Read Vinieron del espacio exterior Online

Authors: Jim Wynorski

Tags: #Ciencia ficción

Vinieron del espacio exterior (27 page)

Garry se acercó silenciosamente y pasó el brazo detrás de la espalda del físico.

—No podía mentir —dijo el doctor Copper—. El perro era inmune al hombre… y el suero reaccionó.

—¿Connant es… normal? —preguntó Norris con voz entrecortada—. ¿De modo que el monstruo ha muerto…, ha muerto para siempre?

—Connant es un ser humano —dijo Copper rotundamente—. Y el monstruo ha muerto.

Kinner estalló en risotadas, en risotadas histéricas. McReady se volvió hacia él y lo abofeteó con un rítmico compás de un-dos, un-dos. El cocinero rió, tragó saliva, lloró un instante y luego se sentó, frotándose las mejillas, murmurando vagamente palabras de gratitud.

—Yo estaba asustado, Dios mío, estaba asustado…

Norris rió, con una risa quebradiza.

—¿Cree que nosotros no lo estábamos, gorila? ¿Cree que Connant no lo estaba?

El edificio de la administración se puso en movimiento, repentinamente rejuvenecido. Unas voces reían, los hombres que se agolparon alrededor de Connant hablaban con voz innecesariamente sonora, con voz nerviosa de seres aliviados al sentirse amigos de nuevo. Alguien gritó una proposición y una docena de hombres se marcharon en busca de sus esquíes. Blair. Blair podría recobrarse… El doctor Copper se afanaba con sus tubos de ensayo, para desahogar sus nervios, intentando soluciones. La partida de socorro para la cabaña de Blair salió de allí, golpeando ruidosamente el suelo con sus esquíes. En el otro extremo del corredor, los perros empezaron a proferir agudos aullidos, al husmear el ambiente de excitación que llegaba hasta ellos.

El doctor Copper estaba atareado con los tubos de ensayo. McReady fue el primero en notarlo, sentado en el borde de su litera, con dos tubos de ensayo donde se sedimentaba un precipitado blanco del líquido color paja, el rostro más blanco que la sustancia de sus tubos, mientras de sus ojos dilatados por el horror se escapaban silenciosas lágrimas.

McReady sintió que el frío cuchillo del miedo le perforaba el corazón y se le helaba en el pecho. El doctor Copper lo miró.

—Garry —llamó, con ronca voz—. Garry, por amor de Dios, venga aquí.

El comandante Garry se dirigió hacia él, con pasos rotundos. El silencio se aposentó en el edificio de la administración. Connant alzó los ojos y se levantó envarado de su asiento.

—Garry… El tejido de ese monstruo… también precipita. Esto no prueba nada. Sólo prueba que el perro era inmune al monstruo también. Que uno de los dos que contribuimos con sangre… uno de nosotros dos, usted o yo, Garry…,
uno de nosotros es un monstruo
.

9

—Bar, llame a esos hombres antes de que se lo digan a Blair —indicó tranquilamente McReady.

Barclay fue hacia la puerta: sus gritos llegaron débilmente a oídos de los hombres sumidos en tenso silencio en la habitación. Luego volvió.

—Vienen —anunció—. No les dije el porqué. Sólo les expliqué que el doctor Copper había dicho que no fueran.

—El que manda es usted ahora, McReady —dijo con un suspiro Garry—. Que Dios le ayude. Yo no puedo.

El gigante de bronce asintió lentamente, los hundido ojos fijos en el comandante Garry.

—Quizá yo lo sea —agregó Garry—. Sé que no lo soy, pero no puedo probárselo a ustedes de ningún modo. El
test
del doctor Copper ha fracasado. El hecho de que haya probado que era inútil, cuando beneficiaba al monstruo que no se supiera esa inutilidad, parecería probar que era un ser humano.

Copper se meció lentamente sobre la litera.

—Sé que soy un ser humano. Pero tampoco puedo probarlo. Uno de nosotros dos es un embustero, porque el
test
no puede mentir y dice que uno de nosotros es un monstruo. Di la prueba de que el
test
se equivocaba, lo cual parece demostrar que soy un ser humano y ahora Garry ha dado ese argumento que prueba que lo soy…, cosa que él, de ser monstruo, no habría hecho. Vueltas y vueltas y más vueltas y…

La cabeza del doctor Copper, y luego su cabello y sus hombros, empezaron a describir lentos círculos al compás de las palabras. Repentinamente, se tendió sobre la litera, bramando de risa.

—¡Eso no prueba que
uno
de nosotros sea un monstruo! ¡No tiene por qué probarlo! ¡Ja, ja! Si
todos
somos monstruos eso da el mismo resultado… Todos somos monstruos… todos nosotros… Connant, Garry, yo… todos ustedes.

—McReady —dijo en voz baja Van Wall, el rubio piloto principal—. Usted estudiaba medicina cuando se dedicó a la meteorología…, ¿verdad? ¿Podría hacer algún
test
?

McReady se acercó lentamente a Copper, tomó de su mano la jeringa hipodérmica y la lavó cuidadosamente con alcohol. Garry estaba sentado sobre el borde de la litera con aire impasible, observando de un modo inexpresivo a Copper y a McReady.

—Lo que dijo Copper es posible —dijo con un suspiro McReady—. Van…, ¿quiere ayudarme? Gracias.

La aguja de la jeringa penetró en el muslo de Copper. La risa del médico no cesó y se diluyó lentamente en sollozos. Luego quedó profundamente dormido al surtir efecto la morfina.

McReady se volvió nuevamente. Los hombres que habían partido en busca de Blair estaban de pie en el otro extremo de la habitación, y sus semblantes estaban blancos. Connant tenía en cada mano un cigarrillo encendido: aspiraba distraídamente uno de ellos y contemplaba fijamente el suelo. El calor del que tenía en la mano izquierda lo atrajo y lo miró absorto, y luego contempló estúpidamente por un momento el que tenía en la otra. Dejó caer uno de ellos y lo aplastó lentamente con el pie.

—El doctor Copper podría tener razón —repitió McReady—. Sé que soy un ser humano… pero, desde luego no puedo probarlo. Repetiré ese
test
para mi propia información. Cualquiera de ustedes que lo desee puede hacer lo mismo.

Dos minutos después, McReady alzó un tubo de ensayo con un precipitado blanco que se sedimentaba lentamente, desprendiéndose de un suero color paja.

—Reacciona también con la sangre humana, de modo que ninguno de los dos es un monstruo.

—No creí que lo fueran —dijo con un suspiro Van Wall—. Tampoco esto le habría convenido al monstruo: hubiéramos podido destruirlos en caso de saberlo. ¿Por qué no nos habrá destruido el monstruo a nosotros?

McReady replicó con un bufido. Luego rió silenciosamente:

—Elemental, querido Watson. El monstruo quiere tener disponibles formas de vida. Aparentemente no puede animar a un cadáver. Sólo espera…, espera mejores oportunidades. Nos reserva a los que seguimos siendo seres humanos.

Kinner se estremeció violentamente.

—Vamos, Mac. ¿Acaso yo lo sabría si fuese un monstruo? ¿Sabría si el monstruo se ha apoderado ya de mí? ¡Oh, Dios mío! Quizá yo sea un monstruo ya.

—Usted lo sabría —respondió McReady.

—Pero nosotros no —dijo Norris, con una risita casi sardónica.

McReady contempló la redoma de suero que quedaba.

—Por lo demás, esta maldita sustancia sirve para algo —dijo pensativamente—. Clark… ¿Quiere ayudarme con Van? Los demás, más vale que se queden juntos aquí. Vigílense mutuamente —añadió con amargura—. Cuiden de no verse en apuros… digámoslo así.

McReady se dirigió por el túnel hacia la sección de los perros, seguido por Clark y Van Wall.

—¿Necesita más suero? —le preguntó Clark.

McReady negó con la cabeza.

—Tubos de ensayo —respondió—. Ahí hay cuatro vacas y un toro y casi setenta perros. Esta sustancia sólo reacciona con la sangre humana… y los monstruos.

McReady volvió al edificio de la administración y fue silenciosamente al lavabo. Clark y Van Wall se le unieron momentos después. Los labios de Clark se movían en un tic, en sonrisas sardónicas impremeditadas y convulsivas.

—¿Qué ha hecho usted? —preguntó Connant, en súbito arranque—. ¿Más inmunización?

Clark contestó con una risita tonta y se detuvo, con un hipo.

—Inmunización. ¡Ja, ja! Eso es. ¡Inmunización!

—El monstruo es perfectamente lógico —dijo con firmeza Van Wall—. Nuestro perro inmune era el indicado y extrajimos un poco mas de suero para los
tests
. Pero no podemos hacer más.

—¿No puede…, no puede usar la sangre de un hombre en otro perro —comenzó Norris.

—No hay más perros —dijo McReady, con voz baja—. Ni vacas, diría yo.

—¿No hay más perros? —preguntó Benning, sentándose lentamente.

—Son muy desagradables cuando empiezan a cambiar —dijo con precisión Van Wall—. Esa plancha de electrocución que usted fabricó, Barclay, es muy veloz. Sólo ha quedado un perro…, nuestro perro inmune.

El monstruo nos lo dejó para que pudiéramos divertirnos con nuestro
test
.

El resto…

Van Wall se encogió de hombros y se secó las manos.

—Las vacas… —dijo Kinner, tragando saliva.

—También. Su aspecto es ridículo cuando empiezan a derretirse.

Kinner se levantó con lentitud. Su mirada se paseó rápidamente por la habitación y se detuvo, trémula, sobre el recipiente de latón de la cocina. Lentamente, paso a paso, retrocedió hacia la puerta, mientras su boca se abría y cerraba silenciosamente, como la de un pez fuera del agua.

—La leche… dijo, con voz entrecortada—. Las ordeñé hace una hora…

Salió entre los hielos, sin abrigo ni ropa gruesa.

Su voz se quebró en un alarido, mientras se abalanzaba hacia la puerta.

Van Wall lo siguió por un momento con la mirada, pensativamente.

—Lo más probable es que esté loco sin remedio —dijo finalmente—. Pero podría ser un monstruo que huye.

Tres de los otros hombres vomitaban en silencio. Norris estaba tendido boca arriba, el rostro verdoso, contemplando fijamente el fondo de la litera suspendida sobre la suya.

—Mac…, ¿desde cuándo las… vacas son no-vacas…?

McReady se encogió de hombros, con aire desesperanzado. Se acercó al cubo de la leche y con su tubito de suero se puso a trabajar sobre él. La leche lo empañaba, dificultando la comprobación. Finalmente, dejó el tubo de ensayo en su soporte.

—El resultado del
test
es negativo. Lo cual significa que eran vacas, entonces, o bien que, siendo imitaciones perfectas, daban una leche perfectamente buena.

Copper se movió inquieto entre sueños y de sus labios brotó algo intermedio entre un ronquido y una risa. Las miradas de los demás se posaron en él.

—¿Le haría la morfina… a un monstruo…? —empezó a preguntar alguien.

—¡Quién sabe! —dijo McReady, encogiéndose de hombros—. Influye sobre todos los animales terrestres que conozco.

Bruscamente, Connant irguió la cabeza.

—¡Mac! ¡Los perros deben de haber tragado trozos del monstruo y esos trozos los han destruido! El monstruo vivía en los perros. Yo estaba encerrado bajo llave. ¿No prueba eso… ?

Van Wall negó con la cabeza.

—Lo siento. No prueba nada acerca de lo que es usted, sólo prueba lo que no hizo.

—No —suspiró McReady—. Nos vemos impotentes porque no sabemos lo suficiente y estamos tan nerviosos que no pensamos lo suficiente. ¡Encerrado bajo llave! ¿Han visto alguna vez un corpúsculo blanco de la sangre cuando atraviesa la pared de un vaso sanguíneo? ¿No? Se adhiere como un seudópodo. Y ya está… al otro lado de la pared.

—¡Oh! —dijo Van Wall, con aire desdichado—. Las vacas trataron de derretirse…, ¿no es así? Podían haberse derretido…, haberse convertido simplemente en una hebra de sustancia y pasado por debajo de una puerta para reagruparse al otro lado. Cuerdas… No, no… Eso no bastaría. Ellas no podrían vivir en un tanque cerrado o…

—Si uno le dispara a ese animal un balazo y le perfora el corazón y no muere, es un monstruo —dijo McReady—. Es el mejor
test
que se me ocurre.

No hay perros ni vacas —dijo tranquilamente Garry—. El monstruo tiene que imitar ahora a los hombres. Y el encerrar bajo llave no sirve de nada. Su
test
podrá dar resultados, Mac, pero temo que le costaría conseguirlo con los hombres.

10

Clark alzó los ojos del hornillo cuando Van Wall, Barclay, McReady y Benning entraron, desprendiéndose los fragmentos de hielo adheridos a su vestimenta. Los otros hombres continuaron dedicándose a lo que hacían, jugando al ajedrez, al póquer, leyendo. Ralsen estaba reparando un trineo sobre la mesa. Van y Norris estaban inclinados sobre unos datos magnéticos, mientras que Harvey leía logaritmos en voz baja.

El doctor Copper roncaba suavemente sobre la litera. Garry estaba trabajando con Dutton en unos mensajes radiotelefónicos. Connant estaba usando la mayor parte de la mesa para las páginas sobre los rayos cósmicos.

Desde el otro lado del pasillo, a pesar de las dos puertas cerradas, les llegó con toda claridad la voz de Kinner. Clark puso ruidosamente una marmita sobre el hornillo y le hizo un gesto en silencio a McReady. El meteorólogo se le acercó.

—No me importa tanto el que cocine —dijo Clark nerviosamente—. Pero… ¿no habría alguna manera de detener a ese pajarraco? Todos convinimos en que sería seguro trasladarlo a la Casa del Cosmos.

—¿A Kinner? —dijo McReady, señalando la puerta—. Temo que no. Supongo que puedo atontarlo con drogas, pero no tenemos existencias ilimitadas de morfina, y Kinner no corre el peligro de perder el juicio. Sólo está histérico.

—Pues corremos el peligro de perder el nuestro. Usted ha estado ausente durante una hora y media. Eso se ha desarrollado sin cesar desde entonces y sucedía ya antes desde hacía dos horas. Como usted sabe, hay un límite.

Garry se acercó lentamente, con aire de excusa. Por un momento, McReady advirtió la chispa salvaje de temor… de horror, que brillaba en los ojos de Clark, y advirtió inmediatamente que también brillaba en los suyos. Garry —Garry o Copper— era ciertamente un monstruo.

—Creo que si usted pudiera ponerle freno a eso, procedería con prudencia, Mac —dijo tranquilamente Garry—. Hay… tensión más que suficiente en esta habitación. Convinimos en que Kinner estaría más seguro allí, porque todos los demás del campamento están bajo constante vigilancia.

Garry se estremeció.

—Y, por amor de Dios, trate de hallar algún
test
eficaz; trate de hallarlo.

McReady suspiró.

—Con vigilancia o sin ella, todos están en tensión. Blair ha atascado la trampilla, de modo que ésta no se pueda abrir ahora. Dice que tiene suficiente alimento y grita a cada momento. De modo que nos fuimos.

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