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Authors: Víctor Coviello Guillermo Barrantes

Tags: #Cuento, Fantástico

Buenos Aires es leyenda 2 (18 page)

A partir de ese momento, la investigación-relato toma un giro insospechado.

Todas las puertas se me cerraban, cada boca callaba y todos preferían el olvido. El episodio Lattuada merecía una explicación pero nadie estaba dispuesto a darla.

¿Cómo podía ser que un hombre simplemente desapareciera?

Como en muchas películas, Bastía se hace pasar por personal de limpieza del Barolo.

Después de comparar los planos originales y estar en la Sala de Máquinas, del piso 14, hay cosas que no coinciden. ¿Podría encontrarse una especie de motor o usina desconocida que Lattuada accionó accidentalmente? En su gran obra, Dante ubica la entrada de los Cielos por la constelación «La Cruz del Sur». Sabemos de la alineación de la misma los primeros días de junio debajo del faro de la torre del Barolo. Lattuada desapareció precisamente en ese mes.

Mi investigación no concluye y los interrogantes aún son enormes y de una dimensión impredecible.

Los nuestros también, y tal vez de este mito venga la costumbre de considerarnos el centro del universo.

El enigma permanece abierto. Sólo nos queda mirar el cielo los primeros días de junio y esperar.

En silencio.

Barrio Norte

El tatuaje prohibido

«Yo tengo desde Cristo hasta el diablo», afirma Alberto, más conocido como el «Mago Ilustrado», en el libro de Silvia Reisfeld
Tatuajes: una mirada psicoanalítica
. Alberto se refiere a las imágenes tatuadas que exhibe en todo el cuerpo, como si en su piel se desarrollara toda una cosmogonía, con su Cielo y su Infierno, con sus ángeles y sus demonios.

Como él, millones de personas en todo el mundo desafían la prohibición que grita la Biblia:

No haréis incisiones en vuestra carne por los muertos; ni os haréis tatuaje.

Levítico 19:28

La práctica del tatuaje siempre estuvo relacionada con los ritos paganos, de allí que no esté permitida en la religión cristiana. ¿Pero es ésta la única razón de palabras bíblicas tan categóricas?

Existe un mito urbano que dice que no, que hay algo más detrás de la prohibición del Levítico.

C
ARLA
B. (cuatro tatuajes en el cuerpo): «Un tipo me dijo una vez "cuidado con las calaveras, piba; hay una que está prohibida". Podía estar borracho o drogado. Igualmente nunca me tatué calaveras, no me gustan».

A
LDO
P. (seis tatuajes): «Es un cuento para bobos. Algunos dicen que es una calavera, otros que es un tribal con víboras, y que si te lo dibujan empezás a sentir voces y te volvés loco. Mejor que el mito exista, así los cagones, los nenitos de mamá, se mantienen alejados de nosotros. El tatuaje es para valientes, loco».

Veamos ahora una versión apócrifa del mismo versículo bíblico que transcribimos:

No haréis incisiones en vuestra carne por los muertos; ni os haréis el tatuaje.

Dicha versión, según los defensores del mito, es la real.

La que aparece en la Biblia está incompleta, dicen, por error del copista.

Sin embargo, por lo que vimos, Carla y Aldo no se toman muy en serio el asunto del tatuaje prohibido. Pero vayamos a alguien que sí lo hace, un hombre que dedicó muchos años de su vida a perforar y entintar pellejos humanos. Dijo llamarse R
UBÉN
C.:

—Yo tatué mucho tiempo en la galería Bond Street. Muy pocos saben por qué dejé de tatuar. Fue por esa figura de mierda.

—¿Conocías la historia del tatuaje maldito? —preguntamos.

—Había muchos cuentos con respecto a las agujas que se usan y a las tintas, pero eran todas macanas; y siempre pensé que la historia esa era una pavada más, nunca le di importancia.

—¿En qué consiste el tatuaje del mito?

—Algunos dicen que es una calavera que en su parte trasera tiene la forma de un ratón. Pero con ese tatuaje nunca tuve dramas.

Estamos en el cuarto de Rubén. Las paredes están forradas de posters y láminas referidas al mundo del tatoo.

La única luz surge de un velador cuya tulipa simula una gárgola.

Le pedimos que diera más detalles de la calavera-roedor.

—En el dibujo, la división media del cráneo se convierte en una pequeña columna vertebral rematada por patas y rabo de ratón. Pero les repito, yo no tuve problemas con esa figura. El quilombo fue con la otra. La llaman «El rostro de tribal
[29]
». Hoy en día casi no se ve en ningún lado, es muy antigua. No me pidan que se las dibuje. Imagínense una cara media humanoide formada por tribales que repiten un mismo motivo en toda la figura: dos serpientes formando un ocho, una mordiéndole la cola a la otra y viceversa. Algunos dicen que es ésta y no la calavera la figura prohibida.

Habíamos atravesado numerosas entrevistas con gente fumadora. Nuestros interlocutores nos arrojaron al rostro los humos de cigarrillos, habanos, pipas…, pero el humo de dos cigarrillos simultáneamente, jamás. Rubén hizo eso. Sacó dos paquetes de cigarrillos, de marcas diferentes. Eligió un cigarrillo de cada paquete y los unió con un apósito. Acto seguido prendió los dos y los empezó a fumar.

—Es como el que prepara mate y mezcla dos tipos diferentes de yerba —nos dijo—. El sabor directo de un tabaco suave y otro fuerte es hermoso, es un equilibrio. Y cuando se empieza a quemar el pegamento y la gasa de la curita, es lo mejor. Ahí en la Bond Street aprendés de todo. Es otro mundo, un mundo de escaleras y música y tatuajes…

Aquella última palabra pareció recordarle la razón de nuestra presencia delante de su par de cigarrillos. Su mirada nos pidió, a través del humo, que habláramos de cualquier otra cosa, de la galería, de los cigarrillos, pero no del tatuaje, no de aquel tatuaje. Pestañó y nos mostró otros ojos, unos ojos resignados. Como si quisiera ilustrar lo tenebroso de su siguiente parlamento, cada palabra que dijo fue envuelta en una voluta de niebla:

—El tipo entró en el local con el dibujo en un papel. «Quiero que me tatúes esto», me dijo. Tenía un acento medio raro. Le pregunté si conocía la figura. Me dijo que le importaba un pito, que se la tatúe y listo. Le dije que no, pero no por la figura, sino por la actitud de mierda que tenía. A mí, en mi local, no me iba a mandar nadie. Pero entonces puso mucha guita arriba de la mesita ratona donde apoyaba las revistas de tatuajes. Mucha guita. Sentáte, le dije; y se la tatué. Y se fue. A la semana me llegó una citación de la policía. El tipo se había suicidado. Los canas sabían que había estado en mi local. «Se sacó un ojo con un cuchillo de cocina», me dijeron. Había muerto desangrado. Encontraron una carta del tipo. Estaba escrita en árabe o hebreo. Decía que se arrancaría los ojos si no dejaba de ver al Diablo.

Rubén dio una larga pitada a su «mezcla hermosa».

—Parece que no lo dejó de ver —nos dijo con una sonrisa nerviosa.

Otra pitada. Luego continuó:

—Le conté a la policía que yo sólo le había hecho un tatuaje. Por suerte no me rompieron más las bolas, no me clausuraron ni nada. Pero tuve que dejar de laborar igual: el cargo de conciencia. Yo sabía que todo era por el tatuaje ese. Hay que ser un boludo para tatuarse semejante cosa.

—Pero vos no creías en el mito del tatuaje prohibido.

—No. Pero uno esas cosas no las hace. Por las dudas.

—¿Y ahora creés?

—Después de lo del tipo ese, sí.

—El tatuaje —quisimos saber—, decinos el efecto que supuestamente provoca.

Rubén mostró una vez más sus ojos de resignado. Apagó su doble cigarro en un cenicero que simulaba unas fauces abiertas hacia arriba y nos dijo:

—Todo lo que sé me lo contó Titino, un tatuador más viejo que yo. Me dijo muchas cosas, pero no me acuerdo de todas. Además cuando se ponía a hablar de esas historias fantasiosas yo no le prestaba mucha atención. Pero el asunto de la figura maldita me lo repitió tantas veces que más o menos me lo aprendí.

Rubén tomo aire y continuó:

—Titino me hablaba de tiempos muy antiguos, de cuando el hombre, decía él, era más puro, pues podía ver
todo
lo que le rodeaba. Aquel
todo
en la boca del viejo siempre sonaba siniestro. Según él, la gente se suicidaba mucho en aquella época porque no soportaba lo que veía. Entonces Titino se refería a una mutación, creo, una mutación que le permitió al hombre no extinguirse. Apareció un gen o algo así que modificó el sentido de la visión en los hombres, ocultándoles la mitad de las cosas. Los humanos pudieron así soportar el mundo que veían, y sobrevivieron. El mundo, la realidad que vemos hoy en día a nuestro alrededor corresponde a esa mitad, a la mitad que el gen nos permite tener acceso. El tatuaje prohibido vendría a anular el efecto que produce el gen, haciendo que el tatuado vuelva a ver la realidad tal como es, completa. Las dos serpientes mordiéndose simbolizan eso, una es la mitad del mundo que vemos, la otra es la que permanece oculta… hasta que te tatuás.

Rubén volvió a tomar aire.

—Después Titino se ponía a hablar de átomos y de electrones, y ahí le perdía el tren. Decía algo así como que había partículas que aún guardaban la «visión» completa del mundo, que si esas partículas tuvieran ojos podrían ver todo aquello que nosotros no vemos. El viejo aseguraba que todo podía ser probado científicamente.

Cuando nos retirábamos de la casa del ex tatuador, le echamos un vistazo al cenicero de las fauces. Como un cadáver que ha sido incinerado a medias, el doble cigarrillo descansaba mutilado y retorcido. Y el apósito que unía los dos cigarros estaba intacto.

Como si hubiera leído nuestras mentes, Rubén se apresuró a decir:

—Lo de la curita era joda. Se me acabó la cinta adhesiva y era lo único que tenía.

A primera vista, la leyenda del tatuaje prohibido, tan mágica, tan sobrenatural, no parecía capaz de poseer un costado científico. Pero lo pensamos mejor y le dimos una oportunidad a las palabras de Titino, si es que Rubén no las había alterado. Es que el mundo de las partículas se ha ido tornando más y más… fantástico. La física cuántica no ha hecho otra cosa más que derrumbar nuestros conceptos más arraigados. Con su Principio de Incertidumbre, sus partículas virtuales, sus gatos muertos-vivos nos ha hecho dudar prácticamente de todo lo que nuestros sentidos establecían.

Si había un lugar dentro del mundo científico donde nuestra leyenda podía encontrar algún asidero era allí. No por nada, quizá, Titino se había referido a él, al limbo de los átomos y las partículas elementales.

Y una vez más aprendimos que no hay que descartar nada
a priori
. Por más extraño que nos resultara en un comienzo, ahora podemos decir que sí, que existe cierta relación entre la física cuántica y un universo cuya mitad no nos es revelada. Pero dejemos que un genio de la divulgación, Paul Davies, nos lo explique desde su libro
Superfuerza
:

Imaginémonos de pie en una habitación mirando hacia la puerta. A medida que giramos, vemos distintas partes de la habitación hasta que, tras una rotación de 180°, nos encontramos de espalda a la puerta. Si giramos otros 180°, volveremos finalmente a nuestra orientación original, ante la puerta. El inundo tiene ahora exactamente la misma apariencia que si no hubiéramos efectuado esa rotación. ¿Qué puede ser más simple y obvio?

Este acto elemental de rotación produce sin embargo un resultado sorprendente en el caso de las partículas subatómicas. Si hacemos pasar un electrón a través de un campo magnético especialmente diseñado, el eje de su spin
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puede inclinarse progresivamente hasta efectuar un giro completo de 360°. Basándonos en el sentido común, esperaremos encontrar el electrón en su configuración original. Pero no es así. […] Para que el electrón adquiera sus condiciones anteriores, el eje de su spin debe girar otros 360° , efectuando dos revoluciones completas en total. […]

¿Qué significa esto? Significa que hace falta una rotación de 720° para efectuar una revolución completa, es decir, para restaurar el mundo a su configuración original. Una partícula elemental, como el electrón, percibe el giro total de 720° . En los seres humanos y otros objetos macroscópicos, esta facultad se ha perdido: no podemos distinguir una rotación de 36o° de la siguiente. En un cierto sentido, pues, percibimos tan sólo la mitad del mundo que se halla disponible al electrón.

Al parecer ni siquiera en el razonable mundo científico se puede estar tranquilo.

Si la teoría fuera obra de un tarotista o un vidente, uno podría poner ciertos reparos. Pero esas mismas ecuaciones matemáticas que predicen desde el movimiento de las galaxias hasta el vuelo de las moscas, son las que nos están anunciando que sólo somos conscientes de la mitad de lo que nos rodea, que los componentes de la otra mitad se mueven entre nosotros y no podemos verlos.

Y si esta certeza no termina siendo lo suficientemente perturbadora, nos enfrentamos a un mito urbano que echaría luz sobre aquella mitad del mundo que se nos niega, con resultados tan alentadores como que la gente se arranque los ojos.

¿Cómo hace un tatuaje para anular un fenómeno que, según Titino, es genético? ¿Cómo es que un poco de tinta en un brazo nos quita el velo que cubría nuestra visión?

La ciencia reconoce que hemos llegado a parajes que no son de su dominio, pega media vuelta y se va. Estamos en la tierra del mito, en el país de la leyenda. Aquí se dejan de sacar cuentas para enfrentarse a un dilema interior: creer o no creer.

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