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Authors: Cayla Kluver

Alera (7 page)

No sé qué era lo que esperaba encontrar allí pero lo que vi era una fascinante amalgama: algunos objetos encajaban con el Steldor que yo conocía, pero otros parecían estar fuera de lugar. La habitación estaba amueblada de la forma habitual, aunque el diseño de los muebles era masculino: una gran cama con dosel; unos sillones de piel cerca de la chimenea; un robusto baúl y un armario; dos librerías y un mueble bar que contenía copas y vasos que, supuse, se llenaban muy a menudo de vino y cerveza. El aire de la habitación estaba saturado del olor de mi esposo, que se percibía de forma notable teniendo en cuenta el tiempo que hacía que había salido de ella. Miré a mí alrededor y vi un cuenco encima de la chimenea, de donde parecía emanar ese olor. Al acercarme vi que en él se encontraba el talismán con la cabeza de lobo que él siempre llevaba y que ese objeto concentraba su olor.

Sin embargo, lo que me intrigó más de la habitación fueron sus toques personales. Contrariamente a lo que yo sabía acerca de sus gustos, el estilo de los muebles era sorprendentemente sencillo, pues no estaban hechos de madera tallada como era habitual, y en la habitación dominaba un profundo color vino: no llegaba a ser burdeos ni tampoco era del todo rojo, sino que tenía un tono más cálido y sutil, más atrayente . Tanto las parees como el suelo estaban cubiertos por unos gruesos tapices, y encima de la chimenea colgaban numerosas armas de muchos estilos distintos, incluida una colección de dagas. Los libros, perfectamente ordenados en las estanterías, trataban los temas habituales: armas, cetrería, historia militar y estrategia militar. No había un solo objeto fuera de su sitio y, a pesar de ello, la habitación resultaba cómoda y agradable. Miré a mi alrededor en un intento de identificar lo que veía con el hombre de armas que yo sabía que era Steldor y me sorprendió darme cuenta de que, aunque por supuesto esa habitación era adecuada para un hombre, resultaba al mismo tiempo sensual y elegante, perfecta para tomar a una mujer entre los brazos en ella.

Me dirigí hacia el armario ropero y rebusque en él hasta que encontré los pantalones de mi esposo. Saque uno, me lo puse por debajo de la falda y me lo ceño con un cinturón para que no se me cayera a los tobillos. Luego busqué a mí alrededor hasta que encontré una botellita vacía, que llené con agua de la jarra que había en la mesita de noche y me sujeté en el cinturón que le había tomado prestado. Luego salí del dormitorio cubriéndome el vientre con el antebrazo para intentar ocultar el extraño bulto de la botella. Ya equipada, reuní toda mi entereza y me dispuse a recorrer rápidamente los pasillos para abandonar el palacio, a mi padre y mi humillación. No fue hasta que llegué a las puertas del patio que mi comportamiento empezó a resultar extraño: el mozo de cuadra que sujetaba el alazán tostado estuvo a punto de sufrir una conmoción cuando le quité las riendas de la mano y conduje al animal por la avenida adoquinada que atravesaba el centro de la ciudad. Por supuesto no se atrevió a cuestionarme, como tampoco se atrevieron a hacerlo los confundidos guardias de palacio que montaban guardia. Pero yo sabía que en algún momento mis actos llegarían a oídos de mi padre, de Cannan de Steldor o de Galen.

Llevé el caballo hasta un camino lateral del distrito del mercado, me quité rápidamente la falda y la deje tirada entre dos tiendas. Luego monté ese enorme aunque tranquilo animal y lo conduje hacia la ajetreada avenida. A pesar de que hacía más de tres meses que había montado a caballo por última vez, no tardé mucho en sentirme cómoda en la silla. Así que, sin mirar atrás, puse el caballo al trote ligero para poner distocia con el palacio, temiendo que me siguieran.

La ciudad vibraba de actitud. Yo avanzaba al trote y empezaba a disfrutar de esa libertad que acababa de robar mientras rezaba para que tardara en acabarse. El sol de mayo calentaba agradablemente el ambiente de la tarde pero sabía que al anochecer el frío aumentaría considerablemente y que tendría que regresar a palacio antes de que el día terminara. Mi pobre disfraz no era absolutamente convincente, pues atraía miradas de incredulidad y de extrañeza de la gente e incluso algunos se detuvieron para saludar con cortesía y asombro a su reina. Cuando me acerqué a la entrada de la ciudad amurallada noté miradas de centinelas, pero ninguno de ellos se atrevió a cuestionarme, así que atravesé sin problemas la puerta de hierro. No me importaba cuál pudiera ser la reacción de los guardias, solamente me preocupaba que informaran al Rey, así que puse el caballo a medio galope, convencida de que nadie había puesto al animal a ese paso desde hacía años.

En esos momentos ya había decidido cuál era mi destino. Hice girar al caballo hacia el este para salir de la avenida y entrar en un camino más estrecho que se dirigía hacia la casa de campo del barón Koranis, que se encontraba a una hora y media de allí a trote ligero o a medio galope. A pesar de que London había salido en busca de Narian diez días antes, yo quería comprobar por mí misma que no hubiera regresado a la casa de su familia. Koranis había abandonado la casa de campo para trasladarse a la ciudad cuando los cokyrianos empezaron a amenazar nuestras fronteras, y yo sabía que Narian era capaz de moverse por las tierras de su padre sin ser visto por nuestras patrullas, si eso era lo que quería.

A pesar de que tenía prisa por llegar a mi destino, estaba claro que el caballo de mi padre no sentía ninguna: se negaba a mantener el paso que yo había marcado y constantemente bajaba a un trote desganado e incomodo. En medio de la frustración y de los esfuerzos para manejar a ese testarudo animal me pareció oír el sonido de cascos de caballo que se acercaban, pero todavía tardé unos momentos en darme cuenta de que un jinete se acercaba a mí. Miré hacia atrás e inmediatamente reconocí el poderoso semental gris que nos seguía. No pude reprimir un gemido de disgusto: si Steldor venía a buscarme en persona, no cavia duda de que estaba enojado. Decidí no hacer cado y continúe obstinadamente hacia delante sin poder evitar cierta decepción por lo deprisa que me había alcanzado. No hacia ni una hora que me había marchado de palacio. Y él ya casi me había atrapado.

Steldor me adelanto y detuvo bruscamente su montura delante de mi caballo, considerablemente más pequeño que el suyo. Mi animal estuvo a punto de encabritarse a modo de protesta: había disfrutado de la carrera, pues no dejaba de cabecear y de bufar en una clara muestra de que deseaba seguir adelante. Asustada, trate instintivamente de apartar el caballo de mi padre, pero Steldor se inclino hacia delante sobre su montura y me quito las riendas de las manos.

—¡Suelta mi caballo! —ordene, instantáneamente furiosa con él y recelosa ante esa enorme bestia y su jinete.

—¡No! —Repuso Steldor—. Vas a regresar conmigo.

Sin soltar las riendas. Steldor hizo avanzar su semental dirección a la ciudad y mi animal lo siguió, obediente. No queriendo salté de la grupa.

—Me parece que todavía no voy a regresar, majestad —declaré con valentía.

Steldor dejó escapar un suspiro de exasperación, desmontó y se acerco a mí. De repente, se dio cuenta de mi ridículo aspecto.

—¿Que estás haciendo? —Pregunto, deteniéndose de golpe—. ¡Estás aquí en medio de la nada, vestida como un hombre y montando el caballo de tu padre! ¿Es que te has vuelto loca, mujer? —Me observó atentamente y frunció el ceño— ¿Y dónde has sacado el cinturón y el pantalón? —En cuanto lo dijo, los reconoció e, inmediatamente, añadió con sarcasmo—: Es una pena que hayas decidido meterte dentro de mis pantalones justo cuando yo no estaba para disfrutarlo.

Sentí que las mejillas se me encendían por el desagradable comentario, y si me hubiera encontrado más cerca de él le hubiera dado un bofetón. Pero, al mismo tiempo, sabía que su comentario era bastante justo.

—Solo he salido a montar a caballo. Tengo derecho a tomar un poco de aire —afirmé con aire de desafío y con las manos en la cintura.

Steldor soltó una carcajada breve y mordaz.

—No, así no lo tienes. Y ahora sube al caballo.

Enojada por ese tono dictatorial me di media vuelta sin pensar en cuál podría ser su reacción y empecé a caminar hacia mi destino, sin importarme lo más mínimo dejar atrás mi medio de transporte. No tardé mucho en oír suelas las suelas de sus botas sobre las piedras del camino y sentí que se erizaba la piel en señal de alarma. Antes de que tuviera tiempo de pensar en cuál sería la mejor manera de manejarle, Steldor se puso delante me cerró el paso.

—Vas a regresar conmigo —gruño, apretando la mandíbula con expresión decidida.

—No, no lo haré.

Él se pasó ambas manos por el oscuro pelo y por un momento pensé que soltaría un aullido de frustración. Pero lo que hizo fue dar un paso hacia mí, cogerme por la cintura con un brazo y cargarme sobre uno de sus hombros para llevarme hasta donde estaban los caballos.

— ¡Déjame en el suelo! —grité, mientras me debatía furiosamente, pero él no se molesto en responder.

Aunque sabía que no tenía fuerza para liberarme de él, continúe gritando y pataleando, y acabé golpeándolo con los puños en la espalda simplemente para probarle toda la incomodidad posible. Cuando llegamos hasta los caballos, me lanzo sobre la silla y me soltó un momento para subir él a la grupa del animal. Yo, aprovechando ese momento, pasé la pierna izquierda por encima del caballo en un intento de saltar al otro lado. Por desgracia, Steldor fue lo bastante rápido para montar y me sujeto por el pecho en el último momento. Desesperada por librarme de él, baje la cabeza y le clave los dientes en el antebrazo con fuerza. Steldor grito de dolor y me soltó de inmediato. Yo aterrice en el suelo de forma poco elegante, pero me puse en pie con gesto digno y levante la mirada hacia mi esposo, que se observaba herido, conseguido dejarle sin habla, y se me ocurrió pensar que era la segunda vez en un día y medio que le hacía daño. Steldor me fulmino con la mirada, casi temblando de rabia, incapaz de articular palabra. Finalmente gritó:

—¡Bien! —El grito fue tan aterrador que el lánguido caballo de mi padre dio un respingón y se alejó— ¡Quédate por ahí! ¡Pero me llevo los caballos, así, que, o monas ahora mismo en tu malito animal, o regresaras caminado!

—¡Hace un día magnífico para dar un paseo! —repliqué, decidida, fuera o no fuera la decisión acertada.

Sin esperar a que me respondiera, empecé a caminar en dirección de la casa de Koranis. No mire atrás, pero oí el relincho de excitación del caballo de Steldor al volver a correr y el de protesta del de mi padre al tener que seguirlo.

Mientras caminaba, el suelo parecía hacerse más duro y más difícil de pisar; al final sentí cansancio en las piernas. Me reí al pensar en lo poco equipada que iba para ese ejercicio con mis zapatos de piel y lo poco preparada físicamente que estaba. Había pasado una hora y ya deseaba tumbarme en el camino a esperar a que un granjero me recogiera y me llevara de vuelta a la ciudad. Pero estaba segura que no entraría a nadie en esa parte de Hyantica, a causa de la amenaza que representaban los cokyrianos en nuestras fronteras. A izquierda y derecha había campos que habían sido abandonados y que hacía mucho que ya nadie cultivaba. Mi única esperanza era que Steldor hubiera mandado a alguien a buscarme, pero eso era poco probable. Lo había dejado enojado y sangrando, y la idea de que pudiera perdonarme y manda a un guardia a buscarme resultaba poco menos que cómica.

Continúe avanzando con esfuerzo; sentía las piernas más pesadas a cada minuto que pasaba. La garganta me quemaba y tuve que saciar la sed varias veces. Me alegré de haber tenido el buen tino de haber llevado conmigo una botellita de agua, pero deseé haber cogido también un poco de comida. Sentía retorcijones en el estomago de vez en cuando, pero no tenía otra opción que ignorarlos. Por suerte, el día no era especialmente caluroso, pues el sol de primavera era menos fuerte de lo que sentía en los meses de junio y julio; además, la temperatura bajaría en cuanto anocheciera. Sentía un poco de aprensión al pensar en qué sucedería entonces, pues no había llevado ningún abrogo, pero recordé con alivio que en la casa de Koranis encontraría mantas y comida.

Seguí adelante durante una hora más y me detuve a descansar a la sombra de un árbol grande que se encontraba a lado del camino. Me recosté en el tronco, cerré los ojos y me puse una mano sobre la frente, caliente y empapada de sudor. No recordaba cuándo había sudado de esa forma por última vez. Me dolían las piernas e intente darme un masaje para aliviarme; aunque sin ningún resultado. Al cado de unos quince minutos me incorporé a regañadientes y reanudé la marcha. Creía que podría llegar a la casa de Koranis antes del anochecer pero no quería perder tiempo, pues no acababa de fiarme de mí misma en cuanto a la distancia todavía me quedaba por delante. Mi ansiedad había ido en aumento a medida que las sombras de los arboles se alargaban, pues ya era demasiado tarde, para dar media vuelta y regresar a la seguridad de la ciudad. En un intento de no pensar en nada, me concentré en el suelo que pasaba rápido bajo mis pies.

Cuando por fin vi la casa de Koranis delante de mí sentí un enorme alivio. Al estar vacía, su aspecto me resulto extraño, y los campos de alrededor, descuidados, le daban un aire desolado. A pesar de todo, la casa representaba comodidad y seguridad pues yo no me quedaban energías, tenia los zapatos destrozados, los pies me dolían a cado paso, el estomago me protestaba de forma audible y hacía una hora que la botellita de agua estaba vacía. La caminata había durado una hora más de lo que había pensado inicialmente. Recorrí con torpeza el camino que llevaba a la puerta principal de la casa. Nunca antes me había sentido tan desgraciada. Cuando llegué a la puerta, descubrí que estaba cerrada; se me escapo un extraño grito de desesperación. Tuve que resistirme la necesidad de dejarme caer al suelo allí mismo. Di la vuelta a la casa para entrar por la entrada trasera, pero también completamente cerrada. La empuje, pero no se movió ni lo mas mínimo. Al final, me apoye en ella y rompí a llora. Había estado segura de que las dificultades terminarían en cuanto llegar a mi destino, pero ahora me sentía terriblemente perdida y sola. Me dejé caer en los escalones de la puerta trasera y apoye la cabeza en los brazos. Sabía que llorar solo me serviría para aliviar mi desesperanza pues allí no había nadie que pudiera huirme ni ayudarme.

No fui consciente del tiempo que pasó hasta que la sequedad en la garganta me hizo desear beber agua. Levanté la cabeza y vi que el cielo de última hora de la tarde había adquirido un color azul purpura. Pronto iba a anochecer y tendría que irme rápido si quería llenar la botellita con el agua del río. Luego regresaría a casa, con la esperanza de que Steldor no fuera vengativo como para dejarme fura toda la noche.

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