Misterio del collar desaparecido (17 page)

¡Y ahora, naturalmente, el señor Goon iba a estropearlo todo! ¡El Número Tres no podía dejar de adivinar que era perseguido por el gordo y jadeante policía! En primer lugar, Goon no guardaba una distancia prudente, sino que pedaleaba pegado a la bicicleta del Número Tres... ¡tan cerca que si el Número Tres llega a frenar inesperadamente hubiera chocado con su «sombra»!

Fatty siguió adelante detrás de los dos, reflexionando intensamente. Era una lástima que el viejo Ahuyentador se metiera en aquello cuando los Pesquisidores habían comenzado a trabajar de nuevo. ¡Por un momento Fatty comprendió lo que sentía el señor Goon cuando otros se entrometían en su trabajo! Él, Fatty, se había entrometido muchas veces cuando el policía estaba desentrañando un misterio... y ahora allí estaba Goon haciendo lo mismo. Y también lo hizo la noche anterior en la exposición de figuras de cera. Era exasperante.

El Número Tres, lanzando miradas ceñudas a su espalda, vio que Goon le seguía acalorándose. En realidad no necesitaba volverse para ver al policía, puesto que podía oírle muy bien... sus resoplidos y jadeos eran aterradores.

Una sonrisa curvó los labios del Número Tres. Goon quería dar un paseo en bicicleta, ¿eh? Pues bien, lo daría y con placer. ¡El Número Tres le llevaría a dar un paseo largo, larguísimo a través del campo en aquella tarde tan calurosa!

Fatty no tardó en darse cuenta de los propósitos del Número Tres, porque al hombre parecieron entrarle de repente unos deseos tremendos de subir todas las colinas empinadas que era posible encontrar.

Era un individuo fuerte y musculoso que subía fácilmente las pendientes... pero al pobre Goon le costaba un trabajo terrible, y Fatty no lo pasaba tampoco muy bien. Empezó a jadear deseando haber encomendado la tarea de seguir a aquel individuo tan activo a Larry o a Pip.

«Ese tipo sabe que Goon le sigue porque sospecha que sabe dónde están las perlas, y piensa darle un buen paseo subiendo y bajando colinas —pensó Fatty, mientras sus piernas giraban rápidamente y el sudor le caía sobre los ojos—. O bien piensa agotar al viejo Goon y hacer que se dé por vencido... o piensa despistarle en cualquier momento.»

No obstante, los tres seguían pedaleando, y a Fatty le molestaba mucho la ropa, que ya llevaba pegada al cuerpo. El Número Tres daba la impresión de no cansarse lo más mínimo y poseía un malsano conocimiento de todas las colinas más empinadas del distrito. El pobre señor Goon pasó del rojo al escarlata, y del escarlata al púrpura. El uniforme le daba mucho calor, e incluso Fatty sintió lástima de él.

«Le va a dar un ataque si sigue subiendo colinas a esta velocidad —pensó Fatty enjugándose la frente—. ¡Y a mí también! Cielos, me estoy derritiendo. Pronto habré perdido kilos y kilos. ¡Uff!»

El señor Goon estaba completamente decidido a no dejarse vencer por el Número Tres. Sabía que Fatty iba tras él, y que si él, Goon, fracasaba, Fatty continuaría triunfalmente adelante. De manera que el policía apretó sus grandes dientes y siguió adelante.

Ante ellos se alzaba una elevada colina. El señor Goon lanzó un gemido desde lo más hondo de su corazón. El Número Tres lo remontó con la facilidad acostumbrada, y el señor Goon le siguió con gran valentía, y Fatty la subió también convencido de que aquélla era la última cota.

Y entonces oyó una explosión procedente de su neumático posterior, y se volvió alarmado. ¡Maldición, maldición, maldición! ¡Había pinchado una rueda!

¡Pobre Fatty! Desmontó para examinar el neumático que estaba completamente deshinchado. Sería inútil hincharlo porque volvería a perder el aire enseguida... y de todas formas, si se detenía para hincharlo perdería el rastro del Número Tres y el señor Goon.

De haber sido Bets hubiera estallado en sollozos. Si hubiese sido Daisy se hubiera sentado en la cuneta para derramar unas lágrimas. Larry en su lugar hubiera amenazado con el puño a la bicicleta y le hubiera dado un buen puntapié. Pip hubiera gritado y luego se hubiese puesto a patalear con furia, pero Fatty no hizo ninguna de esas cosas.

Dirigió una rápida mirada a la colina y vio que Goon le observaba con una sonrisa de triunfo en el rostro. Luego él y el Número Tres desaparecieron en lo alto de la colina, y Fatty saludó con la mano a Goon.

—¡Le deseo un largo y agradable paseo! —le dijo, complacido, secándose la frente. Luego esperó a que pasara algún coche.

No tardó en oír llegar uno. Era un camión conducido por un joven que llevaba un cigarrillo colgado de un lado de la boca. Fatty le hizo señas.

—¡Eh! Deténgase un momento.

El camión se detuvo y Fatty sacó una moneda de su bolsillo.

—¿Le importaría pararse en el garaje más próximo y pedir que me envíen un taxi? —le dijo—. Se me ha pinchado una rueda y estoy muy lejos y no quisiera tener que volver andando a casa.

—Mala suerte, camarada —explicó el conductor—, ¿Dónde vives?

—En Peterswood —contestó Fatty—. No sé lo lejos que he llegado esta tarde, pero me imagino que debo estar a varios kilómetros de allí.

—¡Oh, no tanto, camarada! —dijo el conductor—. Yo voy cerca de Peterswood. Pon tu bicicleta en la parte de atrás del camión, y tú sube a mi lado... y guarda tu dinero. ¡Aún puedo llevar gratis a un muchacho sin hacerle pagar!

—¡Oh, muchísimas gracias! —dijo Fatty guardándose la moneda. Subió su bicicleta al camión, y luego fue a sentarse junto al conductor. Estaba cansado, tenía mucho calor y una sed espantosa, pero estuvo charlando animadamente, contento de haber conseguido aquel inesperado viaje de regreso.

—Hemos llegado —dijo el conductor cuando hubieron transcurrido unos veinte minutos—. Peterswood está a menos de un kilómetro. Puedes ir andando.

—Muchísimas gracias —dijo Fatty, apeándose. Cogió su bicicleta y saludó con la mano al camión que se alejaba. Luego echó a andar con rapidez en dirección a Peterswood. Al llegar a su casa dejó su bicicleta y cogió la de su padre que estaba en el cobertizo para ir a la feria a ver lo que estaban haciendo los demás.

Se preguntaban qué le habría ocurrido a Fatty. No habían querido abandonar la feria, así que habían merendado allí y ahora se hallaban conversando con el muchacho pelirrojo de la exposición de figuras de cera, escuchando por vigésima vez la extraordinaria historia de la escapada nocturna de Napoleón.

—¡Oh, «Fatty»! —exclamó Bets al verle—. ¡Al fin has vuelto! ¿Qué ha ocurrido? ¡Qué acalorado vienes!

«Buster» dio la bienvenida a Fatty ruidosamente. Se había quedado con Larry por si acaso Fatty tenía que llevar a cabo alguna persecución rápida. Fatty le miraba.

—Siento que «mi» lengua cuelga como la de «Buster». Tengo tanta sed. Voy a tomar una Coca-Cola. ¡Venid a sentaros conmigo y os contaré lo que ha ocurrido!

—¿Es que el Número Tres te ha llevado hasta las perlas? —le preguntó Bets excitada mientras Fatty se dirigía a un puesto de refrescos, pero el niño meneó la cabeza.

—Vamos a sentarnos sobre la hierba —dijo abriendo la marcha. Se sentó en el suelo y comenzó a beber a grandes tragos—. ¡Cielos, éste es el mejor refresco que he tomado en mi vida!

No tardó en contar a los otros la loca persecución que el Número Tres le había hecho emprender a él y al señor Goon. Le escuchaban con toda atención. ¡Qué contrariedad que Goon se hubiese entrometido de aquella manera! Y cómo se rieron al pensar en el pobre policía, sudoroso y jadeante, subiendo y bajando colinas valientemente en pos del Número Tres.

—¡Qué lástima que tuvieras un pinchazo! —dijo Bets—. No obstante, estoy segura de que el Número Tres no os hubiera conducido a ti ni a Goon al lugar donde están las perlas, sabiendo que le seguíais. ¡Tal vez no supiera que «tú» le seguías... pero «es imposible» que no se fijara en Goon!

Fatty terminó su Coca-Cola y pidió otra diciendo que en su vida había tenido tanta sed.

—Cuando pienso en el pobre y acalorado Goon, pedaleando sin descanso y tan sediento como yo... bueno, todo lo que puedo decir es que me alegro de haber pinchado —dijo Fatty volviendo a beber—. ¡Creo que Goon terminará en algún lugar de Escocia cuando acabe su paseo en bicicleta!

—De todas formas —dijo Larry—, es descorazonador que no hayamos adelantado nada en la resolución del misterio de las perlas. ¡En vez de que ese hombre nos lleve a ellas... parece que cada momento nos aleja más!

—Me pregunto si el viejo «le daría» el mensaje —exclamó Pip con el ceño fruncido—. ¿Estás seguro de que no viste la menor señal? Pensémoslo bien. Lo único que hizo el viejo Johnny fue jugar en el polvo trazando dibujos con su bastón. Nada más.

Fatty estaba bebiendo mientras Pip hablaba, y de pronto se atragantó y Bets tuvo que darle palmaditas en la espalda.

—¿Qué te ocurre? —le dijo.

Fatty tosió y luego dirigió sus ojos brillantes hacia los Pesquisidores.

—¡Pip lo ha acertado! —dijo—. ¡Qué ciegos somos! ¡Claro... «nosotros vimos cómo el viejo le daba el mensaje al Número Tres en nuestras mismas narices»... y no fuimos lo bastante listos para darnos cuenta.

—¿Qué quieres decir? —dijeron todos, sorprendidos.

—Pues... ¡que debió escribir en el polvo una especie de mensaje con su bastón, naturalmente, para que lo leyera el Número Tres —dijo Fatty—. Y pensar que hubiésemos podido leerlo nosotros también de haberlo sabido. Somos unos Pesquisidores muy malos. Malísimos.

Los otros estaban excitados y Pip le dio una palmada a Fatty en la espalda.

—¡Bueno, pues vamos a ver si el mensaje está todavía allí, tonto! ¡Puede que aún esté!

—Es posible. Pero ya no es muy probable —repuso Fatty poniéndose en pie—. Sin embargo, iremos a verlo. ¡Oh!... pensar que no se nos ha ocurrido antes. ¿Dónde está mi cerebro? ¡Debe haberse derretido con este calor!

Los cinco Pesquisidores con «Buster» en la cesta se dirigieron a la calle del pueblo donde estaba el banco. Estaba vacío, pero era evidente que había habido gente sentada allí, porque se veían bolsas de papel esparcidas por el suelo. Los niños miraron ansiosamente el polvo delante del asiento. ¿Estaría aún el mensaje para que lo pudiesen leer?

CAPÍTULO XXI
¡A LA CAZA DEL COLLAR!

Había, desde luego, ciertas marcas en el polvo, pero no muchas, porque era evidente que varios pies acababan de pisar por allí. Fatty fue a sentarse en el mismo sitio donde había estado el viejo y contempló el polvo fijamente.

Los otros le imitaron.

—Esto parece como una letra C —dijo Fatty y al fin señalando—. Luego hay una letra medio borrada, y luego una R. Después todas las demás letras han sido borradas por las pisadas de la gente. ¡Maldición!

—Una C... otra letra... una R... —dijo Larry, quien sabía descifrar muchos crucigramas cuando faltaban letras—, «cera»... puede que dijese.

Y entonces a todos se les ocurrió lo mismo.

—¡Figuras de «cera»! ¡Eso es lo que debía decir!

Se miraron unos a otros presas de gran excitación. ¡Figuras de cera! ¿Estarían escondidas las perlas en algún lugar de la exposición de figuras de cera? Era un sitio bastante apropiado, y que la banda conocía muy bien. Y además el Número Tres no había dejado del asomar la cabeza por la puerta durante toda la tarde.

—¡No cesaba de asomarse... pero no pudo entrar a recoger las perlas porque había demasiada gente dentro! —exclamó Fatty—. ¡Cielos, ahora hemos captado la idea! Ahora sólo tenemos que ir allí, buscar, y encontraremos las perlas en algún sitio... tal vez en el armario, o debajo de un ladrillo.

—Vamos enseguida —dijo Larry poniéndose en pie—. Adelante.

—No podemos hacerlo en las narices de ese chico pelirrojo —dijo Fatty—. No obstante, iremos ahora mismo a la exposición.

Empezaron la marcha y pronto estuvieron de nuevo en la feria.

—Allí está el muchacho pelirrojo... debe haber salido a merendar —dijo Bets, señalándole—. ¿Habrá dejado la sala vacía?

Corrieron a ver. En la puerta cerrada había un letrero muy mal escrito que decía: «He ido a merendar. Enseguida vuelvo.»

—¡Aja! —exclamó Fatty con los ojos brillantes—. No podía irnos mejor. Entraremos por esa ventana, Larry. Seguro que sigue abierta.

Aún estaba abierta y los niños entraron por ella muy excitados y casi se caen al suelo en su prisa por buscar las perlas.

—¡Detrás de las cortinas, en los armarios, en la chimenea, en todos los lugares que se os ocurra! —dijo Fatty con voz emocionada—. Adelante, Pesquisidores. ¡Descifrad el misterio si podéis!

Entonces comenzó la búsqueda. Todos los armarios, estantes, rincones y rendijas fueron examinados por los agudos ojos de los Pesquisidores. «Buster», deseando ayudar, aunque sin tener la menor idea de lo que buscaban, husmeaba, con la vaga esperanza de que tal vez se tratase de conejos.

Fatty incluso examinó las baldosas, pero ninguna estaba suelta. Al fin les pareció que ya lo habían examinado todo, y los cinco niños se reunieron para descansar y discutir el asunto.

—¡Yo supongo que el collar tiene que estar aquí! —exclamó Daisy—. Pero ya empiezo a dudarlo.

—A mí me parece como si jugásemos a «¿Dónde está el dedal?» —dijo Bets—. ¿Dónde está el dedal? ¡Tiene que estar en algún sitio, ese collar!

Fatty miró a Bets y le dijo:

—Bets, suponiendo que saliese de esta habitación y tuvieses que esconder un collar de perlas aquí, ¿en qué sitio lo pondrías?

Bets miró a su alrededor con gran detenimiento, y luego reflexionó.

—Pues verás, Fatty. Siempre he observado que cuando la gente juega a «¿Dónde está el dedal?» los sitios más difíciles de encontrar en realidad son los más fáciles.

—¿Qué quieres decir? —preguntó Pip.

—Pues —prosiguió Bets—. Recuerdo que en cierta ocasión miramos por «todas partes»... y nadie lo encontró... y ¿dónde dirías que estaba? ¡En el dedo de mamá!

Fatty escuchaba a Bets con gran atención.

—Continúa, Bets —le dijo—. Suponiendo que tuvieses que esconder ese collar de perlas en esta sala... ¿«dónde» lo esconderías? ¡Tendría que ser un sitio fácil de alcanzar... y que no obstante, a la gente no se le ocurriera nunca buscar un collar de precio!

Bets volvió a reflexionar, y al fin sonrió.

—¡Ya sé dónde lo pondría! —dijo—. ¡Ahora lo sé! Estaría a la vista de todo el mundo y, sin embargo, nadie se fijaría en él.

—¿Dónde? —exclamaron todos.

—Yo os lo diré —dijo Bets— ¿Veis a la reina Isabel con todas sus galas y sus joyas y su aire orgulloso y altanero? Pues pondría el collar alrededor de su cuello entre los otros collares, naturalmente... y nadie adivinaría que entre tanta baratija había un collar de perlas «auténticas».

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