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Authors: David Brin

Navegante solar (9 page)

»De hecho, mientras nos acercamos a una singularidad planetaria (una distorsión en el espacio causada por un planeta), debemos adoptar una métrica constantemente cambiante, o un conjunto de parámetros por el que medir el espacio y el tiempo. Es como si la naturaleza quisiera que cambiáramos gradualmente la longitud de nuestros medidores y el ritmo de nuestros relojes cada vez que nos acercamos a una masa.

—¿He de entender que la capitana está controlando nuestra aproximación, dejando que este cambio tenga lugar lentamente?

—¡Exacto! En los viejos tiempos, por supuesto, la adaptación era más violenta. La métrica se conseguía frenando continuamente con cohetes hasta el contacto, o estrellándose contra el planeta. Ahora sólo arrojamos la métrica sobrante como si fuera un fardo de tela en estasis. ¡Ah! ¡Ya hemos vuelto a hacer otra vez una analogía «material»!

Kepler sonrió.

—Uno de los productos residuales de todo esto es el neutronio comercial, pero el propósito principal es aterrizar a salvo.

—Entonces, cuando por fin empecemos a meter el espacio en una bolsa, ¿qué veremos?

Kepler señaló la portilla.

—Puede ver lo que pasa ahora.

En el exterior, las estrellas se apagaban. El tremendo chorro de brillantes puntos de luz que las pantallas oscurecidas había dejado pasar se desvanecía lentamente mientras observaban. Pronto quedaron sólo unas cuantas, débiles y ocres contra la negrura.

El planeta de debajo empezó también a cambiar.

La luz reflejada de la superficie de Mercurio ya no era caliente y quebradiza. Adquirió un tinte anaranjado. La superficie estaba ahora bastante oscura.

Y también se acercaba. Lenta, pero visiblemente, el horizonte se alisó. Objetos en la superficie que antes apenas eran distinguibles se hicieron visibles a medida que la Bradbury descendía.

Grandes cráteres se abrieron para mostrar otros cráteres aún más pequeños en su interior. Mientras la nave descendía tras el irregular borde de uno de ellos, Jacob vio que estaba cubierto de pozos aún más pequeños, de forma similar a los más grandes.

El horizonte del diminuto planeta desapareció tras una cordillera, y Jacob perdió toda perspectiva. Con cada minuto de descenso el terreno no parecía cambiar. ¿Cómo podía saber a qué altura estaban?

¿Cómo saber si lo que tenían debajo era una montaña, un peñasco, o si iban a posarse dentro de un segundo o dos para descubrir que no era más que una roca?

Sintió la cercanía. Las sombras grises y los macizos anaranjados parecían tan inmediatos que tuvo la impresión de que podría tocarlos.

Como esperaba que la nave se posara en cualquier momento, se sorprendió cuando un agujero del suelo se apresuró a engullirlos.

Mientras se preparaban para desembarcar, Jacob recordó con sorpresa lo que había estado haciendo cuando se había sumido en trance ligero y había sostenido la chaqueta de Kepler durante el descenso.

Subrepticiamente, y con gran habilidad, había registrado los bolsillos de Kepler, tomando una muestra de todas las medicinas y un pequeño lápiz sin dejar sus huellas. Todo formaba ahora un bultito en el bolsillo de Jacob, demasiado pequeño para ser advertido.

—De modo que ya ha empezado —dijo entre dientes.

La mandíbula de Jacob se tensó.

«¡Esta vez voy a resolverlo yo solo!» —pensó—. No necesito ayuda de mi alter ego. ¡No voy a ir por ahí derribando puertas y entrando por la fuerza!

Se dio un puñetazo en el muslo para espantar la sensación picajosa y satisfecha que notaba en los dedos.

TERCERA PARTE

La región de transición entre la corona y la fotosfera (la superficie del sol vista con luz blanca), aparece durante un eclipse como un brillante anillo rojo alrededor del sol, y se llama cromosfera. Cuando se examina la cromosfera con atención, no se ve como una capa homogénea sino como una estructura filamentosa que cambia rápidamente. Para describirla, se ha utilizado el término «pradera ardiente». Numerosos chorros de corta vida llamados «espículas» son lanzados continuamente a las alturas durante varios miles de kilómetros. El color rojo se debe al dominio de la radiación de la línea alfa-H del hidrógeno. Los problemas para comprender lo que sucede en una región tan compleja son grandes...

Harold Zirin

7
INTERFERENCIA

Cuando la doctora Martine dejó sus habitaciones y utilizó varios pasillos de servicio para llegar a la Sección de Medio Ambiente Extraterrestre, consideraba que estaba siendo discreta, no subrepticia.

Cables y tubos de comunicación se aferraban, sujetos por grapas, a las burdas paredes sin terminar. La piedra mercuriana brillaba por efecto de la condensación y desprendía cierto olor a roca mojada mientras sus pasos resonaban por el pasillo.

Llegó a la puerta presurizada y a la luz verde que la anunciaba como la entrada trasera a una residencia alienígena. Cuando pulsó la célula receptora, la puerta se abrió de inmediato.

Surgió una brillante luz verdosa, la reproducción de la luz solar de una estrella distante muchos parsecs. La doctora se cubrió los ojos con una mano mientras sacaba con la otra unas gafas de sol de la bolsa que colgaba de su cadera, y se las puso antes de entrar en la habitación.

Vio en las paredes tapices tejidos de jardines colgantes y una ciudad alienígena situada al borde de un precipicio. La ciudad se aferraba al precipicio, titilando como vista a través de una cascada. A la doctora Martine le pareció que casi podía oír una música aguda y clara, gravitando justo por encima de su espectro auditivo. ¿Podía explicar eso su respiración entrecortada, sus nervios en tensión?

Bubbacup se levantó de una cama acolchada para saludarla. Su pelaje gris brilló mientras avanzaba sobre sus gruesas piernas. Con la luz actínica y el campo gravitatorio de uno con cinco, Bubbacub perdía toda la «simpatía» que Martine había visto antes en él. La pose del pil y sus piernas arqueadas hablaban de fuerza.

La boca del alienígena se movió, chascando. Su voz, procedente del vodor que colgaba de su cuello, era suave y resonante, aunque las palabras surgían entrecortadas y separadas.

—Me alegro de que haya venido.

Martine se sintió aliviada. El Representante de la Biblioteca parecía relajado. Se inclinó levemente.

—Saludos, Pil Bubbacub. He venido a preguntarle si tiene más noticias de la Sucursal de la Biblioteca.

Bubbacub abrió la boca, llena de dientes afilados como agujas.

—Entre y siéntese. Sí, está bien que lo pregunte. Tengo un hecho nuevo. Pero pase. Coma y beba primero.

Martine hizo una mueca mientras atravesaba el campo de transición-g del umbral, siempre una experiencia desconcertante.

Dentro de la habitación se sintió como si pesara setenta kilos.

—No, gracias, acabo de comer. Me sentaré. —Eligió una silla construida para los humanos y la ocupó cuidadosamente. ¡Setenta kilos eran más de lo que una persona debería pesar!

El pil volvió a tenderse en su cojín frente a ella, con su cabeza ursina apenas por encima del nivel de sus pies. La miró con sus ojillos negros.

—He hablado con La Paz por má-ser. No dicen na-da sobre Espectros Solares. Na-da en absoluto. Puede que no sea se-mán-ti-co.

Puede que la Sucursal sea demasiado pequeña. Es una rama pequeña, como di-je. Pero algunos O-fi-ci-a-les Hu-ma-nos harán mucho alboroto por la falta de re-ferencias.

Martine se encogió de hombros.

—Yo no me preocuparía por eso. Esto sólo demostrará que se han empleado muy pocos esfuerzos en el proyecto de la Biblioteca. Una sucursal mayor, como mi grupo ha estado insistiendo todo el tiempo, sin duda habría conseguido resultados.

—Pedí da-tos a Pil inmediatamente. ¡No puede haber confusión en una Sucursal Principal!

—Eso está bien —asintió Martine—. Pero lo que me preocupa es lo que va a hacer Dwayne durante este retraso. Está lleno de ideas medio locas sobre cómo comunicarse con los Espectros. Me temo que con sus tonterías encontrará algún medio de ofender tanto a las psi-criaturas que toda la sabiduría de la Biblioteca no remediará las cosas. ¡Es vital que la Tierra tenga buenas relaciones con sus vecinos más cercanos!

Bubbacub alzó un poco la cabeza y colocó un corto brazo tras ella.

—¿Está ha-ciendo es-fuerzos para curar al doctor Kepler?

—Por supuesto —replicó ella, envarada—. De hecho, tengo problemas para imaginar cómo evitó que le hicieran condicional todo este tiempo. La mente de Dwayne es un caos, aunque admito que su marcador-C está dentro de las curvas aceptables. Le hicieron una prueba en la Tierra.

»Creo que ahora lo tengo muy bien equilibrado. Pero lo que me está volviendo loca es tratar de detectar cuál es su principal problema.

Su conducta maniacodepresiva recuerda a la "locura chillona" de finales del siglo veinte y principios del veintiuno, cuando la sociedad casi fue destruida por los efectos psíquicos del ruido ambiental. Estuvo a punto de destruir la cultura industrial cuando estaba en su apogeo y condujo al período de represión que la gente de hoy llama eufemísticamente "la Burocracia".

—Sí. He leído-do sobre los in-tentos de sui-cidio de su raza. Me parece que la época pos-terior, de la que acaba de hablar, fue una era de orden y paz. Pero no es a-sunto mío. Tienen suer-te de ser in-compe-tentes incluso en el sui-cidio. Bueno, no divaguemos, ¿qué pasa con Kep-ler?

La voz del pil no se alzó al final de la pregunta, pero había algo que hacía con el hocico, al doblar los pliegues que le servían de labios, que anunciaba, no, pedía una respuesta. Un escalofrío corrió por la espalda de la doctora Martine.

Es tan arrogante, pensó. Y todo el mundo parece pensar que es una característica de su personalidad. ¿Es posible que estén ciegos al poder y la amenaza que supone la presencia de esta criatura en la Tierra?

En su shock cultural, veían a un osito de aspecto humano. ¡Incluso lo consideraban simpático! ¿Son mis jefes y sus amigos del Consejo de la Confederación los únicos que reconocen a un demonio del espacio cuando lo ven?

¡Y de algún modo ahora soy yo quien tiene que averiguar qué hace falta para aplacar al demonio, mientras impido que Dwayne abra la boca, e intento ser la que halle una forma sensata de contactar con los Espectros Solares! ¡Ifni, ayuda a tu hermana!

Bubbacub estaba todavía esperando una respuesta.

—B-bien, sé que Dwayne está decidido a desentrañar el misterio de los Espectros Solares sin ayuda extraterrestre. Algunos miembros de su grupo son radicales a ese respecto. No llegaré a decir que algunos sean pieles, pero su orgullo es bastante inflexible.

—¿Puede impedir que haga lo-curas? —dijo Bubbacub—. Ha introducido e-lementos a-leatorios.

—¿Cómo invitar a Fagin y a su amigo Demwa? Parecen inofensivos.

La experiencia de Demwa con los delfines le da una oportunidad lejana, pero plausible, de ser útil. Y Fagin tiene la habilidad de llevarse bien con todas las razas. Lo importante es que Dwayne tiene a alguien a quien contar sus fantasías paranoides. Hablaré con Demwa y le pediré que le siga la corriente.

Bubbacub se sentó, agitando momentáneamente sus brazos y piernas. Asumió una nueva postura y miró a los ojos de Martine.

—No me preocupan. Fagin es un ro-mán-tico pasivo. Demwa parece idiota. Como cualquier amigo de Fagin.

»No, me preocupan los dos que ahora causan pro-blemas en la base. Cuando vine, no sabía que hay un chimpancé que forma parte del personal.

»El pe-riodis-ta y él han estado de uñas desde que encontramos evidencias. El equipo desprecia al pe-riodis-ta y él hace mucho ruido. Y el chip habla con Cul-la todo el tiempo... tratando de "li-be-rar-le", así que...

—¿Ha desobedecido Culla? Creía que su contrato sólo era...

Bubbacub saltó de su asiento, mostrando los afilados dientes con un siseo.

—¡No interrumpa, humana!

Que Martine recordara, era la primera vez que oía la auténtica voz de Bubbacub, un agudo chirrido por encima del rugido del vodor que le lastimaba los oídos.

Martine se sintió demasiado aturdida para moverse.

La tensión de Bubbacub empezó a relajarse gradualmente. En cuestión de un minuto, la erizada mata de pelo volvió a alisarse.

—Le pi-do dis-culpas, hu-mana Mar-tine. No debería irritarme por una violación menor de una simple raza in-fan-te.

Martine dejó escapar el aliento contenido, tratando de no hacer ruido.

Bubbacub se sentó de nuevo.

—Para responder a su pregunta, no, Cul-la está en su sitio. Sabe que su especie estará con-tra-tada con la mía por derecho Pa-ter-nal durante mucho tiempo.

»Con todo, no es bueno que ese Doc-tor Jeff-rey propugne ese mito de de-rechos sin de-beres. Los humanos deben aprender a mantener a sus mascotas a raya, pues sólo por la buena voluntad de nosotros los antiguos son considerados so-fontes cli-entes.

»¿Y si ellos no fueran so-fontes, dónde estarían ustedes, humana?

Los dientes de Bubbacub brillaron un instante. Luego cerró la boca con un chasquido.

Martine sentía la garganta reseca. Escogió sus palabras con sumo cuidado.

—Lamento cualquier ofensa que haya podido hacer, Pil Bubbacub.

Hablaré con Dwayne y tal vez podamos tranquilizar a Jeffrey.

—¿Y el pe-riodis-ta?

—También hablaré con Pierre. Estoy segura de que no pretende nada malo. No causará más problemas.

—Eso estaría bien —dijo suavemente la caja vocal de Bubbacub. Su rechoncho cuerpo se acomodó una vez más en los cojines.

—Usted y yo tenemos grandes ob-jetivos comunes. Espero que podamos trabajar como uno. Pero sepa una cosa: nuestros medios pueden di-ferir. Por favor, haga lo que pueda o me veré obligado, como dicen ustedes, a matar dos pájaros de un tiro.

Martine asintió de nuevo, débilmente.

8
REFLEJO

Jacob dejó que su mente divagara mientras LaRoque se lanzaba a una de sus exposiciones. En cualquier caso, el hombrecito estaba ahora más interesado en impresionar a Fagin que en derrotar verbalmente a Jacob. Este se preguntó si sería pecaminoso sentir lástima del extraterrestre por tener que escuchar.

Los tres viajaban en un pequeño vehículo que atravesaba los túneles hacia arriba, hacia abajo y lateralmente. Dos de las raíces-tentáculos de Fagin se agarraban a un bajo raíl que corría a unos pocos centímetros del suelo. Los dos humanos se agarraban a otro que circundaba la parte superior del coche.

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