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Authors: Agatha Christie

Tags: #Intriga, #Policiaco

Un triste ciprés (9 page)

Carta de mister Seddon, de la razón social Seddon, Blatherwick y Seddon, a miss Elinor Carlisle. 20 de julio.

104 Bloomsbury Square.

Distinguida señorita:

Creo sinceramente que debe usted aceptar la oferta del mayor Somervell. Doce mil quinientas libras es una bonita suma, y las grandes propiedades son extremadamente difíciles de vender en estos tiempos. La condición principal es entrar inmediatamente en posesión de la finca, y como ha llegado a mis oídos que el citado mayor ha visto varias propiedades de los alrededores, me permito aconsejarle que acepte lo más pronto posible.

El presunto comprador desea tomar la casa amueblada por tres meses, y durante ese plazo podrán formalizarse los requisitos legales y efectuar la venta.

En lo que se refiere al guarda Gerrard y su pensión, me dice el doctor Lord que el pobre anciano se encuentra gravemente enfermo y que no es probable que viva más de un mes.

Aunque todavía no se ha resuelto nada, he adelantado cien libras a miss Mary Gerrard, de acuerdo con sus deseos.

De usted atto., s. s.,

Edmund Seddon.

Carta del doctor Lord a miss Elinor Carlisle. 24 de julio.

Distinguida señorita:

El anciano Gerrard ha fallecido hoy. ¿Podría serle útil en alguna otra cosa? Me he enterado de que ha vendido usted su posesión al mayor Somervell.

La saluda atentamente,

Peter Lord.

Carta de Elinor Carlisle a Mary Gerrard. 25 de julio.

Querida Mary:

Con gran sentimiento me entero hoy del fallecimiento de su pobre padre.

El mayor Somervell desea comprar Hunterbury. Está ansioso por entrar inmediatamente en posesión de la casa. Yo iré por ésa a recoger los papeles de mi tía y a hacer una limpieza general. ¿Querrá hacerme el favor de recoger los efectos de la propiedad de su difunto padre del pabellón lo más pronto posible?

Espero que su salud vaya perfectamente y no encuentre demasiado fatigoso el aprendizaje del masaje.

Un saludo de su affma.,

Elinor Carlisle.

Carta de Mary Gerrard a la enfermera Hopkins. 25 de julio.

Querida enfermera Hopkins:

Le agradezco mucho lo que me escribe acerca de mi pobre padre. Me consuela pensar que no sufrió demasiado. Miss Elinor me escribe diciéndome que ha vendido Hunterbury y que desea que desocupe el pabellón lo más pronto posible. ¿Podría usted alojarme si fuese mañana al funeral? En caso afirmativo, no se moleste en responderme.

Muy afectuosamente,

Mary Gerrard

Capítulo VII
-
«La muchacha está muriéndose»
1

Elinor Carlisle salió del King's Arms en la mañana del jueves 27 de julio y permaneció durante un par de minutos ojeando de arriba abajo la calle principal de Maidensford.

De pronto, con una exclamación de alegría, cruzó la calle.

No había error posible. Aquella figura elevada y digna, que se semejaba a un galeón con velas desplegadas, no podía ser más que el ama de llaves.

—¡Mistress Bishop!...

—¡Caram..., miss Elinor!... ¡Qué sorpresa!... ¡Ignoraba que estuviese usted por aquí! Si hubiese sabido que se proponía visitar Hunterbury, la habría esperado en la casa. ¿Quién la atenderá?... ¿Ha traído a alguien de Londres?...

Elinor movió la cabeza.

—No pienso alojarme en la casa. Me hospedo en el King's Arms.

Mistress Bishop miró al edificio que se alzaba frente a ella.

—Tengo entendido que no se está mal ahí. Hay aseo, y la cocina es buena. Pero no es eso a lo que está usted acostumbrada, señorita.

Elinor repuso, sonriente:

—Estoy bastante cómoda. Además, no estaré más que un día o dos. Tengo que sacar varias cosas de la casa: todos los efectos personales de mi tía y varios muebles que me gustaría tener en Londres.

—¿Ha vendido ya la casa, entonces?

—Sí. A un señor llamado Somervell. Nuestro nuevo diputado. Como usted sabe, ha muerto sir George Karr, y este caballero ha resultado elegido.

—Hasta ahora no habíamos tenido en Maidensford más que un diputado conservador —arguyó mistress Bishop.

Elinor añadió:

—Me complace que el comprador de la casa piense vivir en ella. Me habría dado pena que la hubiese convertido en un hotel o la hubiera derribado para volver a edificar de nuevo.

Mistress Bishop cerró los ojos y toda su aristocrática humanidad se estremeció. Opinaba exactamente como Elinor.

—Sí. Habría sido terrible. Ya es lamentable que Hunterbury pase a manos extrañas.

Elinor repuso:

—Tiene usted razón; pero es una casa demasiado grande para vivir... sola en ella.

Mistress Bishop exhaló un suspiro.

Elinor se apresuró a decir:

—Quería preguntarle a usted... ¿Tiene interés por alguno de los muebles? Me causaría un gran placer que lo aceptara usted a título de recuerdo.

El rostro de mistress Bishop irradió satisfacción.

—Bien, miss Elinor..., es usted extraordinariamente amable. Si me atreviese...

Se detuvo, cohibida.

Elinor la animó:

—¡Atrévase!

—Pues bien... Siempre he admirado enormemente el
secrétaire
que hay en la sala de dibujo. ¡Es tan precioso!

Elinor recordó el mueble. Una obra ostentosa de marquetería. Asintió.

—Es suyo, mistress Bishop. ¿No quiere nada más?

—¡Oh, no, miss Elinor; es usted muy generosa!

Elinor dijo:

—Hay algunas sillas del mismo estilo que el
secrétaire
. ¿Le gustarían?

Mistress Bishop aceptó las sillas con un balbuceo de reconocimiento. Luego declaró:

—Ahora estoy alojada en el domicilio de mi hermana. ¿Puedo ayudarla en algo allí, en la casa, miss Elinor? Iré con usted si lo desea.

Elinor respondió:

—Se lo agradezco mucho, mistress Bishop, pero no es necesario. Lo que he de hacer no requiere ayuda. Se está mejor sola.

Mistress Bishop repuso:

—Como usted quiera, señorita.

Luego prosiguió:

—La hija de Gerrard está aquí. Ayer tuvo lugar el entierro. Se aloja en casa de miss Hopkins. He oído decir que piensa ir hoy mismo al pabellón.

Elinor asintió con la cabeza.

Dijo:

—Sí. Yo misma le pedí que viniese a recoger todo lo perteneciente a su padre. El mayor Somervell quiere venir a vivir en seguida.

—Ya veo.

Elinor dio un paso atrás.

—Bien, mistress Bishop, tengo que marcharme. Me alegro mucho de verla. Ya tendré en cuenta lo del
secrétaire
y las sillas.

Estrechó la mano de la antigua ama de llaves y se despidió.

Se dirigió a la panadería y compró un pan. Luego adquirió en la quesería una libra de manteca y cierta cantidad de leche.

Finalmente, entró en la casa del tendero.

—Desearía pasta para emparedados.

—En seguida, miss Carlisle —el mismo mister Abbot se dispuso a atenderla, dando un codazo a su dependiente—. ¿Qué prefiere? ¿Salmón y camarones? ¿Pavo y lengua? ¿Salmón y sardinas? ¿Mermelada y lengua?

Al mismo tiempo fue sacando bote tras bote y alineándolos sobre el mostrador.

Elinor dijo con leve sonrisa:

—A pesar de su denominación, yo creo que tienen todos el mismo gusto.

Mister Abbot asintió inmediatamente.

—Sí, en efecto; en cierto modo, sí. Pero son muy sabrosos, muy sabrosos.

Elinor declaró:

—Es peligroso ingerir esas pastas de pescado. Se han dado muchos casos de envenenamiento por su causa.

Mister Abbot adoptó una expresión de horror.

—Puedo asegurarle a usted que este surtido es excelente... y de confianza. Jamás hemos recibido queja alguna.

Elinor dijo:

—Déme uno de salmón y anchoas y otro de salmón y camarones. Gracias.

2

Elinor Carlisle penetró en los dominios de Hunterbury por la puerta posterior.

Era un día de estío, claro y caluroso. Veíanse los guisantes de olor en flor. Elinor pasó rozando una fila de ellos. El ayudante del jardinero, Horlick, que había permanecido en su puesto para cuidar el jardín, la saludó respetuosamente:

—Buenos días, señorita. Recibí su carta. Encontrará abierta la puerta lateral. He descorrido las persianas y he dejado abiertas la mayoría de las ventanas.

Elinor dijo:

—Gracias, Horlick.

Cuando la joven se alejaba, el muchacho corrió tras ella diciendo nerviosamente, mientras que la nuez ascendía y descendía en su garganta en forma espasmódica:

—Perdóneme, señorita...

Elinor se volvió.

—¿Qué desea?

—¿Es verdad que ha vendido la casa?... Es decir..., ¿han cerrado ya la venta?

—Sí.

Horlick continuó, tartamudeando:

—Desearía..., señorita..., que usted... me... recomendara al ma...yor Somervell. Necesitará un... jardinero..., sin duda... Tal vez crea que yo soy todavía demasiado joven... para ser... jardinero... pri... me... ro... Pero, como usted sabe, he estado al servicio de mister Stephens durante cuatro años y puedo arreglármelas muy bien yo solo con todo este jardín...

Elinor prometió:

—Haré lo que pueda por usted, Horlick. De todas formas, tenía la intención de elogiar sus conocimientos de jardinería ante el nuevo dueño de Hunterbury.

El rostro de Horlick adquirió la tonalidad de la púrpura.

—Muchas gracias, señorita. Es usted muy bondadosa. Me ha quitado usted un peso de encima. Ya ve: la muerte repentina de su señora tía... y la venta de Hunterbury me tenían muy preocupado... Además, pienso casarme el próximo otoño y... querría asegurarme...

Se interrumpió.

Elinor dijo amablemente:

—Espero que el mayor Somervell aceptará sus servicios. Confíe en que yo haré todo cuanto esté en mi mano.

—Gracias, señorita... Todos esperábamos que la finca sería conservada por la familia... Gracias, señorita.

Elinor se alejó.

De pronto, como el vapor de una caldera que estalla, una ola de cólera, de resentimientos indescriptibles, la inundó: «Todos esperábamos que la finca sería conservada por la familia...»

Roddy y ella debían haber vivido allí.
¡Roddy y ella!

...A Roddy le habría gustado. Y ella habría vivido en aquella casa por amor a Roddy. Ambos habían amado siempre Hunterbury... ¡Querido Hunterbury!... En los años que precedieron a la muerte de sus padres, cuando éstos estuvieron en la India, ella venía a pasar allí sus vacaciones, había jugado en el bosque, vadeando los arroyuelos, arrancando los guisantes en flor hasta formar grandes brazadas... Recordaba cuando comía uvas y grosellas hasta saciarse y frambuesas lustrosas de color rojo oscuro... Luego, las manzanas..., y los escondrijos secretos en que se ocultaba con un libro y leía horas y horas...

Ella había amado Hunterbury... Siempre había alimentado la esperanza de poder vivir allí permanentemente... algún día... Tía Laura la había animado a esta idea. Con palabras y frases como éstas: «Algún día, Elinor, harás cortar esos tejos... ¡Son algo sombríos, tal vez!... ¡Tú te encargarás de que te lo hagan!»

¿Y Roddy?... Roddy también pensaba en que Hunterbury llegase a ser su hogar... Tal vez se basaba en su cariño hacia ella y en la idea de unirse... Subconscientemente, él experimentaba también la sensación de que Hunterbury sería el complemento de su vida común...

Y habrían venido aquí a vivir juntos... Ahora mismo estarían ya viviendo en la magnífica residencia, en vez de estar sacando las cosas para venderlas. En estos momentos habría estado llena de tapiceros, decoradores, albañiles... Y ellos planearían nuevas modificaciones que hermosearan el interior y exterior de aquella casa que
era suya, de los dos...
Y habrían paseado juntos, muy juntos, por
su
jardín, causando la envidia de todos los que los viesen por la felicidad que rebosarían... Así habría ocurrido si no hubiese sido por aquel fatal accidente de la belleza de Mary.

¿Qué sabía Roddy de Mary Gerrard...? Nada..., menos que nada... ¿Qué era lo que le atraía de Mary?...

Indudablemente, la joven debía de tener buenas cualidades..., pero ¿lo sabía Roddy?

¿No había dicho él mismo que estaba bajo el influjo de un encanto?

¿No deseaba Roddy verse libre de él?

Si algún día Mary Gerrard..., muriese..., por ejemplo..., tal vez Roddy reconociese: «Más vale así; ahora me doy cuenta. No teníamos nada en común. Hubiéramos sido desgraciados.»

Tal vez hubiese añadido con gentil melancolía:

«Era una criatura encantadora...»

Si a Mary Gerrard le sucediese algo, Roddy volvería a ella, a Elinor... Estaba segura.

Si a Mary Gerrard le sucediese algo...

Elinor hizo girar el picaporte de la puerta lateral. Pasó de la luz a la sombra. Parecía que
algo
la esperaba dentro de la casa... Tembló.

Atravesó el vestíbulo, abrió otra puerta y penetró en la despensa.

Olía a húmedo allí. Empujó la ventana y la abrió de par en par.

Sobre la mesa dejó todos los paquetes que traía..., la manteca, el pan, la pequeña botella de leche.

Quedó mirándolos un momento y pensó: «¡Qué estúpida soy...! ¡He olvidado el café!»

Miró en los botes que había sobre un estante. En uno de ellos había un poco de té, pero en ninguno pudo encontrar café.

Murmuró para sí:

—Bueno, no importa.

Abrió los tarros de pasta de pescado y quedó ensimismada mirándolos. Luego salió de la despensa y subió la escalera. Se dirigió directamente a la habitación de la difunta mistress Welman. Se aproximó a la cómoda y empezó a abrir cajones y a sacar vestidos, abanicos..., que fue apilando cuidadosamente.

3

En el pabellón, Mary miraba abatidísima a su alrededor.

El pasado acudió a su mente en visión cinematográfica. Veía a su madre haciendo vestiditos para sus muñecas... Y a su padre con su eterno mal humor. La odiaba. Sí, la odiaba...

De pronto, se volvió a la enfermera Hopkins.

—¿No le dio papá ningún encargo para mí antes de... morir?

La enfermera repuso con displicencia:

—¡Oh, no!... Perdió el conocimiento una hora antes de exhalar el último suspiro.

Mary dijo lentamente:

—Creo que debí venir a cuidarle. Después de todo,
era mi padre.

La Hopkins replicó con cierto embarazo:

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