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Authors: Clark Ashton Smith

Los mundos perdidos (48 page)

—Me alegro de que hayas venido, Antarion, porque te he echado de menos —su voz era tan delicada como el aire que nace entre los árboles en flor, y tan melancólica como la música que se recuerda.

Antarion se había arrodillado, pero ella le tomó de la mano y le condujo hasta un sofá debajo de unas cortinas decoradas con intrincadas figuras. Allí, los amantes se miraron mutuamente en medio de un silencio afectuoso.

—¿Te va todo bien, Thameera? —la pregunta estaba motivada por la ansiosa intuición del amor.

—No, todo no va bien. ¿Por qué te marchaste? Las alas de la muerte y de la oscuridad están por las calles, revolotean más cerca que nunca; y sombras más oscuras que las del pasado han caído sobre Saddoth. Ha habido una extraña perturbación en el aspecto de los cielos; y nuestros astrónomos, después de muchos cálculos y estudios, han anunciado la inminente condena del sol. No nos queda sino un único mes de luz y de calor, y el sol se desvanecerá de los cielos de la noche como una lámpara que se apaga, y caerá una noche eterna, y el frío del espacio exterior se arrastrará sobre Phandiom. Nuestro pueblo ha enloquecido ante el horror previsto; y algunos de ellos se han hundido en una desesperación apática, y otros más se han entregado a fiestas frenéticas y a orgías... ¿Dónde estuviste, Antarion? ¿En qué sueño te perdiste para poder abandonarme tanto tiempo?

Antarion intentó tranquilizarla.

—El amor es aún nuestro —dijo él—. Y, aunque los astrónomos hayan leído los cielos correctamente, tenemos un mes ante nosotros, y un mes es mucho.

—Sí, pero existen otros peligros, Antarion. El rey Haspa ha mirado sobre mí con los ojos del deseo senil, y me corteja asiduamente con regalos, promesas y amenazas. Es el antojo, repentino e inexorable, de la edad y del aburrimiento, el capricho de la desesperación. Él es cruel, inflexible y todopoderoso.

—Te llevaré lejos —dijo Antarion—; escaparemos juntos y habitaremos entre los sepulcros y las ruinas, donde nadie pueda encontrarnos. Y el amor y el éxtasis florecerán como flores escarlatas bajo su sombra; y recibiremos la noche infinita el uno en los brazos del otro; y así conoceremos el máximo de los placeres mortales.

4

Bajo la negra medianoche que colgaba sobre ellos como unas inmóviles alas colosales, las calles de Saddoth estaban ardiendo con un millón de luces amarillas, cinabrio, cobalto y púrpura. A lo largo de las anchas avenidas, los callejones profundos como valles, y entrando y saliendo de los pasmosos palacios antiguos, templos y mansiones, se vertían las grotescas festividades, la tumultuosa diversión de una mascarada que duraba toda la noche. Todo el mundo estaba fuera, desde el rey Haspa y sus delgados y sibaríticos cortesanos, hasta los mendigos y los parias más bajos. Un revoltijo de disfraces extravagantes e inauditos, una mezcla de fantasías más variadas que las de un sueño del opio, iban y venían por todas partes. Como Thameera había dicho, la gente se había vuelto loca con la amenaza de la condena prevista por los astrónomos; y buscaban olvidar, en un rápido y siempre creciente delirio de todos los sentidos, su temor ante la noche que se aproximaba.

Más tarde, durante la noche, Antarion salió por la puerta trasera de la alta y oscura mansión de sus ancestros, y se abrió camino por entre el histérico revuelo de la gente en dirección al palacio de Thameera. Estaba ataviado con ropas de un estilo anticuado, tal como no había sido vestido desde hacía un puñado de siglos en Phandiom; y toda su cabeza y su rostro estaban envueltos en una máscara pintada diseñada para representar la peculiar fisonomía de una raza ya extinta. Nadie podría haberle reconocido; y él, por su parte, a muchos de los festejantes con los que se encontró tampoco podría haberlos reconocido, sin importar lo mucho que los conociese, porque la mayoría de ellos estaban disfrazados con un ropaje no menos estrambótico y llevaban máscaras que eran caprichosas o absurdas, o asquerosas o ridículas más allá de lo que cabía imaginarse. Había diablos y emperatrices y dioses, reyes y nigromantes de las lejanas e insondables épocas de Phandiom, monstruos de tipo medieval o prehistórico, cosas que nunca habían nacido o sólo habían sido contempladas en la mente de locos artistas decadentes, buscando superar las anormalidades de la naturaleza. Incluso de la tumba habían extraído su inspiración, y momias amortajadas, cadáveres mordidos por los gusanos, se paseaban ahora entre los vivos. Todas estas máscaras eran la pantalla para licencias orgiásticas sin precedente o paralelo.

Todos los preparativos necesarios para la fuga de Saddoth habían sido hechos, y Antarion había dejado instrucciones, minuciosas y cuidadosas, con sus criados respecto a ciertas cuestiones esenciales. Conocía de antiguo el temperamento implacable y tiránico de Haspa, sabía que el rey no toleraría oposición alguna a la indulgencia de cualquiera de sus caprichos o pasiones, sin importar lo momentánea que fuese. No había tiempo que perder a la hora de abandonar la ciudad junto a Thameera.

Llegó por caminos retorcidos y tortuosos hasta el jardín detrás del palacio de Thameera. Allí, entre los altos lirios espectrales de colores profundos o cenicientos, los inclinados árboles fúnebres con sus frutas de sabor sutil y opiáceo, ella le esperaba, ataviada con un vestido cuya antigüedad igualaba la del suyo, y que era no menos impenetrable para reconocerla. Después de un breve murmullo de saludo, salieron juntos del jardín y se unieron a la olvidadiza multitud. Antarion había temido que Thameera estuviese vigilada por los secuaces de Haspa; pero no había señales de semejante vigilancia, nadie a la vista que pareciese estar acechando o entreteniéndose; tan sólo el rápido movimiento de la siempre cambiante multitud, preocupada por su búsqueda del placer.

Entre esta multitud, consideró que se encontraban a salvo.

Sin embargo, a causa de unas precauciones escrupulosas, se permitieron ser arrastrados durante un rato en la corriente de la diversión de la ciudad, antes de buscar la larga avenida arterial que conducía a las puertas. Se unieron al canto de canciones festivas, devolvieron los chistes de bacanal que les arrojaban los transeúntes, bebieron los vinos que les ofrecieron los portadores de jarras públicas, se paraban cuando la multitud se paraba, se movían cuando la multitud se movía.

Por todas partes, había llamas que ardían salvajemente, y la grosería de voces elevadas, y el gemido estridente o el pulsar febril de instrumentos musicales. Había festejos en las grandes plazas, y las puertas de casas de antigüedad inmemorial vertían un torrente de iluminación a todos aquellos que elegían entrar. Y, en los enormes templos de evos anteriores, se celebraron ritos delirantes ante dioses que miraban, con inmutables ojos de metal o piedra, los desesperados cielos; y los sacerdotes y los fieles se drogaban con terribles opiáceos, y buscaban el éxtasis embriagador del abandono a una histeria tanto carnal como devota.

Al cabo, Antarion y Thameera, por etapas que no se notaban, dando muchas vueltas y giros, empezaron a acercarse a las puertas de Saddoth. Por primera vez en su historia, las puertas se hallaban sin vigilancia; porque, en medio de la desmoralización general, los centinelas se habían marchado sin miedo a la detención o a los reproches, para unirse a la universal orgía. Aquí, en el barrio exterior, había poca gente, y tan sólo los restos desperdigados de fiestas; y el amplio espacio abierto entre las últimas casas y las murallas de la ciudad estaba por completo desierto. Nadie vio a los amantes cuando se alejaron como sombras evanescentes por el bostezo triste de las puertas, y siguieron la carretera gris adentrándose en la oscuridad exterior, atestada con las indefinidas siluetas de los mausoleos y los monumentos.

Aquí, las estrellas habían sido cegadas por las luces brillantes de Saddoth, claramente visibles en el cielo quemado. Y, en el momento en que los dos amantes salían, las dos pequeñas lunas cenicientas de Phandiom se levantaron desde detrás de las necrópolis, y proyectaron la desesperada languidez de sus débiles rayos sobre las múltiples cúpulas y minaretes de los muertos. Y, bajo las lunas gemelas, que extraían su luz incierta de un sol agonizante, Antarion y Thameera se quitaron las máscaras y se miraron mutuamente en el silencio de un amor inefable, y compartieron el primer beso de su mes de definitiva delicia.

5

Durante dos días y dos noches, los amantes habían escapado de Saddoth. Se habían ocultado durante el día entre los mausoleos, habían viajado en la oscuridad y bajo el brillo dudoso de las lunas, sobre carreteras que eran poco utilizadas, dado que se dirigían tan sólo a ciudades abandonadas desde hacía épocas en las regiones exteriores de Charmalos, en una tierra cuyo mismo suelo hacía largo tiempo que había quedado exhausto y había sido abandonado al escondido avance del desierto. Y ahora habían llegado al final de su viaje, porque, tras ascender una colina baja y sin árboles, vieron, debajo de ellos, los arruinados y olvidados techos de Urbyzaun, que había estado abandonada desde hacía mil años; y, más allá de los tejados, el oscuro y apagado lago rodeado por colinas desnudas desgastadas por las olas, que una vez había sido extensión de un gran mar.

Aquí, en el palacio que se deshacía del emperador Altanoman, cuyas altas y tumultuosas glorias eran ahora una leyenda que se olvidaba, los esclavos de Antarion les habían precedido, trayendo un suministro de comida y de las comodidades y lujos que podrían necesitar durante el intervalo que precedería al olvido. Y aquí estaban a salvo de toda persecución; porque Haspa, sumido en la fiebre y empujado por el aburrimiento de los últimos días, se había vuelto hacia la satisfacción de algún capricho menos difícil, y ya se había olvidado de Thameera.

Y ahora, para estos amantes, comenzó una vida que era el epítome breve de toda la delicia y toda la desesperación posibles. Y, lo que resultaba bastante raro, Thameera perdió los miedos indefinidos que la habían atormentado, las débiles penas que la habían obsesionado, y era completamente feliz bajo las caricias de Antarion. Y, teniendo en cuenta que disponían de tan poco tiempo para expresar su amor, para compartir sus pensamientos, sus sentimientos, sus fantasías, nunca se decía o se hacía lo bastante entre los dos; y ambos estaban gozosamente satisfechos.

Pero los rápidos días implacables pasaron; y, día tras día, el sol rojo que daba vueltas sobre Phandiom fue oscurecido por un tinte de las sombras venideras y un frío se cernió sobre el tranquilo aire; y los cielos calmados, en los cuales no se movía ni una nube ni una ráfaga de viento o las alas de un pájaro, eran indicativos de la condena.

Y, día a día, Antarion y Thameera miraron cómo se oscurecía el sol desde una terraza arruinada sobre el lago muerto; noche tras noche, asistieron al palidecer de las lunas fantasmales. Y su amor se convirtió en una dulzura intolerable, una cosa demasiado profunda y querida como para ser soportada por un corazón mortal o por carne mortal.

Misericordiosamente, habían perdido la cuenta estricta del tiempo, y no sabían el número de días que habían pasado, y pensaban que aún tenían ante ellos varias albas y ocasos de placer. Estaban tumbados juntos en un sofá del viejo palacio..., un sofá de mármol que los esclavos habían sembrado con lujosos tejidos, y estaban repitiendo una y otra vez la letanía de su amor, cuando el sol fue alcanzado al mediodía por la condena que los astrónomos habían predicho; cuando un lento crepúsculo llenó el palacio, más pesado que la sombra que proyecta una nube, y fue seguido por una ola de repentina oscuridad como el ébano, y el frío que se arrastra del espacio exterior. Los esclavos de Antarion gimieron en las tinieblas; y los amantes supieron que el final de todo estaba próximo; y se abrazaron el uno al otro en un placer desesperado, con rápidos e innumerables besos, y murmuraron el supremo éxtasis de su ternura y de su deseo; hasta que el frío que caía desde el infinito se convirtió en una agonía creciente, y en un misericordioso atontamiento, y después en un olvido que todo lo alcanzaba.

6

Francis Melchior se despertó en su silla debajo del telescopio. Temblaba porque el aire se había enfriado; y, al moverse, notó que sus miembros estaban extrañamente rígidos, como si hubiese estado expuesto a un frío más riguroso que el de una noche de verano. El largo y curioso sueño que había tenido era inexpresablemente real para él; y los pensamientos, miedos, deseos y desesperaciones de Antarion todavía seguían con él.

Mecánicamente, más que a través de una renovación de sus impulsos como ser terrenal, fijó sus ojos en el telescopio y buscó la estrella que había estado estudiando cuando el vértigo premonitorio le atrapó. La configuración del cielo no había cambiado apenas, las constelaciones que la rodeaban estaban altas al sudoeste; pero, con una impresión que se convirtió en auténtica sorpresa, se dio cuenta de que la propia estrella había desaparecido.

Nunca, aunque ha explorado los cielos noche tras noche durante la alternancia de muchas estaciones, ha sido capaz de encontrar el pequeño y distante orbe que le atrajo de una manera tan inexplicable e irresistible.

Tiene una doble pena; y, aunque se ha vuelto viejo y gris con la lentitud de los años estériles, con la compra y venta de las antigüedades, con el estudio de las estrellas, Francis Melchior aún duda un poco sobre cuál es el verdadero sueño: su vida en la Tierra o su mes en Phandiom, bajo un sol agonizante, cuando, como el poeta Antarion, amó la extraordinaria y triste belleza de Thameera.

Y siempre está preocupado por un sordo arrepentimiento de haberse despertado, si despertar es lo que fue, de la muerte que murió en el palacio de Altanoman, con Thameera entre sus brazos y los besos de Thameera entre sus labios.

DROGA PLUTONIANA

—Resulta notable —dijo el doctor Manners— cómo los límites de nuestra farmacopea han sido ampliados por la exploración interplanetaria. Durante los últimos treinta años, centenares de sustancias, desconocidas hasta el momento, utilizables como drogas o como agentes médicos, han sido descubiertas en los otros mundos de nuestro propio sistema. Será interesante ver lo que la expedición de Allan Farquar traerá de los planetas de Alfa Centauri si consigue alcanzarlos y regresar a la Tierra. Sin embargo, no creo que se descubra algo más valioso que la selenina. La selenina, extraída de un musgo fósil encontrado por la primera expedición a la luna en 1.975, ha borrado, como ya sabéis, casi por completo la antigua maldición del cáncer. Disuelta, forma la base de un suero infalible, igualmente útil como cura que como prevención.

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