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Authors: Marcus Sedgwick

Tags: #Infantil y juvenil

Monstruos y mareas (23 page)

El mono, eso sí, podía irse al infierno.

La niñera Cachivaches

es una figura temible,

repulsiva y flatulenta,

el terror del castillo;

incluso Lord Pantalín

se da media vuelta con

frecuencia cuando la ve

venir por el pasillo.

S
olsticio tenía razón.

Aquello era un misterio y había que resolverlo. Y yo era el único que podía hacerlo, por la sencilla razón de que también era el único que podía salir del castillo.

Repasé a toda velocidad lo que sabía sobre misterios y sobre cómo se resolvían, y mientras el viento silbaba a mi paso y me despeinaba las plumas, llegué enseguida a una conclusión: no sabía nada.

Aún estaba descendiendo en picado y, aunque pueda sonar extraño, me pareció que bajar en picado es un buen momento para meditar (por mucho que sea, por su propia naturaleza, un momento de duración limitada). Debía de estar más o menos a mitad de trayecto del castillo cuando advertí que ya contaba con una serie de datos.

Parecían las piezas de un puzzle y, con un repentino placer, recordé que un detective las habría descrito con una palabra mágica: pistas.

Tenía algunas pistas. Tres, en total.

Primero: había un monstruo, lo demostraba la desaparición de varias doncellas de la cocina.

Segundo: una marea que subía sin cesar.

Y tercero: el derrumbe de rocas en la boca de la cueva.

Las tres cosas habían hecho su aparición aproximadamente al mismo tiempo y, con una de esas fulgurantes inspiraciones que sólo tienes cuando caes a plomo desde una altura vertiginosa, comprendí que las tres estaban relacionadas.

—¡Juark! —chillé, no sólo admirado por mi talento, sino también porque se me había acabado la pista libre para seguir cayendo y estaba a punto de estrellarme contra las banderas del patio. Desplegué las alas con fuerza y me deslicé en un planeo horizontal, aunque el impulso que llevaba era tan brutal que no me arrancó las alas de milagro.

Busqué un rincón donde descansar y vi la afilada aguja que remata la cúpula de la Rotonda. ¡Un sitio ideal para pensar!

Lo contemplé todo en perspectiva. La secuencia entera, toda la serie de acontecimientos que surgían del pasado y que se prolongarían en el futuro a menos que yo, el héroe de la obra, hiciera algo para impedirlo.

A ver
. La fiera había llegado a través de la inmensa y antiquísima red de túneles y cavernas sobre la que estaba construido el castillo, atraída sin duda por el aroma de los niños y de las grasientas doncellas de cocina, y había empezado a darse un festín con esa abundante provisión de comida. A decir verdad, esto podría llevar sucediendo bastante tiempo sin que nadie lo hubiera notado; hay tantas doncellas que casi parece un milagro que alguien echase en falta a Isabel. Luego estaban la marea y el derrumbe. Pero ¿por qué no suponer que las cosas habían ocurrido en otro orden? Supongamos que ya se habían producido desprendimientos de rocas en las profundidades del castillo, que habían bloqueado los ríos subterráneos de los que había hablado Pantalín. Con la salida cerrada, el agua habría empezado a refluir hacia las cavernas; después, al quedar bloqueada otra vez por el derrumbe que yo había visto, habría empezado a inundar las bodegas. Y entonces ya sólo le quedaba una vía de escape. Al agua y al monstruo. Una única salida. El interior del castillo.

Y ahora venía mi conclusión definitiva. Era el propio castillo el que estaba provocándolo todo. Y como prueba de ello, bastaba señalar que el castillo había cerrado todas sus ventanas y sus puertas para que el agua no pudiese escapar.

El castillo pretendía librarse del monstruo, quería ahogarlo tirando de la cadena, por así decirlo. ¡El muy estúpido! Quizá quería ayudar a su manera, pero lo que iba a conseguir era ahogar a todos sus ocupantes.

Miré hacia abajo, entre mis garras, y vi que la Rotonda estaba llena de agua. ¿Cuánto tiempo había pasado desde que me había ido? Si la Rotonda estaba inundada, eso significaba que la tercera planta ya había quedado sumergida.

Levanté el vuelo desde la cúpula y revoloteé desesperado alrededor del castillo. Lo que vi a través de las ventanas me dejó aterrorizado. El castillo de Otramano parecía repleto de agua a presión, como una inmensa pecera, y a medida que me elevaba me pareció que todos los pisos habían quedado ya bajo el agua. Toda aquella colosal edificación era una versión espantosa del Arca de Noé. Sólo que esta vez el agua estaba dentro, con los animales.

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