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Authors: Arthur C. Clarke & Gentry Lee

Tags: #Ciencia ficción

Rama Revelada (23 page)

—¡Qué idea interesante, Patrick! —contestó Richard—. Eso es algo que nunca tomamos en cuenta siquiera. Y, claro está, no necesitan oír para comunicarse…

—Los seres que pasaron la mayor parte de su vida evolutiva en lo profundo del océano, a menudo son sordos —recordó Nicole—. Sus necesidades sensoriales primordiales para la supervivencia se encuentran en otras longitudes de onda, y con nada más que una cantidad limitada de células disponibles tanto para los sensores como para su procesamiento, la facultad de oír sencillamente nunca se desarrolla.

—En Tailandia trabajé con los minorados de la audición —añadió Nai—, y me fascinó el hecho de que carecer de la capacidad de hablar no es una desventaja importante en una cultura avanzada. El lenguaje de signos de los sordomudos tiene un alcance extraordinario y es sumamente complejo… Los seres humanos que habitan en la Tierra ya no necesitan oír para cazar o para escapar de los animales que podrían comerlos… El lenguaje de colores de las octoarañas es más que adecuado para la comunicación…

—Esperen un momento —interrumpió Robert—, ¿no estamos pasando por alto pruebas sumamente sólidas de que las octoarañas
pueden
oír? ¿Cómo pudieron haber sabido que Max y yo íbamos a salir para buscar a Ellie y Eponine si no alcanzaron a oír nuestra conversación?

Hubo silencio durante varios segundos.

—Pudieron haber hecho que ellas tradujeran lo que se estaba diciendo —sugirió Richard.

—Pero eso exigiría dos cosas improbables —objetó Patrick—. Primero, si las octoarañas son sordas, ¿por qué habrían de tener, de todos modos, un equipo complejo, en miniatura, que grabase sonidos? Segundo, hacer que Eponine y Ellie tradujeran para las octoarañas lo que dijimos entraña un nivel de interactividad de comunicación que difícilmente se pudo haber desarrollado en el lapso de un mes… No, en mi opinión, las
octos
probablemente establecieron el propósito del viaje de Max y Robert sobre la base de evidencias visuales, el retrato de las dos mujeres en los monitores de las computadoras portátiles.

—¡Bravo —gritó Richard—, eso es un razonamiento excelente!

—Oigan, muchachos, ¿van a parlotear sobre esta mierda toda la noche? —intervino Max, mientras caminaba hacia el medio del grupo.

Todos los presentes dieron un respingo.

—¿Estás bien? —preguntó Nicole.

—Claro —aseguró Max—. Hasta siento que descansé bien.

—Dinos qué ocurrió —interrumpió Robert—. Oí que tu rifle disparaba pero, cuando doblé la esquina, un par de octoarañas ya estaba transportando tu cuerpo.

—Yo mismo no lo sé —dijo Max—. Justo antes de perder el sentido, sentí un pinchazo ardiente y doloroso en la nuca… Y eso fue todo… Una de las
octos
que estaba detrás de mí debe de haberme disparado su equivalente de un dardo tranquilizador.

Se frotó la nuca y Nicole se acercó para inspeccionar.

—No puedo encontrar marcas de pinchazos —informó—. Deben de utilizar dardos muy delgados.

Max le lanzó una rápida mirada a Robert.

—Supongo que no recuperaste el rifle.

—Lo siento, Max. Ni siquiera pensé en él hasta después que estuvimos en el tren.

Max miró a sus amigos.

—Bueno, muchachos, quiero que sepan que mi rebelión terminó. Estoy convencido de que no podemos luchar contra estos seres, así que muy bien podríamos intentar seguir el plan de ellos.

Nicole puso la mano sobre el hombro de su amigo.

—Este es el nuevo Max Puckett —dijo, con una sonrisa.

—Podré ser tozudo —contestó Max, también sonriendo—, pero no me considero estúpido.

—No creo que esperen que todos nos mudemos al iglú de Patrick —opinó Max a la mañana siguiente, después que otro subterráneo apareció y los reabasteció de alimentos y agua.

—¿Por qué dices eso? —preguntó Richard—. Mira las pruebas. Indudablemente fue diseñado para habitación humana. ¿Por qué, si no, habrían construido la escalera?

—Sencillamente no tiene sentido —contestó Max—, especialmente para los niños. No hay suficiente lugar para vivir durante cualquier período… Creo que el iglú es una estación intermedia de alguna clase, una cabaña en el bosque, si prefieres.

Nicole trató de imaginar a diez viviendo en el reducido espacio que Patrick había descripto.

—Tu razonamiento es claro para mí —asintió—, pero, ¿qué sugieres?

—¿Por qué algunos de nosotros no regresan al iglú y lo estudian cuidadosamente? Al reconocimiento rápido de Patrick se le puede haber escapado algo… De todos modos, lo que fuere que se supone que hagamos debería ser obvio. No es el modo de actuar de las octoarañas, o de lo que fuera que nos está guiando, el dejamos en la incertidumbre.

Richard, Max y Patrick fueron seleccionados para la misión exploratoria. Su partida se demoró, empero, para que Patrick pudiera mantener la promesa que le había hecho a Galileo. Patrick siguió al niño de cinco años en el ascenso por la larga y sinuosa escalera y después por el vestíbulo hasta el pie de la segunda escalera. El niño estaba demasiado cansado como para seguir subiendo. De hecho, cuando estaban bajando de la cúpula, sus piernas claudicaron y Patrick tuvo que transportarlo los doce últimos metros del descenso.

—¿Puedes hacerlo una segunda vez? —preguntó Richard.

—Creo que sí —asintió Patrick, ajustándose la mochila.

—Por lo menos, ahora no nos va a esperar a nosotros, viejos latosos, todo el tiempo —apuntó Max con una sonrisa.

Los tres hombres se detuvieron para admirar la vista desde el rellano situado en la parte superior de la escalera cilíndrica.

—A veces —dijo Max, mientras echaba una prolongada mirada a los espléndidos colores de las bandas del arco iris que había en la cúpula, a nada más que unos metros por encima de él— creo que todo lo que me ocurrió desde que subí a la
Pinta
es un sueño… ¿Cómo encajan en este cuadro los cerdos, las gallinas, y hasta Arkansas…? Simplemente es demasiado.

—Debe de ser difícil —acotó Patrick mientras caminaban por el vestíbulo— conciliar todo esto con tu vida normal en la Tierra. Pero ten en cuenta mi situación, nací en una nave espacial extraterrestre enfilada hacia un mundo artificial situado cerca de la estrella Sirio. Pasé más de la mitad de mi vida durmiendo. No tengo la menor idea de lo que significa ser normal…

—¡Demonios, Patrick! —consideró Max, pasando el brazo por encima de los hombros del joven—, si fuera tú, estaría loco como una cabra.

Más tarde, mientras subían por la segunda escalera, Max se detuvo y se volvió hacia Richard, que estaba debajo de él.

—Espero que te des cuenta, Wakefield —dijo con tono cordial—, de que yo no soy más que un bastardo terco y que no hubo intención de ofensa personal en las discusiones que tuvimos estos últimos días.

Richard sonrió.

—Entiendo, Max. También sé que yo soy tan arrogante como tú eres terco… Aceptaré tu indirecta disculpa si tú aceptas la mía.

Max fingió indignación.

—Esa no fue una maldita disculpa —afirmó, subiendo al escalón siguiente.

La cabaña iglú era tal como la había descripto Patrick. Los tres se pusieron las chaquetas y prepararon para ir al exterior. Richard, que fue el primero en pasar por la puerta, vio el otro iglú antes que Max y Patrick tan sólo hubieran respirado por primera vez el vigorizante aire de Rama.

—Ese otro iglú no estaba aquí, tío Richard —insistió Patrick—. Recorrí por completo el sector.

El segundo iglú, cuyo tamaño era casi exactamente un décimo del tamaño del más grande, estaba unos treinta metros más lejos del acantilado que limitaba con el Mar Cilíndrico. En la oscuridad de Rama había un fulgor. Cuando empezaron a caminar hacia él, la puerta del iglú más pequeño se abrió y salieron dos figuras humanas diminutas. Tenían alrededor de veinte centímetros de alto y estaban iluminadas desde el interior.

—¿Qué demonios…? —exclamó Max.

—¡Mira! —indicó Patrick, entusiasmado—. ¡Son mamá y tío Richard! —Las dos figuras doblaron hacia el sur en medio de la oscuridad, alejándose del acantilado y del mar. Richard, Max y Patrick se apresuraron a ponerse junto a ellas para tener un mejor panorama. Las figuras estaban vestidas con la misma ropa, exactamente, que Richard y Nicole usaban el día anterior. El cuidado de los detalles era extraordinario. El cabello, las caras, el color de la piel, hasta la forma y el color de la barba de Richard, eran la copia exacta de los Wakefield. Las figuras también llevaban mochilas sobre la espalda.

Max se agachó para levantar la figura de Nicole, pero recibió una descarga eléctrica cuando la tocó. La figura se dio la vuelta hacia él y meneó la cabeza enfáticamente, en gesto de negación. Los hombres siguieron el par de figuras durante otros cien metros y, después, se detuvieron.

—No hay muchas dudas respecto de lo que se espera que hagamos después —aventuró Richard.

—No —concordó Max—. Parece como si a ti y a Nicole se los estuviera convocando.

A la mañana siguiente, Richard y Nicole empacaron en las mochilas comida y agua para varios días, y le dijeron adiós a su familia incrementada. Nikki había dormido entre ellos la noche anterior y estuvo particularmente llorosa cuando partieron sus abuelos.

Fue todo un esfuerzo subir la escalinata.

—Debí haber trepado los peldaños con más lentitud —confesó Nicole, respirando con dificultad mientras ella y Richard se detenían en el rellano debajo de la cúpula y agitaban la mano, saludando a todos, una última vez. Nicole podía sentir su corazón palpitando arrítmicamente en el pecho. Aguardó pacientemente a que las palpitaciones amainaran.

Richard también estaba sin aliento.

—Ya no somos tan jóvenes como lo fuimos hace tantos años atrás en Nueva York —dijo después de un breve silencio. Sonrió y pasó los brazos alrededor de Nicole—. ¿Estás lista para continuar nuestra aventura?

Nicole asintió con la cabeza. Caminaron despacio, tomados de la mano, por el largo vestíbulo. Cuando llegaron a la segunda escalinata, Nicole se volvió hacia Richard.

—Querido —dijo, con súbita intensidad—, ¿no es grandioso estar solos otra vez, nada más que tú y yo, aun si no es más que durante unas pocas horas…? Amo a todos los demás, pero es doloroso tener tanta maldita responsabilidad todo el tiempo…

Richard rió.

—Es un papel que tú escogiste, Nicole —le recordó—, no uno que se te forzó a desempeñar.

Se inclinó para besarla en la mejilla. Nicole giró la cara hacia él y lo besó con fuerza en los labios.

—¿Estuviste sugiriendo con ese beso —preguntó Richard de inmediato, con una sonrisa de oreja a oreja— que deberíamos pasar la noche en el iglú y empezar nuestra travesía mañana?

—Creo que usted me estuvo leyendo la mente, señor Wakefield —contestó Nicole con sonrisa coqueta—. En realidad, estaba pensando en qué divertido sería imaginar esta noche que otra vez éramos dos jóvenes amantes —rió—… Por lo menos, nuestra imaginación todavía debería funcionar bien.

Cuando estaban a trescientos metros al sur de los dos iglús, Richard y Nicole ya no pudieron ver cosa alguna, salvo aquello que iluminaran con las linternas. Aunque el suelo que tenían debajo de ellos —principalmente polvo con una agrupación ocasional de rocas— era liso en general, de vez en cuando uno de ellos, o los dos, tropezaba, a menos que estuviera prestando suma atención.

—Este puede ser un viaje muy largo y cansador en la oscuridad consideró Nicole cuando se detuvieron para beber un poco de agua.

—Y frío también —agregó Richard, tomando un sorbo—. ¿Sientes el frío?

—No, mientras nos mantengamos en movimiento —dijo Nicole. Extendió los brazos y se ajustó la mochila.

Transcurrió casi una hora antes de que vieran una luz en el cielo, hacia el sur. La luz se desplazaba hacia ellos y estaba aumentando de tamaño.

—¿Qué será? —preguntó Nicole.

—¿Quizás el Hada Azul? —contestó Richard—. Cuando le pides un deseo a una estrella, nada importa quién eres…
[6]

Nicole rió.

—Eres imposible.

—Después de anoche —continuó Richard, mientras la luz continuaba desplazándose hacia ellos—, otra vez me siento como un chico.

Nicole lanzó una risita cómplice y meneó la cabeza. Se tuvieron de la mano en silencio, mientras la bola de luz seguía aumentando de tamaño. Un minuto después se detuvo a veinte o treinta metros delante de ellos, y a unos veinte por encima de sus cabezas. Richard y Nicole apagaron las linternas, pues ahora podían ver el terreno que los circundaba hasta una distancia de más de cien metros.

Richard se resguardó los ojos y trató de establecer cuál era la fuente de la iluminación, pero la luz era demasiado brillante. No podía mirarla directamente.

—Sea lo que fuere —conjeturó Nicole después que volvieron a ponerse en marcha—, parece saber adónde vamos.

Dos horas más tarde, encontraron un sendero que llevaba hacia el suroeste, con campos de plantas cultivadas sobre cada lado del sendero. Cuando se detuvieron para almorzar, pasearon por los campos y descubrieron que uno de sus alimentos básicos allá en la cúpula, una hortaliza con sabor similar al de una habichuela verde, pero con el aspecto de una calabaza amarilla, era la planta principal que se cultivaba. Estas hortalizas estaban entremezcladas con hileras de una planta baja, color rojo brillante, que nunca antes habían visto. Richard arrancó del suelo una de las plantas rojas, y la dejó caer de inmediato cuando una esfera verde, de aspecto correoso, que había estado debajo de la superficie, empezó a retorcerse al pie de su pedúnculo rojo. Cuando golpeó el suelo, el ser cubrió velozmente los pocos centímetros que lo separaban de su agujero originario y volvió a enterrar su esfera verde en el mismo sitio.

Richard rió.

—Creo que lo voy a pensar dos veces, antes de hacer algo como esto otra vez.

—Mira allá —indicó Nicole un instante después—. ¿Aquél no es uno de los animales que construyó la escalera?

Avanzaron por el sendero y después volvieron al campo en sí, para tener una mejor visión. Hacia ellos se dirigía uno de los seres grandes, parecidos a hormigas, con los seis largos brazos. Estaba cosechando las hortalizas con asombrosa eficacia, encargándose de las tres hileras situadas a cada lado del sitio en el que el cuerpo principal del ser estaba ubicado. Cada brazo, o trompa, recogía las hortalizas de una sola hilera y las acomodaba en pilas que estaban entre las hileras y a unos dos metros de distancia unas de otras. Era un espectáculo sorprendente, los seis brazos operando, todos en la realización simultánea de diferentes tareas, y a diferente distancia del cuerpo principal.

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