors: James Dashner

Tags: #Fantasía, #Ciencia ficción

Las pruebas (8 page)

La ira creció en el pecho de Thomas al mencionar a Chuck. Se había medio levantado antes de saber lo que le pasaba; Newt tiró de él para que volviera al suelo.

Como si aquello le hubiera animado, el Hombre Rata se levantó de la silla rápidamente y la colocó contra la pared de atrás. Luego colocó las manos sobre el escritorio y se inclinó hacia los clarianos.

—Todo ha sido parte de las Pruebas, ¿lo entendéis? Era la fase 1, para ser exactos. Y todavía nos queda mucho para lo que necesitamos. Por eso tenemos que subir la apuesta inicial, y ha llegado la hora de la Fase 2. Es el momento de que las cosas se pongan más difíciles.

Capítulo 11

La sala se quedó en silencio. Thomas sabía que debería estar enfadado por la absurda idea de que a aquellas alturas las cosas habían sido fáciles para ellos. Debería haberse aterrorizado… Por no mencionar lo de la manipulación de cerebros. Pero, en cambio, tenía tanta curiosidad por averiguar lo que el hombre iba a contarles, que las palabras resbalaron por su mente.

El Hombre Rata esperó lo que pareció una eternidad y luego volvió a sentarse despacio en la silla para enseguida acercarse al escritorio una vez más.

—Puede que penséis, o tal vez lo parezca, que tan sólo estamos poniendo a prueba vuestra capacidad de supervivencia. A primera vista, la Prueba del Laberinto podría clasificarse erróneamente de esa manera. Pero os aseguro que no se trata sólo de sobrevivir y de la voluntad de vivir. Eso tan sólo es una parte del experimento. El panorama general es algo que no entenderéis hasta el final.

»Las erupciones solares han arrasado muchas partes de la Tierra y una extraña enfermedad ha hecho estragos en los seres humanos; una enfermedad llamada el Destello. Por primera vez, los gobiernos de todas las naciones (los que sobrevivieron) están trabajando juntos. Han unido sus fuerzas para crear CRUEL, un grupo cuyo objetivo es luchar contra el nuevo problema mundial. Vosotros sois una parte importante de esa lucha. Y tendréis todos los incentivos para colaborar con nosotros porque, lamentablemente, todos estáis infectados con el virus.

De inmediato levantó las manos para cortar el alboroto que había empezado.

—¡Bueno, bueno! No tenéis por qué preocuparos. El Destello tarda un tiempo en extenderse y mostrar síntomas. Pero, al final de las Pruebas, la cura será vuestra recompensa y nunca veréis los… efectos debilitantes. ¿Sabéis?, no hay muchos que puedan permitirse la cura.

La mano de Thomas subió por instinto a su garganta, como si el dolor que sentía allí fuera el primer indicador de que había cogido el Destello. Recordaba demasiado bien lo que le había dicho la mujer en el autobús de rescate después de salir del Laberinto, sobre cómo el Destello destruía el cerebro y poco a poco te iba volviendo loco y te despojaba de la capacidad de sentir emociones humanas básicas como la compasión o la empatía. Sobre cómo te convertía en menos que un animal.

Pensó en los raros que había visto por las ventanas del dormitorio, y de repente quiso correr al cuarto de baño para lavarse la boca y las manos. Aquel tipo tenía razón, tenían todos los incentivos que necesitaban para completar esta siguiente fase.

—Pero ya basta de clases de historia y de perder el tiempo —continuó el Hombre Rata—. Ahora os conocemos. A todos vosotros. No importa lo que haya dicho o lo que esté tras la misión de CRUEL; todos haréis lo que sea necesario. De eso no nos cabe duda. Y al hacer lo que os pedimos, os salvaréis a vosotros mismos porque tendréis la cura que tanta gente ansia.

Thomas oyó a Minho refunfuñar a su lado y le preocupó que volviera a soltar otro de sus comentarios soberbios. Le hizo callarse antes de que pudiera hacerlo.

El Hombre Rata bajó la vista al desordenado montón de papeles que había en la carpeta abierta, cogió uno suelto y le dio la vuelta sin apenas leerlo. Se aclaró la garganta.

—Fase 2: las Pruebas de la Quemadura. Empieza oficialmente mañana a las seis en punto de la mañana. Entraréis en esta sala y en la pared que hay detrás de mí encontraréis un Trans Plano. A vuestros ojos se presentará como un muro reluciente de color gris. Tendréis que cruzarlo antes de que transcurran cinco minutos después de la hora. Así que se abre a las seis en punto y se cierra pasados cinco minutos. ¿Lo entendéis?

Thomas se quedó mirando al Hombre Rata, paralizado. Era casi como estar escuchando una grabación, como si el desconocido no estuviera allí de verdad. Los demás clarianos debieron de sentir lo mismo, porque nadie respondió a aquella simple pregunta. Además, ¿qué era un Trans Plano?

—Estoy seguro de que todos podéis oír —dijo el Hombre Rata—. ¿Lo… habéis… enten… dido?

Thomas asintió y unos cuantos chicos a su alrededor murmuraron unos síes.

—Bien —el Hombre Rata cogió distraídamente otra hoja de papel y le dio la vuelta—. Para entonces, las Pruebas de la Quemadura habrán empezado. Las reglas son muy sencillas: abríos camino hasta el exterior y después dirigíos ciento sesenta kilómetros al norte. Llegad al refugio seguro en dos semanas y habréis completado la Fase 2. En ese momento, y sólo en ese momento, se os curará el Destello. Serán exactamente dos semanas, empezando desde el segundo en que crucéis el Trans. Si no lo conseguís, moriréis.

La sala debería haber estallado en discusiones, preguntas, pánico…, pero nadie dijo ni una palabra. Thomas notaba como si se le hubiera secado la lengua hasta convertirse en una vieja raíz crujiente.

El Hombre Rata cerró de golpe la carpeta y dobló su contenido aún más que antes; después la guardó en el cajón de donde la había sacado. Se puso de pie, se apartó a un lado y empujó la silla debajo del escritorio. Al final juntó las manos delante de él y volvió a centrar su atención en los clarianos.

—Es sencillo, en serio —dijo con tal naturalidad que parecía como si les acabara de dar las instrucciones para abrir las duchas del baño—. No hay reglas, ni tampoco pautas. Tenéis pocas provisiones y no habrá ayuda durante el camino. Atravesad el Trans Plano a la hora indicada. Encontrad el exterior. Caminad ciento sesenta kilómetros, directos al norte, hacia el refugio seguro. Conseguidlo o morid.

La última palabra pareció sacar a todo el mundo de su estupor y se pusieron a hablar todos a la vez:

—¿Qué es un Trans Plano?

—¿Cómo hemos cogido el Destello?

—¿Cuánto tiempo pasará hasta que aparezcan los primeros síntomas?

—¿Qué hay al final de esos ciento sesenta kilómetros?

—¿Qué pasó con los cadáveres?

Pregunta tras pregunta, un coro de ellas se mezcló hasta convertirse en un alboroto de confusión. Thomas no se molestó. El desconocido no iba a contarles nada más. ¿Acaso no se daban cuenta?

El Hombre Rata esperó pacientemente, ignorándolos, mirando con aquellos ojos oscuros a los clarianos mientras hablaban. Su mirada se centró en Thomas, que estaba allí sentado, en silencio, mirándole, odiándole. Odiando CRUEL. Odiando el mundo.

—¡Callaos, pingajos! —gritó por fin Minho. Las preguntas cesaron al instante—. Este cara fuco no va a contestar, así que dejad de perder el tiempo.

El Hombre Rata le hizo un gesto a Minho con la cabeza como si le diera las gracias. Tal vez reconocía su prudencia.

—Ciento sesenta kilómetros. Al norte. Espero que lo consigáis. Recordad: ahora todos tenéis el Destello. Os lo dimos para proporcionaros cualquier estímulo que pudiera faltaros. Y llegar al refugio seguro significa que obtendréis la cura —se dio la vuelta y caminó hacia la pared que tenía detrás de él, como si planeara atravesarla. Pero entonces se detuvo y volvió a mirarlos—. Ah, una última cosa —dijo—. No creáis que evitaréis las Pruebas de la Quemadura si decidís no entrar en el Trans Plano entre las seis y las seis y cinco de mañana. Aquellos que se queden atrás serán ejecutados inmediatamente de la manera más… desagradable. Será mejor que os arriesguéis en el mundo exterior. Mucha suerte a todos.

Al decir aquello, se dio la vuelta y una vez más empezó a caminar de forma inexplicable hacia la pared.

Pero antes de que Thomas viera lo que pasaba, la pared invisible que les separaba se empañó y en cuestión de segundos se volvió borrosa. Y entonces todo desapareció y el otro lado de la zona común de nuevo quedó visible. Salvo que no había ni rastro del escritorio ni de la silla. Ni tampoco del Hombre Rata.

—¡No me fuques! —susurró Minho junto a Thomas.

Capítulo 12

Una vez más las preguntas y discusiones de los clarianos llenaron el aire, pero Thomas se marchó. Necesitaba algo de espacio y sabía que el cuarto de baño era su único escape. Así que, en vez de dirigirse al dormitorio de los chicos, fue al que había usado Teresa y, luego, Aris. Se apoyó en el lavabo, con los brazos cruzados, mirando al suelo. Por suerte, nadie le había seguido.

No sabía cómo empezar a procesar toda la información. Unos cadáveres colgando del techo, que apestaban a muerte y putrefacción, terminaban desapareciendo en cuestión de minutos. Un desconocido —¡y su escritorio!— aparecían de la nada con un escudo imposible que les servía de protección. Y luego desaparecían.

Y eso no era nada comparado con otras de sus preocupaciones. Ahora estaba claro que el rescate del Laberinto había sido una farsa. Pero ¿quiénes eran los títeres que CRUEL había utilizado para sacar a los clarianos de la cámara de los creadores y ponerlos en aquel autobús que les había llevado hasta allí? ¿Los habían matado de verdad? El Hombre Rata había dicho que no tenían que creer lo que vieran sus ojos o sus mentes. ¿Cómo iban entonces a creer en nada?

Y lo peor de todo era que tenían la enfermedad del Destello y que sólo las Pruebas les harían ganar la cura…

Thomas apretó los ojos y se restregó la frente. Habían alejado a Teresa de él. Ninguno tenía familia. A la mañana siguiente se suponía que empezarían algo ridículo llamado la Fase 2, que, por lo que parecía, iba a ser peor que el Laberinto. ¿Qué iban a hacer con todos aquellos locos de ahí fuera, los raros? De repente pensó en Chuck y en lo que él habría dicho si hubiese estado allí.

Algo simple, probablemente. Algo como: «¡Qué asco!».

«Tendrías razón, Chuck —pensó Thomas—. El mundo es un asco».

Tan sólo habían pasado unos días desde que había visto cómo apuñalaban a su amigo en el corazón; el pobre Chuck había muerto mientras Thomas le sostenía. Y ahora Thomas no podía evitar pensar que, aunque había sido horrible, quizá fuera lo mejor que podía haberle pasado. Quizá la muerte era mejor que lo que les esperaba. Su mente se desvió al tatuaje de su cuello…

—Tío, ¿cuánto se tarda en plantar un pino?

Era Minho.

Thomas alzó la vista para verle de pie en la puerta del baño.

—No soporto estar ahí fuera. Todos hablan entre sí como un puñado de bebés. Que digan lo que quieran, ya sabemos lo que vamos a hacer.

Minho se acercó a él y apoyó el hombro en la pared.

—¡La alegría de la huerta! Mira, macho, esos pingajos de ahí fuera son tan valientes como tú. Hasta el último de nosotros cruzará eso… como quiera que se llame… mañana por la mañana. ¿A quién le importa si quieren desgañitarse cotorreando?

Thomas puso los ojos en blanco.

—Nunca he dicho ni jota sobre que yo sea más valiente que nadie. Tan sólo estoy harto de oír las voces de la gente. La tuya incluida.

Minho se rió por lo bajo.

—Gilipullo, cuando tratas de ser malo, eres la monda.

—Gracias —Thomas hizo una pausa—. Trans Plano.

—¿Eh?

—Así es como llamó el pingajo del traje blanco a la cosa que tenemos que atravesar. Un Trans Plano.

—Ah, sí. Debe de ser algún tipo de entrada.

Thomas le miró.

—En eso estaba pensando. Es algo como el Precipicio. Es plano y te transporta a otro sitio. Trans Plano.

—Eres un fuco genio.

Entonces entró Newt.

—¿Qué hacéis vosotros dos aquí escondidos?

Minho extendió el brazo y pegó a Thomas en el hombro.

—No nos estamos escondiendo. Thomas se está quejando de su vida y deseando volver con su mamá.

—Tommy —dijo Newt, que no parecía verle la gracia—, pasaste por el Cambio y recuperaste parte de la memoria. ¿Cuánto de todo esto recuerdas?

Thomas había estado mucho tiempo pensando en eso. Mucho de lo que había recuperado después de que el lacerador le picara no estaba muy claro.

—No sé. No puedo imaginarme el mundo real del exterior o cómo era estar con la gente a la que ayudé a diseñar el Laberinto. La mayoría se ha desvanecido o ya no está. He tenido un par de sueños extraños, pero nada sirve de ayuda.

Entonces entraron en una discusión sobre algunas cosas de las que habían oído hablar al extraño visitante. Sobre las erupciones solares, la enfermedad y lo diferente que podría haber sido todo si hubieran sabido que les estaban sometiendo a una prueba o que estaban experimentando con ellos. Había muchas cosas sin respuesta, todas rociadas de un miedo no expresado por el virus con el que supuestamente les habían contagiado. Al final terminaron callándose.

—Bueno, tenemos cosas que averiguar —resumió Newt—. Y yo necesito ayuda para asegurarme de que la maldita comida no se acabe antes de que nos marchemos mañana. Algo me dice que vamos a necesitarla.

Thomas ni siquiera había pensado en eso.

—Tienes razón. ¿La gente aún está atragantándose ahí fuera?

Newt negó con la cabeza.

—No, Fritanga se ha hecho cargo. Para ese pingajo la comida es sagrada. Creo que se ha alegrado de volver a tener algo en lo que es el jefe. Pero me da miedo que se pongan muy nerviosos e intenten comer de todas formas.

—Venga ya —dijo Minho—. Los que hemos llegado tan lejos lo hemos hecho por un motivo. Todos los imbéciles ya están muertos.

Miró de reojo a Thomas, como si le preocupara que pudiera pensar que incluía a Chuck en aquella afirmación. Quizás incluso a Teresa.

—Tal vez —respondió Newt—. Eso espero. De todos modos, estaba pensando que necesitamos organizamos, que el río vuelva a su cauce. Actuemos como lo hacíamos en el maldito Claro. Los últimos días han sido espantosos, todos lloriqueando y quejándose, sin una estructura, sin un plan. Me estoy volviendo loco.

—¿Qué esperas que hagamos? —preguntó Minho—. ¿Qué formemos filas y hagamos flexiones? Estamos atrapados en una estúpida prisión de tres habitaciones.

Newt dio un manotazo al aire como si las palabras de Minho fueran mosquitos.

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