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Authors: Edgar Rice Burroughs

Tags: #ciencia-ficción

Los hombres sinteticos de Marte (24 page)

—¿Es que lo conoces? —preguntó.

—Claro que le conozco —repliqué—. De hecho no existe nadie en el mundo que le conozca mejor que yo.

—¿Pero cómo le has conocido? —me preguntó.

—Estaba en Morbus con John Carter.

—Pues es un espléndido oficial —dijo—. Recuerdo que mantuve una larga conversación con él cuando la gran flota estuvo en Hastor.

—Sí; discutisteis acerca de una invención en la que tú estabas trabajando. Un método para detectar y localizar naves enemigas a gran distancia, identificándolas por el sonido de sus motores. Tu habías descubierto que no existen dos motores que produzcan las mismas vibraciones y hablas inventado un instrumento que recogía esas vibraciones a gran distancia. Le presentaste también una encantadora jovencita a quien deseabas convertir en tu esposa.

Los ojos de Ur Raj se desorbitaron de asombro.

—¿Pero cómo puedes saber todo eso? —preguntó—. Ciertamente debes ser amigo muy íntimo de Vor Daj para que te contase esa conversación que se desarrolló hace varios años.

—No me dijo nada acerca de tu invención —le dije—, ya que te había prometido no revelar a nadie ningún detalle de la misma hasta que tú la hubieras desarrollado y ofrecido a la marina de Helium.

—Pero si no te dijo nada…, ¿cómo puedes saber esas cosas? —me preguntó, confuso.

—Eso no puedo decírtelo —le repliqué—. Tan sólo asegurarte que Vor Daj no ha traicionado nunca tu confianza.

A partir de entonces noté que Ur Raj me miraba con algo de temor, como creyendo que debía poseer algún poder oculto de carácter sobrenatural. Le sorprendí más de una vez mirándome fijamente desde su jaula, como intentando resolver lo que para él constituía un misterio inexplicable.

El joven esclavo, Orm-O, se mostraba muy amistoso y me contaba todo aquello de que había podido enterarse relativo a Janai, pero por desgracia ello era muy poco o nada. No obstante me enteré por él de que la muchacha no estaba en peligro inmediato, ya que la esposa de más edad de Jal Had la había tomado bajo su protección. Dicha esposa, de nombre Vanuma, había puesto siempre objeciones a la afición del príncipe por otras mujeres y también se había opuesto a que el número de esposas aumentara, en especial con una persona tan encantadora como Janai.

—Se rumorea —me explicó Orm-O—, que Vanuma ha decidido eliminar a Janai a la primera ocasión que se le presente. Si aún vacila se debe a que teme que Jal Had, en su cólera, pueda llegar a matarla si lo hace, pero tiene la esperanza de lograr sus fines sin que ninguna sospecha recaiga sobre su persona. De hecho, se sabe que ha recibido varias veces la visita de Gantun Gur, el Asesino de Amhor, que ha vuelto recientemente de su cautividad en tierras lejanas. Debo decir que no me gustaría estar en la piel de Janai, especialmente si Gantun Gur se deja convencer por Vanuma y acepta encargarse del asunto.

Esta información me dejó preocupado por la suerte de Janai. Desde luego estaba seguro de que precisamente Gantun Gur nunca aceptaría matarla, pero temía que Vanuma hallara otros medios para lograr sus fines. Rogué a Orm-O que previniese a Janai, y él prometió hacerlo en cuanto tuviera una oportunidad.

El peligro que amenazaba a la muchacha llenaba constantemente mis pensamientos, y mi incapacidad para ayudarla casi me llevaba a la locura. ¡Ah, si al menos pudiera yo hacer algo! Pero me encontraba por completo impotente, pues me hallaba encerrado sin esperanza de libertad, y la situación de Janai parecía igualmente desesperada.

El zoo tenía algunos días de poca afluencia, pero por lo general había gran circulación de gente a lo largo de la avenida que transcurría entre las jaulas, y casi siempre había ante la mía un grupo de curiosos, aunque faltaran en las de otros ejemplares. Continuamente observaba nuevas caras, pero también otras que empezaba a conocer por su asiduidad.

Un día reconocí en el grupo a Gantun Gur. Se abrió paso con determinación entre los espectadores, despertando más de un gruñido e incluso palabras de protesta, pero todas estas expresiones cesaron como por encanto cuando fue reconocido y su nombre pasó de boca en boca. Los espectadores se apartaron entonces para abrirle camino, puesto que nadie deseaba despertar la enemistad del Asesino de Amhor. ¡Tal era la reputación que el difunto original había adquirido!

—Kaor, Tor-dur-bar —dijo cuando llegó cerca de la jaula.

—Kaor, Gantun Gur —repliqué—. Me alegro de verte de nuevo y quisiera hablar contigo en privado.

—Eso puede arreglarse —asintió—. Volveré aquí después de que el zoo haya sido cerrado a los visitantes ordinarios. Ya ves, soy una persona privilegiada en Amhor, y sobre todo en el palacio y sus dependencias. Nadie desea enemistarse conmigo, ni siquiera el propio Jal Had.

Y dicho lo cual, se retiró. En las siguientes horas de nerviosa espera llegué a pensar que el día no acabaría nunca y que los visitantes jamás abandonarían el terreno del zoo, tan impaciente estaba por hablar con Gantun Gur. Las horas se deslizaron interminables, pero al fin pude ver cómo los guardianes invitaban al público a marcharse, y cómo los carros conteniendo la comida de las bestias hacían su aparición al final de la avenida. Luego fue Orm-O quien vino con su canasta de sobras para mí, pero todavía no había la menor señal de Gantun Gur. Pensé que quizá me hubiera abandonado por segunda vez, o que sus pretendidos privilegios no fueran sino fruto de su imaginación. Estaba particularmente ansioso de conversar con él, ya que finalmente había ideado un plan para proteger a Janai de los peligros que la amenazaban.

Pregunté a Orm-O si sabía algo nuevo sobre ella, pero el muchacho meneó la cabeza y dijo que en los últimos días no siquiera se la había visto por palacio.

—¡Quizás Vanuma la haya matado finalmente! —sugerí, espantado.

—Quizás —admitió él—. Lo último que pude oír sobre el particular era que Vanuma no trataba ya a Janai tan bien como al principio. Algunos dicen que en los últimos tiempos acostumbraba a azotarla todas las noches.

Yo no podía imaginar a Vanuma ni a ningún otro azotando a Janai, pues no era ella muchacha que se dejara azotar mansamente.

Ya era noche cerrada y había perdido yo toda esperanza de que Gantun Gur apareciera cuando le vi venir por fin en dirección a mi jaula.

—Kaor, Tor-dur-bar —saludó—. Siento haberme retrasado, pero he sido requerido por Jal Had en persona. Hasta hace un momento he estado conversando con él.

—¿A quién quiere que asesines ahora? —preguntó Ur Raj desde su propia jaula.

—Tan solo desea estar seguro de que nadie está planeando utilizarme contra él —replicó Gantun Gur—. Estoy viendo que es mucho mejor ser quien soy, jefe de la Cofradía de Asesinos, que principe de Amhor. Mi poder es ilimitado y todo el mundo me teme, puesto que si bien mi personalidad es conocida, no ocurre lo mismo con las de muchos de mis asesinos; y quienquiera que intente conspirar contra mí debe temer que mis espías se enteren de ello.

—Has recorrido un largo camino desde el Edificio de los Laboratorios, Gantun Gur —dije con una sonrisa—. Pero dime ¿Está viva Janai? ¿Está bien y a salvo?

—Está viva y está bien, pero no a salvo; nunca estará a salvo mientras permanezca en Amhor. Desde luego su vida no está segura en tanto que Vanuma exista. No necesito decirte que ni mis asesinos ni yo mataríamos nunca a Janai, pero Vanuma puede hallar cualquier otro que lo haga e incluso, si llega a desesperarse, hacerlo ella misma. Mi conclusión es que lo mejor que podríamos hacer es liquidar a Vanuma.

—¡No, no! —objeté—. En el momento en que Vanuma muera, nadie protegerá a Janai contra Jal Had.

—Bueno, eso no deja de ser cierto —dijo Gantun Gur, rascándose la cabeza—. Te confieso que no había considerado las cosas desde ese punto de vista. Pero, después de todo, no creo que eso sea tan malo para Janai, puesto que se convertiría en princesa de Amhor, y, por lo que he visto de las demás esposas de Jal Had, no dudo que sería indiscutiblemente la primera de ellas.

—¡Pero ella no quiere casarse con Jal Had! —dije—. Vor Daj la ama, y debemos salvarla para él.

—Vor Daj —dijo Gantun Gur—, yace como muerto en los pozos bajo el Edificio de los Laboratorios de Morbus, y a estas horas debe estar bloqueado e incluso puede que ya devorado por el horror que surgió de la Sala de Tanques número 4. No, no, Tor-dur-bar, por más que admire tu lealtad hacia ese hombre, pienso que la llevas demasiado lejos. Ni tú, ni yo, ni Janai podemos esperar ver de nuevo a Vor Daj.

—Pero sin embargo debemos hacer lo que podamos para salvar a Janai. Por ella misma, por mí y por la esperanza, todo lo débil que sea, de que algún día Vor Daj pueda ser rescatado.

—Bueno, ¿tienes algún plan al respecto? —preguntó él.

—Sí, lo tengo.

—¿Y cuál es?

—Procura que llegue a oídos de Vanuma el rumor de que Jal Had se ha enterado de que ella anda buscando asesinos para matar a Janai y que ha jurado que si la muchacha muere, no importa cuál sea la causa, ella será inmediatamente ejecutada.

—No es mala idea —aprobó Gantun Gur—. Puedo hacer llegar a Vanuma ese rumor en plazo muy corto, por medio de una de sus esclavas.

—Respiraré con tranquilidad cuando lo hayas hecho —dije.

Y ciertamente aquella noche pude dormir mucho mejor que en las anteriores, porque creía que, al menos temporalmente, Janai estaría a salvo. Fue bueno para la paz de mi espíritu que fuera incapaz de prever lo que la mañana siguiente me traería.

CAPÍTULO XXVI

La mordedura de la serpiente

Mi jaula se hallaba dividida en dos partes, abierta la anterior a la avenida a través de los barrotes, y consistente la trasera en un oscuro compartimento en el que había una sola y pequeña ventana y la pesada puerta, firmemente cerrada, por donde me habían introducido a mi cautiverio. Esta segunda parte me servía de dormitorio, aunque por todo lecho no había sino un montón de la ocre vegetación semejante al musgo que cubre los secos fondos de los antiguos mares marcianos. Una puerta deslizante, que era subida y bajada por medio de una cuerda conectada con una polea dispuesta tras la jaula, conectaba los dos departamentos. Así, mientras yo estaba en el departamento frontal, los cuidadores del zoo podían cerrar la puerta y entrar en la parte trasera para efectuar la limpieza y viceversa, sin arriesgarse a permanecer en mi compañía. Debo decir en favor de Jal Had que mantenía las jaulas razonablemente limpias, pero ello era simplemente debido a que había comprobado que así los ejemplares gozaban de mejor salud y aspecto a los ojos de los visitantes, y no a ningún sentido humanitario que el príncipe pudiera poseer.

A la mañana siguiente después de la visita de Gantun Gur, me despertó un fuerte batir de tambores acompañado por las lúgubres notas de unos instrumentos de viento, produciendo entre todos una música semejante a una marcha fúnebre. Resultaba imposible seguir durmiendo, de modo que salí a la luz diurna que bañaba la parte delantera de la jaula a fin de intentar averiguar lo que ocurría. Pude ver a Ur Raj de pie, con el rostro apretado contra los barrotes de su propia jaula, mirando hacia el palacio.

—¿Qué es esa música? —pregunté—. ¿Están celebrando algo?

—Quizás sea así —replicó sonriendo—, puesto que esa música significa que ha muerto uno de los miembros de la familia real.

—Esperemos que haya sido Jal Had —dije.

—No creo que hayamos tenido esa suerte —rezongó el hombre rojo.

Los cuidadores venían ya por la avenida transportando la primera comida de los animales. Cuando llegaron a la altura de la jaula de Ur Raj les preguntamos quién había muerto, pero por toda respuesta nos dijeron de malos modos que eso no era asunto nuestro. No había ninguna razón para que no nos lo dijeran, si era que lo sabían, pero creo que pensaban realzar su propia importancia al tratarnos como si fuéramos bestias en vez de seres humanos, y, desde luego, no se suponía que ningún animal tuviera necesidad de conocer los asuntos de su dueño.

El hombre verde de la jaula próxima a la mía no había sido hasta el momento un vecino amistoso. Nunca se dirigía a mí y las pocas veces que intenté hablar con él me respondió con monosílabos o simplemente permanecía en silencio. Quiza obedeciera esta actitud al hecho de que yo atrajera más espectadores que él, pero más probablemente se debía al propio carácter de su hosca y taciturna raza. Sin embargo ahora, inesperadamente, se dirigió a mí:

—Si Jal Had ha muerto —dijo—, sin duda habrá mucha confusión durante los próximos días. Llevo bastante tiempo encerrado aquí y he aprendido mucho. Entre otras cosas he aprendido que hay varios que quieren sucederle en el trono, y que muy bien pudiera estallar en Amhor una guerra civil. Sería una buena ocasión para intentar la fuga.

—Si yo hubiera pensado que existía una sola probabilidad de escapar —le repliqué—, no hubiera esperado a que Jal Had muriera.

—Ningún plan de fuga puede tener posibilidades de éxito a menos que ocurra algo que rompa la disciplina de los guardianes y cree disturbios en la ciudad —insistió él—. Pero si ello ocurriera, yo mismo tengo un plan que puede dar resultado.

—¿Cuál es ese plan? —pregunté.

—Acércate a los barrotes lo más que puedas para que pueda decírtelo en voz baja; no quiero que nadie más lo oiga. Un hombre por sí solo no puede llevarlo a la práctica, pero creo que nosotros dos y quizás el hombre rojo de la otra jaula también, seremos capaces de hacerlo. Te he vigilado estos días y creo que tienes el valor y la inteligencia para colaborar en mi plan.

A continuación, en cuchicheos, hizo llegar a mis oídos la idea de fuga que había desarrollado. No era mala del todo, e incluso podía haber una esperanza de éxito. El hombre verde me pidió que se la explicara a Ur Raj, y así lo hice. Me escuchó con atención y finalmente asintió pensativamente.

—Salga bien o mal —dijo—, al menos es algo mejor que permanecer cautivos aquí toda la vida.

—Estoy de acuerdo contigo —dije—. Y si tan sólo estuviera en juego mi propia vida, lo intentaría sin pensarlo un momento. Pero debo buscar cualquier oportunidad de llevarme a Janai conmigo.

—¿Pero qué interés puedes tú tener en esa muchacha, Janai? —preguntó Ur Raj—. Ella nunca se dignaría mirar siquiera a alguien de aspecto tan odioso como tú.

—He prometido a Vor Daj que la protegería —expliqué una vez más—. Y desde luego no me marcharé de aquí sin ella.

—Ya veo —dijo Ur Raj—. Así, como quiera que ningún plan de fuga puede tener éxito, podemos pensar que nos llevaremos a Janai con nosotros. ¿Para qué vamos a complicarnos la vida por tan poca cosa? La imaginación es libre, Tor-dur-bar, y como poco podemos esperar de la realidad, al menos soñaremos que todo nos sale bien. Escaparemos fácilmente, destruiremos el poder de Jal Had y yo me erigiré en príncipe de Amhor. Entonces te nombraré a ti, Tor-dur-bar, odwar de mis tropas. Y, pensándolo bien…, ¿para qué esperar a mi ascensión al trono? ¡Te nombro odwar desde ahora mismo!

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