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Authors: Julia Hoban

Tags: #Romántico, #Juvenil

Willow (12 page)

—Continúa.

—Se llama £atal Hüyük.

—¿Cómo que qué?

—Eatal Hüyük —ríe Willow—. Está en Turquía, o estaba en Turquía. Nunca he estado allí. Bueno, toda su cultura desapareció hará unos siete mil años. O sea, yo nunca he estado allí, pero mi madre escribió su tesina sobre el tema. ¿Quieres saber cuál era el atractivo que tenían para mí?

—Sí.

—Fueron los primeros en tener espejos. Estaban hechos de obsidiana negra pulida. Mi madre escribió sobre eso. Eso es sobre lo que la mayoría escribe. Quieren saber cómo los hacían, qué herramientas empleaban para pulir la piedra, cuánto tardaban en hacerlos. Pero ¿no se dan cuenta de que esas no son las preguntas interesantes? Yo lo que quiero saber es por qué hizo alguien el primer espejo. Bueno, ya sé que la gente se había visto mucho antes a sí misma, reflejados en el agua o cosas así, pero realmente no es lo mismo, ¿no? ¿Qué pensó la primera persona que se vio reflejada en un espejo? ¿Le dio vergüenza o le gustó lo que veía? Quiero saber cosas que no se puedan deducir por la datación del carbono 14 o en una excavación, quiero saber cosas cuyas respuestas uno solo puede imaginar.

—Esas son cosas increíbles en las que pensar —dice Guy pensativo—. Y me encantaría saber cuáles crees… perdón, que respuestas son las que imaginas.

—Oh, en realidad ya no pienso en ese tipo de cosas.

—Willow niega con la cabeza—. Ahora solo puedo pensar en el día que me queda por delante y, si eso es demasiado, entonces pienso en la hora.

Y si es demasiado, entonces sé exactamente lo que tengo que hacer.

Para de hablar. Guy también está en silencio; él parece estar reflexionando sobre lo que ella le acaba de explicar. Willow está sorprendida del giro que ha tomado la conversación. Cuando él le dijo que tenían que hablar, ella jamás pensó que acabaría explicándole este tipo de cosas. Ni siquiera con Markie había llegado a hablar de esto. Le sorprende lo tranquila que se siente y el miedo que tenía de acabar montando una gran escena.

Pero Willow no está preparada para lo que viene ahora.

—¿Es que no quieres dejarlo? —explota Guy, rompiendo la calma. Willow no necesita preguntarle a qué se está refiriendo.

—Quiero decir, ¿cómo puedes estar haciéndote esto…? ¡Quieres escucharte! Eres tan…

—Soy tan ¿qué? —no puede evitar preguntar—. ¿Tan qué?

—No importa. —Guy aparta la mirada, haciendo un esfuerzo evidente por mantener la calma.

Ambos se quedan callados unos minutos. Tan callados que Willow puede sentir la respiración de él. De algún modo, ese sonido la hace sentir más segura. Desearía poder estar allí sentada, no hacer nada más que escuchar su respiración y observar las minúsculas partículas de polvo que flotan en la luz que se cuela por las ventanas.

—¿Es que no quieres dejarlo? —repite Guy. Pero esta vez no está gritando.

Willow no quiere hablar de lo de cortarse. Con él, no. Sin embargo, es una pregunta interesante, una pregunta que a la mayoría de la gente no se le ocurriría. La mayoría de la gente simplemente asumiría el hecho de que, si lo quisiera dejar, ya lo habría hecho. Pero Willow sabe que no es tan fácil, y por lo que parece, Guy también.

Después de todo lo que él ha hecho por ella —no contárselo a su hermano, ofrecerse a aguantarle el pelo… —le debe una respuesta.

—Si las cosas fueran diferentes, y no me refiero a que mis padres estuvieran vivos, pero si las cosas fueran diferentes entonces sí, querría dejarlo.

—¿Y qué es lo que debería ser diferente?

—Eso no te lo puedo decir.

Guy no responde nada a esto. Solo la mira con una expresión inescrutable, pero Willow se da cuenta de que él se siente incómodo, hasta nervioso. Eso no era lo que ella esperaba. Tal vez un sermón, o incluso que le gritara, pero no esta mirada inquebrantable, ese foco dirigido irremisiblemente hacia ella.

Mientras busca su mano, Guy no deja de mirarla en ningún momento. A Willow le conmueve lo tierno que es y por un momento se permite pensar que las cosas son diferentes. Que él no sabe que se corta. Que ella
no se corta.

¿Y
si el día anterior le hubiera estado curando una herida porque se había caído patinando? ¡Qué inocente hubiera resultado todo! ¿Y si hubieran subido hasta aquí porque querían estar a solas y no porque no se pueden arriesgar a que nadie escuche su pernicioso pacto?
¿Y
si pudieran seguir hablando y riendo como hasta entonces sin tener que lidiar con tanto horror y crudeza?

Guy le levanta la manga y Willow piensa que quiere comprobar que el vendaje todavía aguanta, pero en lugar de eso levanta la tirita y observa el corte.

—Es tan feo —dice en tono pragmático.

Willow aparta la mano bruscamente. No puede creerse lo que él le acaba de decir ni puede creerse que a ella le importe.

Sabe que los cortes son feos, y no tiene ningún interés en su opinión pero aun así, se siente terriblemente insultada. Herida e insultada. Es casi como si le hubiera dicho que su cara es fea.

Guy aparta la mirada de los cortes y la mira a la cara. Seguramente se da cuenta por la mirada de Willow de que sus palabras le han herido, pero no se disculpa.

—Volviendo a lo que te dije —continúa—. Llamé a tu hermano. Y no solo para preguntarle a qué hora estarías trabajando.

Willow se queda parada. ¿Es que, después de todo, se lo había contado a David? ¿Qué pasó? Se ha quedado sin palabras, pero Guy continúa sin turbarse.

—Lo llamé anoche, después de dejarte. —Golpea el suelo con los dedos—. La cosa es que no tenía ni idea de qué decirle. Así que simplemente colgué después de unos segundos respirando junto al auricular. —Suspira profundamente—. Quería decírselo pero… No podía dejar de pensar en lo que tú me dijiste, lo de que le mataría. ¿Y si tenías razón? Mira, no vas a lograr que me crea que eso acabaría totalmente con él pero, ¿y si el que yo le contara esto pudiera provocar algún tipo de… no sé qué? Y también, ¿y si el contárselo acabara contigo? ¿Y si hiciera que te cortaras tanto… en fin, mucho más que cualquier otra vez? —Guy elige cada palabra con sumo cuidado—. Además, te lo prometí. —Guy vuelve a cogerle el brazo. Esta vez no deja de mirarle a la cara mientras vuelve a colocar la tirita y Le baja la manga—. Y pensé, y quizá pensé mal, que tú estarías bien, que entre la última vez que nos vimos y ahora no tendrías ocasión de, bueno, de hacerlo. O sea, no paré de pensar. ¿Cuándo tendrías ocasión de hacerlo? En casa no, con tu hermano y su mujer por ahí, y en el instituto tampoco.

A Willow se le pasa por la mente la imagen del lavabo de las chicas, pero no dice nada. —Aun así —continúa Guy—, seguí debatiéndome entre contárselo o no. No pegué ojo en toda la noche, solo podía pensar qué hacer.

Ahora Willow ya sabe por qué él tiene esas ojeras. Se le ve completamente derrotado y ella siente una inmensa culpabilidad. Ella nunca ha tenido la intención de hacer daño a otra persona.

—¿Me puedes decir una cosa? —Guy la mira con expresión reservada, como si tuviera miedo de la reacción de ella.

—Supongo —dice Willow después de meditarlo. Piensa que ya no debe esconderse delante de Guy. Esto no es como estar con Laurie y las otras chicas en el jardín. No tiene que preocuparse de decir algo incorrecto ni de fingir nada.

—¿Por qué lo haces? Y no me refiero a por qué no eres feliz, creo que eso ya lo he entendido. Lo que quiero decir es, ¿por qué has tomado este camino?

Willow asiente pensativamente. Esta tendría que haberla visto venir. Al fin y al cabo, es lo primero que ella preguntaría.

—No es algo que pueda explicarse tan fácilmente.

—Cuando veníamos hacia aquí… —empieza Guy, pero se para y aparta la mirada.

—Sí… —le anima con delicadeza.

—Me preocupaba que Laurie fuera a decir algo que te hiciera explotar. Y claro, al final ha resultado que he sido yo el que te ha hecho explotar. Me refiero a cuando te he dicho que estuve en la conferencia de tu padre. Yo soy el que ha dicho lo incorrecto. — Su voz suena como si se hubiera decepcionado a sí mismo.

—No existe lo incorrecto —dice Willow. Lo dice de verdad, ella no sabría decir qué será lo próximo que provoque una sesión con la cuchilla—. Tampoco existe lo correcto.

Guy reflexiona sobre esto unos instantes.

—¿Me puedes decir otra cosa? ¿Me puedes decir dónde lo haces? No me gusta pensar en ello pero no puedo evitarlo, y me estoy volviendo loco.

—Cuando dices dónde, ¿estás preguntando en qué parte de mi cuerpo o el lugar donde estoy cuando lo hago?

—Bueno, las dos cosas —dice Guy.

Ahora es él el que parece que vaya a vomitar.

—Sobre todo en los brazos —responde Willow rápidamente, como si así todo pareciera correcto—. Y te equivocas con lo del instituto. También lo hago allí, y en casa, si no hay nadie, pero ya es un poco más complicado.

—Dios mío —murmura Guy—, y yo que pensaba que estabas a salvo.

—Y lo estoy —le asegura Willow—, ya te lo he dicho. Tengo mucho cuidado de mantener las heridas limpias. Y procuro no hacerme muchas cada vez… —Para de hablar. El estado de Guy debe ser contagioso porque de repente ya no puede decir nada más.

—Oh, Willow, lo último que tú estás es a salvo.

Willow no sabe cómo responder a eso. Se siente perdida de un modo indescriptible.

De repente, el depósito parece más oscuro; su pequeña parcela de luz se está desvaneciendo. Se acerca a Guy.

—¿Puedo ver tu bolsa? —pregunta Guy de repente.

Willow no entiende por qué se lo pregunta, pero le pasa la mochila encogiéndose de hombros.

Guy la abre y empieza a sacar su arsenal: una cuchilla usada y una de recambio, todavía con el envoltorio, junto a las tiritas que él le dio y un poco de desinfectante. —Está claro que no serviría de nada tirar todo esto —murmura, dando vueltas a las cuchillas en sus manos.

—No —asiente Willow—, no serviría de nada.

—Prométeme una cosa —dice Guy de repente—, ¿vale? ¿Me lo prometerás?

—Depende —contesta Willow con mucha cautela—. ¿Qué quieres?

—Tienes que llamarme antes de volver a hacerlo la próxima vez. Te lo digo en serio. Simplemente, llámame antes.

—¿Para que puedas persuadirme? —le pregunta Willow. No sabe muy bien por qué su voz suena tan tajante—. Quiero decir, ¿para qué?

—¿Persuadirte? —Guy lo niega con la cabeza—. Ni siquiera sabría cómo hacerlo. —Vuelve a dejar las cuchillas en la mochila con reticencia—. Te diré para qué. Me asustaste con lo de llamar a tu hermano. Estoy seguro de que te equivocas al respecto pero, la verdad, no sé, me da miedo arriesgarme. Al menos contigo…

—No te da corte —no puede evitar remarcar Willow.

—Ese es un modo de decirlo. —Guy la mira—. Iba a decir que entre tú y yo hay más confianza y las cartas están al descubierto. Oye, si me llamas, al menos sabré que estás… en fin, evidentemente no estarás bien, pero al menos… —no logra acabar la frase.

—¿Al menos? —apunta Willow.

—Al menos sabré que no estás por ahí tirada desangrándote.

Willow no tiene una réplica para esto. Le sorprende la vehemencia de Guy, le parece tan lejos de su personalidad… Ella mira en silencio cómo arranca un trozo de papel de uno de sus cuadernos y escribe algo.

—Aquí tienes mis números, ¿vale?

—¿Por qué estás haciendo esto? —explota finalmente Willow—. Tú no tienes que ayudarme. No tienes que hablar conmigo. No tienes que aparecer en mi vida con ninguna respuesta. Entonces, ¿por qué estás haciendo esto? Tampoco tenías por qué curarme el brazo anoche, pero lo hiciste de todos modos. ¿Por qué? Podrías haber pasado de largo. No te estoy pidiendo que hagas todo esto. No quiero que hagas todo esto. Lo más seguro es que no te llame.

—No puedo pasar de largo sin más. ¿Y sabes una cosa? Tú tampoco podrías.

—Oh, sí que podría. —Willow le corrige rápidamente—. Ni me molestaría en mirar atrás. Yo…

—Claro —le interrumpe Guy—. Igual que hiciste con Vicki.

Willow tarda unos segundos en recordar de qué le está hablando.

—¿Te refieres a la chica del laboratorio de física?

No se lo acaba de creer.

—Esa misma —asiente Guy.

—Te equivocas conmigo —intenta explicar Willow—. ¿Crees que soy amable? ¿Que soy buena persona? No fue nada de eso, para nada; Pensé que era patética, que era una fracasada.

—Lo sé. Y por eso lo que hiciste fue tan especial.

Willow está callada.

—La ayudaste. —La voz de Guy es tranquila—. No tenías por qué, pero lo hiciste. Así que no vengas con gilipolleces sobre cómo tú pasarías de largo porque eso, simplemente, no es verdad.

—Oye, tengo que irme. —Guy se levanta—. Llámame, o mejor no. Mejor busca otra manera de enfrentarte a tus problemas que no sea haciéndote cortes y heridas. —La mira como si quisiera decir algo más pero, unos segundos después, esboza una pequeña sonrisa, se vuelve y se dirige al ascensor.

Las puertas se cierran y Willow se queda a solas. Coge el papel que él le ha dado, hace una bola y lo lanza tan lejos como puede.

No va a permitir que él la controle de este modo. De todos modos, ¿quién es él para saber cómo se comportaría? Ella pasaría de largo. Y pasará de largo ante las buenas intenciones de Guy.

Willow coge la mochila y baja rápidamente por la escalera lateral —no tiene tiempo de esperar el ascensor— para darse de morros con la mirada asesina de la señorita Hamilton.

—¿Dónde has estado? —le pregunta. Es evidente que está enfadada—. Deberías darte prisa e ir a dejar los libros en su sitio. Vamos muy atrasados y Carlos no está. Hoy no quiero que hagas un descanso. No te hubiera dejado aunque hubieras llegado a tiempo, estamos demasiado faltos de personal. Por cierto, cometiste un error con el préstamo interbibliotecario que solicitaste y me he tenido que disculpar frente a aquel señor mayor tan agradable. ¿Tengo que decirte…?

Hamilton continúa refunfuñando sin tregua con su voz quejumbrosa y desagradable. Con el pelo peinado hacia atrás y su vestido pasado de moda parece un personaje salido de una novela de Dickens. Willow apenas puede soportar escucharla. No sabe cómo logrará sobrevivir a las próximas horas bajo la atenta mirada de esta mujer. Espontáneamente, la imagen de Guy le pasa por la mente. Su cara. Sus manos. El modo en que sostenía el libro de su padre. La manera en que la curó.

—Lo siento. —Willow corta a Hamilton bruscamente—. Ahora mismo me pongo con esto. —Willow coge un carro lleno de libros y se dirige a toda prisa al ascensor. Aprieta el botón del undécimo piso sin ni siquiera fijarse a qué piso pertenecen.

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