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Authors: George R. R. Martin

Tags: #Aventuras, #Ciencia ficción

Los viajes de Tuf (27 page)

—Pues cúmplalas —dijo ella. Danja volvió a disculparse y la pantalla se oscureció. Estaba claro que nadie le había informado todavía sobre lo que ocurría en el Arca. Bueno, al menos eso le daba un poco más de tiempo. Tolly Mune registró metódicamente una vez más la habitación, tardando sus buenos diez minutos para ponerla patas arriba intentando encontrar algo que pudiera servirle para esconder a Desorden y finalmente decidió que era una causa perdida. Tendría que salir con ella de la habitación, dirigirse a los muelles y requisar un trineo de vacío, dermotrajes y un receptáculo para la gata. Fue hacia la puerta, la abrió, salió al pasillo...

...y vió a los guardias corriendo hacia ella. Retrocedió de un salto y volvió a meterse en la habitación. Desorden emitió un maullido de protesta. Tolly Mune le echó todos los cerrojos a la puerta y conectó el escudo de intimidad, aunque ello no pareció intimidar a los guardias, que empezaron a golpear la puerta.

—Maestre de Puerto Mune —dijo uno de ellos al otro lado de la puerta—, no había ninguna pelea. Abra, por favor, tenemos que hablar.

—Largo —replicó ella secamente—. Es una orden.

—Lo siento, Mamá —dijo el guardia—, quieren que llevemos a esa bestia abajo. Dicen que son instrucciones directas del consejo.

La unidad de comunicaciones comenzó a zumbar y unos segundos después la pantalla se iluminó. Esta vez era la consejera de seguridad interna en persona.

—Tolly Mune —le dijo—, se la busca para someterla a interrogatorio. Ríndase de inmediato.

—Aquí me tiene —le respondió Tolly Mune con idéntica sequedad a la empleada por ella—. Hágame sus malditas preguntas.

—Los guardias seguían golpeando la puerta.

—Explique las razones de que haya vuelto ahí —dijo la consejera.

—Trabajo aquí —le replicó Tolly Mune con voz melosa.

—Sus acciones se encuentran en grave desacuerdo con la política decidida por el consejo y no han sido aprobadas por éste.

—Tampoco las decisiones del Gran Consejo han sido aprobadas por mí —dijo la Maestre de Puerto. Desorden miró la pantalla y le bufó.

—Tenga la amabilidad de considerarse bajo arresto.

—No pienso hacerlo. —Cogió una gruesa mesita que había junto a la pantalla (algo que resultaba bastante fácil con un cuarto de gravedad) y se la arrojó. Los rechonchos rasgos de la consejera se desintegraron en un diluvio de chispas y pedazos de cristal.

Mientras tanto los guardias habían estado manipulando los circuitos de la puerta usando un código de seguridad. Tolly lo contrarrestó, apelando a su prioridad como Maestre de Puerto, y oyó cómo uno de ellos maldecía.

—Mamá —dijo el otro—, todo esto no servirá de nada. Abra ahora mismo. No podrá salir de aquí y en diez o veinte minutos habremos logrado cancelar su orden de prioridad.

Tolly Mune se dio cuenta de que tenía razón. Estaba encerrada en la habitación y cuando hubieran conseguido abrir la puerta todo habría terminado. Miró a su alrededor, desesperada, buscando un arma, un modo de huir... algo. Pero no había nada.

Muy lejos, en uno de los extremos de la telaraña, el Arca brillaba iluminada por el sol de S'uthlam. Ahora ya debía encontrarse a salvo. Tolly esperaba que Tuf hubiera tenido el suficiente sentido común como para cerrar la nave una vez hubiera salido de ella el último obrero. Pero, ¿sería capaz de irse sin Desorden? Bajó la cabeza y le acarició la espalda.

—Tantos problemas por tu culpa —dijo. Desorden ronroneó. Tolly Mune miró de nuevo al Arca y luego a la puerta.

—Podríamos bombear gas ahí dentro —decía uno de los guardias—. Después de todo, esa habitación no es hermética.

Tolly Mune sonrió. Dejó nuevamente a Desorden sobre la almohada, se subió a una silla y quitó la tapa del sensor de emergencia. Llevaba mucho tiempo sin hacer ningún trabajo así y le costó unos cuantos segundos encontrar los circuitos y unos cuantos más imaginar un modo con el cual convencer al sensor de que había una fuga de aire en la ventana.

Una vez lo hubo conseguido la sirena empezó a gemir estruendosamente casi junto a su oído. Se oyó un repentino siseo y las jambas de la puerta se cubrieron de espuma al activarse los sellos de seguridad. La gravedad se desconectó unos segundos antes de que lo hiciera el flujo de aire y al otro extremo de la habitación se descorrió un panel, revelando el hueco donde se guardaba el equipo de emergencia.

Tolly Mune no perdió ni un segundo. Dentro del hueco había equipos de respiración, propulsores de aire y media docena de paquetes con dermotrajes. Se vistió con uno de ellos y cerró los sellos.

—Ven aquí —le dijo a Desorden. Al parecer, a la gata no le gustaba el ruido—. Ten cuidado, no rompas la tela con esas uñas. —Metió a Desorden dentro de un casco, conectándolo luego a un dermotraje vacío y a un equipo de respiración que puso a máximo funcionamiento, más allá del límite de presión recomendado. El dermotraje se infló como un globo. La gata arañó inútilmente el interior metalizado del casco y lanzó un maullido lastimero. Lo siento —dijo Tolly Mune, dejando flotar a Desorden en el centro de la habitación mientras quitaba la antorcha láser de los soportes—. ¿Quién dijo que era una maldita falsa alarma? —proclamó, impulsándose de una patada hacia la ventana, antorcha en ristre.

—Quizá desee tomar un poco de vino especiado con hongos —dijo Haviland Tuf. Desorden estaba frotándose en su pierna y Caos se había subido a su hombro, agitando su larga cola gris de un lado a otro y contemplando fijamente a la gata blanquinegra como si estuviera intentando recordar de quién se trataba exactamente—. Parece estar cansada.

—¿Cansada? —dijo Tolly Mune y se rió—. Acabo de quemar la ventana de un hotel clase estelar, he cruzado kilómetros de vacío con sólo propulsores de aire como motor, utilizando las piernas para llevar a remolque una gata metida en un dermotraje inflado. Tuve que dejar atrás a la primera escuadra de seguridad que soltaron de la sala de guardia del muelle y luego tuve que utilizar mi antorcha láser para averiar el trineo del segundo grupo que mandaron en mi busca, esquivando durante todo ese tiempo sus trampas y sin dejar de remolcar a su condenada bestia. Luego tuve que pasar media hora arrastrándome por el casco del Arca, dando golpes en él como si se me hubiera derretido el cerebro y viendo durante todo ese tiempo como mi Puerto se volvía loco. Perdí dos veces a la gata y tuve que ir en su busca antes de que cayera hacia S'uthlam y cada vez que se me iba la mano con uno de los propulsores las dos salíamos despedidas hacia el infinito. Luego se me echó encima un maldito acorazado y pude gozar de unos maravillosos instantes de tensa emoción, preguntándome cuándo diablos pensaba conectar su esfera defensiva y luego pude contemplar el asombroso espectáculo de fuegos artificiales que tuvo lugar cuando la flota decidió poner a prueba sus pantallas. Tuve mucho tiempo durante el cual pensar si iban a localizarme mientras me arrastraba como un insecto sobre la piel de un condenado animal y después Desorden y yo mantuvimos una soberbia e interesante conversación cuyo tema era qué haríamos si se les ocurría mandar una oleada de trineos contra nosotras. Acabamos decidiendo que yo les echaría un solemne sermón y que ella les sacaría los ojos a zarpazos. Y entonces, por fin, nos localizó y tuvo la bondad de meternos dentro del Arca justo cuando la maldita flota empezaba a soltar sus andanadas de torpedos. ¿Cómo se le ha ocurrido decir que puedo estar cansada?

—No hace falta emplear el sarcasmo —dijo Haviland Tuf.

Tolly Mune lanzó un resoplido.

—¿Tiene algún trineo de vacío?

—Sus hombres dejaron abandonados cuatro en su prisa por marcharse.

—Estupendo. Cogeré uno de ellos. Una mirada a los instrumentos le indicó que Tuf había puesto finalmente la sembradora en movimiento.

—¿Qué está pasando ahí fuera?

—La flota sigue persiguiéndonos —dijo Tuf—. Los acorazados Doble Hélice y Charles Darwin encabezaban el cortejo con sus escoltas protectoras no muy lejos y hay toda una cacofonía de comandantes que profieren las más rudas amenazas, declamando frases marciales y prometiendo pactos que no me parecen demasiado sinceros. De todos modos sus esfuerzos no darán resultado alguno. Mis pantallas defensivas, soberbiamente restauradas por sus cuadrillas hasta alcanzar su plena potencia, son más que suficientes para detener cualquier arma que pueda hallarse en el arsenal de S'uthlam.

—No las someta a pruebas excesivas —dijo Tolly Mune con cierta amargura—. Limítese a conectar el impulso espacial apenas me haya largado y desaparezca de aquí.

—Me parece un consejo excelente —dijo Haviland Tuf. Tolly Mune se volvió hacia las hileras de videopantallas que colmaban las paredes de la larga y angosta sala de comunicaciones, ahora convertida en centro de control para Tuf. Encogida en su silla y algo aplastada por la gravedad, había adquirido de pronto el aspecto correspondiente a sus años y, además, los notaba.

—¿Qué será de usted? —le preguntó Haviland Tuf. Ella le miró.

—Oh, una pregunta realmente interesante. Caeré en desgracia y seré arrestada. Se me despojará de mi cargo, puede que se me juzgue por alta traición. No se preocupe, no me ejecutarán. Eso sería una actitud antivital. Supongo que terminaré en una granja penal de la Despensa. —Suspiró.

—Ya veo —dijo Haviland Tuf—. Quizá desee ahora considerar de nuevo mi oferta en cuanto a transporte fuera del sistema s'uthlamés. Sería para mí un placer llevarla a Skrymir o al Mundo de Henry. Caso de que deseara apartarse aún más del lugar en que ha cometido sus aparentes delitos, tengo entendido que Vagabundo es un lugar de lo más encantador durante sus Largas Primaveras.

—Me está sentenciando a pasar una vida bajo el peso de la gravedad —dijo ella—. No, Tuf, gracias. Éste es mi mundo. Y ésta es mi maldita gente, volveré con ella y aceptaré lo que me caiga encima. Además, tampoco usted va a salir tan bien librado del asunto. —Le apuntó con un dedo—. Está en deuda conmigo, Tuf.

—Creo recordar que la deuda asciende a treinta y cuatro millones —dijo Tuf.

Tolly Mune sonrió.

—Señora —dijo Tuf—, si puedo atreverme a preguntar...

—No lo hice por usted —se apresuró a contestar ella.

Haviland Tuf pestañeó. —Le pido excusas si aparentemente demuestro una curiosidad excesiva en lo tocante a sus motivos, ya que no es tal mi intención. Temo que un día u otro la curiosidad va a ser la causa de mi perdición pero no puedo sino preguntar, ¿por qué lo hizo?

Tolly Mune, Maestre de Puerto, se encogió de hombros. —Créalo o no, lo hice por Josen Rael.

—¿El Primer Consejero? —y Tuf pestañeó de nuevo.

—Por él y por los demás. Conocí a Josen cuando estaba comenzando. No es malo, Tuf. No lo es. Ninguno de ellos es malo. Son hombres y mujeres decentes que actúan siguiendo lo que piensan que es su deber. Sólo quieren alimentar a sus hijos.

—No comprendo del todo su lógica —dijo Haviland Tuf.

—Yo asistí a la reunión, Tuf. Estuve ahí sentada, le oí hablar lo que el Arca les había hecho. Eran gente honesta, dotada de ética y sentido del honor pero el Arca ya les había convertido en una pandilla de estafadores y embusteros. Creen en la paz y ya estaban hablando de la guerra que quizá se verían obligados a librar para no perder la maldita nave suya. Todo su credo se basa en la sacra santidad de la vida humana y estaban discutiendo como unos estúpidos la cantidad de muertes que podían llegar a ser precisas para ello, empezando por la suya. ¿Ha estudiado alguna vez historia, Tuf?

—No puedo pretender ser un gran experto en ella, pero tampoco puedo alegar una absoluta ignorancia de lo sucedido en tiempos pretéritos.

—Hay un proverbio de la Vieja Tierra, Tuf. Dice que el poder corrompe y que el poder absoluto corrompe de un modo absoluto e irremisible.

Haviland Tuf guardó silencio. Desorden se instaló de un salto en sus rodillas, haciéndose una bola. Tuf empezó a pasar su enorme y pálida mano por el lomo de la gata.

—El sueño del Arca ya había empezado a corromper mi mundo —dijo Tolly Mune—. ¿Qué infiernos habría ocurrido cuando su posesión fuera una realidad para nosotros? No querría encontrar la respuesta a esa pregunta.

—Ciertamente —dijo Tuf—. Y de esa pregunta creo que surge inmediatamente otra.

—¿Cuál?

—Yo controlo el Arca —dijo Tuf—, y por lo tanto tengo en mis manos algo que se aproxima al poder absoluto.

—Oh, sí —dijo Tolly Mune. Tuf aguardó en silencio.

Tolly Mune sacudió la cabeza. —No lo sé —dijo—. No he pensado lo suficiente en todo esto. Quizás estaba tomando las decisiones a cada momento, sin meditar sobre ellas. Puede que sea la mayor imbécil en años luz a la redonda...

—No me parece que lo crea seriamente —dijo Tuf.

—Quizás haya pensado que era mejor que se corrompiera usted y no los míos. Quizás haya pensado que Haviland Tuf era sólo un ingenuo inofensivo. O quizá me haya guiado por el instinto —lanzó un suspiro—. Ignoro si existe un hombre incorruptible pero caso de existir, bueno, Tuf, caso de existir creo que es usted. El último y maldito inocente. Estaba dispuesto a perderlo todo por ella —señaló a Desorden—. Por una gata, una maldita alimaña de todos los diablos —pero al decir eso estaba sonriendo.

—Ya entiendo —dijo Haviland Tuf.

La Maestre de Puerto se incorporó con un gesto de cansancio.

—Ahora ha llegado el momento de volver y soltarle ese discurso a un público no tan dispuesto al aplauso —dijo—. Indíqueme dónde están los trineos y avíseles de que voy a salir.

—Muy bien —dijo Tuf y alzó un dedo—. Sólo queda un punto más por aclarar. Dado que sus cuadrillas no completaron el total del trabajo preestablecido, no me parece equitativo que se me imponga la factura en su totalidad de treinta y cuatro millones. Sugiero hacer un pequeño ajuste. ¿Le parecerían aceptables treinta y tres millones quinientos mil?

Tolly Mune le contempló durante unos segundos.

—¿Qué importa? —acabó diciendo—. Nunca volverá.

—No estoy de acuerdo en esa afirmación —dijo Haviland Tuf.

—Intentamos robar su nave —replicó ella.

—Cierto. Quizá resultara más justa entonces la suma de treinta y tres millones y se pudiera considerar el resto como una especie de multa.

—¿Está planeando realmente volver? —dijo Tolly Mune.

—Dentro de cinco años vencerá el primer pago del préstamo —dijo Tuf—. Lo que es más, en ese instante se podrá juzgar el efecto que mis pequeñas contribuciones han tenido sobre su crisis de alimentos, si es que lo han tenido. Puede que para entonces resulte necesario ejercer un poco más la ingeniería ecológica.

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