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Authors: Charlotte Link

Tags: #Intriga, #Policíaco

Tengo que matarte otra vez (12 page)

Gavin jamás había tenido problemas con las mujeres. No era un tipo del que ellas salieran huyendo. En su caso, de alguna forma todo había sido bastante normal, discreto. Gavin era mediocre en todos los sentidos. Samson sabía que la mayoría de las personas se habrían enfadado al ser calificadas como mediocres. Pero toda esa gente no tenía ni idea de lo que era fracasar en todo y que todos te pisotearan. No sabían lo que era estar por debajo de la media.

—Tu dueña me parece muy guapa —le dijo a Jazz—. No me gusta tanto como Gillian, pero Gillian ya está casada.

Jazz emitió un suspiro sordo y Samson le acarició la cabeza.

—Tu dueña ni siquiera sabe que existo. Pero tal vez eso cambie hoy mismo. De verdad, no tengas miedo, esta noche la verás de nuevo.

Habían llegado al aparcamiento del club de golf. Solo había un coche, el resto de las plazas estaban vacías, puesto que aún era muy temprano y hacía mucho frío. Samson se atrevió a acercarse al local del club. Todas las ventanas estaban a oscuras, no había nadie. En la puerta, un gran cartel anunciaba una fiesta navideña que tendría lugar el sábado siguiente en el club. Unas grandes letras de color rojo chillón indicaban que lo organizaba el conocido abogado londinense Logan Stanford. El plato fuerte de la fiesta sería una tómbola benéfica a favor de los niños rusos que vivían en la calle.

Samson conocía a Logan Stanford. No lo conocía personalmente, claro, pero sabía quién era por las revistas de cotilleos que tanto le gustaba leer a Millie y que iba dejando por toda la casa. Stanford era un abogado muy reputado, que se codeaba con los más ricos y poderosos del país, se decía que incluso con Downing Street. Había dos cosas que no le faltaban: dinero e influencia. Y era conocido por los continuos actos de beneficencia que organizaba por todo el país. Lo llamaban «el Caritativo» y la verdad es que le hacía justicia. Reunía grandes sumas de dinero y las ponía al servicio de los más necesitados del mundo y, sin embargo, Samson no podía evitar mirarlo con reticencia cada vez que lo veía en las páginas del
Hello
! En su opinión, Stanford impostaba esa mirada pensativa que escondía a un verdadero ególatra. Igual que sus invitados… Todas esas caras con la piel estirada y los rasgos deformados por el
bótox
, esos lujosos trajes de noche, esas joyas brillantes, champán hasta decir basta. La
society
, por encima de todo celebraba lo encantada que estaba de conocerse, pero a fin de cuentas era indiscutible que conseguían reunir dinero para aquellos a quienes las cosas no les iban tan bien como a la clase alta británica.

—Ya, ¿y qué? —le había dicho Millie una vez en la que Samson había expresado su malestar al respecto—. ¿Dónde está el problema? Al menos hacen algo. Pasándoselo bien no molestan a nadie, ¿no?

La verdad era que él no había sabido decir a quién podrían molestar con eso. Tal vez era la sensación de que a esa gente no les importaba tanto la miseria en el mundo como la imagen que proyectaban. Quizá lo que pasaba era que él no era capaz de ver la conexión entre los problemas de los niños de la calle en Rusia y las esposas operadas de la flor y nata de la sociedad inglesa.

Pero tal vez en realidad todo eran tonterías. Al fin y al cabo, quizá lo único importante era el resultado y no llevaba a ninguna parte preguntarse si todos los que participaban en ello en realidad se dedicaban a esos actos de beneficencia de todo corazón y plenamente convencidos. En ese sentido, Millie tenía razón: al menos hacían algo.

Samson estuvo vagabundeando un rato por los alrededores del local social y por el aparcamiento del club antes de atreverse a tomar el camino que bajaba hasta el río. Naturalmente, corría el riesgo de encontrarse con la dueña de Jazz, que probablemente estaría fuera de sí, pero de todos modos no podía pasarle nada: le diría que había capturado al perro y que estaba llevándolo hasta su casa.

Llegó a la playa sin más contratiempos. La arena estaba húmeda y la niebla formaba nubes oscuras por encima del agua. Los graznidos de las gaviotas sonaban atenuados. Ya no hacía tanto frío como durante los días anteriores, pero para Samson la humedad era todavía peor. Atravesaba la ropa con insidia y le calaba los huesos. No solo le helaba el cuerpo, sino que además se lo roía literalmente por dentro.

Pasearon por la playa y pasaron de largo junto a las casetas de baño vacías, con sus fachadas de colores y las decoraciones de madera de los tejados. No encontraron a nadie. Jazz parecía haberse conformado con la situación. Trotaba junto a Samson, de vez en cuando olfateaba las porquerías que el río había llevado hasta la orilla y, cuando algo le parecía especialmente interesante, levantaba una pata delantera. Parecía de buen humor.

A Samson le entraron ganas de darse de tortas por no haber pensado en aparcar el coche por los alrededores para, dado el caso, poder calentarse dentro. Era un idiota. Se había propuesto esperar hasta la tarde antes de devolver a Jazz. Cuanto más nerviosa y asustada estuviera la dueña del perro, más agradecida se mostraría. Pero hasta entonces, Samson ya habría pillado una buena gripe.

Tan inteligente como siempre, pensó Samson. Típico de mí.

Tras un rato que le pareció eterno, llegaron al cabo en el que el Támesis daba paso al mar del Norte. Allí, en Shoeburyness, entre las estupendas playas y prados, había viejas fortificaciones con las que Inglaterra había intentado defenderse de una posible invasión alemana durante la guerra. Samson conocía bien la zona. Gavin y él habían jugado mucho por allí de niños, a pesar de que quedaba bastante alejada de la bahía de Thorpe. Gavin siempre iba con sus amigos y se llevaban a Samson, porque su madre insistía en ello. El resto de los niños se quejaban pero, aunque fuera de mala gana, acababan aceptándolo. Samson aprendió muy pronto lo que significaba que no te quisieran. Que no te aceptaran.

Todavía pensaba en lo que acababa de contarle a Jazz en el club de golf, a pesar de que le parecía que habían pasado horas desde entonces. Que su dueña le parecía muy guapa. ¿Por qué había sentido la necesidad de explicárselo a Jazz? ¿Porque en realidad no era eso lo que sentía?

Bueno, no se podía decir que no fuera guapa. Pero a decir verdad su aspecto tampoco lo volvía loco. Y no era una mujer en la que pensara a todas horas. Cuando estaba en la cama de noche y pasaba el rato mirando el techo, no creía reconocer su tenue figura en el brillo de las farolas que iluminaban la calle frente a su ventana. Simplemente era la única mujer del barrio que tenía más o menos la misma edad que él y que, al parecer, no tenía ninguna relación estable. Por supuesto, en ese punto Bartek arquearía las cejas de nuevo y le preguntaría por qué demonios tenía que limitarse de ese modo. ¿Por qué la única mujer adecuada que había descubierto en sus incursiones callejeras representaba la única mujer del mundo con la que le parecía concebible tener una relación? Bartek empezaría a hablar de nuevo sobre Internet y las posibilidades que ofrecía. Muy listo, como si Samson no hubiera podido llegar a esa conclusión por sí mismo. Incluso había conocido a un par de mujeres de ese modo. Pero lo que recordaba de aquellos encuentros era que habían sido especialmente laboriosos, algunos de ellos incluso penosos. No tenía ni idea de cómo fascinar a una mujer y tras unos minutos se había dado cuenta de que la persona que tenía delante se estaba aburriendo. Eso agravaba todavía más su tartamudeo y acababa recurriendo a los temas de conversación más inverosímiles. Y en cuanto las mujeres se daban cuenta de que todavía vivía con su hermano y su cuñada, tomaban las de Villadiego enseguida. El hecho de que estuviera en el paro, además, tampoco mejoraba precisamente las cosas.

Se habían marchado de la playa, habían cruzado el gran aparcamiento que tanto se llenaba en verano y tan vacío estaba ese día y se habían dirigido hacia el interior hasta llegar al Gunners Park, una gran extensión que, a pesar de los numerosos senderos que la recorrían, mantenía aún su estado original. Prados, campos, bosquecillos, pero también amplias extensiones de hierba expuestas a los vientos procedentes del mar del Norte. El parque, que en algunas partes estaba restringido al público, era una reserva natural y un lugar de incubación para innumerables tipos de aves. También gozaba de bastante popularidad entre los excursionistas de la región. Samson recordaba haber hecho varias excursiones escolares que siempre habían terminado con una barbacoa. Clavaban una salchicha en el extremo de un palo y la sostenían por encima de las llamas, abrían los recipientes de plástico con ensalada de patata y los botellines con zumo de naranja. Los chicos se divertían y disfrutaban del día, todos menos Samson, que siempre deseaba que aquello terminara rápido debido a la soledad que sentía entre tanta alegría colectiva. Solía sentarse solo con la mochila que con tanto esmero y cariño le había preparado su madre. Por la manera como le preparaba el equipaje para esas excursiones, Samson notaba lo mucho que su madre lo quería y cuánto llegaba a desear esta que su hijo lo pasara bien yendo de excursión. Pero la influencia de su madre fue decayendo con el tiempo. Cuando era pequeño, todavía había podido asegurarse de que los demás niños le hacían caso, pero más adelante, ya en la escuela secundaria, ese control se había tambaleado, hasta que se convirtió en un adolescente con la cara llena de granos y dejó de funcionar definitivamente. Y con las chicas no le había ido bien en absoluto.

Se sentó en un banco. Jazz se acurrucó junto a sus pies. La niebla los envolvió por todos los lados e impidió que Samson pudiera gozar de las vistas. El mar había desaparecido por alguna parte tras ese velo grueso y húmedo.

Samson pensó en Gillian Ward.

De hecho, desde hacía un tiempo no hacía más que pensar en Gillian Ward y además pensaba en ella como si no se tratara de una mujer casada. El día anterior había estado rondando cerca de su casa. Había visto que una amiga había acudido a visitarla y había aprovechado para observarla furtivamente un momento. Desde entonces pasaba casi todo el tiempo pensando solo en Gillian.

—Jamás intentaría convertirla en mi esposa —le dijo a Jazz—, porque ya está casada y tiene una hija. Los Ward son una familia de película. Una familia como esa no debe destruirse.

Jazz inclinó la cabeza como si intentara comprender lo que Samson le estaba contando.

Una familia de ensueño…

Samson había sufrido un susto de muerte cuando había visto entrar a Gillian en el Halfway House el viernes por la noche. ¿Qué estaba haciendo allí? ¡Sin su familia! ¿Y quién era el tipo que la acompañaba? Samson no lo conocía, no lo había visto jamás cerca de la familia Ward. A primera vista, no podría haberle caído peor, por lo que intentó analizar esa antipatía de un modo hasta cierto punto objetivo. ¿Eran simples celos? ¿O la envidia que sentía por el hombre que acompañaba a Gillian tenía más que ver con el hecho evidente de que se trataba de uno de esos tipos que solo tienen que chasquear los dedos para llevarse a cualquier mujer a la cama? ¿O realmente había algo en él que hubiera despertado las suspicacias en Samson? ¿Algo sucio, algo turbio? ¿Algo insincero? Así es como Samson habría definido a ese hombre, aunque tampoco quería ser injusto con él. Estaba sentado en el pub con la mujer que él anhelaba, con la que le habría gustado salir. Como mínimo, en sus fantasías, porque en la realidad le temblaban las piernas con solo pensarlo. Porque Samson estaba convencido de que no sería posible compartir mesa con ella, charlar y tomar una copa de vino sin que se diera cuenta de lo miserable que él era, de que no era ni gracioso ni excitante; de que a menudo tropezaba con su propia lengua al hablar; de que tartamudeaba y de que era incapaz de contar algo con gracia. Siempre que había tenido una cita con alguna mujer, Samson las había visto bizquear con discreción para consultar el reloj o esforzarse, con más o menos éxito, para reprimir un bostezo. Eso siempre le había provocado sudores y había despertado todavía más dudas en él. Con Gillian eso no podía sucederle, de lo contrario la única opción posible sería el suicidio.

Por consiguiente, de momento lo que tenía que hacer era pensar en la dueña de Jazz. A ver cómo salían las cosas con ella. ¡Ojalá no faltara tanto! Consultó el reloj, eran las nueve de la mañana. No quería presentarse en su casa antes del anochecer.

Maldijo la idea que había tenido. Lo más probable era que al final tampoco consiguiera nada de todos modos.

2

Millie había terminado el turno a las doce en punto y emprendió el camino de vuelta a casa enseguida. No se quedaba ni un segundo más de lo necesario en la residencia geriátrica en la que trabajaba. No soportaba el olor que se respiraba allí dentro, el aspecto de aquellos ancianos llenos de achaques, las frases incoherentes del parloteo sin sentido de los enfermos de demencia. Los largos pasillos, el odioso suelo de linóleo. La visión de los grandes carros con los que ya por la mañana transportaban las bandejas del almuerzo a las habitaciones. A Millie, la comida de la residencia le parecía tan horrorosa que, ya en casa, a menudo era incapaz de comer nada más durante el resto del día, se le revolvían las tripas al pensar en el contenido de los platos y tazas de plástico. Al menos eso la ayudaba a mantener la línea, tal vez eso fuera lo único bueno de su trabajo. Envejecía a cámara rápida y era consciente de ello, pero al menos tenía buen tipo. En ocasiones se pasaba más de una hora mirándose en el espejo del dormitorio para evitar caer en una depresión. Contemplar su cuerpo enfundado en unos vaqueros estrechos y un top ajustado la ponía de buen humor de nuevo al menos durante un rato.

Tenía que coger el tren de Tilbury a Thorpe Bay. Gavin y ella solo podían permitirse tener un único coche y la mayoría de las veces era Gavin quien lo utilizaba, porque de lo contrario tendría que levantarse todavía más temprano para empezar su turno de mañana con puntualidad. A Millie la irritaba mucho el hecho de que Samson tuviera coche propio y pese a todo no lo utilizara casi nunca. Se preguntaba qué demonios debió de haberle pasado por la cabeza a su suegra para haberle dejado en herencia el coche a ese fracasado. Gavin le había dicho que su madre había tenido una relación muy estrecha con Samson, que ella siempre se había creído en la obligación de cuidarlo y protegerlo de un modo especial.

—Siempre se preocupaba por él. Siempre solo, siempre retraído. Daba igual lo que hiciera, por algún motivo no le salía nada bien, siempre ha sido muy torpe. Siempre, ya desde el parvulario. Antes de morir, lo que más angustiaba a nuestra madre era pensar qué sería de Samson.

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