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Authors: Kim Stanley Robinson

Marte Azul (95 page)

Cuando se acercaba a la antecámara del refugio un grupo de personas apareció en la base de un escarpado barranco a cosa de un kilómetro al oeste. Cuatro figuras cargadas con mochilas. Sax se detuvo con el corazón agitado: había reconocido a la última figura de inmediato. Ann venía a reabastecerse. Ya no le quedaba más remedio que decidir lo que diría. Y recordarlo.

En el interior del refugio Sax se quitó el casco, presa de un familiar malestar en el estómago, que cada vez que se encontraba con Ann era peor. Se volvió hacia la puerta y esperó. Ann entró al fin, se quitó el casco y lo vio. Lo miró como si estuviera viendo un fantasma.

—¿Sax...? —exclamó.

Él asintió. Recordó el último encuentro, hacía mucho tiempo, en Da Vinci, casi en una vida anterior. Se había quedado sin habla.

Ann meneó la cabeza y sonrió. Cruzó la habitación con una expresión que él no alcanzaba a interpretar, lo tomó de los brazos, se inclinó y le besó la mejilla afectuosamente. Después se separo un poco de él, pero una de sus manos siguió aferrándole el brazo, y luego se deslizó hasta la muñeca. Lo miraba a los ojos y le apretaba con mano de hierro. Sax anhelaba hablar. Sin embargo no tenía nada que decir, o quizá demasiado. Esa mano en su muñeca lo paralizaba aún más que un comentario sarcástico o una mirada furiosa.

Una oleada pareció recorrer a Ann, y recuperó el aire de la mujer que Sax conocía, mirándolo con suspicacia y después con alarma.

—Todos están bien, ¿no?

—Sí, sí —dijo Sax—. ¿Porque te enteraste de lo de Michel?

—Sí. —Apretó los labios y por un momento fue la Ann sombría de sus sueños. Pero una nueva oleada trajo a la extraña, que le aferraba la muñeca como si quisiera quebrársela.— Entonces has venido sólo para verme.

—Si. Quería... —Buscó frenéticamente una conclusión para la frase— ¡Hablar! Sí... hacerte algunas preguntas. Estoy teniendo algunos problemas con mi memoria y me preguntaba si podrías subir allá arriba y hablar un poco. Caminar... —tragó con dificultad— o escalar. ¿Me enseñarías parte de la caldera?

Una Ann distinta sonreía.

—Puedes escalar conmigo si quieres.

—No soy alpinista.

—Tomaremos una ruta sencilla. Por el Barranco de Wang y más allá del gran círculo, hasta Círculo Norte. Quería subir allá antes de que terminara el verano.

—Ya es ele ese doscientos; pero en fin, suena bien. —El corazón le latía a ciento cincuenta pulsaciones por minuto.

Resultó que Ann disponía de todo el equipo que necesitaban. La mañana siguiente, mientras se vestían, le dijo, señalando la consola de muñeca de Sax:

—Un momento, quítate eso.

—Ay Dios —dijo él—, ¿no forma parte del sistema del traje? En efecto, así era, pero ella negó con la cabeza.

—El traje es autónomo.

—Semiautónomo. Ann sonrió.

—Sí, pero la consola no es necesaria. Verás, eso te conecta con todo el mundo, es lo que te encadena al espaciotiempo. Por un día limitémonos a estar en el Barranco de Wang. Con eso bastará.

Y bastaba. El Barranco de Wang era un salto de agua ancho y erosionado que cortaba acantilados más altos, como una alcantarilla gigantesca. Sax pasó la mayor parte del día siguiendo a Ann por barrancas más pequeñas que se abrían en el cuerpo de la mayor, subiendo a gatas escalones de más de un metro de altura, utilizando sobre todo las manos, y cuando le pasaba por la cabeza una posible caída, pensaba que podría torcerse un tobillo y nunca matarse.

—Esto no es tan peligroso como yo creía —comentó—. ¿Es el tipo de escalada que sueles practicar?

—Esto no es escalada.

—Ah.

Entonces ella subía pendientes más escarpadas que aquélla, corría riesgos, estrictamente hablando, injustificados.

Esa tarde alcanzaron una pared no muy alta con fisuras horizontales. Ann empezó a escalarla sin cuerdas ni clavijas y, apretando los dientes, Sax la siguió. Cerca de la culminación de aquel ascenso al estilo lagarto, aprovechando cualquier grieta para encajar las punteras de las botas y los dedos enguantados, miró abajo y el barranco de pronto le pareció mucho más escarpado y sus músculos fatigados temblaron de excitación. No le quedaba más remedio que terminar la subida, cada vez más arriesgada, porque la ansiedad le hacía menos metódico. El basalto, cuyo gris oscuro aparecía teñido de rojo y siena, estaba apenas carcomido. Se encontró estudiando una grieta, a poco más de un metro sobre su cabeza, que se vería forzado a utilizar. ¿Tendría profundidad suficiente para que sus dedos encontraran apoyo? Respiró hondo y la alcanzó: era apenas más que un arañazo. Pero se impulsó y con un gemido de esfuerzo la dejó atrás utilizando asideros que no había visto conscientemente. Y se encontró al lado de Ann, respirando afanosamente. Ella se había sentado en un estrecho saliente.

—Utiliza más las piernas —le sugirió.

—Ah.

—Y mayor concentración, ¿eh?

—Sí.

—Ningún problema de memoria, confío.

—No.

—Por eso me gusta escalar.

Avanzado el día, cuando la pendiente del barranco se había suavizado un poco, Sax dijo:

—Así pues has tenido problemas de memoria.

—Hablemos de eso más tarde —dijo Ann—. Cuidado con esa grieta.

—Como tú digas.

Esa noche durmieron en sacos en una tienda-seta transparente con capacidad para diez personas. A esa altura, con la atmósfera tan tenue, impresionaba la resistencia del material de la tienda, que soportaba una presión interna de 450 milibares sin abombarse; se mantenía tenso, pero no duro como la piedra; sin duda contenía muchos menos bares de los que podía soportar. Cuando Sax recordaba la roca y los sacos de arena que habían tenido que acumular en los primeros hábitats para evitar que explotaran no podía menos que sentirse impresionado por el avance de la ciencia de los materiales.

Ann concordó con él.

—Hemos avanzado más allá de nuestra capacidad para comprender la tecnología.

—Bueno, es comprensible, aunque casi increíble.

—Creo que percibo la distinción —dijo ella, relajada. Más cómodo, Sax volvió a sacar el tema de la memoria.

—He estado sufriendo lo que llamo apagones, durante los cuales soy capaz de recordar mis pensamientos de los minutos anteriores, a veces hasta de una hora completa. Fallos de la memoria a corto plazo que al parecer guardan relación con la fluctuación de las ondas cerebrales. Y el pasado remoto es cada vez más confuso, me temo.

Ann asintió, y luego dijo:

—Yo he olvidado mi personalidad entera. Ahora comparto mi interior con otra persona, una especie de opuesto. Mi sombra o la sombra de mi sombra, que ha echado raíces y crece día a día.

—¿A qué te refieres? —preguntó Sax con aprensión.

—Es como un opuesto que piensa cosas que yo nunca habría pensado. —Volvió la cabeza, como si le diera vergüenza.— Yo la llamo Contra-Ann.

—¿Y cómo la definirías?

—Ella es... no sé, emocional, sentimental, estúpida. Llora cuando ve una flor. Cree que todo el mundo está haciendo lo mejor. Tonterías de ese tipo.

—Tú no eras así antes, ¿no?

—No, no. Son todo tonterías, pero lo siento como si fuera real. Por eso ahora existe Ann y su contraria. Y tal vez una tercera.

—¿Una tercera?

—Eso creo. Alguien que no es ninguna de las otras dos.

—¿Y cómo llamas a esa tercera?

—No tiene nombre. Es esquiva, más joven, analiza menos las cosas, y sus ideas son extrañas. Ajenas a las de las otras dos. En cierto modo se parece a Zo; ¿la conociste?

—Sí —contestó Sax, sorprendido—. Me gustaba.

—¿De veras? Yo opinaba que era monstruosa. Y sin embargo... hay algo de ella en mi interior. Tres personas.

—Es una extraña manera de verlo. Ella rió.

—¿No eras tú el que tenía un laboratorio mental que contenía todos tus recuerdos archivados por salas y número de estante o algo así?

—Era un sistema muy eficaz.

Ann se echó a reír de nuevo y él sonrió, aunque tenía miedo. ¿Tres Ann distintas? Una sola ya era más de lo que podía comprender.

—Pero estoy perdiendo algunas salas —dijo Sax—. Unidades completas de mi pasado. Algunos describen la memoria como un sistema de nodos y redes, de modo que es posible que el metodo del palacio de la memoria imite de modo intuitivo el sistema físico. Pero si por alguna razón se pierde un nodo, la red que lo rodea se pierde también. Por ejemplo, sí encuentro una referencia en los libros a algo que hice y trato de recordar a qué problemas metodológicos nos enfrentábamos, pongamos por caso, descubro que toda esa época ha desaparecido como si nunca hubiese existido —Un problema con el palacio.

—Sí, un problema que no había previsto. Después de mi accidente... siempre pensé que nada afectaría mi capacidad de razonamiento.

—No parece que tengas dificultades para pensar.

Sax meneó la cabeza, recordando sus apagones, los vacíos de memoria, los
presque vus
, como los llamaba Michel, la confusión. El pensamiento no era solamente una capacidad cognitiva o analítica, sino algo más general.

Intentó explicarle a Ann lo que le había estado sucediendo y ella pareció escucharlo con atención.

—Por eso he estado estudiando las investigaciones que se realizan en el campo de la memoria. Siguen derroteros interesantes; acuciantes, diría yo. Estoy colaborando con Ursula y Marina y los laboratorios de Acheron, y creo que hemos dado con algo que podría ayudarnos.

—¿Una droga para la memoria?

—Sí. —Le explicó la acción del nuevo complejo anamnésico.—Mi idea era que para el primer ensayo me utilizaran a mí, pero he llegado a la conclusión de que sería mejor si unos cuantos de los Primeros Cien nos reuniéramos en la Colina Subterránea y lo probáramos juntos. El contexto es primordial para el recuerdo, y vernos podría facilitar el proceso. Algunos no están interesados, pero un sorprendente número está dispuesto a hacerlo.

—No tan sorprendente. ¿Quiénes?

Nombró a todos aquellos con los que había contactado, todos los que quedaban vivos; aproximadamente una docena.

—Y les gustaría que tú también estuvieras allí. A mí me gustaría mucho.

—Parece interesante —dijo Ann—. Pero primero tenemos que cruzar esta caldera.

Caminando sobre la roca, aquel mundo volvió a sorprender a Sax. Lo fundamental: roca, arena, polvo, partículas. Un oscuro cielo de chocolate el de aquel día, sin estrellas. Largas distancias que no se desdibujaban. La extensión de diez minutos. La longitud de una hora cuando sólo se caminaba. La sensación en las piernas, y los anillos de las calderas circundantes, que se elevaban hacia el cielo aun cuando Ann y Sax se encontraban en el centro del circulo central, desde donde las calderas más tardías y profundas parecían una única gran ensenada. Allí la curvatura del planeta no afectaba la perspectiva, y los acantilados curvos eran visibles incluso a treinta kilómetros de distancia. A Sax le parecía hallarse dentro de un cercado. Un parque, un jardín de piedra, un laberinto al que sólo una pared separaba del mundo exterior, que, aunque invisible, lo condicionaba todo. La caldera era grande, pero no lo suficiente para esconderse. El mundo se abatía sobre ella e inundaba la mente, sobrepasaba sus cien billones de bits de capacidad. Sin importar lo grande que fuera la red neural, seguía habiendo un único hilo de pensamiento extasiado, de conciencia, que decía:
roca, acantilado, cielo, estrella.

Empezaron a aparecer profundas fisuras en la roca, arcos cuyo centro se encontraba en medio del círculo central: antiguas grietas relacionadas con los grandes agujeros de los anillos del norte y el sur, llenas de piedras y polvo, que dificultaban enormemente la marcha; avanzaban por un laberinto poco menos que intransitable.

Pero lograron salvarlo y finalmente alcanzaron el borde de Círculo Norte, el número 2 en el mapa de Sax. Asomarse a su interior les dio una nueva perspectiva, una idea exacta de la forma de la caldera y sus ensenadas, que caía abruptamente hasta el suelo invisible, mil metros más abajo.

Pero lograron salvarlo y finalmente alcanzaron el borde de Círculo Norte, el número 2 en el mapa de Sax. Asomarse a su interior les dio una nueva perspectiva, una idea exacta de la forma de la caldera y sus ensenadas, que caía abruptamente hasta el suelo invisible, mil metros más abajo.

—Ya maquinarán algo para llevar las cosas al límite otra vez.

—No lo dudo. Pero ya habremos dejado atrás la era hipermaltusiana. Ellos elegirán sus problemas. De modo que tanta preocupación por la inmigración, hasta el punto de provocar un conflicto que amenaza con desembocar en una guerra interplanetaria... es superflua. Es una actitud miope. Si hubiera un movimiento en Marte que llamara la atención sobre esto, que se ofreciera ayudar a la Tierra a pasar los últimos años de superpoblación, evitaría un baño de sangre inútil. Daría una nueva perspectiva de Marte.

—Una nueva areofanía.

—Sí. Así lo llama Maya. Ella rió.

—Pero Maya está loca de atar.

—Caramba, no —dijo Sax con acritud—. No está loca.

Ann no dijo más y Sax no quiso insistir. Fobos cruzaba el cielo, retrocediendo por el zodíaco.

Durmieron bien. Al día siguiente treparon arduamente por una escarpada barranca que al parecer los escaladores consideraban una suerte de paseo para salir de la caldera. Sax nunca había hecho un esfuerzo físico tan duro, y ni siquiera alcanzaron la cima, sino que tuvieron que montar la tienda a toda prisa al atardecer, sobre un estrecho saliente. Completaron la ascensión al día siguiente, alrededor de mediodía.

En el amplio borde de Olympus Mons todo se conservaba como antaño. Un gigantesco círculo de tierra llana, una banda de cielo color violeta sobre el lejano horizonte bajo, un oscuro zenit. Pequeños eremitorios ocupaban bloques de piedra vaciados. Un mundo aparte, integrado, aunque no del todo, en el Marte azul.

La cabaña en la que se detuvieron estaba ocupada por unos viejos rojos mendicantes que vivían allí esperando el declive súbito, tras el cual sus cuerpos serían incinerados y las cenizas arrojadas a la corriente de chorro.

A Sax le pareció en exceso fatalista. Ann tampoco parecía muy impresionada.

—Muy bien —dijo, viéndolos comer sus magras raciones—. Probaremos ese tratamiento para la memoria.

Muchos de los Primeros Cien propusieron lugares distintos de la Colina Subterránea, pero Sax se mostró inflexible y descartó candidatos como Olympus Mons, órbita baja, Pseudofobos, Sheffield, Odessa, La Puerta del Infierno, Sabishii, Senzeni Na, Acheron, el casquete polar sur, Mángala y alta mar. Insistía que el escenario para un proceso de esa especie era un factor critico, como habían demostrado los experimentos. Coyote soltó una carcajada irreverente ante su descripción del experimento con estudiantes en escafandra aprendiendo listas de palabras en el fondo del mar del Norte; pero los datos eran los datos, y por tanto ¿por qué no llevar a cabo la experiencia en el lugar que ofrecía más garantías de éxito? Había mucho en juego, y ello justificaba cualquier esfuerzo. Como señaló Sax, si recuperaban sus recuerdos intactos, podía suceder cualquier cosa: avances en otros frentes, la derrota del declive súbito, longevidad saludable, una comunidad siempre en expansión en mundos paradisíacos, e incluso el ingreso en un cambio de fase emergente que los llevaría a un nivel superior de progreso dominado por la sabiduría, casi inimaginable. Para Sax se hallaban en la aurora de una edad dorada, que no obstante dependía de la integridad de la mente. Nada avanzaría sin ella. Y de ahí su insistencia en la Colina Subterránea.

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