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Authors: Bruno Nievas

Tags: #Ciencia ficción, Fantástico

Realidad aumentada (28 page)

—¿Y crees que alguno de ellos pueda estar relacionado con nosotros? —preguntó Alex impaciente

—¡Sí, amigos, sí! —contestó el pirata riendo a carcajadas—. ¡Con vosotros y con los miles de turistas que pasan todos los años por la ciudad donde estáis ahora mismo! Entre los que, por cierto, se encuentran antropólogos, espeleólogos y algunos chalados, tío. ¡Vas a alucinar con lo que tengo en pantalla! Y solo he pinchado en un par de enlaces…

—Owl, por favor, abrevia… —pidió Alex, sintiendo unas gotas de sudor caer por su espalda.

—Tu amigo Milas te dio un nombre —siguió hablando el pirata—, pero me juego el módem a que tú no le entendiste bien del todo, tío. Sin embargo, creo que sí que acertaste el sitio, me explico: no sé si sabes que a menos de ocho kilómetros de donde estáis se ubican las Ruinas Mayas de Palenque. Alex recordó que el recepcionista del hotel las había mencionado pero él no le había hecho demasiado caso. Intentó recordar lo que había dicho el mexicano, sin éxito.

—Sé cuáles son —dijo, intentando hacer memoria—. Pero no logro entender qué tienen que ver esas ruinas con…

—¡Pero si no me dejas acabar! —exclamó el hacker—. Escucha, allí hay varios monumentos. Y el más destacado es el conocido como… —se oyó ruido de teclas—. ¡Aquí está: Templo de las Inscripciones! —se hizo una nueva pausa en la que el hacker debía de estar leyendo lo que acababa de encontrar—. Amigos, vais a alucinar con la historia relacionada con ese templo: hace cincuenta años un arqueólogo mexicano, un tal Alberto Ruz L’Huillier, accedió a una de las tumbas más misteriosas que se hayan descubierto nunca y la más importante de toda Mesoamérica, según aparece en varias webs.

—Owl, por favor —dijo Alex agarrando el teléfono con furia—. No estamos para programas de misterio de esos que emiten de madrugada. ¿Me puedes decir dónde está la maldita relación de esa historia con nosotros?

—Espera, tío, que voy leyendo según abro páginas. A ver… —hizo una nueva pausa antes de continuar— en esa tumba se encontraban los restos de un hombre que fue gobernante del estado maya de B’aakal. Su sede era la ciudad de Palenque, donde os dijeron que teníais que ir, pero… —hizo otra nueva pausa acompañada de ruido de teclas—. ¡A la Palenque de las ruinas, y no a la moderna!

—¿La «moderna»? —preguntó Lia.

—Sí, es precisamente donde estáis ahora, pero yo creo que os indicaron que fuerais a las ruinas.

—Pero, ¿cómo vamos a buscar un tipo en unas ruinas? —protestó Alex—. Cada vez lo entiendo menos, Owl, ¿seguro que no te has tomado alguna pastilla de color raro?

—Amigo —contestó el hacker en tono despectivo—, creo que la solución a tus problemas es que te busques un buen otorrino para que te saque el cerumen de los oídos. Milas no te dijo «Joan Pacal»… —hizo una pausa antes de exclamar—, ¡te dijo «Janaab Pacal»!

—¿¡Qué!? —exclamaron los dos ocupantes del Hummer al unísono.

—Sí, en concreto, K’inich Janaab Pacal —proclamó Owl exultante—. ¡También conocido como Pacal II, o Pacal el Grande! ¡Este hombre es el que buscáis!

—¿Seguro? —preguntó Lia—. Pero estás hablando de arqueólogos y tumbas…

—Sí, bueno, ese es el único inconveniente —se oyó decir a Owl—. Vuestro amigo Pacal está enterrado en esa tumba que os digo, la que descubrió Ruz L’Huillier. Según estoy leyendo, murió el 30 de agosto del año 683, y la losa que cubre su tumba tiene un grabado que, leo textualmente, «para algunos investigadores demostraría uno de los hallazgos más importantes de la historia de la Humanidad». Y tío, es asombroso, el grabado me resulta llamativo hasta a mí, que paso de estas chorradas. Deberías verlo luego por Internet, yo acabo de hacerlo y me he quedado de piedra…

—No entiendo absolutamente nada… —dijo Alex con un hilo de voz y completamente resignado—. ¿Qué es lo que se ve en el grabado, Owl?

—Pues una imagen que no deja lugar a otra interpretación, tío. En la losa que cubre la tumba de vuestro amigo Pacal, esculpida por los mayas en el año 683 y encontrada por el arqueólogo que te he dicho el 12 de junio de 1952… —hizo una pausa para aclararse la garganta—, se ve a tu amigo Pacal el Grande pilotando una nave espacial.

—¡Estupendo! —exclamó Lia en tono ácido—. ¿Cuál es la siguiente gran idea? ¿Usar una
ouija
para hablar con el tipo que estamos buscando?

Alex suspiró resignado y sin atreverse a mirarla. Sabía que llevaba razón: la conversación con Owl, ya finalizada, le había dejado desconcertado. Según su amigo buscaban a un gobernante maya muerto hacía catorce siglos que, para más datos, tenía algún tipo de conocimientos sobre naves espaciales. Definitivamente, pensó, esa historia empezaba a rozar el absurdo.

—No creo que Milas me mintiese —dijo, manipulando su teléfono—. Este lugar está relacionado con el chip de alguna forma. No olvides que el procesador es el centro de esta historia, lo único que debemos encontrar es la pieza del puzle que hará que todo encaje.

Lia le lanzó una mirada furibunda. No parecía que su explicación le hubiera resultado convincente.

—Es hora de ver si Lee ha hecho algún progreso —dijo localizando su nombre en la agenda—. Quizá pueda arrojar algo de luz en la investigación.

Como se imaginaba, Lia no dijo nada. Pulsó sobre el nombre de su compañero y tras unos instantes oyeron una voz alegre:

—¡Por fin sé algo de vosotros! —exclamó Chen—. Estaba preocupado: se rumorea que habéis estado en peligro; pero aquí nadie sabe nada. «Oficialmente» os habéis cogido unos días de vacaciones.

—Tranquilo, estamos bien, aunque nuestra situación dista mucho de poder ser considerada un viaje «de placer» —respondió Alex mirando de reojo a su compañera—. Lee, tengo una pregunta muy importante que hacerte.

—¡Y yo muchas cosas que contarte! —respondió el ingeniero—. Dime, pero tú primero, te noto preocupado.

Alex suspiró, pensando en cómo enfocar lo que quería preguntarle a Chen.

—Es algo complicado —dijo—. ¿Sabes lo que es la inteligencia intuitiva?

—Sí, claro —contestó Chen seriamente—. Es aquella que actúa de forma inconsciente e inmediata y que se suele basar en una mezcla de aprendizaje y… —hizo una larga pausa; en tono preocupado, añadió—: tú también lo has notado, ¿verdad?

Alex cerró los ojos, aliviado.

—¡Gracias a Dios, no soy el único! —exclamó—. Pensaba que me estaba volviendo loco. Entonces, ¿a ti también te ocurre?, ¿crees que tu inteligencia intuitiva se ha potenciado?

—¡Por supuesto! —dijo el ingeniero, y su voz también sonó más relajada—. Son solo pequeños detalles, como responder preguntas antes de que me las formulen, entregar cosas sin que me las hayan pedido aún… Nimiedades, vamos, ¡pero se han convertido en algo normal! ¡Yo también pensaba que me estaba sucediendo algo extraño! No sabes la alegría que me da saber que no soy el único.

¿Cosas nimias?
, se preguntó Alex. Sus intuiciones habían llegado incluso a salvarle la vida. Estaba claro que lo que fuera que les estaba afectando no lo hacía en igual medida.

—Pues duerme tranquilo, no eres el único al que le ocurre. Quizás a mí un poco más intensamente… —dijo Alex, intentando no parecer irónico—. Escucha, Lee: es posible que le suceda a todo el que ha estado en contacto con el procesador, así que es fundamental que averigüemos todo lo posible sobre este. Nosotros estamos siguiendo una pista relacionada con él, pero hay mucho trabajo que realizar, sobre todo en el laboratorio. ¿Has hecho las pruebas que te pedí?

—¡De eso quería hablarte! —dijo el ingeniero, alegre—. ¡Por supuesto que las he hecho! El problema son los resultados —Alex y Lia se miraron extrañados—: Verás, puse tu programa
Neo
a trabajar según tus indicaciones. Ya sabes que sus misiones eran, por un lado, trazar un mapa de la estructura del chip; y por otro, estudiar su respuesta a sobrecargas de peticiones, ¿no es así?

—Exacto. ¿Ha funcionado?

—Sí, perfectamente… —dijo el asiático dubitativo.

—¿Y qué es lo que ocurre con los resultados? —preguntó Alex.

—Ese es el problema: que no sé cómo interpretarlos.

Alex frunció el ceño. De reojo vio a Lia hacer un gesto de desesperación. Estaba de acuerdo con ella: aquel embrollo parecía infinito. Cada hallazgo les llevaba a nuevos problemas.

—Intenta explicármelo, Lee —le apremió.

—Empezaré por el final, ya que esto es más sencillo: cuando fuerzas al chip para que procese datos, termina devolviendo respuestas defectuosas. Así que llevabas razón.

—¿Entonces el chip es defectuoso? —le interrumpió Lia—. ¿Al forzarlo altera las respuestas?

Alex se sintió complacido al ver que por fin se confirmaba que llevaba razón. Sin embargo eso podía generar problemas, ya que ese hallazgo podía suponer unos descomunales problemas legales para la empresa que había desarrollado el procesador.
Un buen motivo para asesinar
, pensó.

—¡No, el chip funciona! —respondió Chen.

Todo el razonamiento interior de Alex se vino abajo de forma repentina.

—¿¡Qué!? —exclamó Lia.

—¡Lo que acabas de oír, el procesador responde a la perfección! —dijo el asiático—. ¡No parece tener límites en su capacidad de cálculo!

—No lo entiendo, Lee —dijo Alex—. Acabas de decir que el problema…

—¡Está en los datos que recibe! —le interrumpió Chen—. Si entre ellos hay alguno incoherente, ¡al ser procesado trillones de veces se magnifica! ¡Ese es el problema!

—Como, por ejemplo, ¿una idea vaga, inconsciente incluso, de suicidio? ¿Podría terminar amplificándose y hacerse consciente? —preguntó el neurólogo.

—¡Correcto! —exclamó el asiático—. Para solucionarlo tendríamos que generar un software para filtrar lo que el programa procesa. Nos llevará tiempo, pero ¡es posible!

Echando la cabeza hacia atrás Alex cerró los ojos. Pensó aliviado que, si eso era cierto, nadie en el laboratorio sería entonces culpable de las muertes, ni siquiera quienes habían entregado el misterioso chip. Lo cual era una enorme alegría, ya que eliminaba un posible interesado en acabar con sus vidas. El chip era la clave, se dijo. Pero no por ser defectuoso sino por el hecho de amplificar ideas subyacentes en las personas que lo utilizaban y que habían terminado sufriendo las consecuencias de sus propios pensamientos inconscientes.

La voz de Lia le sacó de su momentánea distracción:

—¿Y qué es lo que ha ocurrido al realizar el mapa de procesos del chip?

—¡Esa es la parte extraña! —dijo Chen, aún más excitado—. Te explico: ya sabes que la otra finalidad de
Neo
era realizar un mapa de procesos del chip para ver cómo funciona este, ¿no? Pues bien,
Neo
arroja como respuesta unos valores imposibles de interpretar. Siempre los mismos.

—Entonces es que no funciona correctamente —dijo Alex.

—Vuelves a confundirte —dijo el asiático—.
Neo
sí funciona. Lo he probado con varias decenas de chips.

—¿Seguro? —exclamó Alex


Neo
funciona —insistió Chen—. Pero los resultados de la estructura de ese chip son incoherentes, absurdos. Es decir, que lo
mapea
. Pero no sabemos interpretar qué es lo que hay ahí dentro.

—Pero eso es absurdo —protestó Alex—. Si eso ocurre, es porque o no funciona bien… o… ¡estamos intentando interpretar algo que se estructura de forma distinta a todo lo que conocemos!

—¡Esa tiene que ser la respuesta! —pronunció Chen alegremente—. Creo que a lo mejor ese chip…

Oyeron un sonido seco a través del altavoz. Alex miró la pantalla del teléfono, extrañado, y vio que la comunicación se había interrumpido. Eso no parecía normal. Miró a Lia preocupado e intentó llamar de nuevo. Nervioso, oyó cómo una voz le informaba de que el terminal se encontraba apagado o fuera de cobertura. A sabiendas de lo que iba a ocurrir, lo intentó dos veces más y no le sorprendió comprobar que el resultado fue el mismo. Vio el rostro de Lia, que reflejaba lo que él mismo sentía en ese momento: un intenso frío que le atravesaba todo el cuerpo. Sintió las gotas de sudor cayéndole por la espalda y la frente.

—¿Qué ha pasado? —preguntó Lia.

Él la miró, sin saber qué decir. Intuía que algo horrible acababa de suceder, pero no se atrevía a decirlo en voz alta.

Alex no podía saber que por mucho que dijera o hiciera, ya era imposible cambiar los hechos que acababan de acontecer a seis mil kilómetros: un ingeniero informático de origen asiático yacía sobre el suelo. A pesar de que tenía los ojos abiertos, no podía ver nada, y fue mejor así, ya que de haber podido hacerlo su última imagen en vida hubiera sido la de aquel charco de sangre sobre el que estaba tumbado. Y allí, desparramado sobre él, estaba la mayor parte de su cerebro.

—¿¡Qué está ocurriendo!? —la voz de Lia sonó angustiada.

Alex creyó saber lo que estaba sintiendo ella: un frío que se incrustaba en las venas y se resistía a salir del cuerpo. Un funesto presentimiento que, por su mirada, Lia también debía de estar percibiendo. Deseó que no fuera como consecuencia de ningún tipo de radiación. Si el chip era capaz de producir esas sensaciones como efectos inmediatos, no quería imaginar lo que podía sucederles a largo plazo.

—Yo también tengo una extraña sensación —dijo, intentando aparentar calma—. Pero eso no significa nada, lo único que sabemos es que el teléfono de Chen está desconectado, puede que se haya quedado sin batería. Debemos seguir adelante, le llamaremos más tarde.

Sus palabras no le sonaron convincentes ni a él mismo, pero parecieron surtir efecto en Lia. Decidió abrir su correo, donde encontró los emails que le había enviado Chen. Este había sido especialmente meticuloso, incluyendo los archivos de sus pruebas y las correspondientes explicaciones. Alex se dio cuenta de que esa información era terriblemente valiosa y la archivó en una de sus carpetas seguras. Hizo unas cuantas transferencias de archivos mientras intentaba seguir tranquilizando a Lia. Tras unos minutos miró el reloj y decidió llamar a Owl de nuevo. Apenas tuvo tiempo de decir nada antes de que su amigo comenzara a hablar apresuradamente:

—¡Tengo muchas cosas que contarte! —dijo, evidentemente excitado—. Pero antes de que se me olvide: debes actualizar el programa que usamos para hablar en cuanto colguemos, pues he mejorado el módulo de detección de intrusiones. Ahora es más seguro: si detectara que alguien está interceptando las comunicaciones, no te dejaría ni conectar conmigo.

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