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Authors: Friedrich A. Hayek

Tags: #Ensayo, Filosofía, Otros

Camino de servidumbre (2 page)

Se dirá que todo esto es agua pasada, pero hay que tener cuidado. No se debe olvidar que si el avance de la ciencia requiere libertad intelectual frente a cualquier ideología, también exige libertad personal frente al poder burocrático. Y que el uso de la ideología como coerción sigue siendo una de las mejores armas para perpetuar el imperio de una burocracia. (Lo cual no significa, necesariamente, una interpretación materialista de la historia.)

El profesor Hayek insiste repetidamente en qué libertad económica, o economía de mercado libre, no quiere decir
laissez faire
o inhibición del Estado. El sistema económico español no es, evidentemente, un régimen de
laissez faire
, pero tampoco es un sistema de mercado libre. Es un régimen de intervencionismo generalizado, pero en la dirección errónea, esto es, en la que acaba por hacer imposible la libertad de mercado, la libertad de empresa y la libertad del individuo. El número de precios intervenidos de una forma u otra —aunque siempre de modo arbitrario cuando es por decisión del Estado, o con miras al abuso particular cuando se trata de los numerosos mercados privados oligopolistas— es incontable. El único precio importante relativamente libre es el del cambio exterior, y fue así establecido en su día por imposición de organismos internacionales y la forzosa necesidad del gobierno español de aceptar sus condiciones. Las cortapisas administrativas de todo orden contra la libre decisión económica de los individuos se acerca a las situaciones anteriores a Adam Smith contra las que levantó su inmortal
Riqueza de las Naciones
. La libertad para elegir personalmente el puesto de trabajo y —lo que no es menos importante— para cambiar de oficio o profesión está prácticamente cortada por la existencia de innumerables grupos exentos de competencia (en los dos sentidos españoles de este término). La burocracia es comparable en ineficacia con la de los países socialistas. En estas condiciones, hablar de la española como de una economía de libre empresa y mercado es un puro absurdo.

Es frecuente, y muchas veces está justificado, culpar a los economistas de proponer medidas de imposible aplicación. Es indudable que desmontar en España el intervencionismo económico actual y erigir un sistema de regulaciones que proteja el funcionamiento de un régimen de libre competencia exigiría un plazo muy largo. Pero difícilmente se prepararía el camino para conseguirlo alguna vez si tanto los partidarios como los enemigos del sistema capitalista creen sinceramente que éste es el que hoy rige en España.

J. V. D.

Madrid, octubre de 1977.

A los socialistas de todos los partidos

Es raro que una libertad, cualquiera que sea, se pierda de una vez.

DAVID HUME

Habría amado la libertad, creo yo, en cualquier época, pero en los tiempos en que vivimos me siento inclinado a adorarla.

A. DE TOCQUEVILLE

Prefacio

Cuando un hombre dedicado por profesión al estudio de los problemas sociales escribe un libro político, su primer deber es decirlo abiertamente. Éste es un libro político. No quiero, aunque quizá habría sido posible, velarlo presentándole, con denominación más elegante y ambiciosa, como un ensayo de filosofía social. Pero, bajo cualquier nombre, lo esencial es que todo lo que he de decir se deriva de ciertos valores últimos. Confío en haber logrado descargarme también en este libro de un segundo y no menos importante deber: el de dejar bien en claro cuáles son estos valores últimos sobre los que descansa por entero la argumentación.

Quiero, sin embargo, añadir aquí una cosa. Aunque éste es un libro político, estoy seguro, como el que más pueda estarlo, que no ha sido mi interés personal lo que determinó las creencias expuestas. No veo motivo alguno para que la clase de sociedad que tengo por deseable me ofreciese mayores ventajas a mí que a la mayoría del pueblo británico. Por el contrario, mis colegas socialistas siempre me han afirmado que, como economista, alcanzaría una posición mucho más importante en una sociedad del tipo que rechazo; siempre, por supuesto, que llegase yo a aceptar sus ideas. No es menos cierto que mi oposición a las mismas no se debe a que difieran de las ideas en que me formé, pues en mi juventud compartí aquéllas precisamente, y ellas me llevaron a hacer del estudio de la economía mi profesión. Para los que, a la moda de hoy día, buscan un motivo interesado en toda declaración de opiniones políticas, permítaseme agregar que tenía sobrados motivos para no escribir o publicar este libro. Con toda seguridad, ha de molestar a muchas personas con las que deseo vivir en amistosas relaciones; me ha obligado a interrumpir trabajos para los que me creo mejor calificado y a los que concedo mayor importancia a la larga, y, sobre todo, es indudable que dañará la futura acogida de los resultados de otros trabajos más estrictamente académicos, hacia los que me llevan mis inclinaciones.

Si, a pesar de todo, he llegado a considerar la redacción de este libro como un deber ineludible, ha sido, más que nada, por causa de un rasgo peculiar y grave de las actuales discusiones sobre los problemas de la política económica futura, que el público no conoce lo bastante. Es el hecho, que la mayoría de los economistas llevan varios años absorbidos por la máquina bélica y reducidos al silencio por sus puestos oficiales, por lo cual la opinión pública está siendo dirigida en estos problemas, en un grado alarmante, por los aficionados y los arbitristas, los que se mueven por un fin interesado y los que pretenden colocar su panacea favorita. En estas circunstancias, quien todavía dispone de tiempo para la tarea de escribir, apenas puede tener derecho a reservar para sí los temores que las tendencias actuales tienen que despertar en el pensamiento de muchos que no pueden expresarse públicamente. En diferente situación, empero, hubiera yo dejado con gusto la discusión de las cuestiones de política general a quienes están, a la vez, mejor calificados y más autorizados para la tarea.

La argumentación central de este libro se bosquejó primero en un artículo titulado «Freedom and the Economic System», que apareció en el número de abril de 1938 de la
Contemporary Review
y se reimprimió, en forma ampliada, como uno de los
Public Policy Pamphlets
(Universityof Chicago Press, 1939) dirigidos por el profesor H. D. Gideonse. He de agradecer a los directores y editores de ambas publicaciones la autorización para reproducir ciertos pasajes de aquéllos.

LOXDON SCHOOL OF ECONOMICS

Cambridge, diciembre de 1943.

Prefacio a la edición de 1976

Este libro, escrito en mis horas libres entre 1940 y 1943, cuando mi mente estaba aún interesada sobre todo en problemas de teoría económica pura, se convirtió para mí, sin que ello fuera sorpresa, en punto de partida de más de treinta años de trabajo en un nuevo campo. Este primer esfuerzo hacia otro rumbo nació de mi disgusto ante la completa confusión en los círculos «progresistas» ingleses sobre el carácter del movimiento nazi, lo que me llevó primero a enviar un memorándum al entonces director de la London School of Economics, sir William Beveridge, y después un artículo a la
Contemporary Review
en 1938, que a petición del profesor Harry G. Gideonse, de la Universidad de Chicago, amplié para darle entrada en sus
Public Policy Pamphlets
. Finalmente, y no sin dudarlo antes, cuando comprendí que todos mis colegas británicos más competentes que yo en esta materia estaban ocupados en problemas de mayor urgencia relacionados con la marcha de la guerra, amplié mi trabajo hasta convertirlo en este libro en respuesta a las circunstancias de aquel tiempo. A pesar de la favorable y totalmente inesperada acogida\1—\3l éxito de la edición americana, en la que inicialmente no se pensó, fue incluso mayor que el de la británica, no me sentí del todo feliz, durante mucho tiempo. Aunque en los comienzos del libro había declarado con toda franqueza que se trataba de una obra política, la mayor parte de mis colegas en las ciencias sociales me hicieron sentir que había yo malgastado mis conocimientos, y yo mismo estaba a disgusto por pensar que al desviarme de la teoría económica había traspasado el ámbito de mi competencia. No hablaré aquí de la furia que el libro causó en ciertos círculos, o de la curiosa diferencia de recepción en Gran Bretaña y los Estados Unidos (acerca de lo cual dije algo hace veinte años en el prólogo a la primera edición americana en rústica). Sólo para indicar el carácter de una reacción muy general, mencionaré el caso de un filósofo muy conocido, cuyo nombre dejaré en el anónimo, quien escribió a otro en reproche por haber elogiado este escandaloso libro, ¡que él, «naturalmente, no había leído»!

Pero a pesar de un gran esfuerzo para reintegrarme a la ciencia económica propiamente dicha, no pude liberarme por completo del sentimiento de haberme embarcado, aunque tan sin pensarlo, en unos problemas más provocativos e importantes que los de la teoría económica, y de la necesidad de aclarar y elaborar mejor mucho de lo que había yo dicho en mi primer ensayo. Cuando lo escribí estaba muy lejos de haberme liberado suficientemente de todos los prejuicios y supersticiones que dominaban la opinión general, e incluso menos aún había aprendido a evitar todas las confusiones entonces predominantes sobre términos y conceptos, de cuya importancia me he dado después muy buena cuenta. Y la discusión que el libro intenta de las consecuencias de las políticas socialistas no puede, naturalmente, ser completa sin una exposición adecuada de lo que exige un ordenamiento basado en el mercado libre y lo que puede lograrse con él cuando funciona adecuadamente. A este último problema sobre todo dediqué el trabajo que he realizado posteriormente en este campo. El primer resultado de mis esfuerzos para explicar la naturaleza de un ordenamiento libre fue una obra sustancial titulada
The Constitution of Liberty
(1960) en la que intenté esencialmente una nueva y más coherente exposición de las doctrinas del liberalismo clásico del siglo xix. Al advertir que esta reexposición dejaba sin contestar ciertas cuestiones importantes, me sentí obligado a un nuevo esfuerzo para aportar mis propias respuestas, en una obra en tres volúmenes bajo el título de
Law, Legislation and Liberty
, el primero de los cuales apareció en 1973, el segundo en 1976 y el tercero está a punto de llegar a término.

En los veinte últimos años, entregado a estas tareas, creo haber aprendido mucho sobre los problemas discutidos en el presente libro, que me parece no volví a leer durante este período. Habiéndolo hecho ahora con el fin de redactar este prefacio, no me creo ya en la necesidad de pedir disculpas: me siento por primera vez orgulloso de él hasta cierto punto, y no menos de la inspiración que me hizo dedicarlo «a los socialistas de todos los partidos». Porque si, indudablemente, en el intervalo he aprendido mucho que no sabía cuando lo escribí, me he visto ahora sorprendido a menudo de lo mucho que acerté a ver al comenzar mi trabajo y que ha sido confirmado por la investigación ulterior; y aunque mis esfuerzos posteriores serán más útiles para los especialistas, o así lo espero, me siento ahora dispuesto sin indecisión a recomendar este libro inicial al lector que desee una introducción sencilla y no técnica sobre lo que, a mi juicio, es todavía una de las cuestiones más amenazadoras que tenemos que resolver.

El lector se preguntará probablemente si esto significa que sigo dispuesto a defender las principales conclusiones de este libro; y mi respuesta a ello es en general afirmativa. La reserva más importante que tengo que presentar se debe a la circunstancia de haber cambiado durante este intervalo de tiempo la terminología, por cuya razón puede ser mal interpretado lo que en este libro afirmo. Cuando lo escribí, socialismo significaba sin ninguna duda la nacionalización de los medios de producción y la planificación económica centralizada que aquélla hacía posible y necesaria. En este sentido, Suecia, por ejemplo, está hoy mucho menos organizada en forma socialista que la Gran Bretaña o Austria, aunque se suele considerar a Suecia mucho más socialista. Esto se debe a que socialismo ha llegado a significar fundamentalmente una profunda redistribución de las rentas a través de los impuestos y de las instituciones del Estado benéfico. En éste, los efectos que analizo se han producido con más lentitud y más indirecta e imperfectamente. Creo que el resultado final tiende a ser casi exactamente el mismo, pero el proceso a través del cual se llega a ese resultado no es igual al que se describe en este libro.

Se ha alegado frecuentemente que afirmo que todo movimiento en la dirección del socialismo ha de conducir por fuerza al totalitarismo. Aunque este peligro existe, no es esto lo que el libro dice. Lo que hace es llamar la atención hacia los principios de nuestra política, pues si no los corregimos se seguirán de ellos consecuencias muy desagradables que la mayoría de los que abogan por esa política no desean.

Lo que ahora me parece equivocado en este libro es sobre todo el no haber destacado bastante la significación de la experiencia comunista en Rusia —falta que es quizá perdonable al recordar que cuando lo escribí Rusia era nuestra aliada en la guerra— y que, por no haberme liberado aún por completo de todas las supersticiones intervencionistas entonces corrientes, hice varias concesiones que ahora no creo estaban justificadas. Evidentemente, no me daba entonces plena cuenta de hasta qué punto se habían degradado ya las cosas en algunos aspectos. Todavía planteaba, por ejemplo, como una cuestión retórica mi pregunta (página 114), al considerar si Hitler había obtenido sus ilimitados poderes en una forma estrictamente constitucional: «¿quién concluiría de ello que todavía subsiste en Alemania un Estado de Derecho?», para acabar por descubrir más tarde que los profesores Hans Kelsen y Harold J. Laski —y probablemente otros muchos juristas y especialistas en ciencia política, entre los socialistas que seguían a estos influyentes autores— habían mantenido precisamente esta opinión. En general, el estudio más a fondo de las tendencias contemporáneas del pensamiento y las instituciones ha aumentado, si es posible, mi alarma y temor. Pues tanto la influencia de las ideas socialistas como la inocente confianza en las buenas intenciones de quienes ostentan un poder totalitario han aumentado notablemente desde que escribí este libro.

Durante mucho tiempo me ha disgustado el hecho de ser más conocido por este trabajo, que yo consideraba un escrito de circunstancias, que por mi obra estrictamente científica. Después de examinar de nuevo lo que entonces escribí, a la luz de unos treinta años de estudios sobre los problemas planteados entonces, ya no estoy bajo la misma sensación. Aunque el libro puede contener mucho que, cuando lo escribí, no estaba yo en condiciones de demostrar convincentemente, fue un esfuerzo auténtico por encontrar la verdad, y a mi entender ha aportado intuiciones que ayudarán, incluso a quienes no están de acuerdo conmigo, a evitar graves peligros.

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