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Authors: Carlos Castaneda

Tags: #Autoayuda, Esoterismo, Relato

Relatos de poder (9 page)

Dejó la ramada y se metió en el chaparral. Se de­tuvo frente a una mata, mostrándonos tres cuartos de perfil; al parecer orinaba. Tras un momento vi que algo le ocurría. Parecía tratar desesperadamente de orinar sin conseguirlo. La risa de don Juan me indicó que don Genaro había vuelto a las andadas.

Don Genaro contorsionaba su cuerpo en tan cómica manera, que nos puso prácticamente histéricos.

Don Genaro regresó a la ramada y tomó asiento. Su sonrisa irradiaba una insólita calidez.

—Si no se puede, pues no se puede —dijo alzando los hombros.

Luego, tras una pausa momentánea, añadió, sus­pirando:

—Sí, Carlitos, el doble es un sueño.

—¿Quiere usted decir que no es real? —pregunté.

—No. Quiero decir que es un sueño —repuso.

Don Juan intervino para explicar que don Genaro se refería a la primera manifestación del hecho de darnos cuenta de ser seres luminosos.

—Cada uno de nosotros es distinto, y por eso los detalles de nuestras luchas son distintos —dijo don Juan—. Pero los pasos que seguimos para llegar al doble son los mismos. Sobre todo los primeros pasos, que son confusos e inciertos.

Don Genaro estuvo de acuerdo, y comentó la incer­tidumbre del brujo en esa etapa.

—Cuando me pasó por primera vez, no supe lo que había pasado —relató—. Un día había estado reco­giendo plantas en los cerros y me había metido en un sitio que les tocaba a otros yerberos. Junté dos costalotes y ya estaba listo para irme a mi casa, cuan­do me dieron ganas de descansar un rato. Me acosté junto al camino, a la sombra de un árbol, y me que­dé dormido. Después oí gente que bajaba del monte y desperté. Al momento me escurrí y me escondí detrás de unas matas, al otro lado del camino muy cerca del sitio donde me había echado a dormir. Es­tando allí se me dio por pensar que me había olvidado algo. Miré a ver si tenía mis dos costales de plantas. No los tenía conmigo. Miré para el otro lado del camino, al lugar donde había estado dur­miendo y casi me lleva la chingada. ¡Yo seguía allí dormido! ¡Era yo mismo! Toqué mi cuerpo. ¡Yo era yo mismo! Ya para entonces, las gentes que bajaban del monte iban llegando a mí que estaba dormido, mientras yo que estaba bien despierto miraba desde mi escondite sin poder hacer nada. ¡Me lleva la chin­gada! Me van a encontrar allí, pensé, y me van a qui­tar mis costales. Pero las gentes pasaron junto a mí que dormía como si yo no estuviera allí.

—La visión fue tan vivida que me puse como loco. Grité y entonces volví a despertar. ¡Carajo! ¡Había sido un sueño!

Don Genaro cesó su recuento y me miró como es­perando una pregunta o un comentario.

—Dile dónde despertaste la segunda vez —dijo don Juan.

—Desperté junto al camino —dijo don Genaro—, donde me quedé dormido. Pero por un momento no supe bien dónde me encontraba en realidad. Casi puedo decir que me estaba viendo a mí mismo des­pertar cuando algo me jaló al otro lado del camino cuando ya estaba a punto de abrir los ojos.

Hubo una larga pausa. Yo no sabía qué decir.

—¿Y qué hiciste después? —preguntó don Juan.

Me di cuenta, cuando ambos echaron a reír, de que me hacía burla imitando mis preguntas.

Don Genaro siguió hablando. Dijo que se quedó atónito un momento v luego fue a verificar todo.

—El sitio donde me escondí era tal como lo había visto —dijo—. Y las gentes que pasaron se encontraban a corta distancia, bajando el cerro. Lo sé porque corrí cuestabajo siguiéndolos. Eran los mismos que había visto. Los seguí hasta que llegaron al pueblo. Han de haber creído que estaba yo loco. Les pregun­té si habían visto a mi amigo durmiendo junto al ca­mino. Todos dijeron que no.

—Ya ves —dijo don Juan—, todos pasamos por las mismas dudas. Nos da miedo volvernos locos, pero la desgracia es que, de a tiro, ya todos nosotros esta­mos locos.

—Pero tú eres un poquito más loco que nosotros dos —me dijo don Genaro, e hizo un guiño—. Y eres, como buen loco, más sospechoso.

Hicieron bromas sobre mi suspicacia. Luego, don Genaro volvió a hablar.

—Todos somos seres densos —dijo—. No eres el único, Carlitos. A mí el sueño me tuvo espantado unos días, pero entonces tenía que ganarme la vida y me ocupaba de muchas cosas y no me alcanzaba el tiempo para ponerme a pensar en el misterio de mis sueños. Y se me olvidó la cosa. Yo era muy parecido a ti.

—Pero un día, meses más tarde, después de una ma­ñana de mucho trabajo me quedé dormido como una piedra en la media tarde. Acababa de empezar a llo­ver y me despertó una gotera. Salté de la cama y trepé al techo para arreglarla antes de que se hiciera un chorro. Me sentía tan bien y con tanta fuerza, que acabé en un minuto y ni siquiera me mojé mu­cho. Pensé que el sueñito que había echado me hizo bien. Cuando terminé, volví a la casa para comer algo, y me di cuenta de que no podía tragar. Pensé que estaba enfermo. Junté unas hojas y raíces, las machuqué y me hice un emplasto en la garganta y fui a acostarme. Y otra vez, al llegar a mi cama, casi se me caen los calzones. ¡Yo estaba allí en la cama dormi­do! Quise sacudirme y despertarme, pero yo sabía que no era eso lo que uno debía hacer. Así que salí corriendo de la casa, despavorido. Anduve sin rumbo por el monte. No tenía ni la menor idea a dónde iba, y aunque había vivido allí toda mi vida, me per­dí. Andaba en la lluvia y ni la sentía. Parecía coipo si no pudiera pensar. Entonces el rayo y el trueno se hicieron tan fuertes que desperté otra vez.

Hizo una pausa.

—¿Quieres saber dónde desperté? —me preguntó.

—Claro —contestó don Juan.

—Desperté en el monte, en la lluvia —dijo él.

—¿Pero cómo supo usted que había despertado? —pregunté.

—Mi cuerpo lo supo —respondió.

—Esa pregunta fue idiota —terció don Juan—. Tú mismo sabes que algo en el guerrero se da cuenta siempre de cada cambio. La meta del camino del guerrero es precisamente cultivar y mantener ese sen­tido de darse cuenta. El guerrero lo limpia, lo pule y lo tiene siempre funcionando.

Tenía razón. Hube de admitir hallarme al tanto de ese algo que en mí registraba y conocía todas mis acciones. No tenía nada que ver con la habitual con­ciencia de mí mismo. Era otra cosa que yo no podía precisar. Les dije que tal vez don Genaro pudiera des­cribirlo mejor.

—Tú lo haces muy bien —dijo don Genaro—. Es la voz de adentro que te dice qué es lo qué es. Y aquella vez me dijo que yo había despertado por segunda vez. Claro, apenas desperté quedé convencido de que había estado soñando. Por lo visto este no ha­bía sido un sueño ordinario, pero tampoco había sido propiamente soñar. Me conformé con otra explica­ción: me dije que había andado dormido o medio des­pierto, supongo. No había para mí ningún otro modo de entenderlo.

Don Genaro dijo que su benefactor le explicó que no era un sueño lo experimentado, y que tampoco debía insistir en creerlo sonambulismo.

—¿Qué cosa le dijo que era? —pregunté.

Cambiaron miradas.

—Me dijo que era el coco —repuso don Genaro, adoptando el tono de un niño pequeño.

Les aclaré que deseaba saber si el benefactor de don Genaro explicaba las cosas del mismo modo que ellos.

—Claro que sí —dijo don Juan.

—Mi benefactor me explicó que el sueño en el que uno se veía durmiendo —prosiguió don Genaro— era la hora del doble. Me aconsejó que, en vez de mal­gastar mi poder en dudas y preguntas, usara esa opor­tunidad para actuar, y que estuviera preparado para cuando llegara otra ocasión.

—La siguiente me tocó en la casa de mi benefactor. Yo lo estaba ayudando con el trabajo de casa. Me ha­bía acostado a descansar y, como de costumbre, me dormí profundamente. Su casa era definitivamente un sitio de poder para mí, y me ayudó. Un gran rui­do me sacudió de pronto y me despertó. La casa de mi benefactor era grande. Era un hombre muy rico y mucha gente trabajaba para él. El ruido parecía ser el de una pala cavando grava. Me senté a escuchar y luego me levanté. El ruido me inquietaba mucho, pero yo no sabía la causa. Pensaba si salir a ver cuan­do me di cuenta de que estaba dormido en el piso. Esta vez sabía qué esperar y qué hacer, y seguí el ruido. Caminé por toda la casa hasta llegar a la parte de atrás. Allí no había nadie. El ruido parecía venir de más lejos. Yo lo fui siguiendo. Mientras más lo se­guía, más rápido podía moverme. Fui a dar muy lejos y vi cosas increíbles.

Explicó que en la época de esos eventos se hallaba aún en las etapas iniciales de su aprendizaje y había incursionado muy poco en «soñar», pero tenía una facilidad extraña para soñar que se miraba a sí mismo.

—¿A dónde fue usted a dar, don Genaro? —pre­gunté.

—Esa era realmente la primera vez que me movía al soñar —dijo—. Pero ya sabía lo suficiente para portarme correctamente. No fijé la vista directamen­te en nada y fui a parar a una cañada muy honda donde mi benefactor tenía sus plantas de poder.

—¿Cree usted que es mejor si uno casi no sabe nada de soñar? —pregunté.

—¡No! —intervino don Juan—. Cada uno de noso­tros tiene facilidad para algo en particular. La faci­lidad de Genaro es para soñar.

—¿Qué vio usted en las cañada, don Genaro? —pre­gunté.

—Vi a mi benefactor haciendo maniobras peligrosas con unas gentes. Pensé que yo estaba allí para ayu­darlo y me escondí detrás de unos árboles. Pero así como yo andaba en ese entonces no habría podido ayudar a nadie. De todos modos, yo no era tonto, y me di cuenta de que la escena esa era para mirarla de lejos y no para actuar en ella.

—¿Cuándo y cómo y dónde despertó usted?

—No sé cuándo desperté. Han de haber pasado ho­ras enteras. Lo único que sé es que seguí a mi bene­factor y los otros hombres, y cuando iban llegando a la casa de mi benefactor el ruido que hacían, porque andaban peleándose casi a puños, me despertó. Esta­ba en el sitio donde me vi dormido.

—Al despertar, me di cuenta de que todo eso que ha­bía visto y hecho no era un sueño. En verdad me había ido bastante lejos, guiado por el sonido.

—¿Estaba su benefactor al tanto de lo que usted hacía?

—Seguro. Él fue el que estuvo haciendo ruido con la pala para ayudarme a cumplir mi tarea. Cuando entró en la casa me regañó de mentira por haberme dormido y por eso supe que me había visto. Después, cuando se fueron sus amigos, me dijo que había no­tado mi brillo oculto entre los árboles.

Don Genaro dijo que esos tres casos lo pusieron en el camino de «soñar», y que tardó quince años en re­cibir la oportunidad siguiente.

—La cuarta vez fue una visión más rara y más com­pleta —dijo—. Me hallé dormido enmedio de un sembrado. Me vi echado de costado, profundamente dormido. Supe de inmediato que eso era soñar, por­que me había propuesto hacerlo cada noche que me iba a dormir. Por lo general, todas las veces que yo me había visto a mí mismo dormido, estaba en el sitio donde me había echado a dormir. Esta vez no es­taba en mi cama, y sabia que me había acostado en mi cama esa noche. En este soñar era de día. Así que me puse a explorar. Me alejé del sitio donde estaba yo echado y me orienté. Supe dónde me encontraba. Andaba en realidad no muy lejos de mi casa, capaz a unos tres kilómetros. Caminé por allí, mirando cada detalle del sitio. Me paré a la sombra de un gran ár­bol, a poca distancia; con la vista, crucé una franja de llano y miré una milpa en la ladera del cerro. En ese momento noté algo muy raro: los detalles del paisaje no cambiaban ni desaparecían por más que les clavara la vista. Me asusté y volví corriendo al sitio donde dormía. Yo seguía allí, exactamente como ha­bía estado antes. Empecé a observarme. Sentía una horrible indiferencia hacia —el cuerpo que miraba.

—Entonces oí el sonido de risas de gente que se acer­caba. La gente siempre me anda encima. Subí corrien­do una lomita y observé cuidadosamente desde allí. Diez personas venían al campo donde yo estaba. To­dos eran muchachos jóvenes. Corrí al sitio donde es­taba dormido y pasé los momentos más angustiosos de mi vida, mirándome allí tirado, roncando como cerdo. Sabía que tenía que despertarme, pero no tenía idea de cómo hacerlo. Sabía también que era cosa de muer­te despertarme yo mismo. Pero si aquellos muchachos me encontraban allí, se iba a armar un gran pleito. Todas esas deliberaciones que pasaban por mi mente no eran en realidad pensamientos. Más bien eran es­cenas frente a mis ojos. Mi preocupación, por ejem­plo, era una escena en la cual yo me miraba a mí mis­mo mientras tenía la sensación de estar encajonado. Llamo a eso preocuparse. Me ha pasado eso muchas veces desde aquella primera vez.

—Bueno, como no sabía qué hacer me quedé mirán­dome a mí mismo, dormido, esperando lo peor. Un montón de imágenes fugaces pasaron frente a mis ojos. Me agarré a una en particular, la imagen de mi casa y mi cama. La imagen se hizo muy clara. ¡Ca­ramba, cómo quería yo estar de vuelta en mi cama! Algo me dio un sacudón entonces; sentí como si al­guien me golpeara y desperté. ¡Estaba en mi cama! Por lo visto esto había sido soñar. Me levanté de un salto y corrí al sitio de mi soñar. Era tal como lo había visto. Los muchachos estaban allí trabajando. Los observé por un largo rato. Eran los mismos que había visto antes.

—Regresé al mismo lugar al fin del día, cuando ya todos se habían ido, y me paré en el sitio exacto don­de me vi dormido. Alguien se había echado allí. Las yerbas estaban aplastadas.

Don Juan y don Genaro me observaban. Parecían dos extraños animales. Sentí un escalofrío en la espal­da. Estaba a punto de entregarme al muy racional miedo de que no eran en realidad hombres como yo, pero don Genaro echó a reír.

—En aquellos días —dijo— yo era igual que tú, Carlitos. Quería confirmarlo todo. Era tan desconfia­do como tú.

Hizo una pausa, alzó el dedo y lo sacudió en mi di­rección. Luego encaró a don Juan.

—¿A poco no eras tú tan desconfiado como este su­jeto? —preguntó.

—Ni modo —dijo don Juan—. Éste es el campeón.

Don Genaro se volvió hacia mí e hizo un gesto de disculpa.

—Creo que me equivocaba —dijo—. Yo tampoco era tan desconfiado como tú.

Rieron suavemente, como si no quisieran hacer ruido. El cuerpo de don Juan se convulsionaba de risa contenida.

—Éste es un sitio de poder para ti —dijo don Genaro en un susurro—. Te has roto los dedos escri­biendo ahí donde estás sentado. ¿Has hecho alguna vez la prueba de echarte a soñar a toda máquina aquí?

—No, nunca lo ha hecho —dijo don Juan en voz baja—. Aquí él nomás ha escrito a toda máquina.

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