Read Marea oscura II: Desastre Online

Authors: Michael A. Stackpole

Tags: #Ciencia ficción

Marea oscura II: Desastre (9 page)

Leia pasó ante los alienígenas de piel grisácea. Los noghris, con su pequeña estatura, eran casi como niños, excepto por sus fieros rasgos. Ella sabía por experiencia lo letales y poderosos que podían ser, tanto sin armas como con los terribles cuchillos que llevaban encima. Los noghris eran rápidos y estaban consagrados en cuerpo y alma a la seguridad de Leia.

Los yuuzhan vong mataron a Bolpuhr en Dantooine, y por eso ahora he de llevar a dos de ellos conmigo.
Un escalofrío le recorrió la espalda. En los últimos veinte años no había podido imaginar una criatura más mortífera que un noghri, pero un yuuzhan vong había matado a Bolpuhr sólo con las manos.

Leia bajó por la rampa y se alegró al ver dos escuadrones de soldados de asalto alineados junto a una pasarela blanca pintada en el suelo. La formalidad y lo ostentoso de la bienvenida eran un buen augurio para la misión. Al final de la pasarela había tres oficiales de uniforme imperial, aunque uno de ellos carecía de insignias de rango. Leia dejó que Basbakhan la precediera por el paseo entre los soldados de asalto, y luego se detuvo y esperó a que los enviados se acercaran.

La civil, una mujer ligeramente más alta que Leia, se adelantó.

—Bienvenida, cónsul. Soy Miat Temm. Éstos son el coronel Harrak y el Mayor Pressin.

Leia dio la mano a cada uno y después indicó a Danni que se acercara.

—Es Danni Quee, mi asistente.

Los imperiales la saludaron con una inclinación de cabeza, y Miat señaló un turboascensor.

—Si son tan amables de seguirme, el almirante nos espera.

Al subir en silencio en el elevador, Leia utilizó la Fuerza levemente para poder percibir a los imperiales. En los dos militares sintió una inseguridad disfrazada de arrogancia, y mucha confusión respecto a Leia y al hecho de que les hubieran pedido recibirla. De Miat apenas pudo notar nada.
¡Me está bloqueando!
Leia ahogó una sonrisa y se preguntó si alguno de los enemigos de Pellaeon sabría que Temm tenía la Fuerza.

El ascensor se abrió, y Miat les condujo hasta una gran sala de recepciones.

Una de las enormes paredes era de transpariacero, y ofrecía una vista del
Quimera.
A Leia le pareció muy buena señal. Más allá estaba su nave, y debajo, el planeta Bastion, todo con una apariencia sumamente pacífica.

El almirante Pellaeon, que lucía el uniforme blanco propio de la grandeza de su rango, estaba en el otro extremo de una mesa blanca. No estaba custodiado por guardias ni portaba arma alguna. Sonrió al verles entrar e indicó a Leia que tomara asiento a su derecha.

—Es un placer volver a verla, cónsul Leia Organa Solo. Por favor, entre, tome asiento y cuénteme el motivo de su visita —hizo un gesto a sus asistentes, indicándoles que su sitio estaba al otro lado de la mesa—. Si quiere tomar algo, pídalo. ¿Usted tiene intercomunicador, verdad, mayor Pressin?

—Sí, almirante.

Leia sonrió.

—No quiero nada de momento, gracias.

Dio la mano a Pellaeon y le devolvió la sonrisa, luego presentó a Danni como su asistente.

Pellaeon la saludó, inclinando su canosa cabeza.

—Por favor, siéntense.

Leia se sentó y se fijó en que Pellaeon giraba su silla para ponerse frente a ella, dando la espalda a su personal. A Miat no pareció importarle, pero los dos oficiales estaban visiblemente ofendidos.
Pellaeon quiere que estén desprevenidos e intranquilos, pero ¿por qué?

Leia se inclinó hacia Pellaeon, monopolizando su atención.

—He venido a corregir un problema que hemos tenido a la hora de compartir información con ustedes. Ha ocurrido algo de suma importancia, algo que podría decidir tanto el futuro de la Nueva República como el del Remanente.

Pellaeon asintió lentamente.

—Se refiere a la caída de Dubrillion.

Leia no dejó entrever su sorpresa, pero Danni no pudo evitarlo.

—¿Cómo lo ha sabido?

El almirante entrecerró los ojos.

—Dubrillion y otros planetas de la Nueva República que limitan con nosotros nos resultan muy interesantes, cónsul. Estoy seguro de que no le sorprenderá saber que contábamos con agentes en Dubrillion. Sus mensajes no contenían mucha información, pero supimos que algo iba mal. El cese de las comunicaciones nos confirmó que se trataba de algo grave.

Alzó la barbilla.

—También le diré que he oído hablar de Danni Quee. Teníamos un agente en Belkadan, en el proyecto ExGal. Cualquier lugar destinado a la recogida de datos nos resulta de interés. No hemos tenido noticias de nuestro agente desde, suponemos, la destrucción de las instalaciones.

Danni parpadeó.

—¿Quién era?

Pellaeon negó con la cabeza.

—Dejemos a los muertos en paz.

Leia asintió.

—Entonces ya está al tanto de que algo ha pasado. Tengo una tarjeta de datos en la que encontrará los detalles técnicos, pero el resumen es el siguiente: alienígenas humanoides de otra galaxia han atacado o destruido seis planetas del Borde Exterior. Muestran una tecnofobia extrema, son sumamente crueles en el combate y toman esclavos a los que tratan sin ninguna piedad. Se llaman yuuzhan vong, y nosotros, de momento, no hemos podido establecer una relación diplomática directa con ellos. Danni fue su prisionera durante un tiempo y quien más contacto ha tenido con ellos de los nuestros.

El almirante se apoyó en el respaldo, entrelazando los dedos y apoyándolos en la barbilla.

—¿Ha venido a pedirnos ayuda para vencer a los yuuzhan vong? Leia asintió.

—Usted, quizá mejor que nadie, conoce las dificultades inherentes a enfrentarse a un enemigo que puede atacar por cualquier frente. Y, si me permite la franqueza, si bien las revueltas internas en la Nueva República no están en auge, los cuerpos militares son necesarios para resolver ciertas disputas. Al mismo tiempo, hay factores de la opinión pública que, en vista de los acuerdos de paz conseguidos, consideran innecesario el ejército y piensan que debería desmantelarse, suprimiéndose así el presupuesto de defensa. La invasión de los yuuzhan vong podría ser un elemento de unión, pero esa unión podría llegar demasiado tarde. Tenemos que detenerlos ahora. Tenemos una fuerza que podría servir muy bien como yunque. Pero necesitamos un martillo.

Una sonrisa sombría se dibujó en las comisuras de los labios de Pellaeon.

—Yo suponía que los Jedi actuarían como martillo.

—Como averiguará por los informes, los yuuzhan vong son inmunes a la Fuerza. Los Jedi están haciendo todo lo posible por ayudar, pero no son suficientes para enfrentarse a un problema de semejante magnitud.

Pellaeon miró a los dos oficiales.

—Su petición no es una sorpresa, cónsul. Estos hombres me han dicho en varias ocasiones que cualquier cooperación militar con la Nueva República sería una trampa. Que nuestras naves serían alejadas del Remanente para ser destruidas y rematar la conquista del espacio imperial. Éste no era precisamente el escenario que habían previsto, pero no resulta fácil ignorar sus prevenciones.

Para ellos, esta amenaza es una farsa.

Leia sonrió fríamente a los dos hombres.

—Sus servicios de inteligencia ya sabrán que mi hija de dieciséis años se ha unido al Escuadrón Pícaro. Lo hizo en Dubrillion, y sus fuentes les habrán informado de que el escuadrón se ha visto obligado a reponer la mitad de sus miembros. ¿Creen que si no estuviera convencida del peligro que suponen los yuuzhan vong habría dejado que mi hija se uniera al ejército?

El coronel Harrak se pasó un dedo por el cuello de la camisa. —Sus hijos son Jedi.

—Y, como ya he dicho, poco pueden hacer los Jedi contra los yuuzhan vong.

Pellaeon alzó un dedo, interrumpiendo la réplica de Harrak.

—De acuerdo, cónsul. Revisaré el material que ha traído. No soy reacio a sus peticiones y, al igual que otros muchos en el Imperio, siento cierta responsabilidad por los habitantes de la Nueva República. Puede que nos rechazaran, pero nosotros a ellos no. Prestaremos nuestra ayuda en la medida de lo posible.

Leia asintió.

—No puedo pedir más.

—Sí podría, cónsul, claro que podría —Pellaeon le devolvió la inclinación de cabeza—. Esperemos que esto sea suficiente.

Capítulo 8

Luke Skywalker invocó a la Fuerza y dejó que corriera por su ser para revigorizarse. La energía latió en su interior, provocándole pequeños escalofríos. Sonrió, regocijándose en la calidez que le invadía. Hacía tiempo que no empleaba la Fuerza de esa manera, ya que prefería una aceptación pasiva de sus dones; pero el cansancio había hecho mella en él, y, sin tiempo para dormir, necesitaba el empujón.

Miró el datapad del escritorio. La asignación de tareas a cada Jedi no había sido tan sencilla como esperaba. Era como si aquellos Jedi con misiones en solitario se quejaran de tener que ir solos. Los que iban a viajar en parejas o en grupos más numerosos se quejaban de que Luke ponía en duda sus habilidades, o refunfuñaban por la carga extra de tener que cuidar de otros Jedi.

También surgieron protestas en torno a las propias misiones, o a la naturaleza de las soluciones a tomar en las mismas: la división filosófica entre los Jedi llevaba a un nuevo nivel el menor de los conflictos.

Se masajeó la nuca con la mano mecánica.

Bueno, Erredós, yo creía que salvar la galaxia era difícil, pero ser un burócrata es todavía peor.

La cabeza del pequeño androide dio un giro, y R2-D2 soltó un silbidito. El androide había conectado su interfaz a un ordenador, ayudando a Luke a hacer un seguimiento de los Jedi que se alejaban en sus naves. En cuanto se conectaban, R2-D2 actualizaba sus archivos para que Luke supiera si los suyos estaban donde tenían que estar.

Mara apareció en la puerta.

—Luke, creo que hay un problema.

—¿Cuál?

La mujer entró en el despacho e indicó a Anakin que la siguiera.

—Anakin tiene la información. Será mejor que te lo explique él. El chico moreno sonrió.

—Para ayudar a planificar futuras misiones, he creado un programa informático capaz de analizar la utilización de nuestra base de datos. Al entrar en los archivos abiertos durante la asignación de misiones, sabremos el tipo de información que necesitan los Jedi para llevarlas a cabo. En el futuro podríamos añadir esos archivos a la asignación de tareas; así ahorraríamos un poco de tiempo. Estarán en las tarjetas de datos, y lo único que necesitarán será una actualización periódica.

El Maestro Jedi sonrió contento.

—Muy bien pensado.

—Gracias —Anakin sonrió de oreja a oreja—. El programa sólo recoge las peticiones de datos. Nadie sabía que se estaba ejecutando. Cuando hice un análisis de las peticiones de información y comparé mis datos con el registro de control del sistema, encontré un problema.

Luke arqueó una ceja.

—¿Qué problema?

—Mi programa me mostró quince peticiones más que las enumeradas en el archivo de control oficial —el joven se encogió de hombros—. Y esas quince no registradas podrían significar un problema. Erredós, ¿te importaría extraer el archivo de las anomalías y enviarlo al datapad del tío Luke?

El androide silbó bajito. Luke contempló la pantalla y vio una lista que fue revisando, ojeando también las descripciones adjuntas.

—La instalación de las Fauces, la
Estrella de la Muerte,
el
Triturador de Soles,
el Proyecto Espada Oscura, el
Ojo de Palpatine…
Es todo sobre superarmamento y sus lugares de construcción.

Mara asintió.

—Los archivos contienen todas las especificaciones técnicas de esas cosas.

Hay una cantidad incalculable de datos ahí, y no tenemos ni idea de lo que buscaban al extraer esa información. Pero las implicaciones no son muy buenas.

Luke se sentó en su escritorio y contempló la lista de archivos.

—La razón por la que el archivo de control no incluyó estas quince búsquedas es porque quien pidió la información volvió y borró el registro, ¿no?

¿Habéis hecho un rastreo?

—Sí —Anakin negó con la cabeza—. Intenté repasarlo todo para ver si podía extraer datos de la memoria, pero los sectores de memoria correspondientes habían sido reescritos dos veces. Quien quiera que fuese, lo hizo muy bien.

Luke suspiró y miró a su mujer.

—¿Algún sospechoso?

Ella asintió lentamente.

—He comprobado nuestros archivos. Hay pocos Jedi con las habilidades informáticas necesarias. Eliminé a Anakin inmediatamente, así como a Tionne.

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