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Authors: Jesús Palacios

Tags: #Historico, Política

23-F, El Rey y su secreto (33 page)

Se ha dado una extraordinaria importancia a la emisión del mensaje del rey. Qué duda cabe de que la tuvo. Pero el mensaje no marcó el punto de inflexión. Un antes y un después. Ese mensaje, que no iba contra la solución Armada, no dejaba de ser una continuación del telegrama dirigido a la cúpula militar a las 22,30 horas. De hecho en su bloque principal se trataba del mismo texto, salvo el añadido de las últimas líneas. En el télex, el rey pedía al Ejército que tomase todas las medidas para mantener el orden constitucional dentro de la legalidad vigente. Y, sin embargo, la situación se mantendría en compás de espera hasta la salida a escena de la segunda fase de la operación: la corrección de Armada a la acción ilegal de Tejero. En el mensaje, se había añadido que la corona no podía admitir la actitud de personas que pretendiesen interrumpir por la fuerza el proceso democrático. Es decir, el golpe de mano de Tejero asaltando el Congreso. En todo lo demás, abundaba en más en lo mismo, dentro de la línea ya significada en el telegrama. Y nadie ha mantenido que a las 22.30 horas el golpe estuviera finiquitado. Por el contrario, se mantenía en todo lo alto a la espera de su resolución.

¿Cuál fue, pues, la raya en el agua que señalaría el antes y el después? Hasta la entrevista de Armada con Tejero, el 23-F se movió sobre la solución Armada. Hubo al respecto un movimiento de fuerzas que se posicionaron en apoyo de esa operación, mientras otras, las menos, se mantuvieron pasivas. Sin hacer nada. Salvando, claro está, la natural confusión de muchos al no saber bien el terreno que estaban pisando. El 23 de febrero de 1981, el poder estuvo totalmente en manos de los militares, y éstos esperaron tranquilamente a que el rey resolviese. Insisto en que no hubo división entre los militares constitucionalistas y demócratas, y los que no lo eran. El matiz se planteó entre los que asumieron una posición más decidida apoyando a Milans para la solución Armada, y los que se mantuvieron estáticos aguardando instrucciones del rey. Pero todos, sin excepción, estuvieron a sus órdenes.

El apoyo para que Armada fuese presidente era unánime cuando se le envió oficialmente al Congreso, excepto el caso ya señalado de González del Yerro. Dicho apoyo cambiaría radicalmente, no tanto en el instante en el que Armada fracasó con Tejero, sino en el momento en el que el rey decidió cortar el asunto. Al bloquear Tejero a Armada, se solapó en el 23-F la solución Armada, que era para lo que se había dado el golpe, con la exigencia personal de Tejero. Éste, al impedir, en su arrebato y su rabia, la entrada de Armada al hemiciclo y exigir al tiempo el gobierno de una junta militar, estaba, de hecho, y quizá sin saberlo, montando sobre la marcha su propio golpe de Estado personal. Por eso se desmontaría el 23-F y se le haría fracasar.

Tras el fracaso de Armada, el rey entró en cólera. Y abortó la operación. La petición de Tejero no sólo era absurda e improvisada. Nadie en las fuerzas armadas hubiera estado dispuesto a secundarla, salvando el primer impulso emocional. Si es cierto que una vez más en la historia contemporánea española asistíamos a una utilización del ejército para poner orden en el guirigay político, también lo es que el rey Juan Carlos jamás habría cedido a la imposición o al trágala de un gobierno militar solicitado por Tejero, porque de haberlo hecho, la corona se hubiera puesto a sí misma fecha de caducidad. De ahí que el monarca saliera fuerte y contundente después, afirmando que «Jaime [Milans] ahora vas contra la corona» o que «afirmo que ni abdico ni me marcharé de España» o que el que «se rebele será responsable y puede provocar una guerra civil». Contundentes afirmaciones que, de haber sido hechas a las siete de la tarde del 23 de febrero, hubieran hecho creíble que el rey, de verdad, estaba dando el «contragolpe» a la acción de Tejero y poniendo firmes a sus soldados. Pero entonces, no después.

A la nueva situación generada en el Congreso había que cortarle las alas cuanto antes. La presencia espontánea de la columna del comandante Pardo Zancada, iba a suponer un contratiempo más, puesto que Pardo había salido de la Acorazada con la vana esperanza de que otras unidades se sumasen a su iniciativa. A más, el comandante desconocía cuando llegó a la Carrera de San Jerónimo, que el rey acababa de lanzar su mensaje. Sobre la una y cuarto de la madrugada, esto es, pocos minutos después de emitirse el mensaje real por televisión —¿o fue en el mismo momento o un minuto antes?—, Milans recibió una llamada de don Juan Carlos. El dato importante es que ésta era la primera comunicación que su majestad hacía a la capitanía valenciana y al teniente general Milans del Bosch. Hasta ese preciso instante, el rey y Milans no habían hablado directa y personalmente durante la jornada del 23-F.

El rey estaba a punto de entrar en su momento decisivo. Le saludó afectuosamente y le preguntó por cómo estaban las cosas en su capitanía y si tenía tropas en la calle. Milans del Bosch le respondió que todo estaba muy tranquilo y que había sacado unas unidades para garantizar el orden, quedando a la espera de recibir instrucciones de Su Majestad. Entonces, el rey se las dio. Le mandó que las retirase, a lo que el capitán general contestó que de inmediato cursaría la orden de que regresasen a sus cuarteles. Y se despidieron volviendo a saludarse afectuosamente.

Aquella primera comunicación del monarca con Milans sería el momento decisivo del rey. Y marcaría el punto de no retorno. La conversación la reforzaría inmediatamente el rey con un télex en el que le instaba a cumplir el mandato que le había dado. «Te ordeno que retires todas las unidades que hayas movido y que digas a Tejero que deponga inmediatamente su actitud.» El rey afirmaba su rotunda decisión de mantener el orden constitucional y de que no abdicaría ni abandonaría España. «Quien se subleve está dispuesto a provocar una nueva guerra civil.» La redacción de tan contundente y firme texto fue de Sabino. El rey, después de leerlo y aprobarlo, se lo dio a sus ayudantes Sintes y Muñoz Grandes, quienes reflexionaron con el monarca sobre el contenido del escrito. Y sin saber con certeza en qué momento, añadiría: «Después de este mensaje ya no puedo volverme atrás.» Una frase increíble que siempre iba a permitir, en un fácil juego de palabras, que muchos interpretasen que si el rey ya no podía volverse atrás, es porque antes se había echado
p’alante
.

La segunda llamada a Milans la hizo el rey pasada la una y media de la madrugada del 24. Don Juan Carlos quería tener la certeza de que había recibido su télex y estaba cumpliendo la orden dada. Milans le ratificó que las órdenes ya habían sido cursadas y las tropas estaban regresando a sus cuarteles. «Estoy a las órdenes de Vuestra Majestad. Mi lealtad hasta el final, Señor», le dijo. Y se despidieron, una vez más, con un fuerte abrazo. Desde aquel instante, el golpe de Tejero, el de la junta militar, estaba muerto. El paraguas le había durado a Milans en esta ocasión menos de treinta minutos. Con tal contundencia se desmontó el apoyo exterior que lo sostenía. Antes de aquel momento, cuando Tejero se movía dentro de la solución Armada, lo estuvo sosteniendo siete horas. Lo demás sería un tiempo basura añadido. Hasta que el teniente coronel, completamente aislado, decidió rendirse y liberar a todos los diputados a mediodía del día 24. El propio Tejero lo comprobaría en un intento de hablar con Milans sobre las tres de la madrugada. Tenía la estúpida pretensión de que fuese a Madrid para ponerse al frente. Milans lo despreció. Ni siquiera quiso ponerse al teléfono. El coronel Ibáñez le dijo secamente que su capitán general estaba acatando las órdenes recibidas de Su Majestad, y que él, Tejero, lo que debía hacer era ponerse en contacto con el general Armada. Era la única solución factible.

Tejero estaba ya absolutamente sólo, aunque le anunciasen con cantos de sirena la presencia de regimientos que jamás le llegarían. Su amigo Carrés seguía tratando de insuflarle moral en la derrota. Y en la estupidez. Y en ciertos desvaríos de engaño miserable. Lo que ambos compartirían —Tejero y Carrés— durante algunas horas de aquella noche-madrugada. Así, en un momento determinado, Carrés recibió una llamada del coronel Ibáñez para informarle que varias capitanías se sumaban expresamente al bando de Milans, y apoyaban abiertamente la formación de un gobierno presidido por el general Armada. Acto seguido, Carrés telefoneaba a Tejero para transmitirle las «fabulosas noticias», pero manipulando arteramente el dato de que aquellas cinco capitanías decían sí a un gobierno presidido por el general Milans del Bosch.

El último intento de su minigolpe correría a cargo de una especie de manifiesto, redactado hacia las cuatro de la madrugada. En su elaboración, Tejero contó con la colaboración de Pardo, que en aquel momento quizá no supiera en qué jardín se había metido. «Las unidades del Ejército y de la Guardia Civil… No admiten más que un gobierno que instaure una verdadera democracia.» Tejero seguía clamando por «su gobierno» en el desierto. Y vía Carrés intentaría que
El Alcázar
lo publicase, pero el mismo Armada le pidió al director del periódico que no lo hiciera. Y el tal manifiesto no se publicó.

El rey volvió a llamar sobre las cuatro de la mañana, por tercera y última vez, a Milans. En esta ocasión, le pidió que ordenase a Tejero que depusiera su actitud. Milans le respondió que ya lo había intentado antes, cuando le pidió que aceptase lo que Armada le estaba proponiendo, y no le había hecho caso. Alrededor de las cinco de la mañana, la reina Sofía, que durante todo el tiempo se había distinguido por una actuación serena y discreta, llevando café y unos bocadillos a los colaboradores del rey, que se habían pasado esas largas y tensas horas sin probar bocado, preguntó por qué no le «dicen a Tejero que abandone el Congreso, que el rey se lo ordena». A lo que Sabino le respondió que «ya lo hemos hecho, Señora, se lo hemos dicho varias veces, pero es que no nos hace caso».

El caso Pardo Zancada sería diferente del de Tejero. Todos o casi todos en Zarzuela estaban dispuestos a ir personalmente al Congreso para sacarlo de allí. Sus amigos Sintes y Muñoz Grandes y algún otro más, sentían con desgarro su suerte y convencieron al rey para que les permitiera ir. Sabino estimó que sería mejor que dicha gestión la hiciera alguno de los jefes naturales del comandante, frenando, incluso, que alguno de los ayudantes del rey se «escapara» hacia el Congreso. Como enviado se escogió a la figura del coronel San Martín, quien se presentó en el Congreso con este mensaje real: «Al acatar la orden del Rey, salvas con esa actitud tu honor y tu patriotismo, toda vez que tu acción estaba impulsada por el amor a España y la fidelidad al Rey.»

Sin embargo, Pardo decidió quedarse, y sus capitanes también. Hasta que su amigo, el teniente coronel Eduardo Fuentes, Napo, consiguió negociar su entrega, en la que, de rebote, se incluiría la suerte de Tejero y la de los guardias civiles que lo habían acompañado. En la recta final, Tejero solicitaría la presencia de Armada. Ahora lo reclamaba «porque hace dos días me ordenó que entrara en el Congreso». Quizás el teniente coronel se olvidara deliberadamente de que diez horas antes había desobedecido las órdenes que sus dos jefes le habían dado, y que se había rebelado e insubordinado expresamente contra ambos. Y singularmente contra el general Armada.

La rúbrica a las condiciones pactadas para entregarse se estampó sobre el capó de uno de los jeep de la columna de Pardo. Pero en el recuerdo del 23-F quedará aquel momento de la mañana del 24 en el que un emocionado don Juan Carlos se fundió en un sentido abrazo con su secretario general mientras le decía «gracias Sabino, me has salvado». Y ese otro instante, que tuvo lugar por la tarde de aquel mismo día, en el que los líderes políticos esperaban a ser recibidos en audiencia para escuchar del rey una soberana reprimenda por sus irresponsables comportamientos durante muchos meses de la transición. La grave crisis había dado tiempo a unas horas de reflexión y de valoración, en las que el ser humano se debate en el pesimismo y la felicidad cuando hace balance. Antes de traspasar la puerta la palma del rey golpeó de forma afectuosa la espalda de su secretario, se le quedó mirando y, producto de una profunda reflexión, le dijo: «¡y mira que si te has equivocado!». Dictum que, como diría el siempre admirado Carlos Rojas, sería digno de los mármoles.

Pero el único que dio el contragolpe de verdad, un contragolpe absolutamente insospechado para quienes planificaron la operación, fue Tejero. Y para eso no estaba montada la fiesta. Sólo hubiera faltado que un teniente coronel al que se metió en el Congreso para cumplir una misión secuestrando al gobierno y a los diputados, se le hubiera consentido que saliera de allí con un gobierno militar. ¡De locos! ¡De locos! Lo que se fabricó después del 23-F fue una fábula extraordinaria. Y así puede haber alguien que frívolamente y con la ligereza del desconocimiento haya tildado en algún libro de miserable al Ejército. ¡Qué equivocado y errado está! El ejército en su conjunto no tuvo un comportamiento miserable el 23-F. Fue disciplinado y estuvo a las órdenes del rey. Todo, en su conjunto. Sin excepción alguna. Salvo el visionario Tejero.

¿Por qué fracasó entonces el 23-F? El plan urdido por el CESID, brillante y bien diseñado, tuvo varias fallas globalizadas en un solo aspecto: no tener en cuenta el factor humano. Ésa fue la clave. Algo tan sencillo de entender para el común de los mortales, como difícil de prever para mentes ensoberbecidas, henchidas de orgullo, que fueron capaces de planificar sobre la mesa deslumbrantes operaciones que, sin embargo, terminarían arrumbadas en el fracaso por despreciar eso que se llama elementos colaterales; el ser humano. Y el 23-F estuvo lleno de ese componente humano que, al final, sería determinante para su fracaso.

Tras la desastrosa resolución del 23-F, el rey optó por cortar cualquier nexo que lo vinculara con la operación. Bien fuese por haber tenido previamente un conocimiento preciso y exacto de la misma, o bien por dejar hacer. O por ambas cosas a la vez. Por ello, Sabino le recomendaría cierta prudencia con Armada, pues si se le dejaba demasiado expuesto, «puede decir que Vuestra Majestad es el que ha empujado el golpe, que lo ha intentado». A lo que don Juan Carlos respondió tajante: «eso Alfonso no lo dirá nunca».
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Semejante convicción personal explicaría por qué a las pocas horas de fracasado el golpe, cuando Adolfo Suárez comentó en Zarzuela, ante el monarca y el resto de líderes políticos, que se había equivocado con Armada y que se había sentido muy tranquilo al saber que el general había ido al Congreso para intentar solucionar lo del asalto de Tejero, el rey, también tajante, le cortara para decir: «¡Te equivocas! ¡Armada es el mayor traidor de todos!».

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